Probablemente, el libro más extraño que escribió y publicó Freud es Moisés y la religión monoteísta.1 Extraño porque lo publicó, con grandes reticencias, cuando el pueblo judío más ayuda y fortaleza necesitaba; pero más extraño que por la publicación con respecto al contenido y el momento de su aparición resulta debido a la argumentación del discurso.
Freud es consciente de que aquel no era el mejor momento (corría el año 1937) para privar a los judíos de su figura más excelsa, pero “Ningún escrúpulo, sin embargo podrá inducirnos a eludir la verdad a favor de pretendidos intereses nacionales, y, por otra parte, cabe esperar que el examen de los hechos desnudos de un problema redundarán en beneficio de su comprensión”.2 Anciano, cierto de su pronto fin, Freud retoma las tesis de Tótem y tabú para no dejar inacabada la tarea de arqueología histórica y psíquica que con Moisés en el centro siempre había ocupado su curiosidad. Con esto también trata de dilucidar ciertos enigmas que rodean al pueblo judío: cuáles son las auténticas características que los definen, cómo han conseguido conservar su identidad, y por qué siempre han atraído el odio y la violencia de los que no pertenecen a su pueblo.
Marthe Robert, 3 en uno de sus alardes de escritura hermenéutico-creativa, considera que este libro no es otra cosa que parte del autoanálisis que Freud había comenzado con La interpretación de los sueños a raíz de la muerte de su padre. De hecho, el autoanálisis habría llevado a Freud a reconocer en sí mismo lo universal que el psicoanálisis describe en cada hombre y en la historia de la humanidad: la relación ambivalente con el padre. Según Marthe Robert, la relación de Freud con su padre era al mismo tiempo la relación de Freud tanto consigo mismo en tanto que alemán afincado en la cultura europea occidental, como con su padre en tanto que que judío y, por consiguiente, origen y memoria del propio ser judío de Freud.
Por supuesto, no puede dejar de venirnos a la mente otro judío occidental con una relación ambivalente con su padre: Franz Kafka. Pero también nos vienen a la mente estos versos:
Vamos entonces, querido padre, súbete a mis hombros,
que yo te llevaré sobre mi espalda y no me pesará la carga;
pase lo que pase, uno y común será el peligro.4
A diferencia del piadoso Eneas, Kafka cargó con su padre parece que bastante a su pesar. El caso de Freud semeja el de alguien que desea llevar esa carga con cariño y agradecimiento al tiempo que no deja de reconocer, más o menos veladamente, que la carga no es pequeña e incluso supone cierto obstáculo. El encuentro de Freud con su padre en los sueños del comienzo de su autoanálisis también nos trae a la memoria el encuentro de Eneas con el suyo en los Campos Elíseos (libro VI de la Eneida, jalón que marca la mitad de la obra, el paso del pasado al futuro). Como Jakob Freud, Anquises desvela a su hijo los misterios de lo oculto (el Hades, el mundo, el inconsciente y lo consciente) antes de hablarle del futuro. Eneas pregunta:
¿Qué ansia tan cruel de luz es la de estos desgraciados?5
Y quizá Freud bien podría preguntárselo a sí mismo a través de su padre. Y su padre le responde devolviéndolo a la luz por una de las puertas del sueño: curiosamente, la puerta de los falsos ensueños:
Dos son las puertas del Sueño, de las cuales una se dice
de cuerno, por donde fácil salida se da a las sombras verdaderas;
la otra resplandece del brillante marfil que la forma
pero envían los Manes al cielo los falsos ensueños.
Allí Anquises lleva luego a su hijo junto con la Sibila
con estas palabras y los saca por la puerta marfileña.6
Con intachable coherencia, Marthe Robert describe la relación fractal entre el autoanálisis de Freud y el psicoanálisis a través del padre como el psicoanálisis describe la relación fractal entre la vida de un hombre y la historia de la humanidad a través de la figura del padre y el complejo de Edipo. El inconsciente sería la realidad en la que la realidad novelaría el presente preñado de un futuro que tanto en lo grande como en lo pequeño repetiría el pasado. La biografía no sería nada más que la novela que uno se cuenta, así como la historia de la humanidad sería la novela de la familia humana. Acierta Marthe Robert cuando ante la perplejidad de la falta de solidez y fundamento de la narración en Moisés y la religión monoteísta por parte de un autor para quien la verdad era un dios, sugiere que más bien esta obra habría debido redactarse como una explícita ficción, una novela histórico-psíquica. Su ensayo, por otra parte, puede entenderse como una aproximación a Freud más ficticia que biográfica: es así como se salva la inconmensurabilidad entre diferentes lenguajes.
Freud titula la segunda parte de su libro “Si Moisés era egipcio…”. Peter Gay7 nos habla de la inmensa habilidad retórica de Freud. Leerlo es un placer estético y lógico incluso para quienes tienen al psicoanálisis por un cuento, y quizá precisamente para estos la lectura de Freud les resulte más placentera que para los demás. El placer radica en la combinación entre una prosa clara y eficaz y cierto retorcer la lógica que deviene en retórica: Freud emplea analogías (que no siempre lo son), símiles (que no siempre vienen al caso), adelanta con preguntas las dudas del lector (que muchas veces no tiene tales dudas pero que le sirven a Freud precisamente para desviar la atención hacia donde le interesa), etc. Pero siempre se transparenta el insobornable afán de búsqueda de la verdad. De ahí que el último libro de Freud resulte tan extraño.
“Encasillo a Freud sin la menor vacilación en la categoría de los héroes. Ha desplazado, en el aprecio del pueblo judío, al más grande de sus héroes, el que hasta ahora gozaba de mayor prestigio: Moisés. Freud ha demostrado que Moisés era egipcio y, en el prólogo de su libro sobre Moisés – el mejor y el más trágico de todos sus libros -, advertía a sus lectores que esta demostración había sido su tarea más ambiciosa y más ardua, ¡pero también la más corrosivamente amarga! ¡Se acabaron las grandes mariposas!”, escribía Salvador Dalí en sus diarios.8 Y todo esto es verdad salvo que para los judíos Freud no es su héroe más amado y sería verdad si Freud hubiese demostrado que Moisés era egipcio, como indica el condicional del título arriba citado.
Freud sabía que todo lo que en ese libro tenía que ver con el psicoanálisis ya estaba dicho. También sabía que desde el punto de vista histórico, arqueológico y de exégesis bíblica todo aquello no era más que un juego de posibilidades que poco o ningún beneficio podía reportar al psicoanálisis. Vuelve a la dinámica psíquica como verdadera historia del hombre y de la humanidad: vuelve al asesinato del padre, el asesinato de Dios, ese delito que los cristianos reprochan a los judíos: “En su versión completa, este reproche rezaría así: ‘No quieren admitir que han matado a Dios, mientras que nosotros lo admitimos y hemos sido redimidos de esa culpa’. Adviértase entonces cuánta verdad se oculta tras este reproche […] en cierto modo, los judíos han tomado sobre sus hombros una culpa trágica que se les ha hecho expiar con la mayor severidad”.9
Ahora bien, Freud hace de Moisés el padre de una religión que se fundamenta en la verdad y en la justicia, la antítesis de todo misticismo (entendido como oscurantismo), ese misticismo que luego incorporaría el cristianismo a través de Pablo. El pueblo judío es culpable de matar a su padre, Moisés, cuya ley, la ley de la verdad y la justicia, regresará con el tiempo como lo reprimido gracias a la corriente ética, más o menos subterránea, que, entre otros, defendieron los profetas. Y si bien los cristianos han reconocido que también ellos han matado al padre/dios, su explicación acerca de haber sido redimidos no es más que una mentira para ocultar el hecho de que la culpa de ese asesinato jamás se podrá redimir y apenas puede soportarse su confesión, su recuerdo, el regreso de lo reprimido.
Una de las más audaces técnicas que utiliza Freud para alcanzar unas conclusiones que más bien parece que ya conocía antes de empezar a escribir (e investigar en este caso), es la exégesis de la Biblia como si se tratase del contenido manifiesto de un sueño, la “novela” que re-vela el contenido latente de la tradición: el asesinato del padre. Y aunque toda la ciencia exegética y hermenéutica bíblica pueda echarse las manos a la cabeza ante tamaño disparate aparente, Freud no podía hacer otra cosa desde el momento en que para él no hay más realidad que la realidad psíquica tal y como la describe el psicoanálisis, y no hay otro método para interpretar y traducir el lenguaje resultante de la mezcla de inconsciente y censura que el psicoanalítico.
Pero hay que decir que el psicoanálisis no es un método de traducción, ni un lenguaje intermedio, como no hay diferencia entre la vigilia y el sueño, sino que más bien la vida es sueño. Si no fuese así, sería imposible acceder al inconsciente y a los sueños y mucho menos entender y comunicar (traducir) su lenguaje.
Es lo que acentúa Margot Norris en su análisis estructuralista de Finnegans Wake.10 Según Norris, Joyce escribió su última obra como si fuese un sueño. Es más: escribió un sueño. Su escritura, por lo tanto, sigue el lenguaje de los sueños tal y como lo describe el psicoanálisis freudiano. En este “chaosmos” rigen las leyes de ese juego libérrimo que no solo es el sueño, sino también la vida (a pesar de todos los órdenes y todas las órdenes). El asesinato del padre es el fin de la gramática y de la sintaxis, y la culpa propicia el sueño propiamente dicho como lo que re-vela lo que todos quieren ocultar con un tsunami de mentiras que finalmente no son mentiras, sino in-ciertas y ambiguas manifestaciones de la verdad que fundamenta la imposibilidad de la verdad. Tanto el lector como el crítico, por lo tanto, han de acercarse y hundirse en el Finnegans Wake como en el sueño: “By writing Finnegans Wake as he did, Joyce confirmed the impossibility of metalanguage, that is, the impossibility of making a critique in language of the epistemology embedded in language […] It is difficult to write or talk about Finnegans Wake in conventional language […] Perhaps like the Wake citizenry itself, we investigate the sin in Phoenix Park […] quarreling among ourselves […] engaged in a love/hate relationship with the father, Joyce”.11
Si al libro de los libros le podemos llamar Biblia o Finnegans Wake, y si la vida es sueño, entonces, como quizá bien sabía Kafka, no se acabaron las grandes mariposas. La cuestión es cómo volar con ellas a pesar de la culpa del asesinato del padre, a pesar de la caída, para entenderlas: que es entender su vuelo, que es volar como ellas.