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Revista Observaciones Filosóficas


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art of articleart of articleHacia una Hermenéutica del miedo; de Heidegger a Guy de Maupassant

Lic.  Luciano Mascaró* - Universidad de Buenos Aires UBA
Resumen
Tomando como punto de partida el análisis realizado por Heidegger en el parágrafo 30 de Sein und Zeit sobre la temática del miedo, esta investigación propone trasladar las categorías descubiertas por aquel autor al estudio interpretativo de una obra literaria, Le Horla, de Guy de Maupassant.
Mediante este enfoque, se pretende explicitar la posibilidad fáctica de formas del temor no contempladas en el estudio provisional de Sein und Zeit, formas suscitadas por la experiencia de lectura, en el ámbito particular de la literatura fantástica.
El resultado será una primera introducción a una hermenéutica del miedo de corte Heideggeriano, y la identificación de formas del temor que escapan al esquema básico, y que solicitan ser estudiadas de modo minucioso.

Abstract
Taking as basis Heidegger’s analysis of fear, as treated in the thertieth paragraph of Sein und Zeit, this investigation proposes to transfer the cathegories discovered by that author to the interpretative study of a literary piece: Le Horla by Guy de Maupassant.
Trough this approach, it is intended to specify the factic possibility of forms of fear that are not contemplated in Sein und Zeit’s provissional study, forms triggered by the reading experience, inside the particular field of fanthastic literature.
The result will be a first introducction to an hermeneuthics of fear of Heideggerian style, and the identification of types of fear that excede the basic scheme, and urge for a meticulous study .


Palabras clave
Heidegger, Maupassant, Hermenéutica, disposición afectiva, miedo, Horla

Keywords
Heidegger, Maupassant, hermeneutics, affective disposition, fear, Horla
1. Introducción:

El miedo como temática es tratado por Martin Heidegger de modo circunstancial e instrumental. El estudio de este fenómeno cumple una función introductoria para otra cuestión de mayor importancia dentro del proyecto fundamental de Ser y Tiempo, a saber, el análisis de la Angustia.

Será la postura de este trabajo de investigación la de afirmar que el abordaje del miedo en el marco de Ser y Tiempo dista de ser exhaustivo, sin embargo, el carácter preliminar de dicho enfoque esboza las líneas generales desde las cuales podría elaborarse un tratamiento verdaderamente pormenorizado de la temática en cuestión

Los siguientes párrafos podrían considerarse prolegómenos para una posterior Hermenéutica del miedo de corte Heideggeriano, que dará profundidad a una problemática sólo provisionalmente abordada por nuestro autor.

En esta ocasión, me dedicaré a explicitar, en un trabajo interpretativo, las diversas formas del temor delineadas por el parágrafo 30 de Ser y Tiempo, tales como pueden identificarse en las líneas de de una obra que logra plasmarlos con maestría en sus diversas formas: El Horla de Guy de Maupassant. Por medio de la referencia a una obra literaria, espero poder desocultar por una parte, ciertos tipos de temor no contemplados por Heidegger, pero incorporables a su perspectiva, y por otra, determinados tipos de temor que parecen escapar a los principios Heideggerianos, y logran ubicarlo en las proximidades del fenómeno que lo fundamenta: la angustia. Este será mi punto de llegada, la enunciación de la posibilidad fáctica de formas intermedias entre la angustia y el temor, y la justificación de mi interés en una fenomenología del tema.

2. El tratamiento del miedo en Heidegger.

Para comenzar, es necesario realizar un breve repaso de una serie de conceptos que serán indispensables para esta investigación. En primer lugar, el concepto de disposición afectiva nombra a uno de los tres existenciarios que junto con la comprensión y el discurso definen la apertura del Dasein. La disposición afectiva expresa ontológicamente lo que óntica y cotidianamente se vivencia como el temple anímico. Como un existenciario, la disposición afectiva representa la condición de posibilidad para el ser afectado por entes en el mundo, La disposición afectiva manifiesta “como le va” al Dasein en el mundo, y lo abre en su estado de arrojado, es decir, como un ente que “es y tiene que ser”, en otras palabras, el Dasein tiene para sí mismo un carácter de carga. El Dasein está siempre anímicaente templado1, afectivamente dispuesto en el mundo y ello demuestra que la disposición afectiva es un originario constitutivo de su ser. La disposición afectiva pone al Dasein ante su apertura, pero en el modo de una huída ante ésta.

Heidegger elije para ilustrar su concepción de la disposición afectiva un fenómeno que será luego retomado en el análisis de la angustia; a su vez, por medio de tal exposición, persigue el objetivo de evitar frecuentes confusiones entre estos dos temples anímicos afines. El miedo merece una particular atención, puesto que se funda en la angustia, la disposición afectiva que muestra al Dasein en su más propio poder ser.

En el parágrafo 30 de Ser y Tiempo, el fenómeno del miedo es tratado desde una triple perspectiva:

El ante qué del miedo: Nos preguntamos aquí por las características de aquello a lo que el miedo teme. Lo temible se muestra dentro de un contexto respeccional, y tiene la forma de condición respectiva de lo perjudicial, es decir, se ubica en medio de un conjunto de relaciones significativas, y acaba por presentarse como perjudicial para el Dasein. Además, lo temible se avecina desde una zona determinada, un plexo de remisiones, y afecta a un cierto ámbito de cosas. La zona desde la que lo temible se avecina, y lo que desde ella se aproxima son ambos experimentados como inquietantes.

Lo perjudicial no está en una cercanía dominable, pero se acerca. Es precisamente ese acercarse lo que le da a lo perjudicial el carácter amenazante. Ese acercamiento ocurre en la proximidad, en el mundo circundante2, pero en la cercanía, eso que se nos acerca guarda siempre la posibilidad de no alcanzarnos. Heidegger destaca que en el ente temible ese encerrar en sí la posibilidad de no alcanzarnos no disminuye el miedo, sino que lo caracteriza.

El tener miedo: es nada menos que el dejarse afectar por lo que comparece en el modo de lo temible. Toda disposición afectiva nos apresta para ser afectados por el ente intramundano. El tener miedo es el ser afectado que descubre a lo temible con las características arriba enunciadas. De este modo, es siempre propio del temor el poseer un ente al que se refiere, “teniendo miedo, el miedo puede, enseguida, en una explícita mirada observadora aclarar qué es lo temible”3. Heidegger invierte la concepción clásica del miedo, como pasión suscitada por la constatación de un malum futurum, al sostener que la circunspección ve lo temible por encontrarse en la disposición afectiva del miedo. La circunspección descubre lo temible siempre primeramente en su temibilidad. La disposición afectiva no requiere del descubrimiento previo de un ente amenazante para ser tal, sino que ella permite tal descubrimiento. Lo temible no comparecería en la circunspección de no ser por encontrarse el Dasein afectivamente preparado para recibirlo.

El por qué del miedo: es el ente mismo que tiene miedo, siempre se teme por el Dasein. El miedo abre al Dasein en su estar en peligro, en su estar entregado a sí mismo. El único ente capaz de temor es aquel ente al que le va su propio ser; y todo temor puede ser redirigido al Dasein como su último por qué. Este punto es tal vez el más necesitado de aclaraciones, puesto que muchas formas de temor parecen demostrarnos que el mismo puede estar dirigido hacia algo diferente del Dasein. Heidegger reconoce estas derivaciones, pero explica de qué modo las variedades del miedo se fundan en este por qué primario.

Tal es el caso del temor por la casa o los bienes, el temor por la pérdida de entes a la mano. El por qué de este tipo de temor puede reducirse al fundamento ya enunciado, ya que el Dasein en cuanto ser-en-el mundo es siempre un ocupado estar en medio de. El Dasein queda definido por aquello de lo que se ocupa, ya que el mismo ocuparse en el mundo forma parte de su propia constitución de ser. De modo que temer por útiles a la mano es, en definitiva, temer por uno mismo.

El fenómeno del temor por los otros también requiere aclaraciones. Temer por otro no significa tomar sobre uno mismo el temor ajeno. No se trata de un tener miedo con, ni un tener miedo juntos. Como ya expusimos, siempre se teme por uno mismo, de este modo, el temer por los otros constituye en definitiva un temer por el propio coestar con el otro, otro que podría sernos arrebatado. El atemorizarse por el otro es un modo de la disposición afectiva solidaria con los demás.

3. Primeros pasos hacia un análisis fenomenológico del miedo

Al finalizar su análisis del fenómeno del miedo, Heidegger deja sentadas las bases para un trabajo de profundización de esa temática. En efecto, nuestro autor se expresa de este modo: “los momentos constitutivos del fenómeno integral del miedo pueden variar, de esta manera se dan diferentes posibilidades de ser del tener miedo.”4 Para llevar a cabo esta tarea debería procederse estudiando las diversas posibles estructuraciones que puede adquirir lo temible, el tener miedo y el por qué de tal temor como aspectos integradores del fenómeno del miedo. Heidegger incluso nos introduce en este proyecto, al destacar que las características propias de lo temible, a saber, la proximidad y el acercarse; el carácter amenazante para una totalidad respeccional, y la posibilidad de no alcanzarnos, pueden adquirir variadas configuraciones. De este modo quedan definidas una serie de variantes al fenómeno fundamental del miedo.

Tomemos por ejemplo, el susto, que se caracteriza por la irrupción repentina e inesperada de lo temible. Observamos el modo en el que una modificación en el modo de aproximación de lo temible da lugar a un fenómeno de características peculiares, pero que aún puede ser reconocido como expresión del fenómeno globalmente llamado miedo. Por su parte, el pavor sobreviene cuando lo amenazador tiene el carácter de lo absolutamente desconocido. Por último5 cuando lo amenazante se reviste del estatuto de lo desconocido, y al mismo tiempo comparece con repentinidad, nos encontramos ante el tipo de miedo llamado espanto. Heidegger finaliza su párrafo 30 con una breve lista de formas en las que el miedo puede manifestarse: timidez, temerosidad, ansiedad, estupor.

Lo que aquí intento sostener -y en este punto, junto con Heidegger- es que el fenómeno del miedo hasta aquí descrito constituye más bien un género que agrupa en sí mismo a una amplia gama de fenómenos particulares, fruto de variaciones en la maleable configuración de los elementos que constituyen la estructura básica del temor.

4. Elección de la literatura fantástica

Muy heterogéneas formas de miedo pueden ser identificadas si se realiza un rastreo minucioso, formas no contempladas por Heidegger - y con justicia, puesto que su interés se orientaba hacia otras direcciones-. Sin embargo, no todos los tipos de miedo que nuestra búsqueda sacaría a la luz quedarían tan fácilmente incluidos en los términos en los que Heidegger define la estructura del miedo. Bástenos por ahora con sólo nombrar el ataque de pánico, o las fobias. Podríamos tal vez preguntarnos si el temor religioso, con sus amenazas de castigos eternos o conflagraciones universales cuadra fácilmente con el esquema básico, o si constituye un ámbito de lo terrible con características singulares. No podríamos olvidarnos del miedo que suscita la guerra en cuanto expansión incontrolable y omniabarcadora de lo terrorífico. Recordemos también los temores purgatorios inspirados por el teatro griego, los vertiginosos sobresaltos causados por la música, y los terrores del arte en general6. Como puede verse, es muy amplia la gama de terrores que escapan al análisis Heideggeriano.

A continuación, me ocuparé de ilustrar mi postura recurriendo a uno de los escenarios desde donde pueden extraerse las más variadas e inesperadas manifestaciones del miedo. Desde luego, me refiero a la literatura fantástica; considero que existen en este ámbito tipos de temor en verdad irrepetibles, permitidos por la naturaleza ficcional de sus proposiciones. En efecto, es posible conducir al lector a situaciones inverosímiles, exponiéndolo a sensaciones de inquietud jamás accesibles en la vida fáctica. La literatura fantástica conduce al lector a mundos circundantes distintos del Heideggeriano, donde los sistemas de remisiones se comportan de modos peculiares. Los entes intramundanos que pueblan estas redes significativas se revisten de características extraordinarias, y las relaciones de significado que los interconectan escapan a la cotidianeidad. Por estos motivos, el Dasein lector, inmerso en mundos ficcionales, y comprometido con sus estructuras, quedara expuesto a modalidades del temor (y cualquier otro modo de la disposición afectiva) tan genuinas como las vivenciadas en su cotidianeidad fáctica. De este modo, una investigación responsable no debería dejar de lado este tipo de fenómenos suscitados por la experiencia de lectura (o apreciación artística en general).

Hecha esta aclaración, que busca justificar la elección de un ámbito de estudio, comenzaré con la labor interpretativa propuesta más arriba. Para ello me centraré en una obra de particular importancia para el tratamiento de nuestro problema: El Horla de Guy de Maupassant. Con ella, sólo busco ejemplificar el modo en el que podría proceder un trabajo de identificación de nuevas formas del miedo, para su posterior análisis hermenéutico.

5. El Horla y las formas del temor

Lo primero que sorprende en esta obra es la dificultad para encontrar formas de temor que cuadren punto por punto con la descripción Heideggeriana. En cada uno de los momentos en los que el personaje se atemoriza, existe algún detalle en la configuración de ese miedo que lo aleja de la estructura básica propuesta por Heidegger. Así, la mayor parte de las veces, lo temible no resulta inmediatamente reconocible en la circunspección atemorizada, nos resulta difícil determinar claramente el ente intramundano que desencadena el temor. Lo mismo ocurre con el fenómeno del acercarse, no nos es fácil definir si lo que se acerca es repentino o súbito, ni delimitar con claridad el contexto respeccional desde el cual se avecina.

Comencemos por un caso bastante cercano al planteo de Heidegger. Durante las primeras noches de su enfermedad, el personaje7 tiene un sueño que lo inunda de terror, escuchemos de qué se trata:

Noto perfectamente que estoy acostado y que duermo… lo noto y lo sé… y noto también que alguien se acerca a mí, me mira, me palpa, se sube a mi cama, se arrodilla sobre mi pecho, coge mi cuello entre sus manos y apreieta… aprieta… con todas sus fuerzas, para estrangularme.

Yo me debato, encadenado por esa impotencia atroz que nos paraliza en los sueños; quiero gritar – no puedo-; quiero moverme –no puedo-; intento con horrorosos esfuerzos, jadeante darme la vuelta, rechazar a ese ser que me aplasta y ahoga – ¡no puedo!8

Si bien de manera difusa, todos los elementos del fenómeno del miedo se encuentran presentes en este fragmento. En efecto, podemos aquí observar el tener miedo, como dejarse afectar por lo temible, que permite su acercarse. El personaje está en la disposición afectiva del miedo, y por ello descubre a lo temible en su temibilidad. La cercanía queda perfectamente representada: el ente que lo amenaza está sobre su pecho, oprimiéndolo. La cercanía es entendida aquí tanto en sentido espacial como en el sentido de contexto respeccional referido últimamente al Dasein atemorizado. El ante qué del miedo, es decir el ente temible, también es definible, aunque invisible, efectivamente, el personaje teme al misterioso ente que lo estrangula. El personaje teme por su vida, ilustrando de este modo el por qué del miedo. Sólo el Dasein teme, y siempre teme por sí mismo.

6. El miedo indeterminado y el Horla como concepto.

Sin embargo, como dijimos mas arriba, en El Horla de Maupassant, siempre se introducirá una anomalía en el esquema general, un cierto carácter de indefinición. En el caso del fragmento analizado, tendremos que poner entre paréntesis en primer lugar el hecho de que la vivencia terrorífica ocurre en el contexto de un sueño, ámbito donde quizá – si seguimos a Karl Löwith- la estructura fundamental del Dasein no se comporte del mismo modo que en el estado de vigilia. Pero las interferencias que estos tipos de temor traen a la estructura básica, apenas comienzan a ser explicitados. Prestemos atención a las siguientes situaciones atemorizantes:

Esta vez no estoy loco. He visto!… he visto!... No puedo dudarlo… He visto! (…)

(…) vi con toda claridad, muy cerca de mí doblarse el tallo de una de esas rosas como si una mano invisible lo hubiera retorcido, y después romperse, ¡como si una mano lo hubiera tomado!9.

Y esta otra:

Habiendo dormido unos cuarenta minutos, abrí los ojos sin hacer un movimiento, despertado por no se qué emoción confusa y rara. No vi nada al principio, y después, de repente, me pareció que una página del libro que había quedado abierto sobre mi mesa, acababa de pasarse sola. Ningún soplo de aire había entrado por la ventana. Me sorprendió y esperé. Al cabo de unos cuatro minutos, vi, vi, sí, vi con mis propios ojos cómo otra página se alzaba y caía sobre la anterior, cual si un dedo la hubiera ojeado.10

La sensación que se despierta en el personaje en cada caso es, sin lugar a dudas, miedo. Ahora bien, si somos fieles al planteo de Heidegger, sostendremos que en una mirada circunspectiva, el miedo siempre puede decir qué es aquello a lo que teme; no hay temor sin ente temible, así como no hay ente temible sin temor. Entonces, ¿cuál es el ente temible en estas situaciones? ¿Qué nos dirá la mirada circunspectiva inherente al temple anímico del miedo? Definitivamente, el sólo movimiento de las páginas de un libro, el tumbarse de un sillón, el apagarse de una vela, no despiertan por sí mismos una sensación de temor, sino sólo en cuanto se suponen ocasionados por un ente atemorizante que se nos aproxima desde la cercanía. Tales hechos nos inquietan porque evidencian el invisible estar-ahí de un factor desorganizador de carácter terrible y cercano. El ente que atemoriza al personaje es siempre el Horla, sin embargo, por su propia contextura etérea, este ente no puede comparecer a simple vista en la circunspección, sino solamente ser inferido por los efectos que él genera. Cuando el personaje exclama “vi con mis propios ojos”, no se refiere a lo amenazante como tal, sino a uno de sus efectos. Comprenderemos pues, que el mismo Horla nunca es en verdad percibido sensorialmente, sino siempre deducido desde un contexto respeccional que se ve afectado, una silla que cae, un vaso de leche que se vacía, una rosa que es cortada de tallo, o la hoja de un libro que se voltea. El Horla siempre se anuncia por sus efectos desordenadores en el mundo circundante. El Horla es inferido por su interferencia en el mundo, y su trato con entes a la mano. Podríamos decir que el Horla está allí donde él se ocupa11.

El miedo siempre ha dispuesto al Dasein para que desde el mundo pueda acercarse lo temible, y si lo temible no puede ser identificado, si no se aproxima en la circunspección, siempre puede contarse con la imaginación, que representará un cierto otro, sugerido por las irregularidades en el todo respeccional, como responsable de dichos cambios en la normalidad mundana12. “Horla” es nada menos que el nombre que define al ente temible que el miedo presupone como factor desorganizador del entretejido de relaciones del mundo. El miedo siempre necesita de un ente al que dirigirse, y llamamos Horla al ente responsable de un temor indeterminado que parece, a simple vista carecer de objeto. El miedo es capaz de generar sus propios ante qué, instalando entes temibles allí donde estos faltan, justo donde el miedo solicita.

Lo que intento afirmar es lo siguiente: Existen formas de terror donde el ente temible resulta indeterminado, pero - debido a que el miedo siempre requiere de un ente para ser tal-, la amenaza solicitada por el temor es representada en la forma de un otro desorganizador. El Horla es el otro que nos amenaza desde la indeterminación. Hemos dado con un tipo de temor referido a un objeto indeterminado, que adquiere la forma de un otro. Hemos convertido al Horla en un concepto, en el nombre del otro deducido como inquietante causante de una irregularidad intramundana. El miedo solicita objetos, aunque estos sean invisibles a la circunspección. ¿Habremos dado con el mecanismo del cual surgen todos los Dioses y fantasmas?, ¿un temple anímico que proyecta los entes que necesita, pero no puede percibir?.

Necesitamos a nuestro alrededor hombres que piensen y hablen. Cuando estamos solos poblamos de fantasmas el vacío13.

El mismo Maupassant nos da un indicio sobre el secreto que encierra el Horla como concepto. Este misterioso ente ha sido históricamente denominado de muy diversas maneras, y dado lugar al surgimiento de todos los fantásticos habitantes de leyendas y mitos. Todos aquellos relatos se refirieron desde siempre a un único ser: El Horla es el padre de todos los fantasmas. El Horla es el otro postulado por el miedo ante el mundo circundante que parece colapsar.

Se diría que el hombre desde que piensa ha temido y presentido un ser nuevo, más fuerte que él, su sucesor en este mundo y que, al sentirlo cercano y no poder prever la naturaleza de este dueño, ha creado en su terror, todo un pueblo fantástico de seres ocultos, fantasmas vagos y nacidos del miedo14.

Cabe preguntarse si la inferencia de un otro a partir de hechos que interfieren con la significatividad,-sean estos extraordinarios o cotidianos- es verdaderamente originaria, o si implica un segundo movimiento tematizante, en el cual lo temible se desmundaniza y llega a ser tratado como objeto. Es mi parecer, que allí donde tememos sin objeto definido, postulamos al otro amenazante en un proceso igualmente originario. Hablamos aquí de inferencia y deducción en sentido metafórico. En efecto, la afirmación del otro no se produce por un trabajo teórico de deducción; ni se justifica en una teoría del conocimiento, sino que forma parte integral del fenómeno del miedo. Lo dicho sólo persigue una consecuente aplicación de los principios de Heidegger, que demandan la identificación de un ente para cada tipo de miedo.

Un sistema de relaciones que súbitamente pierde su armónica conexión por la intromisión de un fenómeno inquietante, entes a la mano que de pronto se independizan del Dasein. Todos ellos son los mecanismos que ponen en marcha este tipo de terror. Luego, el creer en fantasmas es inherente a todo Dasein que se encuentre en la disposición afectiva del miedo, y sometido a irregularidades en el mundo; siempre que por fantasmas entendamos precisamente a ese otro que hace las veces de invisible ante qué de un temor sin ente compareciente a primera vista. En definitiva, este tipo de temor sí posee un ente compareciente, pero inferido e invisible.

Hasta aquí hemos identificado un tipo de terror relegado en el estudio Heideggeriano, y hemos intentado explicarlo en aquellos mismos términos. Sin embargo, las líneas siguientes comenzarán a alejarse de un proyecto tan optimista.

7. El miedo sin otro, y sus diferencias con la Angustia

Dijimos que existen clases de temor en las cuales la identificación de un ante qué no es siempre tan inmediata y transparentemente ofrecida a la circunspección. A pesar de esta dificultad, pudimos encontrar un ente temible –el Horla como concepto o simplemente, el otro- para dichas formas. Pero Maupassant se encarga de no dejarnos descansar en nuestra tarea, y nos embate con un nuevo tipo de temor, mucho menos claro que el primero. Prestemos atención a estos pasajes:

Hacia las diez, subo a mi habitación. En cuanto entro cierro con dos vueltas de llave y corro los cerrojos; tengo miedo… ¿de qué?... hasta ahora no temía nada… abro los armarios, miro debajo de la cama; escucho, escucho… ¿qué?.15

En las líneas subsiguientes, el personaje acusa como responsable de su temor a un extraño malestar nervioso. Sin embargo, al realizar esa acusación, no ha logrado identificar el ante qué de su miedo. Las acciones de cerrar con llave, buscar en los armarios y debajo de la cama, y escuchar muy alerta, ponen de manifiesto las particulares características del ante qué. Nuevamente, el personaje está en busca de un otro, que puede estar escondido y que lo amenaza desde ese ocultamiento. El ocultamiento pone de manifiesto una característica nueva: la indeterminación de la zona desde la que lo temible se aproxima; el golpe mortal puede ser esperado desde cualquier punto del mundo circundante. La circunspección no logra dar con el ente terrorífico, pero tampoco logra delimitar el contexto respeccional desde el cual podría acercarse, o mejor dicho, es el todo respeccional completo el que se vuelve zona propicia para el acercamiento de lo terrible, por ello es comprensible la búsqueda frenética a la que se entrega el personaje; lo temible puede advenir tanto desde un armario como desde la puerta principal, como desde debajo de la cama. Vemos pues cómo, luego de haber afirmado en el punto anterior la posibilidad de una indeterminación en el ante qué del temor, damos ahora aun siguiente paso asegurando que también la zona desde la que lo terrible se aproxima puede ser indeterminada.

Del pasaje citado puede extraerse otro dato incluso más interesante que el anterior: lo amenazante, es un otro, pero que aún no se ha manifestado de ningún modo. A diferencia del tipo de temor anteriormente analizado, donde el fantasmagórico otro era inferido de un conjunto de interferencias en las conexiones constitutivas del mundo; en este caso el otro aún no se ha dado a conocer de ninguna forma. No se conoce al otro, no puede inferírselo, porque nada ha sucedido todavía, y sin embargo, se lo busca. Escuchemos a Maupassant:

Tengo sin cesar la espantosa sensación de un peligro inminente, la aprensión de una desgracia que se acerca o de la muerte que se avecina, un presentimiento que es sin duda efecto de un mal todavía ignorado, que germina en la sangre y en la carne16

El personaje atribuye su padecimiento a un todavía no identificado desorden fisiológico de algún tipo. Pero, una vez más, ese desorden biológico, esa “enfermedad” no es exactamente aquello hacia lo que su temor se dirige, el personaje cree identificar el objeto de su temor; “la desgracia que se acerca, o la muerte que se avecina”. Pronto notaremos, a su vez, que ni la desgracia ni la muerte son entes, y por tanto no pueden volverse el ante qué del temor. El personaje está buscando a un otro, pero un otro que aún no es inferido desde nada del mundo, un otro que todavía no es responsable de ningún efecto. Un otro postulado por el mismo estado de tensión. Pero el esquema se complica aún más en este pasaje:

Apresuré el paso, inquieto de hallarme sólo en aquel bosque, atemorizado sin razón, estúpidamente por la profunda soledad. De repente me pareció que me seguían, que me pisaban los talones, muy cerca, hasta tocarme.

Me volví bruscamente. Estaba solo. No vi a mis espaldas sino la recta y ancha avenida, vacía, alta, temiblemente vacía; y por el otro lado también se extendía hasta perderse de vista, toda igual, pavorosa.17

“Atemorizado sin razón” significa atemorizado sin ente y sin zona, pero dispuesto para la determinación repentina de ambos. De hecho, aquella indeterminación posibilitadora del ente temible es rápidamente completada y confirmada, ya que el personaje nos habla de alguien que lo seguía, y desde sus espaldas, en la cercanía. ¿Qué diremos al respecto?, ¿que antes de la definición de una zona y un ente (a saber, el “alguien”, y el “a mis espaldas”) no se sentía en verdad miedo?, sostener ese argumento sería injusto para con lo expresado en el texto. Efectivamente, el personaje sentía miedo, pero no sabía de qué ni desde dónde. ¿Cómo interpretaré esta importante evidencia literaria?: Creo que estamos en condiciones de afirmar que existen, en oposición a los principios del esquema Heideggeriano, formas de temor en las cuales tanto los entes como las zonas de aproximación son indefinidas, y no comparecen en ninguna mirada circunspectiva. Hay casos en los que el temor no puede decir a qué le teme; en estos tipos, el miedo no postula ningún otro -lo cual lo diferencia de la clase tratada en el punto 5-. Se trata de un temor realmente ajeno a toda determinación. De lo dicho se desprende una descripción del miedo que se asemeja peligrosamente al fenómeno de la Angustia, ¿cómo evitar esta aparente confusión?

La disposición afectiva está siempre dispuesta para descubrir entes en la circunspección, aunque éstos no se encuentren de momento ante nosotros. La disposición afectiva es la condición de posibilidad para el acercamiento de entes, de modo que, en ausencia de ellos, la misma no perderá su estructura constitutiva; siempre quedará referida a un ente, siempre tendrá un correlato que puede ser caracterizado como determinado (un ente intramundano amenazante), indeterminado (un invisible otro intramundano) o ausente (como los casos tratados hace un momento) , pero sin nunca perder sus propiedades de ante qué; el ante qué oculto o ausente sigue siendo un ante qué. La disposición afectiva trabaja con entes, permite entes, y solicita entes. Siempre podremos contar con que, si compareciesen, los ausentes entes temibles -propios de este tipo de miedo- podrían ser identificados. La disposición afectiva siempre quedará dirigida, por su propia constitución esencial, a un ente, comparezca éste, o no. Algo diferente ocurre con la angustia que queda definida por la completa ausencia de objeto, dicho de otro modo, la angustia se angustia ante el propio estar en el mundo, y de este modo abre al Dasein en su más propio poder ser. La angustia no se dirige hacia un ente intramundano en particular, sino hacia la posibilidad misma de todo ente. El ante qué del tipo de miedo por mí descrito es ausente, pero determinable, aunque no haya ente, el miedo seguirá dirigido hacia él. El ante qué de la angustia, es, por su propia estructura, indeterminado, pero jamás determinable. Tiene sentido buscar objetos para el miedo- aunque no los descubramos-; no así para la angustia. No debe perderse de vista que el miedo se funda en la angustia; es decir, constituye en definitiva, una angustia caída en el mundo.

8. Miedo a la locura, y sus consecuencias

Analicemos para finalizar un último modo del miedo, también descubierto en las páginas de El Horla. Esta nueva manifestación presenta rasgos tan únicos que debería volverse objeto de una investigación independiente, puesto que en muchos puntos parece coincidir con las características de la angustia. Sírvannos los siguientes párrafos tan sólo para dejar enunciada la posibilidad de esta nueva clase de terror. Atendamos a estos dos pasajes simultáneamente:

Me pregunto si estaré loco. Al pasearme hace un rato, a pleno sol, por la orilla del río me han entrado dudas sobre mi razón, y no dudas vagas como las que tenía hasta ahora, sino dudas concretas, absolutas.18

…Entonces, yo era sonámbulo, vivía sin saberlo esa doble vida misteriosa que hace dudar si hay dos seres en nosotros, o si un ser extraño, incognoscible e invisible anima, a veces, cuando nuestra alma está embotada, nuestro cuerpo cautivo que obedece a ese otro como a nosotros mismos, más que a nosotros mismos19

No nos resulta patente a primera vista; pero lo que estos fragmentos esconden es, en última instancia, la referencia al temor a la locura. Se trata del temor ante el fin de las posibilidades, la suspensión del existir, el concluirse del ser en el mundo. La misma estructura del Dasein se ve amenazada por este tipo de temor. Al ente al que “en su ser le va su propio ser”, le es de pronto arrebatado el ser. El Dasein como arrojado, como ente que “es y tiene que ser” repentinamente queda sustraído a su capacidad de desplegarse. La locura es el fin de las posibilidades, y, sin embargo, no es la muerte.

¿Pero qué tal si mi propuesta está equivocada?, ¿que tal si en la locura, la apertura misma como constitutivo del Dasein no queda interrumpida, sino redirigida a una suerte de mundo extra-social o privado?. ¿Podría pensarse que los entes siguen siendo interpretados e incluidos en proyectos, pero que tales proyectos son ahora los planes propios de la demencia?. ¿Qué diremos del cuidado? todo parecería indicar que en un estado como el descrito no se suspende el anticiparse a sí, pero seguramente presente mutaciones en su estructura que lo volverían irreconocible para el Dasein cuerdo. Escuchemos para finalizar con esta investigación este último fragmento:

Ya no tengo la menor fuerza, el menor valor, el menor dominio de mí, ni siquiera la menor capacidad de poner en marcha mi voluntad; ya no puedo querer, alguien quiere por mí; y yo obedezco20.

¿Acaso no es este párrafo la definición más perfecta de lo que la locura tiene de terrorífico?¿Dónde se encuentra en este caso el ente que todo miedo debería poder definir circunspectivamente? El no poder dominarse puede considerarse equivalente al no existir más, por tanto, se hacen manifiestas las complicadas y múltiples relaciones entre la temática recién descubierta y la concepción de la muerte y de la angustia. Todo ello evidencia que la cuestión del miedo es todo menos una problemática sencilla, sino más bien repleta de matices y ampliamente ramificada en cuestiones anexas.

9. Conclusión

Para finalizar, enumeremos los tipos de temor que quedaron definidos por esta investigación:

En primer lugar, señalamos el miedo en sentido Heideggeriano, con un ante qué y zona de aproximación definibles, ilustrado en el Horla estrangulando al personaje en un sueño.

En segundo lugar, pudimos identificar un tipo de miedo indeterminado, con un ante qué indefinido entendido como un otro, inferido de irregularidades en el mundo; con una zona de aproximación clara. Esta clase quedó ejemplificada en la página del libro que se voltea sola, o la rosa que es cortada de tallo.

A continuación descubrimos una tercera modalidad del miedo, aquella que posee un ente y una zona, ambas indefinidas. Sin embargo, esta forma del temor continúa postulando al otro desorganizador. Es el caso de la búsqueda frenética del Horla bajo la cama o en el armario.

En cuarto lugar, señalamos la posibilidad de un tipo de miedo carente de otro, y de zona, o más propiamente, con una zona coincidente con el mundo, tal como pudo verse en el “atemorizado sin razón”, o la sensación de “peligro inminente”. Esta particular vivencia podría interpretarse como un modo de la disposición afectiva carente de correlato noético, un temple anímico abiertamente dispuesto para su determinación repentina. Se trata de la pura espera de un objeto terrible, un tipo de temor que funciona sin entes y que manifiesta a la disposición afectiva en todo su carácter de existenciario.

Finalmente hemos dejado enunciadas las bases para una futura investigación acerca de las específicas incorporaciones que el fenómeno del temor a la locura trae a la estructura general del miedo.

Lo que esta investigación ha logrado es demostrar la vasta gama de cuestiones que se derivan del tratamiento del miedo, y el hecho de que semejante temática está muy lejos de agotarse. Mi estudio ha puesto en evidencia que las propiedades del miedo deben ser objeto de un análisis más minucioso, comenzando por el ante qué, y centrándonos particularmente en los conceptos de ente temible y zona desde donde éste ente se aproxima. Han sido dados numerosos ejemplos que destacan la contextura provisional del tratamiento hermenéutico del miedo; aún más si tenemos en mente que los ejemplos invocados proceden de una única obra literaria. Aún podemos dirigirnos a una casi inagotable variedad de escenarios desde donde podrían extraerse confirmaciones de los ejemplos propuestos, o formas pasadas por alto.

Bibliografía:


Towards a hermeneutics of fear


Luciano Mascaró

*- Miembro del Proyecto UBACYT P 062: “Esquemas de familiaridad, hábito e individuación. La perspectiva fenomenológica en la Psico(pato)logía” Facultad de Psicología, UBA, Expediente 1777/07, Resol. C.S. Nº 573/8 - Comisión Asesora de Humanidades –Anexo 1. Desde el 1 de mayo de 2008-30 de abril de 2011 Directora Prof. Consulta Dra. María Lucrecia Rovaletti

- Miembro del Proyecto UBACYT S433 “Hermenéutica de textos para la enseñanza de la filosofía y la investigación en ciencias humanas y sociales”. Facultad de Ciencias Sociales, UBA, para el período 2008-2010; Director: Dra. María José Rossi. Codirector: Adrián Bertorello.

Fecha de recepción: 1 de junio de 2009


Fecha de aceptación: 2 de agosto de 2009


1 Incluso el tedio, como indeterminación anímica, es un modo de estar anímicamente templado. En esta disposición afectiva, el mundo se presenta manifiestamente como carga para el Dasein.
2 Lo que se acerca indefectiblemente, pero desde la lejanía, no es amenazante.
3 Martin Heidegger, Ser y Tiempo, §30, p.165
4 Ibid., §30, p.166
5 y en último lugar en la fugaz exposición Heideggeriana
6 Como puede suponerse, la lista podría expandirse mucho más largamente.
7 Que permanece en el anonimato, como suele ocurrir en las obras de Maupassant
8 Guy de Maupassant, El Horla y otros cuentos fantásticos,p.125
9Ibid., p138
10 Ibid., p143
11 Parafraseando a la concepción de Tomás de Aquino sobre el lugar de los ángeles
12 Por supuesto, semejante producción imaginaria es más fácil y directa cuando los hechos se revisten del carácter de lo increíble o milagroso.
13 Guy de Maupassant, El Horla y otros cuentos fantásticos, p. 131
14 Ibid., p.143
15 Ibid., p125
16 Ibid., p.125
17 Ibid., p.126, el subrayado es nuestro
18 Op.cit. p.139
19 Op.cit. p.130
20 Op.cit p.141
Revista Observaciones Filosóficas - Nº 9 / 2009


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