Observaciones Filosóficas - Apuntes para una desublimación del deseo en el Discurso Capitalista: de lo semiótico a lo socio-político
Hablar de la recíproca implicación del deseo y lo social supone en último término reconocer, siguiendo el planteamiento abierto ya desde los Antiguos, el efecto que los afectos imponen en la esfera de los asuntos humanos. La regulación política de los efectos desprendidos este mutuo pertenecerse (afectarse) del deseo y lo social, y que lleva de suyo la toma en consideración, por parte del filósofo político, de los placeres y los dolores que según Aristóteles delimitan a la virtud y a la política ( y con ellas a las acciones y a las pasiones), no viene sino a subrayar la íntima y aporética relación de toda subjetividad particular con la configuración de todo espacio de subjetividad pública. Así, si bien Platón señalaba la dependencia directa de las patologías del alma con las patologías de la ciudad (lo que le llevó a definir el saber político como therapheia de las enfermedades del alma –psyqué), Aristóteles, en su Ética a Nicómaco, apuntaba al mismo deseo, junto con el entendimiento y la sensación, como una de las “cosas del alma” rectoras de la acción y la verdad en el hombre. Teniendo entonces la política como fin la acción, y estando ésta determinada por el deseo que mueve la elección, se comprende la insistencia histórica del poder y de sus soportes discursivos institucionales por coordenar y coordinar la manera de desear de los hombres y por tematizar sus objetos de deseo, pues si bien éstos varían según las significaciones sociales dominantes en cada época (el universo de sentido- de representaciones imperante y contingente que define a cada sociedad en un momento dado de su historia), el propio flujo deseante y su carácter productivo (productivo no sólo en relación a sí mismo, sino también en tanto palanca del sistema económico de producción) se mantiene como elemento invariante de su relación dialéctica y ontológica con el campo de lo social.
Asimismo, el rasgo vincular de índole discursiva que comparten tanto el deseo como lo social, y con ello, su intrínseca referencia a un Otro que fije de manera provisoria sus respectivos contenidos, conduce a una necesaria reflexión sobre los modos de articulación política que vuelven susceptibles de tematización tales contenidos y sobre las determinaciones inconscientes que contribuyen a la hegemonización de ciertas representaciones que marcarán de forma significativa la estructuración de la subjetividad de la época. A tal efecto, consideramos que las teorizaciones llevadas a cabo por los tres autores propuestos resultan, en su combinación, del todo ajustadas para desentrañar la lógica interna que el discurso capitalista en su amalgama con la técnica impone sobre la configuración del deseo y del lazo social y sobre la estrecha relación que los une.
Pero antes de entrar en la descripción de los planteamientos de estos autores, quisiéramos subrayar la (por otra parte tan recordada) deuda común que el pensamiento de lo político y de lo social (desde el siglo XX y en sus distintas disciplinas) mantiene con el descubrimiento del inconsciente freudiano, una aportación que más allá de las importantes modificaciones que ha introducido en el campo de lo clínico, ha cambiado de modo radical el modo de entender la mutua pregnancia entre lo individual y lo colectivo al subrayar el componente que “insabido” en el sujeto viene a determinar su propia sociabilidad y la manera en que esta sociabilidad se organiza políticamente. Así, la división propia del sujeto señalada por Freud y reformulada por Lacan al señalar su dependencia del significante, hace que toda propuesta de análisis (con pretensiones coherentes) concerniente a la objetividad-realidad social pase por contemplar el componente inconsciente que anima su funcionamiento.
Así, y a partir de este presupuesto, un estudio sobre la articulación de lo social y el deseo en el marco del capitalismo avanzado supone, en una primera aproximación, la toma en consideración de los significantes dominantes propios de su discurso que apuntalan el significado epocal del campo subjetivo tanto en su registro individual como es su registro colectivo. En otras palabras, la delimitación del significante amo propio del discurso capitalista y de su función de acolchamiento (y significación) de los distintos significantes flotantes que configuran la red simbólica del universo social (point-de capiton lacaniano), permitirá desentrañar la lógica económica particular (y esto de económica deberá ser explicado) que da forma al deseo y al lazo social y a sus respectivos soportes inconscientes. Por esto, si los contenidos sociopolíticos del inconsciente determinan los objetos de deseo1, tal y como señaló Deleuze, se tratará entonces de mostrar cómo el Otro del capitalismo fija los parámetros de esos contenidos y cómo en su amalgama con lo técnico esos parámetros han sido vaciados de toda carga política (con los consiguientes efectos sobre el deseo). En efecto, si lo político se ha visto escurrido por lo económico-técnico, y lo político es entendido como el “espacio entre” de los hombres, esto es, como aquello que posibilita la habitabilidad de la vida-en-común (y que por lo tanto reconoce la diferencia), su desaparición (o lo que viene a ser lo mismo: su reducción a mera práctica burocrática) alentada por el Mercado, ha impulsado una nueva configuración del vínculo social en donde el único elemento vinculante (y con él, el único espacio de comunidad) pasa a ser ocupado por el objeto-mercancía que hace del consumo el exclusivo trazo operativo de identificación colectiva. El origen de esta declinación de lo político ha sido situado por varios autores en el auge de lo social y en la cota de irrepresentabilidad alcanzado por éste, es decir, con el advenimiento de la sociedad de masas y lo que se ha venido a llamar (Baudrillard) el devenir público del pueblo. La desafección del sentido propio de las “mayorías silenciosas” (y el consiguiente triunfo, tan bien descrito por Guy Debord, de la apariencia socialmente organizada que da forma a la sociedad espectacular), unido al aumento de las condiciones de vida orquestado por el Estado de bienestar y por su lógica (fantasmática) del consumo, deben así ser ubicados como puntos alrededor del cual la axiomática capitalista despliega su poder conjugando en un mismo movimiento la promesa de un goce sin dialéctica y la reabsorción de toda imposibilidad o resto que amenace a la lógica del todo que la sostiene. Las consecuencias normalizadoras sobre el deseo y el vínculo social son inminentes: el primero pasa a ser colonizado mediante la oferta reiterada de objetos técnicos-mercancía que, asegurando una satisfacción provisoria y homogeneizante, absorben el plus de goce propio de los cuerpos y lo reintegran a los flujos productivos de la máquina capitalista. El lazo social se fragmenta en espacios de simulacro segmentados donde las identidades de mercado vienen a suturar la quiebra de la toda identidad política2 y donde toda posibilidad de discurso desalienante es excluida (o más bien tragada) por el uni-verso de significación dominante.
A partir de este panorama es desde donde consideramos adecuado el retomar de manera conjunta (otorgándoles toda su actualidad) una serie de planteamientos clave de Marcuse, Lacan y Deleuze-Guattari, los cuales, en una suerte de interferir dialogante mutuo, pueden ayudarnos a despejar cómo el capitalismo subvierte toda carga deseante singular de los sujetos y cómo, desde sus organizaciones de poder, se imponen representaciones fijas que intentan enmascarar lo que en último término caracteriza a todo régimen social (su antagonismo o dislocación ontológica). Estos planteamientos serán los siguientes:
La desublimación represiva e institucional de Marcuse
La determinación de las composiciones maquínico-semióticas (de descodificación y desterritorialización) de las formaciones de poder capitalistas, a partir de los análisis de Deleuze-Guattari.
La inexistencia de una disposición colectiva de la enunciación descrita por Lacan (lo que Leclaire ha definido como la potencialidad de fisión del significante), y que viene a ilustrarse en la fractura estructural propia del Otro social (del Otro como lugar del significante) que intenta ser suturada por el discurso totalizador del capitalismo.
Pasaremos a desarrollar uno a uno estos planteamientos para terminar con un intento de diálogo a tres entre ellos que permita, como se ha apuntado, mostrar la manera en que la tematización del deseo llevada a cabo por la máquina capitalista culmina en una adaptación-reglamentación social de los placeres que desvela,en última instancia, la existencia de una sola economía que conjuga en su lógica interna un flujo/vertiente libidinal con un flujo/vertiente político.
Si bien Marcuse anticipa en su texto Eros y Civilización el viraje de una sublimación represiva a una desublimación institucionalizada en el contexto de la sociedad industrial avanzada, es en el libro de 1964 El hombre unidimensional, donde desmigaja las consecuencias que la realidad tecnológico-económica de las sociedades occidentales impone sobre la vida política e instintiva de los hombres. En una de las más feroces críticas vertidas contra la cultura del “american way of life”, el filósofo alemán reconoce la efectividad y la afectividad con la que el aparato productivo capitalista instala, de manera encubierta y por la vía de la satisfacción, la represión y la falta de libertad en los individuos. Así,
el organismo es precondicionado por la aceptación espontánea de lo que se le ofrece. En tanto que la mayor libertad envuelve una contracción antes que una extensión y un desarrollo de las necesidades instintivas, trabajo por antes que contra el statu quo de represión general; se podría hablar de «desublimación institucionalizada»3.
La totalitarización de la sociedad sobre la base del sistema tecnológico-económico, es producida así bajo nuevas formas de control que sustituyen las antiguas exigencias represivas impuestas sobre los cuerpos (tanto en su tiempo de trabajo como en su tiempo de ocio) por una exigencia de goce4 regulado y reificado en el fetichismo total de la mercancía. La necesidad de sublimación así como la tensión entre aquello que se desea y aquello que se permite5, se ven de este modo reducidas ante el aumento de la mejoras de las condiciones de vida y ante la falsa conquista de un principio de placer cuyas exigencias ya no serían en nada irreconciliables con los parámetros de la sociedad establecida (placer adaptado). Con ello, la imposición, por parte de la máquina económico-social, de un goce monosémico y homogeneizante así como la implosión de una red inabarcable de objetos y productos de consumo que adoctrinan y manipulan el deseo de los sujetos (que lo “tematizan”, que dirían DG), hacen que, según nuestro autor, la desublimación represiva e institucionalizada exponga a la subjetividad a nuevas cotas de sujeción (que configurarían “yoes” automáticos, no reflexivos) y elimine de las conciencias la sensación de alienación, y con ella, toda aspiración de liberación6. Marcuse hablará así de la conquista tecnológica y política de los factores trascendentes de la vida humana, a saber, de la movilización y administración de la esfera instintiva inconsciente (tanto el instinto sexual como el insitnto de muerte y sus formas de agresividad) y de su carga libidinal y de su inmediata consecuencia en la configuración de un sistema de cohesión social donde el goce “socialmente permisible y deseable” y la absorción por parte del aparato productivo de la libido social liberada, asegurará la reproducción de todo el sistema y la reducción de toda oposición bajo el signo de la unidimensionalidad y de la universalidad racional.
Resulta difícil a partir de este planteamiento no pensar en la formulación que Deleuze y Guattari elaboran a propósito de la manera en la que el modo de producción capitalista (como máquina de conjugación de flujos desterritorializados) “engancha” o “sujeta” libidinalmente a las personas y colectividades. De por sí, para estos autores, toda sublimación impuesta por la máquina social supondría la codificación de los flujos deseantes, esto es, una tematización del deseo por medio de la cual los sujetos asumirían representaciones fijas obstruyendo con ello toda posibilidad de punto de fuga. Siendo así este carácter “tematizador” (o normalizador en términos foucaultianos) de toda organización de poder el fundamento mismo de su ejercicio, la peculiaridad de la máquina social capitalista residiría en su capacidad para, a partir de sus máquinas semióticas descodificadoras y de desterritorialización (que sitúan al capital como punto de convergencia de todos los flujos), imponer tanto a escala molar como molecular (y esto pensamos que es lo esencial) procesos de represión que captarían el deseo poniéndolo al servicio de la economía de mercado7. Así, la deslocalización y desterritorialización de todas las formas de producción llevada a cabo por la axiomática capitalista, así como su definición de un campo de inmanencia insaturable, pondría en marcha y a pequeña escala8 (familia, escuela, pareja, etc.) mecanismos de integración de flujos de deseo que terminarían por triturar toda singularidad deseante en pos de un goce estandarizado y adaptado (represivo) que sería vaciado de cualquier posibilidad subversiva. Tales mecanismos quedarían representados por la oferta reiterada (acorde con un régimen metonímico de producción) de objetos (que encarnan mundos-simulacros)9 cuya función de significación del deseo y de los cuerpos vendría a taponar toda forma emergente de insatisfacción que “hablase” de la imposibilidad real (en sentido lacaniano) de homogeneizar el goce. Y es a su vez esta imposibilidad la que nos da entrada al planteamiento de Lacan propuesto y que nos conducirá a la pregunta por significante y por la especial lógica económica propia del Otro social en el capitalismo.
Como se sabe, Lacan sitúa al significante como unidad funcional situada en el campo del Otro en torno a la cual se organiza la subjetividad. Resulta esencial subrayar que su función de significación, esto es, de creación de sentido mediante una lógica articulatoria de la cadena de significantes (lo que Leclaire ha denominado su función de fijación), ha de ser contemplada junto con su “potencia” o función de “fisión” por la que se abre la vía del fuera de sentido (la inadecuación de la palabra a la cosa, de la demanda al deseo) y en consecuencia, de la barra10 que escinde de manera estructural la posibilidad de cualquier sentido (totalidad) cerrado tanto en el sujeto (en lo que atañe a su identidad), como en el campo del Otro socio-político (en lo que se refiere a la inadecuación de la objetividad social a un todo armonioso y clausurado). Así, la lógica del significante como lógica de la dislocación real (como lógica del sujeto del inconsciente), impone dos inmediatas consecuencias: en primer lugar, y en tanto el sujeto de la enunciación es siempre (para Lacan) el sujeto del inconsciente, no podría hablarse (por imposibilidad estructural) de una disposición colectiva de la enunciación que respondiese a un sujeto colectivo o social del inconsciente. En segundo lugar, y como consecuencia de lo anterior y de esa dislocación que introduce la dimensión de lo real no simbolizable, no cabe tampoco pensar en una enunciación colectiva que pudiese otorgar a la realidad social un decir colectivo fundador de una significación fija y sin resto (clausurada), pues tal pretensión (alimentada no obstante por todo discurso de lo social) supondría la negación misma del rasgo político esencial de todo hecho social humano. Como ha señalado Leclaire11, no hay otro colectivo que la disposición de las resistencias a las potencialidades de fisión del significante, o dicho de otra manera, a la lógica del inconsciente mismo, y no hay un sistema que mejor encarne esta lógica de la resistencia que el sistema capitalista. Tal y como matizó Lacan a propósito de su descripción de lo que podría ser un “quinto discurso” (sumado a la teoría de los 4 discursos), el Discurso Capitalista en su amalgama con la técnica, quedaría adherido a la lógica universalizante propia del UNO:TODO en la que, bajo su axiomática totalizadora, tendería a subsumir todo rasgo de imposibilidad (toda lógica de castración) y todo índice de división subjetiva. Así, cada aspecto anómico de la vida colectiva e individual, cada plus- de goce (función de renuncia al goce) liberado por el efecto del propio discurso capitalista, quedaría articulado mediante la “sutura” que los objetos técnicos ofrecidos desde el mercado (sede del Otro) vendrían a realizar en su tarea de “llenado” del deseo y en su promesa de plenitud y goce sin dialéctica. De esta manera, el Gran Otro del deseo, esto es, el Capital elevado a rango de significante amo, junto con todo al aparato ideológico publicitario, pasaría a favorecer en el sujeto una voluntad ilimitada de goce técnicamente organizado (y esto se acopla al planteamiento marcusiano del que hemos hablado) que le permitiría, y esta es su peculiaridad y su rasgo más terrible, someter a los sujetos por la vía inconsciente del plus-de goce y mantener un lazo social que encontraría su único sostén en la reglamantación socialmente compartida del deseo. En una reformulación lacaniana del carácter biopolítico del poder, diríamos, siguiendo a Jorge Alemán12, que si el poder devenido biopolítico toma para sí como asunto esencial la “vida biológica”, esto es, la vida de los cuerpos parlantes, sexuados y mortales, no es otra cosa que la vida del plus-de gozar y de su sede principal en los cuerpos lo que es elevado a asunto de primer orden en la agenda del poder propia del sistema capitalista. Es en base a esto por lo que la lógica económica del Discurso Capitalista funcionando como lógica de economía del goce, se sirve de contabilizar a este último en términos de mercancías y de significar, a través de sus objetos, el goce (por otro lado inhomogeneizabe, como matizó Lacan) y el decir del los cuerpos anulando toda posibilidad de singularidad y de contra-decir deseante.
Se observa de este modo lo que los tres autores convocados han coincidido en señalar, y que no es otra cosa que la existencia de una sóla y única economía que, como resorte de toda subjetividad, tiende a conjugar su vertiente política con su vertiente libidinal, lo que daría cuenta a su vez, de la permeabilidad del deseo a la institución y a los significantes amo que tienden a modelar la forma y el contenido mismo del deseo imponiendo representaciones fijas sobre la manera de gozar de los cuerpos. Ello se complementaría con su acuerdo a la hora de situar la determinación del goce y de la subjetividad por parte del aparato productivo tecnológico, así como su coincidencia en desvelar el carácter ficticio-adoctrinante que portan sobre sí los objetos de consumo.
Con todo ello y para concluir, pensamos que los tres planteamientos descritos contribuyen de manera esencial a la comprensión de esta lógica de poder13 (de unidad de deseo y estructura económica) que funciona como soporte y garante de la máquina social capitalista. Así, el conocimiento de las piezas de engranaje de su maquinaria, desveladas mediante la puesta en evidencia de la imposición de una desublimación represiva (con el reemplazo de la prohibición -propia de los regimenes anteriores- por la exigencia actual del goce como forma del control social), del componente maquínico semiótico de descodificación y desterritorialización que moleculariza los procesos de represión y tematización del deseo, y de la lógica propia del discurso capitalista de universalización y negación de todo resto procedente de lo real insimbolizable (desprendido del fuera de sentido propio de la fisura que impone el significante); el desvelamiento de este mecanismo, decíamos, (y de los significantes a los que inconscientemente nos vemos sujetados por la vía del goce y que no hacen sino resaltar la posición esencial del deseo como fuerza estructuradora de la realidad), hacen que, hoy más que nunca y ante el debilitamiento actual del sistema, se imponga la necesidad de una nueva izquierda que, lejos de discutir nuevas maneras de habitar el capitalismo, ofrezca alternativas reales que aboguen por una nueva configuración ética del espacio público (por fuera del atractivo estético que impone la lógica del mercado) que favorezca la singularidad y la fuerza productiva de todo cuerpo-decir-deseante. Lo que supondría, en términos spinozianos, favorecer el paso de los afectos pasivos e impostados que mueven el deseo, a su estado activo donde el propio sujeto (reconociendo no obstante su dependencia ontológica del otro), donde el propio CUERPO del sujeto, se haga causa de sus propias afecciones. Porque como dijo el filósofo holandés: nadie sabe lo que puede un cuerpo.
Bibliografía consultada:
Alemán, Jorge: Para una izquierda lacaniana… ;Buenos Aires, Grama ediciones, 2009
Assoun P.L., Zafiropoulos, M. y otros: Aspectos del malestar en la cultura, Coloquio del CNRS; Manantial, Buenos Aires, 1987
Deleuze, Gilles: La isla desierta y otros textos : textos y entrevistas, Valencia, Pre-Textos, 2005
Deleuze y Guattari: El Antiedipo. Capitalismo y esquizofrenia, Paidós, Barcelona, 1985
Guattari, Félix: Cartografías del deseo, La Marca, Buenos Aires, 1995
Lacan, Jacques: Les quatre concepts fondamentaux de la psychanalyse, Éditions du Seuil, Paris, 1973
Marcuse, Herbert: El hombre unidimensional; Barcelona,1993, Planeta de Agostini
Marinas, Miguel: La ciudad y la esfinge. Contexto ético del psicoanálisis; Madrid, ed. Síntesis, 2004
Stavrakakis, Y.: Lacan y lo político; Prometeo, Buenos Aires, 2007
Laura
Suárez González de Araújo
Licenciada en Ciencias
Políticas y de la Administración en la Universidad Complutense de
Madrid (año 2002-2007) Master Oficial en Estudios Avanzados en
Filosofía en la Universidad Complutense de Madrid. Especialidad
metafísica y mundo contemporáneo. ( 2007-2008). Actualmente
doctoranda
en regimen de cotutela en la Universidad Complutense de Madrid y
Paris VII- Diderot
Fecha
de Recepción: 15 de diciembre 2009
Fecha de Aceptación: 20 de enero 2010