Este trabajo propone, desde lo filosófico, analizar y describir la situación marginal en la que sobrevive inmersa gran parte de la humanidad y a la que el resto la conoce ya sea por experiencia propia, por textos o por los medios, pero y por lo cual, nadie puede hacer confesión de ignorancia.
Límite es tomado aquí en sentido amplio de fronteras, de muro, de barrera como el lugar de la desapropiación de todo derecho, aun del más elemental: la vida. Por lo tanto implica también el “vivir al límite” –ni dentro ni fuera– de lo humano, habitar el mundo de la infrahumanidad que la historia alimenta y desarrolla permanentemente bajo nuevas/viejas formas de la idea moderna de “progreso”. Vivir al límite de las fuerzas tanto físicas como emocionales, que nunca se sostienen al margen de los “motivos” para seguir haciéndolo; de ahí los crudos testimonios de los emigrantes1 que todo lo arriesgan porque no tienen ya nada que perder.
Ahora, no es necesario habitar en una zona de frontera para vivir en el límite2, basta con pisar la periferia de lo urbano para ver y saber del total estado de desamparo, analfabetismo y abandono en el que viven ciertos ciudadanos identificados como “marginales”, “de segunda”, “pandilleros”, “vagabundos”, “sin hogar”, etc. Es un fenómeno de “instalación ilegal” visible también al costado de las rutas de acceso a las grandes ciudades o en villas a las cuales se evita acceder por su peligrosidad: una forma más de ignorar su existencia.3 No obstante, es menester reconocer su evidencia en las zonas de frontera como carne viva de la total anarquía reinante en ellas, aunque sus “guardianes” quieran disimular su ineficacia con un sinfín de controles cargados a su vez de discriminación tanto hacia sus iguales como al demasiado diferente.
Estas actitudes humanas “irrepresentables” frente a la alteridad como amenaza son interpretadas a partir de una civilización, recurrentemente genocida, que no al margen de una religión, una economía, una política y una sociedad las gestó, y que hoy las sigue alimentando en dobles discursos –tanto nacionalistas como integristas– con el fin de salvaguardar los grandes valores de la cultura Occidental, de la que se sienten sus policías; según cálculo de costo-beneficio intervensionistas o contemplativos.
Esto lleva a la recusación de los discursos “políticamente correctos”, dada su ineficacia en la praxis cotidiana para, al menos, paliar la difícil situación existencial a la que se hallan expuestos los que cotidianamente sobreviven en el límite.
El punto de partida de la afirmación del conflicto y no del consenso recorriendo como columna vertebral toda nuestra cultura, denota una relación de discordancia en la que cada parte niega a la otra, que a su vez es negada por ella; así la unidad cae bajo la amenaza de un proceso de desintegración y desequilibrio entre dominante y dominado.4 El ejemplo en boga hoy en día son los pares integración/asimilación, interculturalismo/multiculturalismo, conceptos cargados de ambigüedad que sólo alimentan aún más tal discordancia.
La cultura sedentaria, entendida como la “meta” de toda civilización, una vez alcanzada contiene el germen de su corrupción dado que implica además la decadencia gradual que sufren las sociedades nómadas al “civilizarse” y “domesticarse”.
En rigor, el europeo no entiende otra idea de historia que la ligada al progreso y al servicio de una cultura creciente. Legado de una historia configurada por griegos y romanos, en base a la matriz Estado-Ciudad, civitas y polis a la que se le atribuye el fracaso de todos los intentos por elaborar una historia verdaderamente universal, porque la única legalidad histórica es la legalidad conflictiva y es justamente en este aspecto donde no fracasa.
Las grandes civilizaciones surgen y se desarrollan como “respuesta” a determinados “desafíos” que provienen, primero del ambiente físico y luego del ambiente humano, pero que están sujetas a “colapsos” paralizantes como el menoscabo de la creatividad de minorías que se convierten en dominantes e idólatras de instituciones caducas. Dicho colapso no es sino el paso previo a la decadencia y la desintegración, un proceso que acaba con la irrupción, según el prejuicio, de "pueblos menos civilizados": la apertura a la inmigración.
De estos invasores, las más de las veces, lo que se espera es que absorban y asimilen la cultura de los invadidos para que contribuyan a sacudir y vivificar las estructuras solidificadas. Pero, estos pueblos “bárbaros”, más vigorosos, llegan a sobrevalorar el propio impulso creador, por lo que dejan de percibir o poco les importa lo ya existente, a lo que incluso llegan a retar con actitudes desafiantes, bajo el paraguas del “derecho a las diferencias”, a veces transformadas en discrepancias en franca actitud de provocación. Por ello, es conveniente asumir de entrada la hostilidad con la que el recién llegado se puede presentar, dada la situación de impotencia radical a la que se halla expuesto; igualmente que su receptor no hará gala de total disponibilidad, dada la sospecha que puede tener sobre sus intenciones. No obstante, el rechazo a la “adaptación” ya no es sólo la conducta virulenta de colectivos aislados –Ej: algunos gitanos, población desde antaño segregada, ignorada y en grave riesgo–, sino que nace de los propios ciudadanos jóvenes hijos de inmigrantes que se resisten “pacíficamente” al olvido de costumbres paternas que consideran sus bastiones identitarios. De este modo se ve cómo los procesos histórico-políticos funcionan en sucesivos equilibrios y desequilibrios de dos de las tendencias culturales básicas: “nomadismo”-“sedentarismo”, actitudes que a los efectos de la organización del Estado deben equilibrarse, pero que también implica que una cultura de carácter sedentario solo puede subsistir mediante la inyección vivificadora de rasgos nómadas. Es decir ninguno de los dos se da en estado puro, son actitudes antagónicas complementarias: se incluyen y se excluyen.
Ahora, si un pueblo sedentario se desplaza se habla de emigración, la cual según el grado de complejidad del motivo, puede ser transitoria o no. En todo caso, al nómada-migrante siempre lo impulsa la incesante necesidad de alcanzar lo otro y su causa es la conciencia de una existencia personal imperfecta que desea superar o la imposibilidad de sobrevivir en tal situación, etc.5 La emigración refleja el carácter del hombre como ser insatisfecho de su propia condición, frente a la cual puede huir de esa realidad inmediata y hostil o enfrentarla tratando de modificarla. Esto en los casos que nos ocupan parece lo menos posible, dado que se trata de una aporía a la que se ven enfrentados en la búsqueda de lo diferente.6
Las murallas8 se identifican acá con los pasos, las fronteras, los límites, los muros, las barreras, etc. y también con el concepto de territorialidad que se da en hombres y en animales de la misma especie. La territorialidad produce una instintiva acción, generalmente violenta para defender el territorio de ajenas intromisiones. Hombres y animales demarcan sus espacios. Los hombres, obedientes al instinto zoológico de la territorialidad con murallas, cercas, hitos, muros y líneas que trazan sobre mapas. Este concepto de territorialidad en lo humano incluye la soberanía y como síndrome está ligado a lo defensivo de muros y murallas que, en el mundo globalizado, introducen severas contradicciones, pues mientras los territorios se abren al comercio, se cierran a la gente. Es decir que, al mismo tiempo que los capitales circulan sin restricciones por todo el planeta en busca de fortuna –incluso el del denominado por Castel “crimen transnacional organizado”–, a las personas que buscan independizarse o mejorar su calidad de vida, ofreciendo sus conocimientos o su mano de obra, no se les da igual libertad de movilización.
Piedra sobre piedra, barrera sobre barrera cultural, estructural, simbólica, representacional, conciente o inconcientemente la muralla crece, aísla y protege, mientras que el nómada construye puentes para hacer menos penoso el pasaje de los obstáculos en su camino o destino. Son múltiples los ejemplos que se pueden citar aquí: “triple frontera” (Argentina-Brasil-Paraguay), Tijuana-San Diego (México–USA), Clorinda-Asunción (Argentina-Paraguay), Franja de Gaza (Israel-Palestina) y antes el muro de Berlín derribado en el ´89, Bosnia, etc. Más el sinnúmero de desplazados o refugiados en campamentos de acogida “cercados” en zonas fronterizas por problemas raciales, políticos, religiosos, culturales, etc.
Puentes y murallas constituyen la cristalización más concreta de los dos impulsos básicos de la cultura y de la oposición conflictiva entre ellos. Volar real o simbólicamente un puente, remite al deseo de dejar atrás, de querer superar u olvidar una vida indigna de represión y sometimiento. Esto puede conllevar el desarraigo, pero es una manera eficaz de levantar una muralla, y toda brecha abierta en una muralla representa un puente tendido con violencia a través de un obstáculo subjetivamente vivido como límite.
La muralla protege, pero es también una permanente incitación a transgredirla para los que quedan fuera de ella, dado que delata el valor, lo codiciable de lo que queda intramuros y además ofrece una visión cultural del “desafío” natural del obstáculo. Nómades-inmigrantes y sedentarios-oriundos se desafían mutuamente y responden con las técnicas derivadas de sus propios impulsos; esto explica el desarrollo de puentes y murallas, en definitiva el desarrollo histórico-cultural de la humanidad. Es la ley de la conflictividad.
El puente y la muralla, más allá de sus funciones específicas son símbolos de los dos rostros opuestos de la cultura, más que construcciones específicas representan matrices culturales que se imponen mediante el poder. El puente simboliza la superación del límite; la muralla, la defensa de lo ya logrado, pero es también un cerco que al aprisionar desarrolla la conciencia de los límites, ante ellos surge la necesidad de expandir dominios, origen de los grandes imperios. El impulso expansivo de éstos es infinito, tienden a la apropiación del todo como lo demuestra la historia con Roma, luego con la fase europea de colonización y desde hace ya un tiempo con USA, mediante un imperio que, aunque se pretenda difuso dada la globalización, “evangeliza” no sólo con el lenguaje sino también proyectándose como “policías del mundo” en salvaguarda de la libertad y la extensión de la democracia. Esto conlleva, estratégicamente, imponer sus intereses porque el imperio se alimenta creciendo, pero la realidad se impone y termina siendo finito al agotar sus fuerzas tras una empresa imposible: levantar murallas que lo rodeen todo. El imperio comienza así a sufrir “infiltraciones”, se “contamina”, se divide y llega incluso a desmoronarse o desintegrarse por implosión, efecto de su corrupción interior.
El imperialismo afronta la complicada dinámica propia de las instituciones-puentes y de las instituciones-murallas que se enfrentan en toda forma de vida política. Las instituciones-puente están en la astucia del migrante, su capacidad de tender puentes secretos cuando la muralla se muestra infranqueable. Esto produce la colonización inversa porque ellos realizan las tareas que la población cualificada rechaza: domésticas, niñeras, recolectores de residuos, etc.; son mano de obra barata la más de las veces indocumentados o ilegales.9 Los que logran un cierto status social y político –documentados o legales– se instalan conformando verdaderos guetos dentro de los cuales se automarginan o reducen al mínimo su relación con la comunidad de acogida.
Las instituciones-murallas provienen de la astucia del asediado/deseado y consiste en refugiarse tras murallas invisibles cuando las visibles han caído. El invadido se “somete” sólo en apariencia, ya que impone sus propias tradiciones y formas culturales al migrante/invasor. Esto da lugar a una lógica binaria “nosotros” y los “otros” haciendo imposible la introducción de la fuerza de la terceridad como interpretante de lo que el signo –la palabra– dice. Por lo que social y filosóficamente hablando, la traducibilidad es el gran acontecimiento que nos queda por inventar, crear, pensar… Caso contrario, el amurallamiento subrepticio reaccionará como tradicionalmente lo ha venido haciendo hasta ahora, generando “nuevas” formas institucionales encargadas de proteger a las “viejas”. Así surgieron no solo la policía y la aduana –control fronterizo que en realidad es “tierra de nadie”, plagada de corrupción, trata de personas, tráfico de órganos, de armas, prostitución, drogas, narcotráfico, etc. –, sino también todos los medios más o menos “legalizados” de “censura” y de “represión”. Porque las instituciones-murallas están, en teoría, destinadas a contener los ataques al “sistema”.
“Sistema Imperialista” hoy desprestigiado por los “indignados” del mundo entero, que desafía con su astuta supervivencia de reinvención en mercados comunes, uniones, pactos de distinta naturaleza, cumbres, etc., con pretendidas intenciones de paz global y protección del ecosistema. Pero, al mismo tiempo capitalista por lo que afianza sus dominios con políticas deshumanizadoras bajo el discurso de las bondades de la globalización económica; delegados y representantes, difícilmente se ponen de acuerdo, salvo en las “expresión de deseos” y en las metas fijadas, “no vinculantes” y siempre a largo plazo.
Los márgenes, los límites, las fronteras y las barreras son excelentes negocios de doble vía, para los que los manejan y tienen el poder, para tener más influencia10 y protección, incluso a niveles gubernamentales regionales e internacionales y para los que los controlan para mejor mantener su posición y beneficios, lo cual alimenta la corrupción transformándola en un círculo vicioso interminable. El dinero proveniente del terrorismo y el tráfico de armas internacional, a los que no son ajenos los Estados, dan habida cuenta de ello.
A esto se pliegan los medios de comunicación, estimando y aquilatando a los narcos, lo cual lleva a emularlos, verlos como verdaderos héroes que, aunque violentos y al margen de la justicia –o por la desconfianza que esta genera– gozan de popularidad, son exitosos y pueden desde financiar la guerrilla colombiana hasta gobiernos. De vez en cuando alguno cae “en desgracia” y es ejecutado, abatido o atrapado para servir de ejemplo como Pablo Escobar Gaviria en Colombia, Arturo Beltrán Leyva o los Arellano Félix en México.
Para la cadena interminable de sometidos-intermediarios es una alternativa de ocupación, un trabajo más por muy deleznable que éste pueda ser y en el que están comprometidas familias enteras, aunque miembros de ella pierdan la vida. La vida no es nada, nada vale sin expectativas, aunque alcanzarlas sea difícil y su permanencia en lo conquistado pueda ser corta. Porque la perversidad del sistema infestado de corrupción en serie, radica justamente en “incitar a trasgredir” el límite, pero al mismo tiempo en reprimir su transgresión, su “cruce”, estimulando, propaganda mediante aquello que, en teoría, se quiere erradicar.
Las zonas de fronteras son grandes negocios ilegales –no figuran en acuerdos, ni se firman tratados– a cubierto por una cadena de corrupción indigna; desde la “sociedad del conocimiento” sabida y denunciada, y también convalidada en todos sus eslabones. Los ejemplos: el tren “La Bestia”, apodado también “el tren de la muerte” o el “devoramigrantes” en el que miles de latinoamericanos se desplazan por el corredor más importante del mundo según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y que va de México a EEUU o el cruce por el río Suchiate entre Guatemala y México –una de las fronteras más porosas del mundo– llamado el “paso del coyote” porque así denominan a los traficantes de personas. Del otro lado del mundo, en Etiopía, Dollo Ado es el segundo complejo de refugiados más grande del mundo de somalíes y sudaneses, al primer puesto lo ocupa Kenia –Dadaab– y se puede seguir sumando…
La protección de refugiados y desplazados, en todos los casos, está supeditada a la “discrecionalidad” de los países receptores; son acuerdos formales no vinculantes.
Si nadie puede hacer confesión de ignorancia, dada la difusión mediática de los fenómenos descritos, tampoco los gobiernos pueden aducir que los mismos “escapan a su control”, porque nada que ellos no quieran se les escapa; esto autoriza a hablar como mínimo de complicidad en la vejación, en alguno de los casos seguida de muerte de los otros, en menor medida de la de nos-otros.
Entre nos-otros, la paz entre los Estados occidentales se sustenta mediante la guerra que es un negocio más, genera grandes beneficios no sólo para las empresas que compiten para la reconstrucción de los devastados, sino también en venta de armas, movilización y empleo de tropas para mantener un supuesto orden, para controlar la distribución de la ayuda humanitaria dada las hambrunas que junto a las pandemias se desatan y que también son negocio para las empresas de alimentación, insumos médicos, tiendas de campaña, indumentaria y una larga cadena de etcéteras que “movilizan” las economías aletargadas.
En rigor, se necesita urgente un discurso “políticamente incorrecto”, inclusivo de todos los actores y sectores de la comunidad internacional que intervienen en este inhumano y permisivo juego, de espaldas a sus verdaderos pacientes: sociedades civiles enteras acorraladas, reducidas a una supervivencia que las distancia, cada vez más, de la existencia. Se entiende por discurso políticamente incorrecto al que conlleva el hacer más allá del decir, del prometer, del tratar en una agenda o, lo que es peor, en una “mesa de negociaciones”. Porque esto es lo que se hace: negociar con la “carne” de las víctimas del genocidio global espectacularmente expuesto al que asistimos. Lo dicho, a pesar del impacto previsto por Peter Druker11 en la manera en que vemos el mundo y a nosotros mismos, gracias a las nuevas y transformadoras tecnologías de la información y la comunicación, que acompañan a la sociedad de la información y a la sociedad del conocimiento. Su visión europea etnocentrista le impidió pensar en los excluidos de “ese” mundo –el de él– que no está al alcance de los otros, aunque desde los discursos políticos y académicos se pregone una “globalización de las oportunidades”.
¿No es este el debate pendiente de parlamentarios, sociedad civil, políticos, economistas, sicólogos sociales y filósofos de todo el mundo? ¿Se sabe qué se quiere y en todo caso si no se está efectuando un camino de ida sin imaginar o prever siquiera si hay retorno? ¿Cuándo será lo que el hombre “es”, su existencia el motivo fuerte del pensamiento y no lo que “tiene”? Cierto, la filosofía no es productiva, ni tampoco sirve como ayer para consolación, pero en una época en que la política no es un arte sino manipulación de poder, en que la economía –ciencia por antonomasia– no puede ser predictiva-proyectiva, quizás amerite más que nunca pensar su “olvido” o su descrédito como ideología muerta, como pretendidamente lo están todas.
¿No llegó el momento de reposicionar el pensamiento en los totalitarismos fundamentalistas –ideologías extremas tanto de derecha como de izquierda– y declosionar el monótono-teísmo artífice y sustento del monoteísmo capitalista, ambos de lógica única en el que estamos inmersos?12 Siguiendo a J-L Nancy tal deconstrucción es la tarea pendiente que la filosofía tiene que asumir con todo el peso que ese pensamiento conlleva.
El hecho de haber partido del reconocimiento del conflicto y del síndrome humano de levantar murallas, no puede impedir la visión desoladora que ofrece nuestro mundo actual en la que se superponen discriminación, marginación y sufrimiento por doquier. Lo expuesto al referir más a un pasado medieval que a un estar en el siglo XXI interpela: ¿Son sostenibles como verdad los grandes valores centrales legados por el humanismo europeo, impuestos universalmente desde la modernidad y ligados a la racionalidad única de historia como “progreso”?
El hoy de estas reflexiones, aunque instaladas y padecientes en los lugares más dispersos y distantes del globo no depende de un reconocimiento “oficial” -que no se ignora- como el de la UNHCR –United Nations High Commissioner for Refugees– sino de decisiones políticas que son las que están en juego, junto a una importante cuota de economía con intereses estratégicos inexistentes en esos puntos, porque dada la improductividad de los afectados, solo suscitan lo peor: indiferencia.
Por consiguiente, hay que inventar un “acontecimiento” tanto en el terreno político como en el terreno poético o filosófico: el de la traducción. No de la traducción en la homogeneidad unívoca, sino en el encuentro plural de intereses que concuerden y se acepten sin que esto conlleve, en la mayor medida posible, una renuncia a la singularidad. En todo momento se trata de una elección difícil, en lo impensado que “hay que pensar”, en lo invisible que ha de hacerse visible en su decibilidad.
Asumir el reto de al fin pensarse lo que hasta acá no se ha podido pensar: una articulación política del mundo para la cual no se dispone de ningún modelo de “federación” –al estilo kantiano–, y que expondría al derecho a la nada de su fundamento. Sería ir hasta el extremo, pensar la “nada” de la soberanía dada una demarcación territorial cada vez más “permeable”, pero ¿cómo hacerlo sin modelo? Se trata de una mundialidad en tanto que proliferación de la “identidad” sin fin y sin modelo y quizás se trata de la “técnica” en tanto que tejne de un nuevo horizonte de identidades inauditas.13
Identidades inauditas, pero siempre al acecho porque podrán ser “huésped14 hostis15”, es la ley de los cuerpos, del partage (partición-participación) constitutivo del cum en el corazón del tacto o del con-tacto con la vida del cual nadie está a salvo. Porque el cuerpo es exposición desnuda y permeable a través de la piel que se toca.
Es tiempo de admitir que vivir en el límite lo hacemos todos por igual, en menor, mayor o diferente medida. De ahí el reto y la oportunidad de crear un nuevo kayros mundializado: un acontecimiento singular-plural en la interdicción de un cum que ya, manifiestamente, no se deja reducir a la idea tradicional de comunidad porque la ha desbordado.
Porque: ¿A qué comunidad pertenecen nuestros semejantes que viven también “al limite” o al margen de ese reducido espacio que nuestro gran corpus humanístico–moderno -que no cesa de sobrevenir en todo texto y en todo discurso- los ha relegado? ¿Cuáles valores protegen las murallas cuando la guía de Occidente es el Oriente? La historia se reitera con nuevos “bárbaros” al acecho –los chinos imitadores y competidores implacables– hace ya tiempo trascendieron las puertas de la vieja Roma.
Para finalizar: si bien es cierto que ya nadie –salvo un dogmatismo a ultranza– ni nada permite aseverar la posición del hombre en el más alto grado en la jerarquía de los seres, dada la violencia ejercida contra todo desde su existencia y en nombre, justamente, de lo que lo posicionó en ese lugar: su razón. También es cierto que atendiendo a las descripciones hechas, tampoco se puede negar que es sólo a través de una “razón ampliada” que se puede pensar lo impensado, dar lugar a lo invisible e indecible, inventar y afrontar el desafío que la hora impone: ocuparse de los que sobreviven en el límite.
Esto amerita reconocer que los logros civilizatorios, enunciados del Ancien Régime, son la “asignatura pendiente” de un Occidente que hoy asiste a su descrédito, aunque inconfeso por soberbia: el hombre no es fraternal –algo ya vislumbrado por Hobbes al hablar del estado de naturaleza como el de lucha de todos contra todos- sino depredador de todo lo que lo rodea, incluso de su propia especie. La “humanidad”, otra creación de Occidente junto a la equiparación irónica de ésta con la Imago Dei, es la que avala el vivir “al límite” de los otros, su habitar la infrahumanidad.
Sentido y sinsentido, razón y sin razón se identifican en la urdimbre ambigua de la vida, porque por extensión “todos vivimos en el límite”, aunque sus moradores sobrevivan también “al límite”.