En los estudios sobre intento de suicidio es posible observar diferentes factores que se toman en cuenta para su comprensión y que el énfasis en uno u otro depende del interés particular de la disciplina que lo aborde, asimismo, es posible que coincidan en algunos puntos temáticos, por ejemplo, se ha destacado la importancia del contexto del acto, es decir, las características propias de la sociedad y cultura donde se presenta la conducta suicida, así como, la relación con malestares colectivos; por igual, se ha puesto énfasis en los factores individuales de quienes cometen este tipo de actos. Sobre este último punto, se han llegado a observar dos tendencias en el intento suicida: una que impulsa al individuo a autodañarse o autodestruirse, y otra que lo impulsa a buscar que otros seres humanos muestren preocupación por él. Esto conduce a pensar que la intención del suicida no es exclusivamente la muerte, sino tomar una posición respecto de la sociedad y el mundo; pero al mismo tiempo, la sociedad y el mundo toman una o varias posiciones respecto del sujeto que atenta contra su propia vida. Ambas posturas son características del intento de suicidio denominado diádico.
El intento de suicidio diádico ha sido entendido como un acto cuya autoagresión va dirigida, inconscientemente o no, a un otro. En este tipo de conducta suicida, la intención del sujeto es lastimar, manipular o impresionar a otra persona. Así, se piensa que el sujeto suicida puede vivenciar anticipadamente las experiencias negativas del otro, a quien se dirige o se “dedica” el acto autoinfligido.1
Para la comprensión de este planteamiento, en tanto fenómeno diádico, es fundamental ubicar y dar espacio al concepto de “otro” u “otredad”. La discusión sobre lo otro no es reciente, de hecho, la encontramos desde los griegos. Para Platón era uno de los cinco géneros del ser, en donde lo otro no era lo opuesto al ser, es decir el no ser, sino que lo otro era interpretado como lo diferente.2 Actualmente, existen argumentaciones en donde se entiende lo otro como parte constitutiva de la subjetividad, pensando la relación del sujeto dentro de una colectividad. Ya Lacan3 marcaba una diferencia entre otro, con minúscula, y Otro, con mayúscula, el primero designa la relación especular; el segundo, señala al otro radical como el polo real de la relación subjetiva; el Otro es el sistema estable del mundo y del objeto, y entre ambos, de la palabra con sus tres etapas, del significante, de la significación y del discurso.4
Ahora bien, el Otro, que como vemos forma parte de la discusión sobre lo otro, puede ser encarnado en personajes o instancias, se configura en la estructura subjetiva y en ello se revela la relación con el orden social, en representaciones de la ley, la cultura, el poder, en suma, es un lugar donde se instalan diversos significantes. Para Lévinas,5 el Otro (autre) se refiere a todo lo otro, el Otro/otro (autri) es el semejante, la otra persona. De esta forma, el concepto de otredad se puede ubicar como: otro en tanto prójimo y Otro en tanto presencia cosificada (por ejemplo, las instituciones), o como representación subjetiva del mundo.
La presencia del otro como parte constitutiva de la subjetividad explica el vínculo del sujeto que intentó suicidarse con el orden social y sus procesos. Esta diadicidad del otro originado en el mundo exterior subordina la voluntad y libertad del sujeto que intenta suicidarse; en donde la responsabilidad reclama la conversión del para-sí en para-otro, lo cual significa anteponer la sociabilidad como vulnerabilidad y no como predominio de las formas del “poder” clausurante y mortificante de la diferencia.6
Foucault7 plantea lo contrario a Lévinas, sostiene que el intento de suicidio es una resistencia realizada a través de un acto de poder que se ejerce sobre el propio cuerpo. De esta forma, se inscribe el ejercicio de la libertad en la resistencia, transformándose en un acto singular del sujeto que resiste como respuesta al ejercicio del poder sobre su cuerpo, sus afectos y afecciones, sobre sus actos y acciones.
El sujeto que intenta suicidarse resiste a los embates del exterior, oponiendo una fuerza contraria y semejante a la que se ejerce sobre él, y es capaz de utilizar esa fuerza deteniendo su paso y transformarla en energía que devuelve8 ahora hacia el exterior,9 en otras palabras, “la autoagresión mortal constituye una reacción a un medio agresivo que se juzga inaceptable y también una agresión contra ese mismo medio”.10 Así, el sujeto que atenta contra su vida no sólo es capaz de afectarse él mismo, sino también de afectar su exterior.
La otredad representa, en el exterior, significaciones religiosas, culturales e históricas que han investido al suicidio de una prohibición radical y total. Con las técnicas del Bio-poder, que surgen en los siglos XVII y mediados del XVIII, en los individuos se escruta sus comportamientos y su cuerpo con el fin de anatomizarlos, es decir, producir cuerpos dóciles y fragmentados, a través de la disciplina como instrumento de control del cuerpo social. Por ello, fue posible una transformación moral ante el suicidio, lo que antes era un pecado pasó a ser considerado un crimen y más tarde se convirtió en una enfermedad mental.11 ,12 ,13
La religión condena el suicido como una forma autónoma de quitarse la vida. En el mandamiento que establece “no matarás”, la condena se interpreta como una prohibición de Dios para no ser abandonado por el hombre. Como crimen, el intento de suicidio fue castigado por el derecho penal inglés hasta 1961. Entre 1946 y 1955 casi 5 mil personas que intentaron suicidarse fueron llevadas a juicio, de esas sólo 350 fueron declaradas culpables. Los castigos iban desde multas hasta el encarcelamiento.14 Al respecto, en Vigilar y Castigar, Foucault15 explica que:
bajo el nombre de crímenes y de delitos, se siguen juzgando efectivamente objetos jurídicos definidos por el Código, pero se juzga a la vez pasiones, instintos, anomalías, achaques, inadaptaciones, efectos de medio o de herencia; se castigan las agresiones, pero a través de ellas las agresividades; las violaciones, pero a la vez, las perversiones [...]. Se dirá: no son ellos los juzgados; si los invocamos, es para explicar los hechos que hay que juzgar, y para determinar hasta qué punto se hallaba implicada en el delito la voluntad del sujeto.
En este sentido, la ley se transformó en razón de la enajenación mental de estos casos, castigando con el encierro manicomial.16 Es decir, la muerte voluntaria pasó de ser percibida como una acción de la cual el sujeto es el único moralmente responsable a un suceso donde pierde esa responsabilidad, debido a una enfermedad mental. Por ello, considerar al suicidio como una enfermedad mental tuvo como finalidad desestigmatizar la conducta de muerte antinatural y voluntaria, como una consecuencia no deseada de la enfermedad, pero no dejó de ser pensada como una manifestación de la locura, por lo tanto, el sujeto suicida se sigue considerado una persona poseedora de una mente desequilibrada, un loco.17, 18, 19
El loco: aquel que es excluido del trabajo, de la familia, del discurso (producción de símbolos) y del juego (fiesta o ritos); el que es marginal, tanto geográfica como jurídicamente; al que no se le atribuye profesión, propiedad o pertenencia.20 Las disciplinas del cuerpo, la anatomopolítica, el loco es el otro visto como radicalmente diferente.
De esta manera, la sociedad construye al otro, como un doble necesario, pero a su vez excluye y recluye la diferencia,21 a través de instituciones creadas para aplicar herramientas anatomopolíticas como la vigilancia, el control, la multiplicación de capacidades, la utilidad, etc. Ejemplo de ello es el hospital psiquiátrico, que se ha constituido como un lugar donde es posible legitimizar la exclusión, el encierro y la radicalidad de ese otro, “que no es igual”, que no es normal, como sería el caso del sujeto que atenta contra su propia vida.
Por todo lo expuesto anteriormente, este manuscrito pretende mostrar la manera en que el Otro-otro se manifiesta como lugar en la estructura subjetiva, que se deposita en la institución psiquiátrica, la cual representa el poder, la dominación, la ley, y es aquello a lo que se le quiere agredir, resistir, desmantelar con el hecho de un intento de suicidio. Para dilucidar estos aspectos, se exponen algunos testimonios de tres adolescentes atendidas en un hospital psiquiátrico por intentos suicidas, en los cuales se señalan y ejemplifican los diferentes significados que le atribuyen a la institución psiquiátrica en tanto que representa un Otro en sus actos autoinfligidos.
Foucault22 mencionó que con la diversas y numerosas técnicas para obtener la sujeción de los cuerpos y el control de las poblaciones se inicia la era de un bio-poder. De esta forma, al ser el cuerpo y los procesos vitales centro de la política se convierten en asuntos de Estado, el cual, genera técnicas de control y disciplinarias,23 y métodos de poder, a través de instituciones que mantienen y aseguran las dos técnicas del bio-poder (anatomopolítica y biopolítica) pero que, a su vez, las utiliza a fin de garantizar relaciones de dominación y efectos de hegemonía; entre estas instituciones se encuentra la medicina.24
Un ejemplo de cómo la biopolítica racionalizó los problemas que planteaba a la práctica gubernamental los fenómenos propios de un conjunto de seres vivos, y de cómo dichos problemas se convirtieron en retos para la economía y la política,25 fue el tema del suicidio. En la vida, el poder establece su fuerza pero la muerte es su límite, el momento justo que ya no puede asir, por esto, el suicidio se vuelve el punto secreto de la existencia. Foucault26 explicitó que el suicidio:
hacía aparecer en las fronteras y los intersticios del poder que se ejerce sobre la vida, el derecho individual y privado de morir. Esa obstinación en morir, tan extraña y sin embargo tan regular, tan constante en sus manifestaciones, por lo mismo tan poco explicable por particularidades o accidentes individuales, fue una de las primeras perplejidades de una sociedad en la cual el poder político acababa de proponerse como tarea la administración de la vida.
Y es que el suicidio despoja del derecho de muerte al soberano, ya que “el último poder del poder es la muerte”,27 por eso es que esta conducta también llega a considerarse un crimen. Posteriormente, el suicidio se pensó como una manifestación de la locura, lo que permitió que el poder tuviera acceso al cuerpo, al ser de las primeras conductas que en el siglo XIX fueron estudiadas por la sociología, específicamente por Emile Durkheim.28
De esta forma, los fenómenos de la vida humana pasan al ámbito del saber y del poder, ejemplificado en el desarrollo de los conocimientos relativos a la vida en general, a su mejoramiento y mantenimiento, con el fin de controlarlos (saber) y modificarlos (poder). Así, “se deberá entonces hablar de ‘biopolítica’ para designar lo que hace entrar a la vida y sus mecanismos en el dominio de los cálculos explícitos y convierte al poder-saber en un agente de transformación de la vida humana”.29
La inserción de la biopolítica, en el saber-poder sobre el tema del suicidio, ocurrió mediante el aparato de poder de la institución médica, denominada para vigilar y castigar en el manicomio, en donde se tenía el derecho de intervenir cuando las “libertades” ponen en peligro la “seguridad del cuerpo”, incluyendo a tipos de humanos peligrosos para la vida,30 como los locos.
Cabe hacer notar que la noción de poder que utiliza Foucault en sus primeros trabajos, como en Historia de la locura I31 y II32 y El Nacimiento de la Clínica,33 hace referencia al poder como una fuerza opresora. Pero la noción de poder en tanto la biopolítica toma un carácter de sustento ofrecido por la política para crear estructuras que permiten a las personas conseguir nuevas libertades y procesos vitales. Con ello, el Estado manipulará el poder sobre la vida, pero ahora el poder será permisivo, no sólo represivo, crea las condiciones para nuevas capacidades34 de verdad y saber; es un poder destinado a producir fuerzas, para hacerlas crecer y ordenarlas, más que para doblegarlas y destruirlas.35
Por lo anterior, no resulta fortuito que la forma tradicional de tratamiento a la enfermedad mental, incluyendo la conducta suicida, sea en ocasiones una interferencia de la libertad de acción de una persona, con el fin de proporcionarle un bienestar o evitarle un malestar, obligándolo a conducirse de determinada manera. Bajo el dominio del saber-poder los individuos se convierten en sujetos, donde se producen sujeciones específicas, por ejemplo, señalando al sujeto qué hacer o qué debe hacer. La sujeción del enfermo mental36 tiene como objetivo hacerlo moralmente aceptable y técnicamente útil.
Por ello, tampoco es casual que en medicina y psiquiatría el paternalismo siga tan vigente y que opere como una técnica disciplinaria y de control que vigila y castiga en la institución psiquiátrica, con el fin de intervenir las “libertades” de los “enfermos mentales”.37 El paternalismo, que empezó representando el poder soberano, ahora justifica la anulación de la autonomía o decisiones de un sujeto mediante actos benéficos. Pero los actos “benéficos”, o calificar a la beneficencia como el acto de considerar los mejores intereses del paciente aunque éstos difieran de los del enfermo, también se sustenta en criterios limitados que restringen la libertad de una persona, sobre todo cuando dichos criterios tienen que ver con prejuicios personales, intolerancia o discriminación.
Entonces, podría plantearse que el poder médico está interesado en obtener beneficios que provienen del tratamiento de los “locos”. Estos “individuos peligrosos” constituyen una amenaza para la salud y supervivencia del resto de la población, así, la beneficencia es para proteger la vida de los otros, no del enfermo mental; de hecho parece que con la muerte del sujeto suicida además se salvaguarda a la población de “individuos peligrosos”.38 Pero “hacer el bien” también se considera un control social que tiene la tarea de proteger, separar y prevenir. De esta manera, el “beneficio médico” no escapa al bio-poder.
En el siglo XVII, los locos son encerrados no para curarlos sino para que se arrepientan de atentar contra la conciencia ética del trabajo y de la familia, pues el loco no es visto como enfermo sino como un hombre sinrazón,39 40 es decir, no sólo se excluye al loco sino también la idea de la locura.
Con la aparición del asilo en el siglo XVIII, la locura fue vista como una consecuencia de los progresos sociales, y ya no como la animalidad propia del ser humano o como resultado de fuerzas inexplicables; así, cualquiera puede estar a merced de ella. Bajo esta idea, el suicidio es considerado como “dominio neutro de la sinrazón”.41 En esta época se pone en práctica la división entre cuerpo y alma, que anteriormente había propuesto Descartes en el siglo XVII, con la afirmación de que el tratamiento físico que se les daba a los internados no era suficiente para su cura.
También en este tiempo aparece la idea de alienación,42 menciona que “La noción de alienación lleva implícita esa idea de pérdida de sí mismo, de ser otro del que se es, es decir, que el loco se convierte en el Otro, comienza a desarrollarse la idea de la otredad radical del loco”.
Con el encierro en los manicomios, la locura ahora será entendida como insanidad o alienación, y posteriormente aquellos individuos serán llamados enfermos mentales. De esta forma la locura será apropiada por la medicina. La locura pasa de ser moralizada en la edad clásica a ser la locura patologizada de la época positivista.
Definir al suicida como un enfermo (“loco”) allanó el terreno para prevenir y tratar el suicidio como si fuera una enfermedad y alumbró el nacimiento de la psiquiatría moderna; los pecados, dice Szasz, pasan a ser enfermedades, y los comportamientos reprobables serán conductas de enfermos mentales. “Sólo las malas personas o acciones merecen ‘castigo’. Los enfermos y las enfermedades merecen ‘tratamiento”.43
Por otro lado, con Tuke y Pinel, dos personajes quienes trataron de “humanizar” el tratamiento de la locura, aparece la figura del médico: al contratar médicos para sus hospicios, trataron de fomentar la idea de una figura de autoridad moral, así, será visto como figura paterna y también como juez. El médico, el del saber especializado, el que personifica la razón, se empeñará en reclasificar la alteridad, y hará juicios sobre lo que es normal o anormal, desde la norma clasificatoria o del síntoma.
Pero, en buena medida, lo que subyace al “supuesto de normalidad” (mental o psicológica) tiene su fundamento en un hecho inexistente, Foucault emplea el término Homo natura que actúa como punto de partida, como un a piori necesario para poder hablar de lo normal y lo anormal; aunque en realidad, nunca ha existido tal. “La psicopatología del siglo XIX cree situarse y tomar sus medidas por relación a un homo natura, o a un hombre normal dado anteriormente a toda experiencia de la enfermedad. De hecho, ese hombre normal es una creación; […] La ciencia ‘positiva’ de las enfermedades mentales y esos sentimientos humanitarios que han ascendido al loco al rango de ser humano sólo han sido posibles una vez sólidamente establecida esta síntesis, que forma, en cierto modo, el a priori concreto de toda nuestra psicopatología con pretensiones científicas”.44
Las sociedades y las disciplinas de las ciencias humanas por medio del saber-poder han hecho hincapié en la diferencia entre lo normal y anormal para normatizar el comportamiento, y su funcionamiento dentro de instituciones, con consecuencias importantes. De esta forma, se ha promovido el encierro y la exclusión de los anormales. Así, la locura ha funcionado bajo criterios clasificatorios y de exclusión, éstos, diría Foucault, han sido “inventados” por la historia que los observa a la vez que la describe como un objeto constituido históricamente.45
Desde este discurso, el sujeto suicida, al igual que los otros “enfermos mentales”, parece ser excluido como sujeto, a la vez que su sufrimiento. El saber que existe acerca del padecimiento, del suicidio o intento de suicidio, funciona a través de una red de significados e imaginarios que el sujeto tiene con su cuerpo y su enfermedad, desde una serie de criterios organizados por los profesionales de la salud. Es decir, el sujeto suicida dentro del entramado institucional funda su identidad a partir del saber, normatividad y práctica de los expertos en salud.
Nuestro interés por conocer si las formas en que se significa el otro, en los sujetos que han intentado suicidarse, exponen a la institución psiquiátrica como representante de un Otro en la relación subjetiva, nos permitió cuestionarnos las diversas significaciones que tiene el propio sujeto que atentó contra su vida dentro de esta institución, puesto que sabemos que se significa a partir de la posición del que mira el mundo, en donde la otredad está inmersa.46 Por ello, presentamos el análisis de las entrevistas de tres adolescentes, atendidas en un hospital psiquiátrico, quienes reportaron intentos suicidas y quienes previo asentimiento informado participaron en un estudio sobre conducta suicida.47 La entrevista, como dispositivo de investigación social, nos ayuda a entablar un diálogo que permite conocer la vivencia del acto, además de obtener otras implicaciones relacionadas con el orden institucional.
Las implicaciones institucionales
A través de los testimonios fue posible descubrir que algunas consignas de la institución médica, y en este caso psiquiátrica, son ayudar, salvar vidas, curar el dolor. Por esta razón, las instituciones, tal como lo menciona Fernández y Pimentel,48 son creadoras de imaginarios, significados y discursos que modelan y construyen la enfermedad e identidad para el sujeto, a veces reduciendo el dolor o sufrimiento a un síntoma, y otras veces quizá silenciando su palabra, su propio saber.
Adolescente 1: es la mejor salida ¿no? si me muero yo no sería ya no sé dónde voy a dar, mi mente se va a quedar aquí, o a donde ya no existo, ya no me duele nada, igual y se me olvidan los dolores, es lo que llegas a pensar de tu vida. Entonces generalmente la solución para las personas con depresión... es... el suicidio.
Por otra parte, el intento de suicidio algunas veces puede plantear una amenaza constante para la institución psiquiátrica, que impacta en una dimensión social y de poder que, por lo regular, tiende a ser patologizada y ocultada, tratando de organizarla, operarla y contenerla mediante la práctica y el saber psiquiátrico, intentando con ello normar médicamente dicha conducta. Sin duda, el intento suicida convoca a una apuesta por la muerte, esto implica un vínculo con el “paciente” suicida donde se involucra el dolor, la pesadumbre física por las heridas y cicatrices corpóreas y el sufrimiento subjetivo en la cuestión del sujeto y su relación con el mundo, con el otro, y la cercanía con la muerte omnipresente. Quizá por ello no se trate de dar lectura a ese sujeto doliente y se aminore el sufrimiento.
Adolescente 1: Pero... luego me mandan a entrevistas con el doctor X, y... el doctor X, o sea, me preguntó desde que yo entré aquí, [...] y fueron saliendo los problemas, hasta que yo dije […] “ya no tiene caso estar aquí, ya me voy a matar”. Después de cuatro... entrevistas con él... yo decido matarme, este... tomé... pastillas, pero eh... quería en ese momento no sé… este... no tomármelas porque dije “yo estoy yendo a un lugar, yo fui a pedir ayuda y no es posible que esté haciendo lo que estoy haciendo”. Pero total ahora sí que me valió y me las tragué este... no me resultaron... y... y vine y me interné, estuve un mes, hace dos meses.
En el intento de suicidio, la palabra proviene de un sujeto con un cuerpo dolido, de un sujeto deseante cuya verdad se encuentra en el síntoma y en las “distorsiones” de su discurso, y dado que está dentro de un dispositivo institucional, espacio que crea y tiene una forma particular de funcionamiento, el sujeto queda sometido para ser observado y vigilado, entonces se le despoja de su palabra y su saber sobre sí mismo, para asignarle otra verdad, la del saber-poder médico. De esta manera, el saber sobre sí mismo da un vuelco y ahora es saber impuesto por un Otro, representante de la institución psiquiátrica.
Adolescente 2: Yo no me quería internar porque yo en el hospital ya no iba a tener con qué hacerme daño [...] Ya no iba a tener navajas, ya no iba a tener paredes... bueno sí las tenía, pero ya no... con la facilidad de irme a estampar contra la pared. Ya no iba a tener la libertad.
Aunque se menciona repetidamente la locura, el miedo que genera y su rechazo, es mejor hablar de enfermedad, de depresión, como una nueva identidad que se crea a partir de un cuerpo dolido y dañado por el intento de suicidio, el cual es nombrado ni más ni menos que por el saber especializado bajo otra clasificación. Será todavía el anormal, con estigma y con poca libertad, pero no el loco excluido y encerrado, esto es, otra creación, a través de un imaginario instituido en la subjetividad del enfermo.
Adolescente 3: Me trajeron pues realmente más a fuerzas que de ganas, yo no quería venir y... yo decía que... tanto el psicólogo como el psiquiatra son para personas enfermas, cuando a mí me dijeron que iba a entrar al psiquiátrico empecé “es que no estoy loca... bueno sí estoy pero no tanto” y era... el ponerme a la defensiva. [...] porque yo estoy acostumbrada... a ver que en los psiquiátricos por lo regular están con camisa de fuerza, encerrados y... ese miedo de que si voy a entrar aquí me voy a poner igual. [...] ya después... vi que esto no era... realmente para personas enfermas sino simplemente es una ayuda... [...] una ayuda para que... las personas con una depresión... puedan salir [...] y a mí me ayudó mucho el medicamento.
Este testimonio expone el imaginario social del psiquiátrico, del manicomio donde “se usa camisa de fuerza”; el estigma que esto produce crea miedo a la locura, al descontrol y a la pérdida de sí mismo. Observa la institución, desde el imaginario social, como el encierro y como locura. Sin embargo, emite una nueva opinión una vez que ya está dentro de la institución, ahora lo ve como “una ayuda para su depresión”. Así, institucionalizada, enuncia su nueva identidad basada en la clasificación médica: depresión.
Por otro lado, en las conversaciones se muestra que la institución está conteniendo a las adolescentes deprimidas que intentaron suicidarse, les permite hablar aunque no sean escuchadas, hablar de que todavía van a intentar suicidarse dentro de la institución. Pero ésta no logra silenciarlas, por el contrario, la institución a su vez es interpelada por los enfermos. La negación al acto suicida es más amenazante, la cercanía de la muerte real o subjetiva confronta al saber-poder médico: la demanda de ayuda se vuelve amenaza, la responsabilidad se vuelve deficiencia y la locura, imaginación.
Adolescente 2: yo le dije al doctor “es que a mí estando aquí y viniendo con usted, a mí me está haciendo mucho daño, porque yo estoy llorando demasiado” [...] Y me dice “no, es que es una de las formas... de abrir tu presa...”. Entonces... me empezó a preguntar […], más a fondo, más a fondo e incluso me preguntó sobre mi sexualidad […]. Eh, yo seguí hablando, porque yo dije “es el doctor, le tengo que decir todo al doctor y no me puedo”... bueno sí me podía, pero no quería guardarme nada en ese momento [...].
Con este marco institucional, el sujeto suicida generalmente ha sido excluido como sujeto y a la vez su sufrimiento ha sido negado. El saber que existe acerca del padecimiento del intento de suicidio es a partir de una multiplicidad de significados e imaginarios que el sujeto tiene con su cuerpo y su enfermedad, a partir de criterios médicos, como anteriormente se enunció. El intento de suicidio plantea, entonces, dentro de la institución psiquiátrica, una dimensión social y de poder que a su vez es operada y contenida en la práctica y saber médico. Por ejemplo, en las entrevistas se evidenció la significación de los medicamentos como un Otro cosificado, como lo instituido. Los medicamentos se convierten en representantes de la institución, como parte y producto del saber-poder médico.
[Adolescente 3. Sintió una sombra.]
Adolescente 3: [DE] la sombra... pues cuando llegué aquí y empecé a comentar sobre ella [...] me... recriminaba [...] me decía “que... esto nada más era entre él y yo”. Y pues era cuestión de venir y comentarlo, me decían “es que es parte de tu imaginación”[...] “Mira tú trata de repetirte que es producto de tu imaginación y que no existe... se borrará, se apartará”, cuando empecé a tomar el medicamento y empecé a repetirme que era propia de mi imaginación, sí se fue la sombra.
Finalmente, la experiencia de la resistencia-poder, el saber-poder, transformará al sujeto. Es una experiencia límite49 en donde el sujeto pudiera cambiar algo de sí mismo y llevarlo a su propia aniquilación, a un encuentro con el límite y la trasgresión, pero sobre todo con su disolución, con su muerte.
[Adolescente 2. Comenta que el motivo del último intento fue que el médico le hizo acordarse de cosas que ella creía que ya estaban en su pasado.]
Adolescente 2: yo había enterrado mí pasado [...] Y cuando el doctor empezó a escarbar, a empezar a desenterrar muchas cosas, es cuando yo digo “bueno pues qué estás haciendo aquí, o sea ya pasaste tantas, ya hiciste tantas cosas... este... fuiste víctima... y... hiciste víctimas a los demás, pues qué estás haciendo aquí, nada más”. Entonces fue cuando yo decido intentarlo.
Los testimonios de las propias adolescentes nos permiten reflexionar, por un lado, la forma en que son construidas como sujetos institucionalizados y, por otro lado, en cómo los actos discursivos se encuentran íntimamente ligados a la mirada de los otros y en la propia identidad. Así, se hace constar que el psiquiatra y el sujeto que intentó quitarse la vida atraviesan las miradas y los discursos; se interpela lo que el otro dice, se clasifica y se signa.
De igual modo, se evidencia que el hospital psiquiátrico es un espacio de poder y saber, donde el encargo médico se manifiesta en la esperanza de la cura. Los pacientes depositan en el psiquiatra un poder.50 El médico aparece en el discurso no sólo como aquel que ejerce un control desde el saber científico, sino como alguien que ostenta un poder, el cual se apropia del lugar en que los otros, los pacientes, lo colocan. El galeno está inscrito en un orden jerárquico que corresponde a una escala y orden en el ámbito social.51
De esta forma, la institución psiquiátrica se significa como un lugar que legitima ese otro radical; el Otro que da identidad a los sujetos y que de manera simbólica opera en la subjetividad. Por ello, cuando en los testimonios se hace énfasis en el intento de suicidio, se habla de la agresión y el deseo de la desaparición del Otro por medio de la propia autodestrucción.
Queda claro que la función de la institución psiquiátrica, y del doctor como simbólicamente Otro, es vigilar médicamente, procurando controlar la enfermedad para no quebrantar un orden establecido, con las técnicas del poder disciplinario como: calificar, clasificar y castigar, es decir, formando el cuerpo y corrigiendo conductas.
Con la biopolítica, según Foucault, la biomedicina —como cuerpo de expertos— pudo ayudar a la gente a alcanzar grandes alturas del enriquecimiento personal, con la idea de la libertad personal e individual52 o quizá todo lo contrario, en el caso de la enfermedad mental.
Antes del siglo XIX, jamás se había tenido la idea de que la locura fuera una enfermedad suficientemente especial para merecer un estudio singular y, en consecuencia, ocupar la atención de un especialista que antes no había existido, el psiquiatra. Ahora, hay un cierto estatuto universal del loco, que no tiene nada que ver con la naturaleza de la locura sino con las necesidades fundamentales de todo funcionamiento social.53
La biopolítica continúa auspiciando el discurso médico, tratando la conducta suicida como objeto del ejercicio del saber-poder y poniendo la corporalidad en un lugar central para la política. De esta forma, la biopolítica no sólo transforma la vida biológica del sujeto sino sus relaciones sociales y atributos personales.54
En el bio-poder, el arma central para la trasgresión de la ley es la muerte, el suicidio, por ello, se debe calificar, medir, apreciar, jerarquizar y distribuir lo viviente en un dominio de valor y de utilidad en cuanto a la norma. En este sentido, el poder médico funcionará para normativizar y regular la salud de la sociedad, recluyendo al diferente, al otro radical considerado anormal, “individuo peligroso”, loco o enfermo mental.
La visión del suicidio como una manifestación de la enfermedad mental es presentada no sólo como verdadera sino beneficiosa tanto para los pacientes como para el resto de la población. Esta afirmación tiene dos implicaciones, por un lado, no se ve al paciente como un ser malvado por su acto, pero lo estigmatiza al considerarlo loco; por otro, así el psiquiatra toma el control del enfermo y la responsabilidad del galeno será tratar al paciente con tendencias suicidas, incluso contra su voluntad.55
De esta manera, cuando el sujeto suicida, como enfermo mental, queda dentro del espacio de encierro, se ejercerá sobre él un poder con formas múltiples: el poder político, que somete cada vez más; el poder económico, por la producción de diferentes beneficios; el poder jurídico, que impone diferentes formas de castigos; y el poder epistemológico pues “se les extrae un saber, ya que al estar sometidos a observación constante va quedando registro de lo observado, registro de las acciones realizadas, de las palabras y gestos, de las actividades y producciones”.56 Por un lado, el sujeto suicida quedará subyugado y sometido al poder, puesto que permanece subordinado por medio de formas sociales y culturales de control y dependencia; por otro lado, el sujeto queda atado a su propia identidad por la conciencia o conocimiento de sí mismo; vale decir, a las “técnicas de sí”.57
Por lo anterior, entendemos que el intento de suicidio es una resistencia que el sujeto ejerce sobre su propio cuerpo, lacerándose y autoinfligiéndose, porque el poder se insertó y constituyó al cuerpo mismo.58, 59 Con ello los sujetos suicidas se rebelan contra las acciones que han apuntado hacia ellos mismos desde su nacimiento hasta su muerte, y que bajo el derecho y posesión del saber han normado su forma de ser, su forma de desear por los otros, con las cosas que se deben o no hacer en conductas normales, amén de la homogenización. Por eso, no es de extrañar que el intento de suicidio haya sido acogido dentro de la institución psiquiátrica.
La psiquiatría modela a su sujeto médico como individualista, pragmático y ahistórico, capaz de incorporar en su práctica los saberes hegemónicos del poder, a través de mediciones y parámetros biológicos, evitando las necesidades sentidas por el paciente, y adoptando como instrumento la medicalización de la vida.
Por ello, el lugar de poder-saber está ocupado por los médicos o psiquiatras, ya que son representantes del Otro en tanto saber ligado a su vez con la institución. Pertenecen al mismo imaginario, a las “disciplinas” de las ciencias humanas, y son sujetos igualmente institucionalizados. Muchas veces, el intento de suicidio es visto como una confrontación a la práctica médica, dada su relación inevitable con la muerte, la violencia, el dolor y el sufrimiento, los cuales no se encuentran en los criterios diagnósticos y mucho menos en la escucha médica, pero sí en la demanda del sujeto.
Esto último, la demanda del sujeto suicida, generalmente es una petición de ayuda, de amor y de escucha, aunque bajo la amenaza de muerte latente, por eso la preocupación del médico tratante. En este sentido, la demanda muchas veces resulta angustiante, porque se posiciona en el lugar del saber-poder, ante el Otro. Aún así, habría que ubicarse en un lugar diferente, con un discurso distinto y, por supuesto, con una escucha diferente, en donde se permita hablar y no “normalizar el comportamiento”, ni observar sólo el síntoma, es decir, sin objetivar o cosificar al sujeto.
Si simbólicamente la institución psiquiátrica representa ese Otro, el del saber especializado, y el sujeto suicida es quien resiste al poder, al dispositivo de la institución psiquiátrica, entonces habría que trabajar con intervenciones de gran responsabilidad ante ese otro: el paciente suicida. Se tendría que hacer un movimiento ético, entendido como la rendición de cuentas del sentido de nuestros actos en relación con nosotros mismos y con el otro, principalmente, considerando la ética, desde Foucault, como una práctica de sí, es decir, un ejercicio permanente del “decir-se”,60 una especie de estética de la existencia.
Liliana Mondragón B.
Fecha de Recepción: 29 de septiembre 2008
Fecha de Aceptación: 30 de septiembre de 2008