Observaciones Filosóficas - Fenomenología de la intimidad; aproximación jurídica y ontológica a los conceptos de intimidad y privacidad
Durante los siglos XVIII y la mayor parte del XIX los medios de comunicación, especialmente la prensa, fueron el instrumento de reacción contra el poder omnímodo del Estado, cumpliendo un rol de fiscalización permanente de las políticas públicas, constituyéndose en una salvaguarda del interés ciudadano por la autonomía de su vida privada. Sin embargo, producto de las rápidas transformaciones de la era global1 y los dispositivos de auscultación telemática, los organismos burocráticos se valieron de ello para el almacenamiento de datos que dieron paso a un nuevo sujeto, el funcionario bajo permanente sospecha e investigación, sin espacio privado.
Desde otra perspectiva, con el ingente desarrollo de los bussines y la industria del marketing, la mirada panóptica se ha re-direccionado hacia el sujeto como potencial consumidor, tendiendo como objetivo que el producto se adecue a las necesidades más específicas de cada nicho de mercado y más aún ser capaces de generar dichas necesidades –artificialmente– por medios diseñados tecnocráticamente, apelando a las estrategias de toda una batería de motivaciones taxonómicamente clasificadas: la aspiracional, la evocativa, etc. A esto se ciñen los guionistas de los nuevos folletines rosa, las telenovelas que alimentan la cultura del ocio y nutren el inconsciente del ciudadano medio que extenuado se entrega a la visión de un mundo decorado y amueblado para generarle expectativas, inseguridades, goces o frustraciones, promesas de status en medio de un proyecto vital fluctuante entre temporadas y ciclos de ascenso y obsolencias decretadas.
De modo que toda esta industria que trafica con bases de datos, estadísticas, rating televisivos y perfiles psicológicos, busca –mediante estos exhaustivos procesos de estratificación– operar activaciones en el mercado, propiciar el flujo de mercancías y que la empresa-cliente ‘venda’ su producto, y –en ese afán- poco les preocupa cercenar los derechos fundamentales del individuo, entre los que se cuenta, sin duda, el derecho a la privacidad personal y familiar –entroncado con la protección de lo que podría denominarse espacios privados, que incluye al domicilio, la correspondencia o las comunicaciones– .
En este nuevo escenario, no hay espacio para el individuo en privado, ya no representa un derecho a lo privado, puesto que todo es susceptible de ser expuestos, exhibido con fines comerciales, sin embargo, esta privacidad que se e vulnerada no es más que un espacio de vinculación con el entorno, un espacio de paso del mundo interior al exterior. Lo que es realmente necesario resguarda es la intimidad, aquello que no se transa en los mercados globalizados de nuestra era y que nos conforma y nos diferencia a cada ser humano, por ello es necesario avanzar a realizar una distinción más allá de los lingüístico de lo que abarca o comprende la intimidad y lo que conlleva la privacidad.
Atendiendo al uso, esto es al habla empírica, podemos distinguir entre los adjetivos privado e íntimo, por lo que no es extraño que esta distinción se haya proyectado recientemente a los sustantivos. El adjetivo íntimo significa ‘relativo a lo más profundo del alma’ (sentimientos íntimos, íntimo convencimiento), ‘reservado’ (ceremonia íntima, partes íntimas del cuerpo), ‘relativo a una relación estrecha’ (amigo íntimo; las relaciones sexuales son por antonomasia las relaciones íntimas); en plural, se emplea para designar a los familiares y amigos más cercanos (los íntimos). Por su parte, privado significa: 1) ‘particular, personal’ (vida privada, reunión privada, zona privada, uso privado, acceso privado); 2) ‘relativo a aquello que se ejecuta en soledad o a la vista de unos pocos’ (en privado); y 3) ‘de titularidad particular, no estatal’ (sector privado, propiedad privada, colegio privado, salud privada, televisión privada, universidad privada, etc.). En su segunda acepción, en privado tiene un matiz de menor reserva que la locución en la intimidad, que implica un mayor grado de aislamiento y la idea de un mayor goce y disfrute de la soledad o de la compañía de unas pocas personas próximas. Por tanto, no parece que privado e íntimo sean sinónimos. Íntimo se aplica a las cosas profundas del alma humana, así como a lo cercano, mientras que privado se refiere a lo personal y lo particular, esto es, a aquello que se mantiene alejado del público y que ha de estar libre de intromisión. Así, una reunión íntima es un encuentro muy cercano, donde existe gran proximidad afectiva, mientras que una reunión privada es un encuentro alejado del público, o bien una reunión para tratar asuntos de tipo particular.
Si a partir del adjetivo íntimo se ha creado intimidad, ¿no es coherente que sobre la base de privado se forme privacidad? Las diferencias entre los adjetivos pueden trasladarse a los sustantivos correspondientes intimidad y privacidad. La intimidad es el conjunto de sentimientos, pensamientos e inclinaciones más internos -la ideología, la religión o las creencias-, las tendencias personales que afectan a la vida sexual, determinados problemas de salud que deseamos mantener en total secreto, u otras inclinaciones (p. ej. “Es muy celoso de su intimidad”). Generalmente, a los asuntos que forman parte de ese ámbito -que es el más reservado del individuo y que solo en determinadas ocasiones se cuentan a un confidente-, se los denomina intimidades, en plural. La privacidad, por su parte, es el ámbito de la persona formado por su vida familiar, sus aficiones, sus bienes particulares y sus actividades personales, alejadas de su faceta profesional o pública. Todos estos aspectos, además de los íntimos, constituyen una esfera de la vida que se tiene derecho a proteger de cualquier intromisión. Como se ve, el ámbito de la intimidad forma parte de la privacidad, pero no a la inversa. Tanto la intimidad como la privacidad son reservadas, pero de distinta forma.
Ahora bien, el derecho a la intimidad deriva de la dignidad de la persona e implica –como se ha señalado– la existencia de un ámbito propio y reservado frente a la acción y el conocimiento de los demás, necesarios, según las pautas de nuestra cultura, para mantener una mínima calidad de vida. La intimidad es una necesidad primordial de la persona, es la clave en el desarrollo de la persona. Más, la esfera privada será pasto de toda suerte de desmanes a no ser que esté legalmente protegida.
La intimidad es insondable porque admite una profundidad sin límites teóricos; genuina, incapaz de toda ficción o dramatización; punto de apoyo y de partida para la proyección de la persona en la vida social; instancia que filtra y amortigua las influencias no deseadas por la persona.
Toda la fortaleza sustantiva de la intimidad se hace fragilidad pura al plantearse su comunicación. Hasta el punto de que algunos de nuestros contemporáneos piensan que resulta incomunicable. Tendrían razón si la intimidad fuera un juego de la imaginación y de la abstracción en busca de la propia individualidad. La intimidad resulta incomunicable si se confunde con subjetividad, pero no si se entiende como una realidad trascendente.
La fragilidad informativa de la intimidad apunta a otra cosa: quiere decir que la intimidad se destruye en tanto es conocida por otro. Ni la ley ni el criterio de historicidad pueden configurar la esfera de protección de la intimidad voluntariamente comunicada o, por el contrario, asaltada, manipulada o robada desde fuera por un extraño se destruye por el simple hecho de su comunicación: a partir de ese momento ni es intimidad ni puede volver a serlo. Dicho con otras palabras: sólo la voluntad personal puede convertir la intimidad en objeto de información; pero la información de la intimidad es su misma destrucción. El daño a la intimidad resulta irreparable y, por ello, esta más allá de cualquier indemnización pecuniaria.
Dados los antecedentes expuestos, la intimidad aparecería claramente delimitada como un derecho incuestionable, supremo e incomunicable, sin embargo, sigue siendo habitual que en el uso corriente y jurídico la distinción entre privacidad e intimidad se difumine con una extrema facilidad. De modo tal que se hace fundamental demarcar las distinciones entre uno y otro ámbito. Debe acotarse el léxico para dar situar la privacidad y la intimidad en el juego de lenguaje que constituye su lugar natural, cuestión que ha sido prolijamente examinada por José Luis Pardo en su texto La Intimidad2, y sobre el cual se pretende esbozar algunas anotaciones y puntualizaciones exigidas por las transformaciones habidas lugar en el presente inicio de siglo en nuestras formas de vida y modos de organizar la convivencia.
El estudio de Pardo busca profundizar más allá de la perspectiva psicológica y sociológica, ámbitos en los que se había puesto el mayor énfasis. La analítica de Pardo en torno a la problematicidad del concepto de ‘intimidad’ comienza –precisamente– en este punto y lo hace a partir de delimitaciones fundamentales. Se señala por ejemplo que la intimidad “se trata de lo ‘más recóndito e intrínseco de la persona’ o ‘lo más interno e inexpresable del hombre’, una ‘zona sagrada’, ‘lo más sagrado del hombre’, ‘lo más inefable’, ‘lo más interno del individuo’, ‘un ámbito casi inefable de la naturaleza humana’, que ‘toca las capas más profundas de la persona’, con ‘un carácter en cierto modo sagrado’, ‘por su propia inexpresabilidad’”3.
La palabra ‘intimidad’, que viene del latín intimus, superlativo de interior, designa cierto ámbito que se abre en lo que ya es interior. Es un lenguaje simbólico para dar a entender la dimensión propiamente espiritual del alma humana, que va más allá de la vida puramente biológica.
En el hombre sin embargo la interioridad es particularmente desarrollada y compleja debido a su autoconciencia. Para referirnos a tal complejidad solemos hablar de “lo psicológico”, ya que este es el objeto de la psicología y la psiquiatría. Pues bien, más allá de esta interioridad psicológica la vida humana presenta una dimensión única, que es inaccesible para la ciencia empírico-positiva porque no es un “grado” más de interioridad, sino un nuevo orden: el espiritual. En virtud del espíritu el hombre sabe y dispone de sí y es capaz de autoposeerse y autodestinarse; en una palabra, puede asumir la verdad última de su ser y decidir conforme a ella. La intimidad consiste precisamente en el ejercicio de esta libertad radical por la cual el hombre se hace fiel a sí mismo, al tiempo que se descubre inagotable, inabarcable, irreductible a las cosas.
En este sentido, el derecho a la privacidad comprende el derecho de la intimidad que tiene un carácter más estricto y dimensión individual que abarca como aspectos básicos la concepción religiosa e ideológica, la vida sexual, el estado de la salud, la intimidad corporal o pudor, entre otros.
Si partimos desde la perspectiva psicológica, sabemos que a diario escuchan en sus consultas intimidades de sus pacientes marcados por un tema contractual, yo te pago tu me escuchas. ¿Se puede llamar a esto intimidad? “sus ficheros (adecuadamente protegidos por el secreto profesional) están repletos de incestos, violaciones, sueños eróticos, fantasías sadomasoquistas y confesiones vergonzosas del burgués en pantuflas o el proletario en el excusado…”4. Cotidianamente acostumbramos entender que esto podría manifestar su intimidad, aquello que hace, piensa o dice, cuando nadie lo ve, y que si lo publicara o se hiciera público, probablemente no podría volver a mirar a la cara a sus pares.
Un aporte importante en el tema de la Intimidad lo ha realizado Levinas5 visualizando y mostrándonos la necesidad del rostro, y en particular la mirada, es el principio de la conciencia emotiva, ya que la identidad sólo puede constituirse a partir de la mirada del otro; frente a ella develamos nuestra frágil desnudez, nos volvemos vulnerables y comprensibles, somos traspasados.
Avancemos hacia la distinción entre privacidad v/s intimidad lo que hemos expuesto y discutido hasta ahora no es nada menos y nada más que la privacidad, lo que las personas sueñan con hacer en privado, es esa la razón por la cual se la cuenta al psicólogo, con quienes se desahogan, lograr extraer de su núcleo esta especie de exterioridad que les tare paz, pero en ningún sentido se trata de una relación íntima. Incluso existen ocasiones en que este vínculo (psicólogo-paciente) está marcada por la desconfianza por un afán terapéutico de buscar el engaño del paciente, pues piensan que éstos no dirán la verdad sobre sí mismos.
Al delimitar el ámbito privado del público podemos distinguir dos tipos de acciones privadas, las internas y las externas. Las acciones privadas internas están constituidas por los comportamientos o conductas íntimas o inmanentes que principian y concluyen en el sujeto que los realiza, no trascendiendo de éste, comprendiendo los hechos o actos realizados en absoluta privacidad o de los que nadie puede percatarse.
Las acciones privadas externas son conductas o comportamientos que trascienden al sujeto que las realiza, siendo conocidas por los demás, pero que no afectan ni interesan al orden o la moral pública, ni causan perjuicios a terceros, vale decir, no afectan al bien común.
Ambas dimensiones conforman parte del derecho al respeto de la vida privada de las personas y su familia que el Estado debe asegurar, garantizar y promover, lo que las diferencia claramente de las acciones públicas.
En efecto, las acciones públicas son acciones externas que trascienden a quien las ejecuta y que -por ello- pueden afectar el orden o la moral pública o causar daños a terceros, por lo que el Estado pueda regularlas y, eventualmente, prohibirlas.
Asimismo se debe avanzar por eliminar aquellos prejuicios que están marcando el concepto de intimidad al definirla como “algo inexpresable e incomunicable, sin relación alguna con el lenguaje, y el sentido, que sólo se experimenta auténticamente (o supremamente) en soledad, cuando toda relación con otro está excluida”6. La falacia sostenida acerca de la intimidad expuesta recae en la idea de confundir intimidad con identidad (naturaleza humana). Aquí la intimidad se convertirá en una especie de ley que no podría romperse. Lo segundo es liar la intimidad con la propiedad privada, el derecho a la propiedad está garantizado por el Estado. Además la perspectiva que lleva a entenderla como limpieza étnica y, por último, el solipsismo, donde se presenta la intimidad como radicalmente incompartible y que sólo se puede experimentar en soledad.
Dejados estos prejuicios y ligazones respecto del concepto de intimidad, vayamos por su verdadera esencia que debe ser entendida como el saber en sí, la capacidad que el hombre pueda ensimismarse, volverse, por así decirlo, de espaldas al mundo “no importa cuál sea el grado de falsedad o de falsificación social que uno arrastre consigo en su vida pública, en su intimidad se encuentra a sí mismo y atesora la verdad última y definitiva acerca de su ser”7.
Pero no debería ser de manera contraria, es decir, que uno no tuviese miedo a mostrarse de la manera en que ‘se es’ ¿por qué está prohibido (socialmente) el hecho de mostrarse o abrirse tal cual?, ¿es la intimidad algo anómala, amoral, que no se puede exhibir?. “¿es la intimidad un mal –una anomalía- que no revelo a los demás por temor a que rompan su asociación conmigo, o es un bien –lo que no nos obligaría a presuponer una naturaleza antisocial del hombre- que preservo de los demás porque yo mismo lo considero valioso y sé que sólo manteniéndolo en reserva puedo conservar su disfrute?”8.
Si la observamos como un bien, para compartirla elegimos a un invitado a participar de nuestros espacios “al confiarle su intimidad, le invita a compartir su silencio, a guardarlo junto con él. Ese silencio no puede revelarse a los otros, pero no porque esté prohibido –pues sólo lo que es posible puede prohibirse- sino porque es imposible, porque no hay palabras ni imágenes para hacerlo, únicamente puede compartirse en la intimidad, porque no hay más intimidad que la compartida: eso el ser compartida, sólo puede ser algo –sólo puede ser alguien- si se inclina por algo o por alguien”9. En este sentido, la intimidad no se devela sino que se destruye.
La intimidad, se devela, se nos muestra cuando comenzamos a evidencias nuestras interioridades, nuestras historias. Esta arte nos hace sensibles a los lectores puesto que nos muestra la trama de relaciones íntimas entre personas, no se trata de contarnos sólo la historia de los personas sino cuando ello transciende a quien lee, que se hagan tangibles el pavor, el miedo, la alegría sin la necesidad de evidencias con palabras dichos sentimientos.
Por tanto, es necesario concebir y distinguir que la intimidad más que presentarse como una condición o propiciada por el lenguaje, aparece como efecto de él. Como sostiene Pardo sin intimidad podría existir lenguaje, sin embargo, pero nadie podría hablar, además de nadie querer utilizarlo.
Sin historia, sin fuerza interior el lenguaje no se podría vivenciar, tomar la fuerza y lograrse exteriorizar aquello que conforma el alma.
Sloterdijk, situado en otra perspectiva sobre el tema que nos ocupa, propone entender la intimidad desde la perspectiva teológica, como el ser-en, como aquello que está en el ser-ahí antes que se inserte en el mundo, se relacione con el. “Antes de que un ser-ahí adquiera el carácter de ser-en-el-mundo, ya tiene el ser-en [...] El ser-en hay que entenderlo, pues, como la convivencia de algo con algo en algo”10. La propuesta de Sloterdijk se basa en describir el modo de entender la intimidad asociada al espíritu situada en la época antigua. Era menester que quienes quisieran acercarse más a entender el espíritu de la intimidad se vieran remitidos irremisiblemente al ámbito de la tradición teológica reservada. Autores como Santo Tomás entran en esta esfera de la interioridad, vinculada a un Ser Supremo.
Sloterdijk realiza un análisis de lo que representa esta tradición teológica, haciendo manifiesta la relación del alma y de Dios. “Si Dios y el alma tiene que ver recíprocamente, es a causa de un radical de relación que sería más antiguo que cualquier búsqueda de compañero y que cualquier conocimiento secundario”11.
Para él -Sloterdijk- el gran lógico de la intimidad es San Agustín con su texto Confesiones12, donde se expone a necesidad de decir la verdad sobre sí mismo. Quien dice la verdad entra en la verdad. Se ve manifiesta como la intimidad, aquello propio del hombre está vinculado a la relación con Dios.
Llega un momento en que "los individuos se retiran habitualmente del campo de intercambio de miradas --que los griegos siempre comprendieron también como campo de intercambio de palabras-- a una situación donde ya no necesitan el complemento de la presencia de los otros, sino que, por decirlo así, son ellos mismos los que pueden complementarse a sí mismos"13 y en ello pueden entrar en interacción con el Ser Supremo.
Adicionalmente a esta perspectiva, Pardo, establece ciertos instantes de la intimidad, el primero es el llamado momento de la mismidad, entendida como “la condición de un ser que se parte en dos para ser uno, la realización de un ente que sólo es uno y-el- mismo, que sólo adquiere unidad y densidad óntica repitiéndose, repicando, resonando, replicando”14.
En este sentido, la literatura ayuda a entender y vislumbra aquello que queremos apreciar como la verdadera concepción de intimidad, al expresarla y ponerla de manifiesto al lector.
Está por otro lado, el momento de la alteridad, donde cada uno se multiplica en otros, aquí la alteridad siempre nos lleva a una relación con un ‘otro’, en donde se debe entender a la alteridad como absoluta e irreversible, en el sentido que el otro no es otro como yo, sino que es absolutamente diferente y además es inconmensurable para mí.
Cada vida está rodeada de otros y no es una alteridad humana que excluya a los demás sino que está ligado con lo animal, vegetal, mineral, divino, etc.
Existe un tercer momento el de la estupefacción, el momento en donde confluyen las dos anteriores, el momento de la reflexión de la alteridad sobre la mismidad, donde se produce una modificación del yo. Es como una conversación con el otro pero aquí el otro es un yo mismo.
Estos tres momentos de la intimidad, son precisamente los tres fenómenos que nos sostienen en la existencia en el espacio, el tiempo y el arte.
En cierto modo, podría decirse que la intimidad no es maldita ni santa sino sagrada: sólo pervive en el silencio que condiciona la posibilidad de la sociedad humana.
*Licenciada en Comunicación Social, Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Periodista. Cursa Postgrado en Filosofía Instituto de Filosofía PUCV. Es candidata al grado de Magister en Filosofía.
Ha publicado entre otros Artículos: Filosofía y mundo sincrónico; post-humanismo, globalización y macroesferología en Sloterdijk
De la concepción aristotélica clásica de la 'verdad' a la teoría performativa de J. L. Austin y la Escuela de Oxford.
Sloterdijk: de la ontología de las distancias al surgimiento del "provincianismo global"
Fecha de recepción: 25 de Febrero 2008
Fecha de Aceptación: 30 de abril de 2008