Es historia conocida el hecho de que la filosofía estuvo a la base de las ciencias tanto sociales como naturales. El pasado de la filosofía fue el glorioso pasado de la sabiduría que abarcaba todas las ramas del saber, al cobijar en su seno todo el conocimiento que el ser humano había alcanzado, y por ende, todos los frutos epistemológicos logrados en los variados enigmas concernientes al hombre y al mundo eran producto del quehacer filosófico, donde los filósofos planteaban las preguntas y proponían las soluciones. La filosofía fue juez y parte en el reino del saber, inmiscuyéndose hasta en los más recónditos tópicos de la curiosidad del hombre. Tenía el pleno derecho a opinar respecto a un holgado rango de problemas, y las afirmaciones que realizaba acerca de esos problemas siempre eran consideradas como valiosas y pertinentes, a pesar de lo heterogéneo que fueron los temas de su interés. Es así como hacer filosofía era hacer física, biología, psicología, etc., y por ende, ser filósofo consistió en ser físico, biólogo, psicólogo, todo a la vez pero sin cumplir ninguno de esos roles en forma preferencial, sin comprometerse con una sola disciplina, sin ser un especialista en un área determinada.
La figura del filósofo se erigió en un pasado romántico como la autoridad última respecto al conocimiento en general, siendo este sinónimo de sabio, y las áreas que actualmente se distribuyen en distintos departamentos en las distintas universidades del mundo, en algún momento, fueron parte constituyente del gran “departamento” de la filosofía, que no obstante aquel origen robusto, con la madurez de las consciencias de grupos de pensadores tendientes a un método investigativo más acotado y especializado, dieron pie a que las diferentes áreas del conocimiento que constituían la filosofía primitiva, comenzarán a desprenderse de esta, produciendo una reducción de su tamaño y de su rendimiento, y por lo mismo, desvaneciendo cada vez más la injerencia que tenía en la vida del hombre, en su vida social y en el mundo en general.
A medida que acontecía la especialización del conocimiento debido a la comprensión de la necesidad de una mayor dedicación sobre las dificultades específicas para ejecutar en forma fructífera la empresa de resolución de los enigmas epistemológicos que asechaban la mente del hombre, la filosofía se vio mermada en su poderío y en su razón de ser porque cada disciplina que, usando terminología kuhniana, superaba su etapa preparadigmática, y lograba un consenso entre los participantes gracias a la adquisición de un paradigma unificador que les permitía la consolidación como real ciencia; aquella disciplina lograba madurar, abandonando el área de la especulación filosófica, instaurando una nueva forma de entender determinados fenómenos, nueva forma que no requería de la filosofía para su éxito. Y así, cada vez más, la presencia del filosofo se hizo fútil en cuanto a su objetivo originario de ser un real faro iluminador del camino del ser humano hacia la comprensión de la realidad, comprensión que refleje su importancia en la efectividad de su capacidad para provocar un verdadero cambio en la existencia del hombre, y no ser un mero juego especulativo que provoque complacencia en un específico grupo de individuos (filósofos profesionales) que por las presiones de las circunstancias históricas (el desmembramiento ya mencionado de la filosofía por la especialización de las áreas del conocimiento) han visto restringidos sus intereses profesionales a un acotado numero de sucesos.
De este modo, el estado actual de la filosofía es el mero producto de la causalidad que se vislumbra en lo anteriormente dicho, es decir, un estado paupérrimo (por la huida de las actuales ciencias), teniendo como referencia a su aliciente pretérita y a sus primeras etapas de prestigio, donde el filosofo era un participante activo del grupo de aquellos que se encargan de hacer posible el desarrollo epistemológico, material, ético y tecnológico del hombre. Evidentemente la actual filosofía no cumple ninguno de esos cometidos. Y si llegamos a ser optimistas, podríamos decir que el filósofo, incluso al pretender hacer converger sus energías en ser el artífice del desarrollo o evolución epistemológica de la mente humana, no logra cumplir con aquel objetivo, lo cual lo hace mantenerse inmerso en un círculo vicioso de autocomplacencia estéril, de meras victorias morales
Y entonces ¿qué debe hacer la filosofía para superar el estancamiento en el cual se encuentra actualmente? ¿Qué debe cambiar en la actitud del filósofo para salir del estado aletargado que lo está consumiendo desde hace bastante tiempo? Mi propuesta, que no es original, si es una opción necesaria, vital para la filosofía, aunque escasamente considerada. De ahí viene la necesidad de hacerla visible nuevamente.
Es notorio que la ciencia, con sus múltiples disciplinas y subespecialidades ha obtenido logros que no tienen comparación con ninguna otra forma particular de entender el mundo. Por lo tanto, la filosofía no puede pretender enfrentarse a la ciencia desde una actitud bélica, procurando invalidar o anular los resultados que ha conseguido la comunidad científica en variados terrenos, inclusive en aquellos que aún se les puede denominar como propiamente filosóficos. Y es justamente en este último caso en el que me quiero centrar.
La epistemología es una rama de la filosofía cuyo interés se centra en el conocimiento, sobre qué es, cómo se obtiene y cómo se justifica. Dentro de los diferentes asuntos que estudian los epistemólogos se encuentra el famoso problema de las otras mentes, que consiste en la dificultad de justificar nuestra creencia de que los demás seres humanos, con los cuales compartimos nuestra vida, también poseen mentes, mentes muy similares a la nuestra, esto, para no caer en el absurdo de afirmar que los demás son meros autómatas que actúan como si tuvieran estados mentales pero sin poseerlos realmente.
Lo común es considerar que existe un problema de las otras mentes. La mayor parte de las veces se habla de “el” problema de las otras mentes, aunque es posible realizar una distinción de grano fino dentro de este enfoque mayoritario. Desde esta perspectiva, es factible hablar de dos problemas de las otras mentes: el problema epistemológico y el problema conceptual.
El primero tiene que ver con cómo puede ser justificada nuestra creencia en los estados mentales de otros. El segundo se refiera al cómo nos podemos fabricar un concepto de “estado mental de otro”, vale decir, como creamos la idea de “otra mente” únicamente sobre la base de la nuestra. En forma sucinta, el problema conceptual es la dificultad de saber si existen otras mentes y el problema epistemológico es la dificultad de justificar aquello.
En un sentido más básico o esencial, el problema de las otras mentes resulta ser el problema de la justificación de la intersubjetividad, el problema de cómo explicar el hecho de que podemos compartir un mundo con los demás. Al dedicarnos a este estamos intentando salvar el escoyo que se suscita porque solo tenemos acceso y conocimiento explícito de nuestra propia mente, no a la de otros, y aun así, podemos entender esas mentes que no son las nuestras (suponiendo por supuesto que existe eso que denominamos mente). Esta encrucijada en la que nos encontramos surge porque tenemos una poderosa intuición respecto a la vida mental de los otros: estamos casi seguros que aquellas otras figuras humanas que deambulan por el mundo experimentan emociones, dolores, tienen creencias, deseos, etc., aunque no podemos proporcionar el porqué racional de aquella intuición.
A pesar de que no tenemos la capacidad de acceder en forma directa a las mentes de los otros, y por lo mismo, no podemos experimentarlas y conocerlas en todos sus detalles; eso no menoscaba nuestra adhesión a la creencia de que existen otras mentes además de la propia, de la que cada uno es dueño. El hecho de que no tengamos una justificación racional en el ámbito de la especulación abstracta no nos hace abandonar nuestro supuesto de que no somos únicos en el mundo, de que otros seres humanos tienen estados mentales, que son conscientes y que experimentan el mundo de una determinada manera igual que yo. Pero, a su vez, el que sigamos creyendo y actuando como si existieran otras mentes sin una justificación razonable no hace merma en la importancia que tiene encontrar tal justificación al margen de su nula injerencia en nuestro diario vivir.
Y han sido, en primer lugar (en sentido cronológico), los filósofos, por bastante tiempo, quienes han valorado la importancia de justificar nuestra creencia en la efectiva vida mental de las demás personas, y por ello han destinado parte de sus esfuerzos intelectuales en descubrir o desarrollar una teoría o visión que cumpla el papel de justificación. Empero ninguna especulación realizada por la filosofía ha logrado satisfacer los requerimientos de los interesados en el tema como para obtener el cetro de “justificación de nuestra creencia en otras mentes”. Se han ofrecido variadas soluciones aunque ninguna de ellas ha alcanzado el grado de consenso necesario para establecerse como una solución definitiva. Por ello se asume generalmente que los filósofos no han proporcionado la solución de este problema.
De las soluciones que se han ofrecido al problema de las otras mentes, tres son las que han gozado de una gran aceptación:
Otras mentes como entidades teoréticas: Esta solución se sustenta en la idea de que los estados mentales constituyentes de la mente, son la mejor explicación de la conducta de las personas. Podemos colegir, por inferencia, que aquellos son la causa de que las personas actúen como lo hacen, siempre y cuando estemos dispuestos a sustentar aquella inferencia únicamente en evidencia externa o indirecta de aquellos estados mentales, es decir, suponiendo que existen sin tener acceso directo a ellos para verificar su presencia.
Criterio y otras mentes: Esta solución consiste en afirmar que la relación entre conducta y estados mentales es conceptual, mas no un vínculo estricto o una correlación infalible que supere toda prueba, que permita una inferencia inductiva. En este enfoque la conducta cumple el rol de criterio para la presencia de estados mentales. Funciona como indicador de un uso correcto de la noción de estado mental.
El argumento por analogía: Este se ha erigido como el candidato principal a resolver el enigma de la justificación de las otras mentes, y aunque admite la posibilidad de que los otros sean autómatas sin mente, sugiere que hay suficientes razones para creer lo contrario.
Consiste en que, al no tener acceso directo a las experiencias de los demás, solo puedo tener algún conocimiento de ellas de forma indirecta a través de su conducta. Sus acciones funcionan como pistas que me permiten entender lo que sucedería en la mente de los otros. Para esto se hace uso del recurso lógico de la analogía. Desde mi propio caso me doy cuenta de que mi mente y mi cuerpo están en una constante relación. Es más, logro darme cuenta de que existen ciertas correlaciones estables. Por ejemplo, si estoy nervioso, sudo, tartamudeo y tiemblo. Si siento dolor, grito y mi rostro realiza una mueca característica. Ahora, me fijo en los otros y encuentro una gran similitud entre mi cuerpo y el de ellos, a pesar de las diferencias obvias en la anatomía, pero que no alcanzan a ser relevantes para anular el argumento. Luego, si hay una analogía entre mi cuerpo y el cuerpo de los demás, puedo inferir que cuando esos otros cuerpos se comporten de una manera similar a la mía en las mismas circunstancias, entonces es fácil concluir que, como en mi caso, hay una correlación entre el cuerpo de los demás y unas hipotéticas mentes que serían las causas de esas conductas, al igual que en mi caso.
A pesar de que el argumento por analogía no proporciona una certeza absoluta respecto a la existencia de estados mentales en el otro que se correlacionen con determinada conducta, este argumento si permite adoptar con razonable seguridad la creencia positiva respecto a la existencia, en los demás, de mentes muy similares a la propia.
Aunque para algunos pensadores este argumento no inspira la confianza necesaria para justificar la creencia en otras mentes. Es por ello que han surgido una serie de críticas a este. La primera objeción que se plantea es que como inducción parece demasiado débil al apoyarse en un único caso, vale decir, la instancia en la que se fundamenta es el propio caso, la experiencia personal, la cual resulta insuficiente. No obstante, esta objeción no logra ser lo bastante convincente para desmerecer el poder de este argumento, al no existir prueba alguna que refute la evidente similitud entre mi cuerpo y el de los demás.
Otra de las objeciones clásicas afirma que la relación que postula el argumento entre los estados mentales y la conducta es feble porque es contingente, y por lo mismo, no proporciona seguridad de que la conducta sea la señal inequívoca de determinado estado mental. Es perfectamente factible que en algún momento una determinada conducta se encuentre relacionada con determinado estado mental y en otra ocasión futura del mismo tipo, no exista tal relación.
Una tercera objeción dice relación con la comprensión de qué es para los demás tener y experimentar estados mentales. Según esta crítica no podemos comprender el que otro tenga determinado estado mental sobre la base de nuestro experimentar tal estado. No puedo concebir una experiencia que no me pertenece pues esto implica que debo imaginar algo que me sucede sin que me suceda porque de hecho le está sucediendo a otro. No puedo concebir un estado mental que no experimento ya que lo que sé de los estados mentales lo sé cuando y porque los experimento, cuando los experimento como míos, como algo que me sucede a mí, como parte constituyente de mi yo. Una experiencia tiene algún significado cuando tiene un significado para mí, o sea, cuando la vivo. No puedo sustraer la experiencia, el estado mental, del yo, del hecho de experimentar, de poseer esos estados mentales.
En nuestro diario vivir convivimos con otros, y lo hacemos porque nos vemos compelidos a aquello al ser miembros de una comunidad que, como tal, está formada por muchas personas. Es cierto que gran cantidad de estas relaciones entre individuos derivan en complicaciones por causa de la mutua incomprensión que provocan hasta los más mínimos detalles de la convivencia humana. Pero no es menos cierto que otras muchas de las relaciones que entablamos con las demás personas resultan ser exitosas gracias a una mutua (o múltiple) comprensión. Empíricamente comprobamos que logramos entender las acciones de otros, entendiendo sus causas o motivos, y hasta logramos anticiparlas gracias a que espontanea e implícitamente asumimos que los otros poseen estados mentales, viven ciertas experiencias, creen ciertas cosas, perciben fenómenos del mundo, etc. En definitiva, todos los seres humanos (y también algunas otras especies) somos “lectores” de mentes innatos1
. Es una característica de la mente humana el poseer mecanismos de lectura de la mente.
La actividad de leer la mente es la capacidad de representar estados mentales de otros como creencias, deseos, objetivos, percepciones, dolores, etc. Es la atribución de aquellos a otros sujetos. Existen dos principales teorías o posiciones respecto a nuestra habilidad para leer la mente de los demás. La primera se conoce como teoría teoría y consiste en la idea de que entendemos los estados mentales de los otros al adquirir, desarrollar y hacer uso de una teoría de la mente de sentido común (psicología popular), semejante en forma a una teoría científica. Esta teoría de la mente de sentido común consistiría en una especie de
grupo de leyes psicológicas-causales que relacionarían determinado estímulo externo con determinados estados mentales, estados mentales entre si y estados mentales con determinada conducta, lo cual nos permitiría establecer inferencias por un proceso de razonamiento teórico.
La segunda posición se conoce como teoría de la simulación, de acuerdo con la cual entendemos los estados mentales de los otros al simular aquel estado en que se encuentra la otra persona, utilizando los mecanismos mentales propios para calcular y predecir los estados y procesos mentales de ese otro. Estos mecanismos consistirían en imaginarse estar en el lugar de ese alguien a través de pensar en cómo nos sentiríamos y qué haríamos en esas circunstancias. Así, para la teoría de la simulación no requerimos de ningún set de leyes psicológicas.
Además, es con esta posición que la mayoría de los pensadores modernos, que se encuentran al tanto del tema, están actualmente de acuerdo (y digo “actualmente” porque en el pasado fue la teoría teoría la que gozó del apoyo mayoritario).
Cada día, cada uno de nosotros, predice el comportamiento (y los estado mentales asociados con aquel) de los demás de manera bastante exacta. A pesar de que en algunas ocasiones nos equivocamos de forma garrafal (y también en sutilezas), lo cierto es que tendemos a tener éxito en tal labor predictiva la mayor parte del tiempo. Entendemos lo que hay en las mentes de los otros, leemos sus mentes, y podemos adelantarnos a su conducta sobre la base de entender sus estados mentales como causas de sus acciones. Y esto lo logramos de forma continua, automáticamente y sin esfuerzos.
Esto se lo han preguntado e intentado solucionar los filósofos, sin lograr llegar a cumplir tal objetivo. Pero los que han ofrecido, o mejor dicho, han encontrado la solución a este problema son los científicos, específicamente los neurocientíficos. A través del método científico, una camada de neurofisiólogos dedicados a estudiar el funcionamiento del sistema nervioso del humano a través del de otras especies, se percataron, por una casualidad, de un suceso que a largo plazo demostraría ser de tremenda relevancia e importancia no solo para las neurociencias, para la biología o para la ciencia en general, sino que para todo el mundo. Este descubrimiento al que me refiero es el de las denominadas neuronas espejos, las cuales están llamadas a hacer por la psicología lo que el ADN hizo por la biología.2
Las neuronas espejos son una clase particular de células que fueron descubiertas por Giacomo Rizzolatti y sus colegas. Estas neuronas son de una clase especial: son visuomotoras, esto es, neuronas tanto motoras como perceptivas que codifican dos actividades: acción y percepción. Fueron encontradas por primera vez en el cerebro del mono macaco, específicamente en el cortex premotor ventral, para luego también ser ratificadas como constituyentes del cerebro humano. La importancia de estas neuronas radica en que son el correlato neuronal del mecanismo que permite entender todo lo que implican las acciones de los demás. Su descubridor, es decir, Rizzolatti, así explica su dinámica:
“Al igual que en el mono, en el hombre la visión de actos realizados por otro determina en el observador una inmediata implicación de las zonas motoras dedicadas a la organización y ejecución de esos actos. Y al igual que en el mono, en el hombre dicha implicación permite descifrar el significado de los “acontecimientos” motores observados, es decir, comprenderlos en términos de acciones, una comprensión que aparece desprovista de toda mediación reflexiva, conceptual y/o lingüística, al basarse únicamente en ese vocabulario de actos y en ese conocimiento motor de los que depende nuestra característica capacidad de actuar” 3
Esto quiere decir que las neuronas espejos nos permiten, al observar los actos realizados por un individuo, reconocer aquellos actos, entendiéndolos no solo como una acción neutra en términos del significado que va más allá de la mera ejecución, sino que nos permite traspasar el puro acto mecánico y dirigirnos hacia las intenciones que funcionan como causas de ese acto. Esto lo logramos hacer debido a que nos “colocamos” en el “rol motor” que está cumpliendo aquella otra persona a la que se observa, y todo eso, en última instancia, es posible porque los humanos compartimos un determinado repertorio motor, o sea, debido a que al pertenecer a una misma especie, las capacidades en la realización de acciones específicas es un dominio innato del que todos nosotros necesariamente participamos. En palabras simples lo que sucede es que ver actuar a otro es actuar nosotros mismos aunque de “forma interna”.
A poco tiempo del hallazgo de esta clase especial de neuronas, Vittorio Gallese y Alvin Goldman fueron los primeros pensadores en postular que los procesos de reconocimiento de las acciones implementados por las neuronas espejo son algún tipo de imitación interna de las acciones de otros (y de paso dando, así, apoyo a la teoría de la simulación). Estos, para proponer su punto de vista, evidentemente hacen eco de lo que Rizzolatti afirma sobre esta clase particular de neuronas:
“El “acto del observador” es un acto potencial causado por la activación de las neuronas espejo capaces de codificar la información sensorial en términos motores y de tornar, así, posible la “reciprocidad” de actos e intenciones que está en la base del inmediato reconocimiento por nuestra parte del significado de los gestos de los demás. La comprensión de las intenciones de los demás no tiene aquí nada de “teórica”; antes bien, descansa en la selección automática de esas estrategias de acción que, basándose en nuestro patrimonio motor, resultan ocasionalmente más compatibles con el escenario observado” 4
A pesar de que en el hombre está presente un mecanismo de “resonancia” análogo al identificado en el mono, el que pertenece al primero es más extenso y posee propiedades que no se encuentran en el sistema de neuronas espejo del segundo. Estas diferencias consisten en codificar actos transitivos e intransitivos, seleccionar tanto el tipo de acto como la secuencia de movimientos que lo componen y no requerir una interacción efectiva con los objetos.
Todo esto le permite al ser humano ir más allá y tener la habilidad de entender las intenciones que se encuentran detrás de las acciones que observa. Lo que los seres humanos hacemos es literalmente simular en nuestro propio cerebro las intenciones de los demás ya que “ las mismas neuronas que uso en mi cerebro para enviar señales a mis músculos cuando yo agarro una copa, están disparando cuando yo simplemente veo que tu agarras una copa” y además “ 5 nuestras acciones están casi invariablemente asociadas con intenciones muy específicas , la activación en mi cerebro de las mismas neuronas que uso para realizar mis propias acciones cuando veo que otras personas realizan sus propias acciones, también puede permitirme entender las intenciones de otras personas mientras veo sus acciones” 6.
Otro aspecto importante de destacar respecto a la intenciones asociadas con las acciones es el siguiente: “
“Las intenciones de las acciones no son solo contenido proposicional. Ellas están incrustadas en la intencionalidad intrínseca de las acciones respecto a un objetivo o meta. Así resulta que la mayoría de las veces nosotros no adscribimos intenciones a otros, simplemente las detectamos. Por medio de la simulación corporal, cuando presenciamos el comportamiento de otros sus contenidos intencionales motores pueden ser directamente aprehendidos sin la necesidad de representarlos en forma proposicional” 7.
Pero dejando a un lado la importancia de lo anterior, vale decir, la características de la forma en que se nos presentan las intenciones, y centrándonos en las correlación entre intención y acción, puede surgir el legítimo cuestionamiento hacia el poder de tales neuronas para proporcionarnos entendimiento respecto a las intenciones de los demás, ya que la misma acción puede tener tras ella distintas intenciones dependiendo de la circunstancias. Entonces ¿cómo se resuelve tal dificultad? Esta importantísima objeción ya ha sido contestada y superada por experimentos realizados por los neurofisiólogos Leo Fogassi y Marco Iacoboni, que proporcionaron contundente evidencia empírica a favor de la idea de la capacidad de reflejo que posee el cerebro tanto del mono como del ser humano.
El experimento llevado a cabo por Fogassi se implementó sobre la base de la actividad neuronal del mono, la que fue medida durante condiciones de ejecución de agarre de un objeto y de la observación del mismo tipo de acto. Los resultados que arrojó este experimento le permitieron a Fogassi concluir que las neuronas espejo permiten entender las intenciones de otros gracias a la comprensión de sus acciones debido a que la actividad de las neuronas espejo de aquel mono utilizado en esa experimentación fluctuó estableciendo diferencias dependientes de la intención asociada a la misma acción (de agarre) tanto en la ejecución de esa acción como en su observación.
El experimento de Iacoboni, conocido como “experimento de la fiesta de té”, que tenia en mente el mismo objetivo de Fogassi de verificar si es que las neuronas espejo pueden discriminar entre intenciones distintas vinculadas a una misma acción, aunque esta vez en humanos, consistió en el acto de coger una taza té en variados contextos, donde estos últimos daban las claves necesarias al observador para discriminar entre distintas intenciones asociadas con la misma acción. Para esto Iacoboni elabora tres tipos específicos de situaciones que fueron grabadas y luego reproducidas a través de videos para que los voluntarios pudieran observarlas. El primer tipo de video se denomina Contexto y muestra una escena en la cual aparecen una tetera, galletas, una jarra, etc. En concreto hubo dos Contextos: uno mostraba las cosas minuciosamente ordenadas, lo que sugería que alguien se alistaba a tomar el té. El otro mostraba lo contrario, sugiriendo que alguien ya había tomado té.
El segundo tipo de video se denomina Acción y mostraba una mano agarrando una taza, sin ningún tipo de contexto que acompañara a tal acción. En concreto, se mostraron distintos tipos de agarre de la taza, aunque sin revelar lo que acontecía luego de tomarla. Finalmente el tercer tipo de video denominado Intención combinaba los dos tipos anteriores de videos, a saber, Contexto y Acción.
La conclusión que Iacoboni extrae de su experimento es que las neuronas espejo del hombre también codifican las intenciones asociadas a las acciones, y que por ende, no codifican solamente las acciones per se. Las neuronas espejo codifican de manera distinta la misma acción asociada con diferentes intenciones cuando realizamos esa acción como cuando la observamos realizada por otro. Lo que afirma Iacoboni sobre los resultados de su experimento es lo siguiente:
“El hecho de que las células del cerebro que usamos para lograr nuestras intenciones por medio del agarre y después bebiendo o limpiando, también disparen cuando discernimos entre diferentes intenciones asociadas con las acciones de otras personas claramente apoya el modelo de la simulación de nuestra habilidad para entender las intenciones de otras personas” 8.
Ya es claro que el sistema de las neuronas espejo es capaz de codificar no solo el acto observado, sino que también la intención con la que este se lleva a cabo. Pero también es cierto que las neuronas espejos nos permiten anticiparnos a las acciones de los otros, al entender en forma cabal las intenciones actuales que el sujeto esconde en su interior y que impulsarán la aparición de determinada conducta. Esto es factible además porque el observador, en el momento en el que asiste a la ejecución de un acto motor por parte de otro sujeto, sobre la base de la experiencia que le entrega esa y otras escenas observadas, puede anticipar los posibles actos sucesivos con los cuales está concatenado dicho acto, y de esta forma anticipa también las intenciones detrás de esos futuros actos.
Si bien se ha hablado de actos motores y de las intenciones detrás de ellos, en la mente humana no solamente están aquellas intenciones y todo tipo de pensamientos asociados con conductas motoras. Evidentemente que el problema de las otras mentes, que la existencia de las neuronas espejo aspira a solucionar, no solo incluye las intenciones vinculadas a acciones sino toda la gama de emociones, sentimientos, creencias, deseos, sensaciones, etc., que forman parte de la psique humana. Esta última es una entidad compleja en cuanto a su contenido, y si bien la función principal del sistema de neuronas espejo es la comprensión del significado de las acciones ajenas, tal cualidad de resonancia se amplia y también puede ser aplicado al caso de las emociones, sentimientos, sensaciones, deseos, etc., como lo requiere el problema de las otras mentes.
Esta especie particular de neuronas nos permite la comprensión inmediata de las emociones, los sentimientos y las sensaciones de los otros bajo la misma lógica que aplicaba a la comprensión de sus acciones. Al igual que en este último caso, no necesitamos reproducir íntegramente el comportamiento de los demás para captar su valor emotivo. Es a través de la comprensión de lo que hacen como podemos entender lo que les sucede en general. Si se quiere, por mor del argumento, podemos asumir que todo lo que hace y puede hacer un ser humano (inclusive existir) implica una acción, hasta en lo más mínimos detalles. De esta forma, cada gesto, cada postura, toda flexión muscular, cada proceso biológico, conlleva inherentemente una acción, aunque sea la más simple que exista. Bajo esta directriz, podemos saber cuándo alguien tiene miedo, cuándo alguien está deprimido, cuándo alguien tiene mucha confianza, cuándo alguien tiene asco, etc. Y esto lo logramos llevar a cabo porque entendemos tanto las acciones individuales como el conjunto de ellas dentro del marco de una emoción, de un sentimiento, de un estado de ánimo, de una sensación, etc.
Las neuronas espejos nos hacen leer las expresiones faciales de los otros y así nos hacen sentir lo que esos otros sienten porque tal sistema está involucrado en la percepción y en el entendimiento de las acciones comunicativas. Nuestras percepciones de los actos y reacciones emotivas de los demás van emparejadas con “un mecanismo espejo que permite a nuestro cerebro reconocer inmediatamente todo lo que vemos, sentimos o imaginamos que hacen los demás, pues pone en marcha las mismas estructuras neurales (motoras o visceromotoras, respectivamente) responsables de nuestras acciones y emociones” 9, y “Cuando percibimos a otros expresando una emoción básica dada tal como el disgusto, las mismas áreas del cerebro son activadas como cuando nosotros subjetivamente experimentamos la misma emoción” 10.
De esta manera el sistema de las neuronas espejo resuelve el intrincado problema de las otras mentes. ¿Pero cómo lo efectúa este descubrimiento de las neuronas espejo? Bueno, lo realizan precisamente por aquella capacidad que poseen estas singulares neuronas. Gracias a que estas le otorgan al ser humano la competencia de entender las acciones, emociones, sentimientos, sensaciones, deseos, etc., de los otros por medio de la imitación interna o potencial, por parte del observador, de aquellas manifestaciones corporales de los otros; se hace manifiesto el hecho de que tal reproducción potencial de las acciones, emociones, sensaciones, etc., de los demás, asume de forma tácita que lo que se está entendiendo por medio de la reproducción corporal interna son estados mentales de otros, vale decir, mentes que pertenecen a aquellas otras figuras humanas que se observan. Este sistema de resonancia o de espejo del cerebro humano detecta el hecho biológico de que aquellas acciones que está percibiendo por medio de su sistema visual representan más que simples actos mecánicos realizados con una cierta armonía. Logra advertir que aquellos movimientos, hasta los más ínfimos, son el reflejo externo de ciertos sucesos internos a ese cuerpo y que subyacen a aquel comportamiento observable. Y como el observador de aquella escena es un ser humano que efectivamente experimenta emociones, sentimientos, sensaciones, deseos, etc., le es fácil reconocer, de forma automática y no reflexiva, en otros, esa cualidad biológica de poseer consciencia y experimentar el mundo desde un punto de vista y de una determinada manera, porque su propio experimentar le suministra la habilidad necesaria para notar cuándo un comportamiento se ajusta a su propia dinámica, que posee determinada coherencia, y que es signo de la existencia de una mente que tiene injerencia en aquellas acciones externas que el observador nota.
Lo que nos enseña el descubrimiento de las neuronas espejo, y las conclusiones que de aquel se extrajeron, es que la filosofía ha combatido en vano contra sus propios limites, inherentes a su propia naturaleza, lo cual explica el que no haya podido superarlos. Por esa misma naturaleza del quehacer filosófico hay hechos que los filósofos no tienen la capacidad de descubrir por sí mismos. En el caso de las neuronas espejo y el problema de las otras mentes, los filósofos solo rodearon la solución verdadera a tal problema. Sus puntos de vistas, sus ideas, sus razones y sus métodos únicamente pudieron circundar, asechar la respuesta correcta. ¿Acaso es responsabilidad de los filósofos el que no lograran obtener la justificación necesaria para resolver el problema de las otras mentes? ¿Ese resultado se debió a la incapacidad intelectual de los filósofos que se dedicaron a este problema epistemológico? ¿Podemos decir que la filosofía no hizo su trabajo?
La respuesta a esas tres preguntas es un rotundo no. Por supuesto que no es responsabilidad de los filósofos el no haber alcanzado la solución al problema de las otras mentes. Estos hicieron lo que tenían que hacer. Hicieron todo lo que estuvo a su alcance, y en ese sentido, deben sentirse orgullosos por desplegar toda su inteligencia y emplear todas sus fuerzas al abordar aquel problema filosófico. Si le exigiéramos a la filosofía, a los epistemólogos, más de lo que ya han hecho, sería pedirles que hicieran algo que no les corresponde. Sería obligarlos a abandonar los límites de su profesión para inmiscuirse en otra. Sería arrastrarlos a que abandonaran la filosofía para que se insertaran en la ciencia. En definitiva, seria obligarlos a que dejaran de ser filósofos y comenzaran a comportarse como científicos.
Claro está que pedirles a los filósofos que posean la pericia necesaria en todos los dominios del conocimiento, a pesar del actual estado de la filosofía (el ya nombrado estado posterior a su desmembramiento, es decir, de la partida de las distintas ciencias debido a su madurez e independencia), sería una completa locura. Ciertamente la especialización es un mal necesario a la hora de encontrar las respuestas a los enigmas epistemológicos que plantea la realidad. Y en la vorágine en que se ha convertido la especialización de las distintas disciplinas científicas, se ha hecho imposible tener conocimiento sobre todos los temas relevantes y que además tal conocimiento sea contundente y no una mera pincelada superficial.
Resulta de perogrullo decir que la filosofía no puede abandonar su manera de proceder característica y que en la actualidad le entrega su razón de ser. Me refiero al análisis conceptual que constituye la esencia de lo que hoy entendemos como filosofía. Y si bien este análisis conceptual no excluye la participación de los datos empíricos que puede obtener el propio filosofo en su diario vivir o que puede extraer, por decisión propia, de otra disciplina similar a ella o no; lo cierto es que aquella evidencia, externa a la filosofía misma, de la que a veces se sirve el filósofo, no es comparable ni en cantidad ni en cualidad a la que maneja un científico (en particular) o la comunidad científica (en general). Me refiero a que el conocimiento, la habilidad y la experiencia que tiene un científico en la ciencia evidentemente no se pueden comparar con lo que puede obtener un filósofo en cuanto filósofo, como una persona ajena a aquellos campos profesionales. Hay cosas que solo puede saber, que solo sabe y que solo puede comunicar un científico de profesión, y esa información que solo un científico de profesión puede comunicar al mundo, puede ser y es de relevancia para otros pensadores, como lo fue en el caso de las neuronas espejos para el filósofo con respecto a la solución del problema de las otras mentes.
En nuestro caso específico, ningún filósofo, en cuanto filósofo, habría llegado ni siquiera a especular acerca del mecanismo o sistema de las neuronas espejo que subyace a nuestra capacidad de lectura de mentes y de cómo este hecho justificaba la fuerte intuición que embarga a la mayoría de los seres humanos respecto a la existencia de otros seres conscientes. No es ni fue factible el que la filosofía pudiera descubrir la existencia de una clase particular de neuronas con capacidades de reflejar internamente las acciones observadas y que la actividad conjunta de estas neuronas nos permitiría entender los actos, las intenciones y las emociones de los otros individuos al llevar a cabo, literalmente, en nuestro interior, una simulación espontanea e implícita de los actos, intenciones y emociones de aquellos que estamos observando ( aunque con una intensidad mucho menor que nos permite conservar nuestro sentido del yo).
Por lo mismo, la ayuda de los científicos que la filosofía necesita, se hace patente en este caso de las otras mentes. Para que el filósofo pudiera encontrar la respuesta a esta dificultad epistémica tuvo que recurrir a los métodos y enfoques de la ciencia (específicamente de las neurociencias). Y aunque esta última no hubiera podido ofrecer una respuesta tan contundente como la que de hecho ha proporcionado al problema de las otras mentes, para poder haber empezado a aventurar una respuesta que se acercara mínimamente a la solución correcta, el filósofo igualmente tendría que haber acudido a la información que solo está disponible en los laboratorios.
Queramos o no la filosofía ya no es la primera en la jerarquía de las disciplinas del conocimiento, ya no es “la madre de todas las ciencias”, ya no es la ciencia primera o verdadera. Entonces, si desea escapar del estancamiento en el que en la actualidad se encuentra, y si además quiere progresar y retornar a un lugar más digno, entonces debe aceptar su real situación, y con aquella humildad, los filósofos deben comprender que ya no son personas “epistémicamente especiales” ( si es que alguna vez lo fueron). Deben dejar de mirar hacia abajo a las demás disciplinas (de las cuales muchas en realidad están por sobre ella) y aceptar que hay muchísimas cosas que no saben y que jamás podrán saber si es que no empiezan a colaborar de manera estrecha con las variadas ciencias, de cuyo potencial epistémico pueden obtener muchos dividendos al aplicar a los resultados obtenidos por los científicos su método de análisis conceptual.
Que un filósofo no pueda obtener el rendimiento que el científico alcanza en su actividad no lo hace menos que aquel. Aunque el nuevo y real papel que debe jugar la filosofía en la empresa de comprensión de la realidad sea mucho menor que el que jugaba en el pasado y que aquel que lleva a cabo la ciencia, aquello no hace que el aporte de la filosofía sea trivial. De hecho, si esta última concentra sus capacidades en la directriz indicada de mutua y estrecha colaboración con la ciencia, evidentemente la figura del filósofo volverá a ser trascendental tanto en la empresa del saber como en la vida diaria de las personas. Lo mejor para todos es que la filosofía aprenda de los errores, se deje dominar por un actuar modesto y logre aceptar su nuevo rol que, aunque pequeño para lo que fue y para lo que son sus propias expectativas con respecto a sus capacidades y rendimiento, es gravitante a la hora de conseguir la añorada comprensión de nuestra existencia y del mundo en el que se despliega, ya que es un complemento necesario tanto para la ciencia como para otras disciplinas del saber que están enfocadas en alcanzar la misma meta de entendimiento.