En las últimas décadas del siglo xix y en las primeras del presente siglo tiene lugar un proceso de burocratización acelerada que parece afectar a todos los aspectos de la vida social e individual. Este proceso es especialmente visible en centroeuropa donde se superpone a una burocracia ya fuerte y consolidada. En comparación por ejemplo con Inglaterra o Estados Unidos —donde la Administración estatal carecía, en gran medida, de una burocracia profesional—, en Alemania y en Austria-Hungría estas nuevas tendencias burocratizadoras se superponen a una vieja tradición burocrática. Tanto la monarquía guillermina como la doble monarquía del Danubio basaban su poder en la centralización administrativa y en la jerarquía funcionarial. En las décadas del cambio de siglo esta vieja burocracia tradicional se verá acompañada por nuevas promociones de burócratas en esferas de la actividad económica privada y estatal, esferas que hasta entonces habían permanecido libres de los tentáculos administradores. En dichas décadas se vive una nueva vuelta de tuerca de un proceso de burocratización que parece extenderse indefinidamente y abarcar cada vez nuevas esferas de la realidad social y de la conciencia individual. Las tendencias hacia lo que Horkheimer llamaría, unos años más tarde, un «mundo totalmente administrado» se hacían cada vez más patentes. Esta situación histórica es el trastorno de la literatura y de la incipiente sociología del momento.
El análisis de los efectos de la burocratización se convierte en un tema central de historiadores, sociólogos, politólogos y literatos. Y todos ellos, en curiosa unanimidad, utilizan la metáfora de la máquina para referirse a la burocracia. No sólo los poetas y novelistas; incluso el lenguaje de los textos científicos, cuando intenta describir el mundo burocrático se aproxima al lenguaje especializado de los constructores de máquinas. La burocracia es vista como uno de los aparatos fundamentales en el proceso de destrucción del individuo y de mecanización de la sociedad 2 .
De todas estas unanimidades en el uso de la metáfora sólo me quiero referir aquí a la sociología de los hermanos Alfred y Max Weber y a la literatura de Franz Kafka. Es de sobra conocida la experiencia de este último como burócrata en el Instituto de Seguros de Accidentes de Trabajo en el Reino de Bohemia en Praga. A esta experiencia personal en la burocracia austrohúngara primero y, después de la primera guerra mundial, en la burocracia del incipiente estado checo, hay que añadir otras posibles influencias para comprender el mundo literario de Kafka.
En los últimos años, se está poniendo de relieve el probable influjo indirecto de Max Weber, a través de su hermano Alfred, sobre Kafka. Y precisamente, en el tema que constituye, a mi juicio, el leit-motiv fundamental de la obra literaria de éste: la obsesión burocrática, el absurdo de este sistema de organización social que se ha impuesto de una manera inevitable en todas las facetas de la vida, ahogando la espontaneidad e impidiendo la libertad.
La relación entre Alfred Weber y Kafka es sencilla de aclarar: Kafka obtiene el 18 de junio de 1906 el grado de Doctor en Derecho. Alfred Weber actúa como «Promotor» en la ceremonia de recepción del título, es decir, como encargado de presentar a los nuevos doctores al rector. El joven profesor Alfred Weber había sido llamado por la Facultad de Derecho de la Universidad alemana de Praga el año 1904 como catedrático de Economía nacional y trabajó en esta Universidad hasta 1907, en que se traslada a Heildelberg. En esos años ejerció una gran influencia entre los estudiantes de Praga, entre los que se contaban Franz Kafka y su amigo Max Brod. Con éste se mantuvo en contacto Alfred Weber hasta después de la segunda guerra mundial 3 .
La relación entre Alfred Weber y Franz Kafka trasciende lo meramente académico y llega al campo literario. En 1910 publica Alfred Weber en Die neue Rundschau un largo artículo titulado «Der Beamte» («El funcionario»). Pues bien, este artículo es el precedente directo de una de las narraciones más alucinantes de Kafka: In der Strafkolonie (En la colonia penitenciaria), escrita en 1914 y publicada en 1919. De esta manera es posible establecer «afinidades electivas» entre los hermanos Weber y Kafka en el tema de la burocracia. La cara oscura del proceso de burocratízación es analizada en dos registros diferentes: el literario y el sociológico. Hoy, cada vez que nos acercamos al funcionamiento real de la burocracia, acabamos calificándola de «kafkiana». Pero también podríamos llamarla «weberiana», haciendo así justicia a la crítica sociológica que ambos hermanos realizan.
Debido a que Max Weber es tenido, y con razón, como el principal teórico de la racionalidad burocrática, se hace necesario recordar también su crítica amarga y desesperada. En este tema aparece una vez más el doble rostro de Jano que Weber poseía. Si, por un lado, realiza una exposición aséptica, neutral y objetiva del «tipo ideal» por otro hace una crítica despiadada e intenta poner límites al proceso de burocratización. Me voy a referir sólo a uno de los textos de Max Weber fundamentales para mi argumentación. Se trata de su famosa intervención en 1909 ante la Asamblea del «Verein fíir Sozialpolítik» 4 . Aquí, Max Weber, tras declarar su total acuerdo con su hermano Alfred en la crítica a la burocracia, acaba comparando a ésta con un gran aparato mecánico cuyo avance incontenible es imposible de frenar.
Esta comparación con la máquina es muy significativa. Para Max Weber, la burocracia mantiene su eficacia gracias a la jerarquía administrativa que regula todos los asuntos objetivamente, con precisión y «sin alma», precisamente como una máquina. De esta forma, «la superioridad técnica del mecanismo burocrático es tan indiscutible como la superioridad de las máquinas sobre el trabajo manual». Como engranajes de esta maquinaria, Weber describe la tendencia de los individuos a aferrarse a un puestecillo para escalar inmediatamente el siguiente, la tendencia conservadora a considerar la burocracia como una fuerza neutral y superior a los intereses de clase o partido, y la pasión por ser «hombres de orden». Estos tres engranajes contribuyen a mantener el buen funcionamiento de la maquinaria. Pero, según Max Weber, se trata de buscar qué «debemos oponerle a tal mecanismo para dejar libre a una pequeña parte de la humanidad de esta parcelación del alma, de este dominio absoluto del ideal de vida burocrático».
En su artículo sobre el funcionario 5 , Alfred Weber hace una análisis histórico del proceso de burocratización y una dura crítica de aquellos que quieren ver el «espíritu del tiempo» en el espíritu muerto y vacío del aparato y mecanismo burocrático. Describe cómo se levanta un monstruoso aparató en nuestras vidas, que posee la tendencia a invadir esferas de la existencia hasta entonces libres y naturales para encerrarlas en departamentos y subdepartamentos. Un aparato que posee el veneno de la esquematización y mata todo lo que le es ajeno, individual y vivo.
«—Es un aparato singular —dijo el oficial al explorador, y contempló con cierta admiración el aparato, que le era tan conocido».
Así comienza Kafka su relato En la colonia penitenciaria. El aparato burocrático weberiano se ha transformado literariamente en una máquina de tortura y exterminio. Todo el que haya leído el relato recordará la pormenorizada y «kafkiana» descripción del aparato que hace el oficial ante la indiferencia del explorador. El artefacto ha sido diseñado por el antiguo comandante de la colonia penitenciaria para escribir sobre el cuerpo del condenado, con sangre y hasta la muerte, la disposición que ha violado. Por ejemplo, las palabras que van a ser inscritas en el cuerpo del condenado allí presente son: «Honra a tus superiores». Ante las preguntas del explorador- visitante, el oficial —juez y ejecutante de la sentencia al mismo tiempo— describe otro proceso judicial «kafkiano» cuyo principio fundamental es éste: la culpa es siempre indudable.
Pero corren malos tiempos en la colonia penitenciaria. El procedimiento judicial y el método de castigo son ahora defendidos sólo por el oficial, que se ha convertido en sostenedor de la tradición del antiguo comandante y en jefe de mantenimiento de un aparato que apenas funciona por falta de presupuesto. Después de un intento fracasado de convencer al exiorador para que se ponga de su parte y defienda la santa y justiciera tradición, el oficial ocupa el lugar del condenado y se ejecuta a sí mismo en la máquina. Pero ésta también acaba destruyéndose por su mal funcionamiento.
«El rostro del cadáver del oficial era como había sido en vida; no se descubría ninguna señal de la prometida redención; lo que todos los demás habían hallado en la máquina, el oficial no lo había hallado; tenía los labios apretados, los ojos abiertos con la misma expresión de siempre, la mirada tranquila y convencida y, atravesada en medio de la frente, la punta de la gran aguja de hierro» 6 .
La relación entre el ensayo Der Beamte y la narración corta In der Strafkolonie no es sólo metafórica ni se basa sólo en la continuidad de la idea del aparato. Como Astrid Lange-Kirchheim se ha ocupado de demostrar fehacientemente, hay una coincidencia temática, un solapamiento y paralelismo estrecho entre el ensayo sociológico de Alfred Weber y el relato literario de Kafka 7 . Es más El funcionario es una fuente directa de En la colonia penitenciaria.
Creo que es posible encontrar ciertos paralelismos entre estos dos autores en su propia biografía, en las metáforas utilizadas y en los temas en que centran su interés, desde puntos de vista, claro está, diferentes.
En cuanto a las afinidades biográficas, puede decirse que Max Weber (1864-1920) y Franz Kafka (1883-1924) pertenecen casi a la misma generación; son subditos de dos imperios centroeuropeos «hermanos», una vez que la lucha por el dominio de la zona europea de habla alemana se ha decidido ya en favor de Alemania y en contra de Austria; ambos son juristas de profesión y tienen una lengua materna común: el alemán. Pero la analogía biográfica más importante radica en que ambos son ejemplos cíanos de lo que Sigmund Freud (1856-1939), otro coetáneo, dio a conocer con el nombre de «complejo de Edipo».
Casi todos los biógrafos de Weber y, especialmente, Arthur Mitzman han hablado de una situación de Edipo fuerte y mal resuelto 8 . En palabras de L. Coser, «Mitzman ha dado una nueva interpretación a los aspectos dualísticos del pensamiento weberiano al demostrar con todo lujo de detalles su doble identificación, por un lado, con la dureza de un padre librepensador y autoritario y, por otro, con la blanda, si bien severa, religiosidad de una madre piadosa» 9 .
También se ha señalado que «hay una cruel adecuación en el hecho de que el único rival de Freud para el título de principal pensador social de nuestro siglo haya sido un ejemplo clásico de la famosa teoría del último —que yaciera impedido por padecimiento mental en el mismo momento en que se publicó La interpretación de los sueños— y que hubiera sufrido las prescripciones de una serie de psiquiatras, ninguna de las cuales le sirvió para nada, mientras desconocía totalmente la obra del único médico que hubiera podido curarle» 10 . Resulta paradójico que la muerte de Max Weber ocurra cuando Freud se encuentra desarrollando su teoría del instinto de muerte, teoría de la que aquél podría ser un ejemplo.
La depresión psíquica que mantiene a Max Weber postrado, con algunos intervalos, desde 1898 hasta casi 1904, fue producida en parte por el exceso de trabajo, pero fundamentalmente por el sentimiento de culpabilidad frente a la muerte de su padre, ocurrida poco después de una violenta discusión entre ambos.
Por su parte Kafka nos ha dejado el testimonio literario más impresionante de las dificultades edípicas y familiares de toda su generación en la famosa Carta al padre, que comienza con las siguientes palabras:
«Querido padre:
No hace mucho me preguntase por qué digo que te tengo miedo. Como de costumbre, no supe qué contestarte; en parte, precisamente, por el miedo que te tengo; en parte porque en la explicación de dicho miedo intervienen demasiados pormenores para poder exponerlos con mediana consistencia. Y si, con esta carta, intento contestar a tu pregunta por escrito, lo haré sin duda de un modo muy incompleto, porque, aun escribiendo, el miedo y sus consecuencias me atenazan al pensar en ti, y porque las dimensiones de la materia exceden con mucho los límites de mi memoria y de mi entendimiento» 11 .
No quiero insistir en las interpretaciones psicoanalíticas que se han hecho de Kafka, muchas y variadas, ya que prefiero solidarizarme con las reservas del propio Kafka ante el psicoanálisis y, en general, ante toda explicación reductivamente psicológica. «¡No más psicología!», se puede exclamar con él. Aunque es posible que si Kafka hubiera podido leer el presente trabajo habría exclamado también: ¡No más sociología! o ¡Basta ya de historia!
En ningún caso las páginas que siguen pretenden ser una interpretación exhaustiva de la obra de Kafka, pues ésta, como la Cabala, tiene infinitos registros y significados. Es imposible penetrar en su núcleo. Cada vez que apresamos uno de sus posibles significados y nos quedamos con él en las manos, tenemos que reconocer que sólo hemos arrancado una capa de la corteza y que el núcleo se nos ha escapado una vez más. Las novelas y narraciones de Kafka han sido objeto de múltiples interpretaciones, algunas de ellas inversímiles, casi todas posibles, pero ninguna definitiva ni «verdadera».
En lo referente a las similitudes en las metáforas utilizadas, ya me he referido más arriba al uso común de la imagen de la máquina, de la maquinaria, del aparato, referida a la burocracia. Tendré ocasión de volver sobre esta idea. Me interesa destacar aquí otra coincidencia metafórica: la jaula.
Entre los sociólogos se ha extendido la expresión «jaula de hierro» para referirse al análisis weberiano del mundo contemporáneo. Suele explicarse que Weber pensaba que en la sociedad moderna, los hilos de las instituciones estatales, burocráticas y económicas se entretejen férreamente y construyen una jaula que aprisiona al espíritu humano, mutilando su universalidad fáustica e impidiendo el desarrollo completo del individuo. Esta idea corresponde, ciertamente, a las expresiones de Weber: al final de La ética protestante, alude a los teóricos del puritanismo para quienes el cuidado por los bienes económicos no debería ser más que un manto ligero que en cualquier momento pudiera quitarse. Pero, afirma Max Weber, el destino ha convertido este manto en una envoltura férrea, en un estuche duro como el acero (literalmente, «stahihartes Geháuse»). Fue Talcott Parsons quien, al traducir al inglés este texto, utilizó la expresión «iron cage» (jaula de hierro). Más tarde, Mitzman, a pesar de ser consciente de las dificultades de traducir «stahihartes Geháuse» como «iron cage», utiliza esta última expresión como título de la biografía de Max Weber, elevándola así a símbolo de la vida de éste. En la sociología norteamericana de los últimos años ha tenido lugar una polémica sobre la traducción de la metáfora y la procedencia real de la expresión «iron cage», discusión en la que no puedo detenerme aquí 12 .
Pero, aunque Max Weber no utilice en ese texto la palabra «jaula» (Káfíg), sí es suya la idea de la transformación progresiva de la civilización contemporánea en una prisión, en la que el individuo se ve aherrojado y de la que ya no se vislumbra salida posible.
Por otra parte, en los Escritos políticos afirma que la máquina muerta del trabajo industrial y la máquina viva de la burocracia cooperan unidas para construir el espacio cerrado de la servidumbre del futuro (das Geháuse jener Hórigkeit der Zukunft). Aunque «Geháuse» y «Káfíg» —estuche y jaula— no sean idénticas como metáforas, la idea es clara: la burocracia contribuye a arrojar a la humanidad a una prisión sin salida.
También aquí es Alfred Weber el mediador entre su hermano y Franz Kafka pues, en su artículo «El funcionario», utiliza la metáfora de la jaula (Káfíg), referida directamente a la burocracia.
«Una jaula salió en busca de un pájaro» («Ein Káfíg ging einen Vogel suchen») escribe Kafka el 6 de novimebre de 1917 en lo que ha dado en llamarse su tercer cuaderno en octavo. El propio Kafka dio a esta frase el número 16 para su colección de aforismos. Estos, bajo el título general de «Consideraciones sobre el pecado, el dolor, la esperanza y el camino verdadero», fueron publicados postumamente por Max Brod 13 .
El aforismo admite varios niveles de interpretación. Hay que tener en cuenta que Kafka es un apellido checo (Kavka) cuya traducción alemana sería «Dohie» y la española, «grajo». De hecho, la tienda del padre de Kafka en el centro de la vieja Praga tenía como emblema comercial un grajo 14 .
Así pues, la primera lectura del aforismo es clara: Kafka, el pájaro, percibe el mundo como una jaula que ha salido a buscarle y le ha aprisionado.
Pero también es posible una interpretación sociológica del aforismo que tenga en cuenta la visión laberíntica de la ley y de la burocracia que Kafka elabora en El proceso o en El castillo. Según esta exégesis, la jaula —de hierro, naturalmente— de la justicia ha salido a encerrar al individuo, ya que «la culpa es siempre indudable». O bien, la burocracia puede entenderse como un férreo caparazón que impide la libertad de movimientos del individuo, enterrándole en el papeleo administrativo 15 .
La metáfora de la jaula es frecuente en Kafka. Incluso es un elemento central en alguno de sus relatos: el artista del hambre, prototipo del funcionario en el sentido del individuo reducido a su función, aparece detrás de una reja para ser mostrado al público como un número de circo. Y en las conversaciones con Janouch, Kafka insiste una y otra vez en la imagen de la jaula: todos vivimos tras una reja que llevamos con nosotros a todas partes.
Según Alfred Weber, lo que se pierde al entrar en el «aparato burocrático» es la personalidad y la libertad de los individuos: la burocratización de la sociedad significa la metamorfosis (Verwandiung) de las capas altas y medias de la población en funcionarios, de la misma manera que la industrialización significó la transformación de las capas bajas en obreros industriales. Alfred Weber habla del proceso de burocratización y de la metamorfosis burocrática. Las mismas palabras que Franz Kafka universalizará como títulos de sus relatos Der Prozess y Die Verwandlung. En gran medida, los diagnósticos sobre la pérdida de personalidad (metamorfosis en animal) y la pérdida de libertad (Jaula) coinciden.
Por último, la imagen de la burocracia como laberinto es clave tanto en El castillo como en El proceso: pasillos interminables, corredores sin fin, despachos y más despachos, expedientes que se refieren a otros expedientes, un laberinto sin hilo de Ariadna alguno que ayude a encontrar la salida. En Max Weber, que yo sepa al menos, esta metáfora no aparece; pero sí lo hace en el artículo citado de Alfred Weber, quien presenta una visión laberíntica de la burocracia dividida en cámaras, departamentos, secciones, subsecciones, etc...
De entre los elementos comunes referidos al estilo de pensar y a los temas tratados por Max Weber y Kafka, quiero destacar aquí únicamente dos, ya que tendré ocasión después de examinar por extenso sus convergencias y divergencias en el problema de la burocracia. De momento, pues, una breve referencia al pensamiento paradójico y al tema del poder.
Con razón ha señalado Borges a Zenón como el primer precursor de Kafka, dado que toda la obra de éste se encuentra llena de paradojas: la flecha en movimiento no se mueve, es imposible cabalgar hasta el pueblo vecino, el mensajero imperial no puede llegar a su destino... Su propia existencia es una pradoja viviente. Y una paradoja también son sus palabras al médico, el doctor KIopstock, poco antes de morir: «Máteme, si no es usted un asesino» 16 .
Llena de paradojas, contrastes y confrontaciones está también la obra de Weber pues, de alguna manera, él concentra toda la vasta ambigüedad de nuestro siglo. Stuart Hughes, en su estudio sobre el pensamiento social europeo, afirma en este sentido:
«iniciar la lista de esas confrontaciones es señalar la amplitud y la Índole ambigua de sus realizaciones [de WeberJ: idealismo y método científico; economía y religión; marxismo y nacionalismo; compromiso político e insistencia en la «objetividad- de la ciencia social. Era. a la vez. demócrata por convicción personal v colaborador de esa critica radical de la democracia que iniciaron Párelo y Mosca. Era escéptico acerca de la viabilidad de la Ilustración bajo las condiciones del siglo veinte; sin embargo, su reacción temperamental ante los hechos era con mayor frecuencia de carácter «ilustrado». Aun en sus contribuciones a la terminología de la ciencia social. sus contradicciones y ambivalencias son reflejas» 17 .
En cuanto al tema del poder en Kafka, hay que dar la razón a Canetti cuando afirma: «De todos los escritores, Kafka es el mayor experto en materia de poder; lo ha vivido y configurado en cada uno de sus aspectos» 18 . En efecto, Kafka refleja las relaciones de poder en la familia y la sujeción a un padre autoritario: «En ti observé lo que tienen de enigmático los tiranos, cuya razón se basa en su persona, no en su pensamiento», escribe en la Carta al padre. En esta misma carta plantea Kafka la visión del mundo de la obediencia con la mirada de un niño, tal y como él veía a su padre:
«De ahí que el mundo se dividiese para mí en tres partes; en la primera vivía yo, el esclavo, bajo unas leyes creadas exclusivamente para mí y a las que, por añadidura, sin saber por qué, nunca podía obedecer del todo; luego, en un segundo mundo, a una distancia infinita del mío, vivías tú, ocupado en el gobierno, en dar órdenes y en enfurecerte cuando no eran cumplidas, y finalmente había un tercer mundo donde vivía el resto de la gente, felices y libres de órdenes y de obediencia. Vivía continuamente avergonzado; o cumplía tus órdenes, lo cual era una vergüenza, puesto que sólo tenían validez para mi; o me mostraba desobediente, lo que también era una vergüenza, porque, ¿cómo osaba resistirme a li?, o no podía obedecer, porque no tenía, por ejemplo, tu energía, ni tu apetito, ni tu habilidad, aunque tú me lo exigías como algo perfectamente lógico; esta era sin duda la mayor vergüenza de todas. Así se movían, no las reflexiones, pero si los sentimientos del niño» 19 .
Kafka adquiere una sensibilidad especial para percibir el poder en su vida cotidiana —familia, amigos, trabajo...— y traslada esta sensibilidad a sus novelas. Como afirma Canetti, «dado que teme al poder en cualquiera de sus manifestaciones, dado que el auténtico objetivo de su vida consiste en sustraerse al poder en cualquiera de sus formas, lo presiente, reconoce, señala o configura eri todos aquellos casos en que otras personas lo aceptarían como algo natural». 20
Narraciones como La condena plantean el problema de las diferencias de poder y la humillación en el seno familiar. Las Cartas a Felice pueden ser vistas como un profundo análisis de las formas de poder en las relaciones hombre-mujer. En La metamorfosis, Gregor Samsa (equivalente de Franz Kafka) adopta el punto de vista del acusador, convirtiéndose en un asqueroso insecto que es precisamente el insulto que le dirigen a él.
Kafka analiza el poder no sólo en las relaciones personales entre los individuos, sino también a nivel institucional, en la burocracia, en la industria, en los aparatos judicial y penal, en las relaciones laborales. En sus grandes novelas (América, El proceso, El castillo) refleja, desde el punto de vista de los «humillados y ofendidos», la realidad del poder en un mundo abocado a la destrucción de la primera guerra mundial. Tal vez la pertenencia a un grupo perseguido —incluso en la liberal Praga las persecuciones de los judíos fueron moneda corriente— agudiza la sensibilidad de Kafka. O tal vez, su no identificación con ningún grupo: alemán entre los checos, judío entre los alemanes; de nombre checo, de ascendencia judía, la escuela y universidad, así como la lengua, alemanas. Y siempre con la conciencia de que la comunión con los demás es tan imposible como la soledad.
Kafka no es, ni quiere ser, un crítico social. No se percibe a sí mismo como crítico de las instituciones, sino únicamente como reflejo de su inhumanidad. En su choque frontal con las instituciones, opta por replegarse sobre sí mismo, por destruirse sistemáticamente, como afirma en sus diarios. Incluso toda su obra —y su vida— ha sido interpretada como un proceso consciente de aniquilamiento del yo 21 .
El tema del poder también es central en la obra de Max Weber, aunque su tratamiento es muy diferente. Reconoce la realidad y necesidad del poder en la sociedad contemporánea, e incluso durante gran parte de su vida mantuvo posiciones ardientemente nacionalistas e imperialistas en su defensa del «Machtstaat», de un Estado fuerte en Alemania. El problema del poder vertebra todo su pensamiento político, su sociología política e incluso su sociología de la religión. Pues ésta es concebida no sólo como un sistema de ideas compartidas, símbolos comunes que pueden dar sentido a la vida del individuo y cohesionar a los diferentes grupos sociales, sino también como una forma de dominación de unos hombres sobre otros: dominación hierocrática, que otorga o niega bienes de salvación, utilizando la violencia simbólica, la coacción psicológica.
Además, Max Weber sí se entiende a sí mismo como crítico de las instituciones sociales. Su sociología no intenta sólo «comprender» la acción de los individuos y «reflejar» el desarrollo histórico de las instituciones, sino que tiene una vertiente crítica, como ha puesto de relieve, por ejemplo, Hufnagel en su obra Kritik als Beruf. Der Kritische Gehalt im Werk Max Webers 22 .
Posiblemente pesen más las diferencias que las analogías entre Max Weber y Kafka. Sin embargo, quisiera centrarme en esa preocupación común que compartieron, además, con otros sociólogos y literatos de la época: la burocracia. Esta se convierte en una obsesión, especialmente para los escritores subditos del Imperio austrohúngaro: Kari Kraus, Roben Musil, Franz Kafka y Jaroslav Hasek.
La importancia de Praga en la obra de Kafka ha sido subrayada hasta la saciedad. Incluso se ha llegado a identificar lo kafkiano con la vida opresiva, burocrática y funcionarial de esta ciudad, por lo demás maravillosa.
Ciertamente Kafka es ciudadano de Praga. En ella nace y en ella se desarrolla casi toda su vida: su niñez y adolescencia, sus años de Universidad y de trabajo profesional en el Instituto de Seguros. A pesar de haber deseado sentarse en despachos de países muy remotos, sólo pasa fuera de Praga temporadas de vacaciones, cortas estancias en el campo o el tiempo que duran algunos viajes. Únicamente al final de su vida se instala durante unos pocos meses en Berlín. Siempre desea abandonar Praga, pero no puede hacerlo porque hay un «algo» en esta ciudad que se lo impide. Praga es para Kafka una «madrecita castrante» —son sus palabras— con la que le une siempre una relación ambivalente de amor-odio.
Existen en la actualidad bastantes libros de documentación gráfica sobre la Praga de Kafka. Y las guías turísticas de la ciudad editadas en Europa occidental proponen como itinerario el seguir la ruta que hacía Kafka diariamente de su casa a la maldita oficina, o trayectos «kafkianos» parecidos.
Contrasta esto con el escaso relieve dado por las propias autoridades checas en general, y praguenses en particular, a las huellas de Kafka en'Praga. Casi no queda ningún vestigio de su vida en la ciudad, y sólo una calle pequeña y apartada lleva su nombre. Es como si pesara sobre él la losa del silencio administrativo. Y es que lo «kafkiano» se ha convertido en símbolo de la despersonalización del individuo en el Estado burocrático.
Hoy el mundo que Kafka describía se ha hecho realidad en Praga, encarnándose en sus instituciones y en los pasillos interminables del papeleo y del laberinto burocrático. Y los personajes de sus relatos se han incorporado a la vida cotidiana de la ciudad. Así ha podido afirmar Milán Kundera:
«Cuando yo vivía todavía en Praga, cuántas veces habré oído llamar a la secretaría del Partido (una casa fea y más bien moderna) "el castillo'. Cuántas veces habré oído mencionar al número dos del Partido (un tal camarada Hendrych) con el apodo de Klamm (lo mejor era que Klamm en checo significa 'espejismo' o 'engaño')» 23 .
Ficción y realidad se entremezclan. La obra de Kafka surge en un Imperio burocratizado —el Imperio austrohúngaro— y se hace realidad y cobra vida en nuestro presente en la burocracia del llamado «socialismo real».
La gran importancia de Praga en la obra de Kafka no debe hacer olvidar que éste, durante casi toda su vida, fue un funcionario y escritor austríaco, o mejor, austrohúngaro 24 . Praga era la capital del reino de Bohemia, una de las provincias a las que el Imperio «estrechaba con el abrazo del papeleo administrativo», en acertada frase de Robert Musil en Der Mann ohne Eigenschaften.
Es precisamente esta «novela de filósofo». El hombre sin cualidades —o sin atributos en la ya consagrada traducción española de José M. Sáenz—, la que ofrece un diagnóstico certero e insuperable sobre el Imperio austrohúngaro y su capital, Viena, la ciudad de los ensueños.
Este país, según Musil, estaba administrado por uno de los mejores sistemas burocráticos de Europa, al que sólo se podía reprochar el defecto de matar el genio y el espíritu de iniciativa del ciudadano corriente. El papeleo administrativo no sólo ahogaba las provincias, sino que también enterraba a los individuos, haciéndoles desconfiar frente a sí mismos y frente al propio destino.
En el siguiente texto expresa Musil las paradojas que contribuyeron al colapso cultural y político de Kakania, aquella nación incomprensible y ya desaparecida:
«Cuántas cosas interesantes se podría decir de este Estado hundido de Kakania. Era, por ejemplo, imperial-real, y fue imperial y real; todo objeto, institución y persona llevaba alguno de los signos k. k. o bien k. u. k., pero se necesitaba una ciencia especial para poder adivinar a qué clase, corporación o persona correspondía uno u otro título. En las escrituras se llama Monarquía austro-húngara; de palabra se decía Austria, términos que se usaban en los juramentos de Estado y se reservaban para las cuestiones sentimentales, como prueba de que los sentimientos son tan importantes como el derecho público, y de que los decretos no son la única cosa del mundo verdaderamente seria. Según la Constitución, el Estado era liberal, pero tenía un gobierno clerical. El gobierno fue clerical, pero el espíritu liberal reinó en el país. Ante la ley, todos los ciudadanos eran iguales, pero no todos eran igualmente ciudadanos. Existía un Parlamento que hacía uso tan excesivo de su libertad que casi siempre estaba cerrado; pero había una ley para los estados de emergencia con cuya ayuda se salía de apuros sin Parlamento, y cada vez que volvía de nuevo a reinar la conformidad con el absolutismo, ordenaba la Corona que se continuara gobernando democráticamente. De tales vicisitudes se dieron muchas en este Estado, entre otras, aquellas luchas nacionales que con razón atrajeron la curiosidad de Europa, y que hoy se evocan tan equivocadamente. Fueron vehementes hasta el punto de trabarse por su causa y de paralizarse varias veces al año la máquina del Estado; no obstante, en los períodos intermedios y en las pausas de gobierno la armonía era admirable y se hacía como si nada hubiera ocurrido. En realidad no había pasado nada. Únicamente la aversión que unos hombres sienten contra las aspiraciones de los otros (en la que hoy estamos todos de acuerdo), se había presentado temprano en este Estado, se había transformado y perfeccionado en un refinado ceremonial que pudo tener grandes consecuencias, si su desarrollo no se hubiera interrumpido antes de tiempo por una catástrofe» 25 .
Ante esta serie de paradojas legales, constitucionales, sociales y políticas del imperio de los Habsburgo, no es de extrañar que Kafka, ciudadano de la monarquía imperial, desarrollara un pensamiento paradójico y volviera a plantear, como un nuevo Zenón, la imposibilidad del movimiento: el mensajero del emperador jamás alcanzará al más humilde de los subditos, o el tiempo de la vida que transcurre normal y felizmente es insuficiente para que un joven cabalgue hasta el pueblo vecino.
Cabe preguntarse si Kafka no está retratando, con su paradoja del movimiento, el lento caminar de la burocracia austrohúngara o, en general, a Kakania que era, «sin que lo supiera el mundo, el Estado más adelantado; era el Estado que se limitaba a seguir igual» 26.
Este mundo de seguridad y estabilidad, en el que todo parece claro y en orden, donde nada cambia más que para seguir igual, es también descrito por Stefan Zweig en sus memorias. El mundo de ayer es definido por Zweig como «la época dorada de la seguridad», en la que este sentimiento «era la posesión más codiciada por millones de personas, el ideal de vida común» 27 .
En este paraíso de la estabilidad hacen su aparición dos fuerzas disgregadoras: la industrialización y el despertar de la conciencia de las diversas nacionalidades. Son estos, sin duda, los dos hechos históricos más importantes entre el fracaso de la revolución de 1848 y el comienzo de la primera guerra mundial con la consiguiente desmembración del Imperio.
Todo el trabajo profesional de Kafka en el Instituto de Seguros se enfrentará con los problemas y consecuencias del proceso de industrialización y gran parte de esta experiencia quedará plasmada en sus obras. Por lo que se refiere al segundo hecho, Musil ha reflejado, como siempre irónicamente, las dificultades de una conciencia nacional kakaniense y la tendencia a la disolución de esta identidad, debido a la fuerza del sentimiento de pertenencia a los distintos pueblos que configuraban la doble monarquía:
«Este concepto de la nacionalidad austro-húngara estaba de tal manera formado que es casi inútil intentar explicarlo a quien no lo haya adquirido por propia experiencia. No estaba constituido por una parte austríaca y otra húngara que, como se podía creer, se completaban entre sí y formaban un todo, sino que lo componían un todo y una parte, o sea, el concepto del Estado húngaro y el otro concepto del Estado austro-húngaro; este último tenía su morada en Austria, mientras el concepto de nacionalidad austríaca carecía de patria. El austriaco existía sólo en Hungría, y allí, bajo la forma de aversión; en casa se llamaba a sí mismo subdito de los reinos y países de la Monarquía austro-húngara representados en la Cámara, lo cual significaba tanto como declararse austriaco-más-un-húngaro-menos-este-húngaro, y no lo hacía por entusiasmo, sino por amor a una idea que le repugnaba, pues no podía soportar a los húngaros como tampoco los húngaros a él; así es que el asunto se complicaba más todavía. Muchos se llamaban por eso polacos, checos, eslovenos o alemanes a secas, lo cual producía ulteriores divisiones» 28 .
Qué mayor sensación de tranquilidad, seguridad política y estabilidad que la celebración del septuagésimo aniversario de la coronación del Emperador. Como es bien sabido, el núcleo argumental de la obra de Musil se centra en la organización de la llamada «acción paralela», es decir, la celebración austríaca del septuagésimo aniversario de la subida al trono del augusto Emperador Francisco José, que se debería celebrar el año 1918 paralelamente a la conmemoración en Alemania del trigésimo aniversario del reinado del Emperador Guillermo II.
Ni qué decir tiene que ambos festejos se vieron truncados por la primera guerra mundial. Pero la ficción de Musil sirve para caracterizar la rivalidad contenida y la mimesis de Austria respecto a Alemania, así como la previsión de las dos Administraciones, excesiva en el caso de la austro-húngara como demostró la no menos previsible muerte del emperador en 1916.
En la carta que Ulrich, el hombre sin atributos, recibe de su padre, éste le sugiere los puntos que debe tratar en la petición dirigida al «ex-presidente de la Cámara de Contaduría y actual presidente del Ilustrísimo Ministerio de Administración privada de la familia Imperial-Real, a título de Mariscal Real, Su Ilustrísima el conde Stallburg». En la carta dirigida a esta maraña de títulos, Ulrich debería tener en cuenta lo siguiente:
«En el año 1918, alrededor del día 15 de junio, tendrán lugar en Alemania grandes solemnidades en conmemoración del trigésimo aniversario del reinado del Emperador Guillermo II, fiestas que mostrarán al mundo la grandeza y el poder germanos. Aunque faltan todavía varios años hasta esa fecha, se sabe, de fuentes dignas de crédito, que se están haciendo ya preparativos, por el momento naturalmente inoficiales. Bien sabes tú también que nuestro augusto Emperador celebrará en el mismo año el septuagésimo aniversario de su subida al trono, y que esta fecha coincide con el 2 de diciembre. La suma modestia que siempre nos distingue a los austríacos en las cuestiones concernientes a nuestra propia patria, me inspira el temor de que se prepara para nosotros, digámoslo de una vez, un Kóniggrátz, o sea, que los alemanes, con su método efectista bien estudiado, se nos adelantarán de modo semejante a como en otro tiempo introdujeron el uso del arma de percusión antes de que nosotros pudiéramos pensar en una sorpresa» 29 .
Celebración administrativa del Año Jubilar del Emperador Pacífico. Un emperador eterno, el más antiguo de todos, a caballo entre la realidad y la fantasía, reinaba por entonces en Viena:
«El Emperador y Rey de Kakania era un anciano legendario. Desde entonces se han escrito muchos libros acerca de él, y se sabe exactamente lo que hizo, impidió y dejó de hacer; pero en el último decenio de su vida y de la existencia del reino de Kakania, a muchos jóvenes del mundo del arte y de la ciencia les sorprendía la duda de si existiría realmente. Sus retratos aparecían en todas partes y en número casi igual al de. los habitantes del reino. Con motivo de su cumpleaños se comía y se bebía tanto como en el día de Navidad; se encendían hogueras sobre las montañas, y las voces de millones de hombres proclamaban su amor filial. El himno de alabanza al Emperador era la única creación poética y musical que conocía todo Kakaniense, pero su popularidad y publicidad eran tan archiconvincentes que la fe en su existencia podía equivaler a la fe en algunas estrellas que vemos ahora, a pesar de haber desaparecido hace miles de años» 30 .
Creo que es interesante conectar esta idea del emperador como anciano legendario, medio real medio fantástico, con la leyenda del mensaje imperial, obra de un habitante del cambio de siglo en Praga, capital del reino de Bohemia, integrado en la doble Monarquía del Danubio:
«El emperador —así dicen— te ha enviado a ti, el solitario, el más mísero de sus subditos, la sombra que ha huido a la más lejana lejanía, microscópica ante el sol imperial; justamente a ti, el emperador te ha enviado un mensaje desde Su lecho de muerte. Hizo arrodillar al mensajero junto a su lecho, y le susurró el mensaje en el oído; tan importante le parecía, que se lo hizo repetir en su propio oído. Asintiendo con la cabeza, corroboró la exactitud de la repetición. Y ante la muchedumbre reunida para contemplar su muerte —todas las paredes que interceptaban la vista habían sido derribadas, y sobre la amplia y elevada curva de la gran escalinata formaban un círculo los grandes del imperio—, ante todos, ordenó al mensajero que partiera. El mensajero partió en el acto;' un hombre robusto e incansable; extendiendo ora este brazo, ora el otro, se abre paso a través de la multitud; cuando encuentra un obstáculo, se señala sobre el pecho el signo del sol; adelanta mucho más fácilmente que ningún otro. Pero la multitud es muy grande; sus alojamientos son infinitos. Si ante él se abriera el campo libre, cómo volaría, qué pronto oirías el glorioso sonido de sus puños contra tu puerta. Pero, en cambio, qué inútiles son sus esfuerzos; todavía está abriéndose paso a través de las cámaras del palacio central; no terminará de atravesarlas nunca; y si terminara, no habría adelantado mucho; todavía tendría que esforzarse para descender las escaleras; y si lo consiguiera, no habría adelantado mucho; tendría que cruzar los patios; y después de los patios el segundo palacio circundante; y nuevamente las escaleras y los patios; y nuevamente un palacio; y así durante miles de años; y cuando finalmente atravesara la última puerta —pero esto nunca, nunca puede suceder—, todavía le faltaría cruzar la capital, el centro del mundo, donde su escoria se amontona prodigiosamente. Nadie podría abrirse paso a través de ella, y menos todavía con el mensaje de un muerto. Pero tú te sientas junto a tu ventana, y te lo imaginas, cuando cae la noche» 31 .
En «De la construcción de la muralla china», donde se inserta la leyenda, Kafka afirma que el pueblo ve al emperador «desesperanzadamente y lleno de esperanzas». Y algo más adelante, añade: «Si de tales fenómenos quisiera deducirse que carecemos de emperador, no se estaría muy lejos de la verdad»32 . La consecuencia de estas ideas es «una vida en cierto modo libre, sin dominación», una vida no sometida a las leyes actuales, sino que «sólo atiende a las exhortaciones y advertencias que nos llegan desde remotas edades».
Fruto de esta presencia ausente del emperador es la estabilidad política china donde, a pesar de los cambios, todo continúa igual a lo largo de los siglos. Cabría hacer una lectura de esta narración de Kafka como referida a Kakania, en cuyo caso son bastante evidentes los puntos de contacto con el análisis de Musil.
Uno de los temas recurrentes en Kafka es el del poder anónimo, sin rostro, sin emperador. Cuando éste desaparece, la estructura de poder y de obediencia se mantiene a través de la burocracia. El imperio es eterno aunque un emperador aislado muera, o incluso aunque dinastías enteras se hundan y expiren en un único estertor. Kafka coincide con Weber en el tratamiento de la burocratización del poder, es decir, del paso del rey en el castillo a El castillo sin rey 33 .
Así pues, un Imperio de burócratas 34 , un país burocratízado en el que Musil puede hacer decir a su Señoría el conde Leinsdorf: «Cada individuo desempeña un oficio en el Estado: un obrero, un principe, un artesano son funcionarios» 35 . También en las novelas de Kafka todo el mundo es funcionario, se define por su pertenencia al Estado, a la jerarquía burocrática de El castillo o al Tribunal de El proceso. En esta última, por ejemplo, Titorelli explica a Josef K. que todos los hombres pertenecen al Tribunal, son funcionarios. Cada individuo se define por su función en la tarea burocrática. Es intercambiable con cualquier otro de su misma jerarquía y la identidad personal carece de importancia 36.
Gran parte de la obra de Kafka hay que entenderla, pues, desde su análisis del laberinto burocrático, de ese poder anónimo que se levanta sobre nuestras vidas y agosta todo lo novedoso, todo intento de cambio y reforma. A partir de su experiencia cotidiana de la burocracia del imperio austrohúngaro, Kafka construye un mundo fantástico y real al mismo tiempo, en el que la pesadilla burocrática se impone por completo.
Musil ha popularizado el nombre de Kakania para designar a ese imperio, ya desaparecido. Pero, ¿por qué no llamarlo también «Kafkania»?