La metafísica ha constituido un sistema de defensa ejemplar contra la amenaza de la escritura. Ahora bien, ¿qué liga la escritura a la violencia? ¿Qué debe ser la violencia para que algo se iguale en ella a la operación de la huella [trace]?
¿Y por qué hacer jugar este problema en la afinidad o la filiación que encadena Lévi-Strauss a Rousseau? A la dificultad de justificar este estrechamiento histórico se añade otra: ¿qué es la descendencia en el orden del discurso y del texto? Si llamamos aquí, de una manera un tanto convencional, discurso a la representación actual, viviente, consciente, de un texto en la experiencia de los que lo escriben o lo leen, y si el texto desborda sin cesar esta representación por todo el sistema de sus recursos y de sus leyes propias, entonces la cuestión genealógica excede con amplitud las posibilidades que hoy se nos dan para elaborarla. Sabemos que la metáfora que describe sin faltas la genealogía de un texto está aún prohibida. En su sintaxis y su léxico, en su espaciamiento, por su puntuación, sus lagunas, sus márgenes, la pertenencia histórica de un texto nunca es una línea recta. Ni causalidad por contagio. Ni simple acumulación de capas. Ni pura yuxtaposición de piezas tomadas en préstamo. Y si un texto se da siempre una cierta representación de sus propias raíces. éstas no viven sino de esa representación, vale decir del hecho de no tocar nunca el suelo. Lo cual destruye sin duda su esencia radical, pero no la necesidad de su función enraizante. Decir que nunca se hace más que entrelazar las raíces hasta el infinito, constriñéndolas a enraizarse en raíces, a repasar por los mismos puntos, a que redupliquen antiguas adherencias, a circular entre sus diferencias, a que se enrollen sobre sí mismas o se envuelvan recíprocamente, decir que un texto nunca es más que un sistema de raíces, es sin duda contradecir a la vez el concepto del sistema y el esquema de la raíz. Pero para no ser una pura apariencia, esta contradicción no cobra sentido de contradicción y no recibe su "ilegismo" sino por el hecho de ser pensada en una configuración finita -la historia de la metafísica- tomada en el interior de un sistema de raíces que no termina en ella y que carece aún de nombre.
Ahora bien, la conciencia de sí del texto, el discurso circunscripto donde se articula la representación genealógica (por ejemplo aquella parte del "siglo XVIII" que Lévi-Strauss constituye al adscribírsele), sin confundirse con la genealogía misma, desempeña, precisamente por esta desviación, un papel organizador en la estructura del texto. Inclusive si se tuviera el derecho de hablar de ilusión retrospectiva, ésta no sería un accidente o un desecho teórico; se debería dar cuenta de su necesidad y de sus efectos positivos. Un texto tiene siempre varias edades, y la lectura debe tomar un partido con respecto a ellas. Y esta representación genealógica de sí es ya en sí misma representación de una representación de sí: lo que el "siglo XVIII francés", ejemplo y si algo semejante existe, construía ya como procedencia o su propia presencia.
El juego de estas pertenencias, tan manifiesto en los textos de la antropología y de las "ciencias humanas", ¿se produce por entero en el interior de una "historia de la metafísica"? ¿Fuerza en alguna parte su clausura? Tal es quizá el horizonte más vasto de los problemas que aquí serán apoyados en ciertos ejemplos. A los cuales se puede dar nombres propios: los sostenedores del discurso, Condillac, Rousseau, Lévi-Strauss; o nombres comunes: los conceptos de análisis, de génesis, de origen, de naturaleza; de cultura, de signo, de habla, de escritura, etc.; en fin el nombre común de nombre propio.