Durante los años noventa, al tiempo que corroboraba y alteraba el anterior giro lingüístico con un nuevo programa de “pragmatismo kantiano”, Habermas se empeñó por abrir de más a más la normatividad de la razón práctica al entorno de una pluralidad de discursos. Los tres ensayos del libro que aquí se reseña se sitúan dentro de ese empeño teórico. “Abstinencia fundamentada. ¿Hay respuestas posmetafísicas a la cuestión de la “vida recta”?” reubica las relaciones de la ética y la moral, tomando como mentor a Kierkegaard y su ética del ser sí mismo, e introduce los supuestos básicos del ensayo principal, «¿Hacia una eugenesia liberal? El debate sobre la autocomprensión ética de la especie». A ambos textos, que recibieron en 2001 el “Premio de la Paz de los Libreros Alemanes” en Fráncfort, se les ha añadido «Creer y saber», la conferencia pronunciada en la concesión de ese premio, que toma posición ante el acontecimiento del “11 de septiembre”. Esos ensayos reelaboran ideas vertidas en tres contribuciones polémicas de comienzos de 1988, recopiladas en la última parte de La constelación postnacional con el título «Un argumento contra la clonación de los seres humanos» (Paidós, Barcelona, 2000, 205-217). Tampoco debe descuidarse que la publicación original del libro en 2001 y su traducción castellana han venido marcadas por la turbia polémica librada con Peter Sloterdijk desde el año 1999. Del debate suscitado por la conferencia de éste, «Reglas para el parque humano. Una carta de respuesta a Carta sobre el humanismo», y por la supuesta connivencia de Habermas en el descrédito público de las ideas de Sloterdijk se hizo eco en su día la Revista de Occidente (nº 228, mayo de 2000, 75-118). En ese debate entrechocaron la ofensiva en favor de un relevo generacional y, como subrayó E. Tugendhat, la insustituible relevancia de los argumentos morales ante la técnica genética. Por otro lado, en una reseña aparecida en El País al poco de la publicación de la traducción de éste y otro libro de Habermas (Verdad y Justificación, Trotta, Madrid, 2002), Isidoro Reguera manifestó su querencia por Sloterdijk, de quien es traductor, y un dudoso desprecio, poco informativo y un tanto solemne, por los argumentos aportados por Habermas al debate teórico sobre la eugenesia.
Por descontado, éste último crítica en su libro la postura de Sloterdijk en favor de la cría de humanos. Baste aquí con reproducir la alusión explícita de la pág. 36: “Es verdad que no faltan especulaciones temerarias. Un puñado de intelectuales completamente alucinados intenta leer el futuro en los posos del café de un posthumanismo de giro naturalista sólo para seguir tramando contra la supuesta pared del tiempo -"hipermoderno" contra "hipermoral"- los consabidos motivos de una ideología muy alemana. Afortunadamente, el adiós elitista a la "ilusión de la igualdad" y al discurso de la justicia aún no tiene demasiada fuerza de contagio. Las fantasías nietzscheanas de los que se hacen valer a sí mismos, que ven en la "lucha entre los pequeños y los grandes educadores del futuro" el "conflicto fundamental de cualquier futuro" y animan a las "principales fracciones culturales" a "ejercer el poder de selección que fácticamente han conseguido" sólo llegan por ahora a la categoría de espectáculos mediáticos. En su lugar, yo quisiera intentar aportar algo a la clarificación discursiva de nuestros intimidados sentimientos morales partiendo de las escuetas premisas del Estado constitucional en una sociedad pluralista".
Si bien conviene tener presente ese frente autóctono de discusión, dicha toma de posición ocupa un lugar menor en el argumento central de El futuro de la naturaleza humana. Como muestra la última frase de la cita, erraríamos si sólo lo calibráramos desde ese contexto alemán. El «Prefacio» y el «Post Scriptum (fin de año 2001)» hablan a las claras de donde rasca Habermas: no se trata tanto de replicar al órdago transhumanista cuanto de “valorar moralmente las consecuencias de la eugenesia liberal, esto es, de una praxis que deja al parecer de los padres las intervenciones en el genoma del óvulo fecundado” y pasa a estar “regulada sobre la base de la oferta y la demanda” (págs. 105, 9). Me referiré brevemente al peso específico de dicho argumento.
Habermas traslada la atención desde la ponderación de la vida prenatal, que enfoca la intervención genética del embrión según el patrón del debate sobre el aborto, hasta una hipotética perspectiva de “presente futuro” en la que, bajo la coordenada normativa de una asociación de seres libres e iguales, tenemos en cuenta las necesidades e intereses de un ser humano intervenido que se cuestiona su identidad y las condiciones que la hacen posible. Esa perspectiva aplica distinciones básicas desdibujadas por las acciones biotécnicas e implica decisivas consecuencias normativas. En ambos casos evita el determinismo genético y ataca la equiparación entre eugenesia y educación con la que la variante liberal concede al mercado la desregulación estatal de la eugenesia perfeccionadora y delega a la discreción parental la decisión sobre la misma. La distinción entre dignidad humana y dignidad de la vida humana, entre lo inviolable de la persona y lo indisponible de su dotación corporal, se aviene a una comprensión antropológica de las condiciones básicas de la libertad y de la identidad personal. La distinción intuitiva entre lo hecho y lo crecido, entre lo producido técnicamente y lo que, sobre una base natural, es objeto de trato cultivador o terapéutico, se aviene al distingo entre actitudes que se miden con arreglo a la reciprocidad del entendimiento con el ser intervenido: mientras la actitud manipuladora del diseñador que se orienta por las preferencias de los progenitores le substrae a aquél, para bien o para mal, la intención unilateral e irrevocable de hurgar selectivamente en su dotación de partida, la actitud clínica del terapeuta virtualiza un diálogo con aquél en aras de la prevención o la curación. Esa disposición a ‘calzarse los zapatos del otro’ y a ‘caminar con sus mocasines’ es la que procura el umbral entre la eugenesia negativa, que Habermas acepta sin reparos, y la positiva, que él rechaza porque, con la desdiferenciación de los citados distingos, modifica nuestra autocomprensión como especie al precio de dos consecuencias normativamente inadmisibles: que las personas programadas dejen de contemplarse como autores indivisos de su biografía y sufran la conciencia de tener que compartir esa autoría con otro; y que dejen de verse como personas de igual condición, no limitadas en su relación con las generaciones pasadas. Por supuesto, Habermas es bien consciente de que este argumento, comprimido aquí en una forzada síntesis, no es sino una contribución a un debate en el que todos estamos embarcados.