Me gustaría centrar, en lo que sigue, las reflexiones subsiguientes en el desarrollo y la discusión de algunas implicancias del concepto de lo Ominoso {das Unheimliche} en relación a los planteamientos relativos a la consistencia y contextura de la noción de sujeto en Sigmund Freud y Michel Foucault. Para ello se interrogarán o intervendrán algunos textos freudianos, mediante una modalidad que ponga en juego ciertas nociones arraigadas en el pensar de Michel Foucault, específicamente en lo que caracterizó su pensar a mediados de lo años sesenta, recogiendo la intuición o sospecha de que existe una analogía estructural entre el pensar de ambos, una analogía que se vuelve patente al poner a dialogar entre sí, a partir de la consideración de das Unheimliche, ciertas producciones escritas concernientes al problema de la constitución subjetiva.
De entrada conviene adelantar que el concepto de lo Ominoso {das Unheimliche}, tal como se deslinda a partir de la lectura histórico–crítica de la producción escrita de Sigmund Freud, en tanto concepto límite o liminar {Grenzbegriff2}, resulta ser una de las nociones claves tanto para la clarificación del estatuto epistémico del psicoanálisis como para la comprensión de la noción de sujeto de lo inconsciente. Su trazo, según nos devela la revisión exhaustiva y paciente de los textos freudianos, atraviesa e hilvana prácticamente toda su obra, a pesar de que la discusión detallada y pormenorizada del concepto como tal se encuentre concentrada y acotada en un texto puntual, publicado el año 1919, titulado justamente Das Unheimliche. La extensa y prolongada huella de lo Ominoso, que con creces desborda lo que se podría pretender abarcar en el marco de este trabajo, se reconstruirá, al menos parcialmente, partiendo por el análisis de La interpretación de los sueños (1900 [1899]), seguido de ciertas acotaciones que se desprenden del examen pormenorizado de Lo Ominoso (1919).
El fijar como punto de partida un comentario acerca del libro de los sueños contiene ya una primera alusión implícita con respecto a la naturaleza de la articulación ulterior entre Freud y Foucault, pues, entrelazando el argumento central del mencionado escrito freudiano con Prefacio a la transgresión, se puede argumentar que la relevancia del primero reside esencialmente en el hecho de que a partir de entonces el sueño hace su entrada en el campo de las significaciones, con lo cual, para decirlo en palabras de Foucault, se torna una evidencia que “el filósofo mismo no habita la totalidad de su lenguaje, como un dios secreto y omniparlante; descubre que hay, junto a él, un lenguaje que habla y del que no es dueño.”3 Probablemente, la principal repercusión de la compleja y polémica obra de Freud en el pensamiento contemporáneo consista en haber perturbado palmariamente el apacible y confiado morar del sujeto en el lenguaje, causándole, de esta manera, la tercera de las heridas narcisistas sufridas a lo largo de su breve pero conflictuada historia y planteado la necesidad de una reformulación radical de los supuestos básicos subyacentes a la teoría del lenguaje. Leído en perspectiva, el descentramiento del sujeto moderno, el recientemente aludido reconocimiento de que el yo no es dueño {Herr} en su propia casa, es la última consecuencia de una serie de pasos previos que arrancan de la «aventura lingüística» freudiana, exploración e indagación de la estructura y los mecanismos del lenguaje, y que se inicia en La interpretación de los sueños (1900 [1899]) para ser continuada inmediatamente en La psicopatología de la vida cotidiana (1901) y El chiste y su relación con lo inconsciente (1905) su capacidad de des–cubrir el reverso oculto del discurso moderno.
Por lo tanto, la importancia epocal de Die Traumdeutung (1900 [1899]) consiste, por un lado, en el hecho de haber introducido al sueño en el dominio simbólico, un paso previo necesario para la seguida incorporación de los lapsus, los actos fallidos, los chistes, las obras de arte, todas ellas formaciones psíquicas que comparten la estructura del síntoma neurótico, y, por el otro, en haber destacado, al mismo tiempo, que los esfuerzos interpretativos, orientados hacia el esclarecimiento del sentido de los síntomas psíquicos, siempre es y será una interpretación incompleta, una interpretación en falta, y ello principalmente por dos razones. Su incompletitud fundamental se debe, en primer lugar, a la evidente multivocidad de los síntomas neuróticos, su estratificada y, a veces, heterogénea composición por diversas capas {Vielschichtigkeit}, que condensan y reúnen varios cumplimientos de deseo a la vez, a ratos contradictorios e inconciliables entre sí. Es así como S. Freud, ya en la primera edición de su libro sobre los sueños, señalaba “que en rigor nunca se está seguro de haber interpretado un sueño exhaustivamente; aun cuando parece que la resolución es satisfactoria y sin lagunas, sigue abierta la posibilidad de que a través de ese mismo sueño se haya insinuado otro sentido.”4
Por lo tanto, mediante el trabajo interpretativo siempre se producen nuevas significaciones, las cuales, sin embargo, infatigablemente resultan insuficientes para agotar el sentido de un texto plástico, prolífico y exuberante en significaciones. En otras palabras, el añorado encuentro con el «verdadero» sentido, la extracción de la verdad última y definitiva, es, en realidad, un momento ideal, siempre postergado, siempre por venir. Foucault, por cierto, advierte ese «carácter estructuralmente abierto» de la interpretación, que convierte a la interpretación en una tarea infinita, cuando dice que “a partir del siglo XIX, los signos se encadenan sobre una red inagotable, infinita, no porque reposen sobre una semejanza sin límites, sino porque hay una apertura irreductible.”5
No obstante, existe una segunda razón, quizá incluso más fundamental, que impide que se realice la interpretación íntegra y exhaustiva de una determinada formación psíquica y que, como consecuencia de lo anterior, se produzca la clausura definitiva y categórico del sentido. Este segundo argumento en contra de la posibilidad de la generación de una interpretación «total», sin restos ni residuos a interpretar, que, al igual que el anterior, se encuentra en el texto princeps freudiano, responsable de la apertura de la vía regia hacia lo inconsciente, arranca de la consideración de aquel fenómeno extraño y perturbador, con el cual Freud se veía enfrentado en La interpretación y que se produce, de manera inesperada y sorpresiva, en un momento determinado de la interpretación de un sueño, conocido coloquialmente como «el sueño de la inyección de Irma».
El relato del sueño en cuestión, del cual a continuación se transcriben algunos de sus fragmentos más relevantes en lo que el análisis de lo Ominoso respecta, arranca en un gran vestíbulo, en el cual coinciden ciertas personas, “entre ellos Irma, a quien enseguida llevo aparte [...] para reprocharle que todavía no acepte la «solución» {Lösung}. Le digo: «Si todavía tienes dolores, es realmente por tu exclusiva culpa».”6 Prosigue la narración: “La llevo hacia la ventana y reviso el interior de su garganta. Se muestra un poco renuente {zeigt sie etwas Sträuben}, como las mujeres que llevan dentadura postiza. [...] Después la boca se abre bien {Der Mund geht dann auch gut auf}, y hallo a la derecha una gran mancha blanca, y en otras partes veo extrañas formaciones rugosas {merkwürdigen braunen Gebilden}, que manifiestamente están moldeadas como los cornetes nasales, extensas escaras blanco–grisáceas.”7
La interpretación, que hasta ese momento avanzaba de manera firme e imperturbable, encaminada a corroborar la tesis de que todo sueño es un cumplimiento de deseo, en este punto es bruscamente interrumpida, justo cuando Freud se inclina para examinar la garganta de Irma, interrupción producida por la estupefacción, provocada en el intérprete, por la visión aterradora de una mancha blanca, situada en la garganta de su paciente. En el lugar indicado, al cual se accede después de que la paciente «abriera bien la boca», un lugar extraño e inquietante, que con cierta insistencia se resiste a ser aprehendido en palabras, cuando Freud, en una nota al pie, un fragmento de texto al margen del texto oficial, se ve obligado a reconocer que: “Sospecho que la interpretación de ese fragmento no avanzó lo suficiente para desentrañar todo su sentido oculto [...] Todo sueño tiene por lo menos un lugar en el cual es insondable {unergründlich}, un ombligo por el que se conecta con lo no conocido {dem Unerkannten}.”8
Es un ombligo, omphalos, el que hace de tope al despliegue, por más astuto que sea, de todas las estrategias interpretativas, una cicatriz, una sutura, resultado de un corte y de su ulterior anudamiento, que constituye un punto ciego, clausurado e impenetrable, que se resiste a la interpretación – hablar de resistencias en análisis, sobre todo en lo que respecta a la interpretación, desde luego no carece de implicaciones teóricas y políticas9. Freud era extremadamente conciente del carácter de atadura o del nudo, como consta en la siguiente observación, que se transcribe íntegramente: “Aun en los sueños mejor interpretados es preciso a menudo dejar un lugar en sombras {im Dunkel}, porque en la interpretación se observa que de ahí arranca una madeja {ein Knäuel} de pensamientos oníricos que no se dejan desenredar {entwirren}, pero que tampoco han hecho otras contribuciones al contenido del sueno. Entonces ese es el ombligo del sueno, el lugar en que él se asienta en lo no conocido {dem Unerkannten}. Los pensamientos oníricos con que nos topamos a raíz de la interpretación tienen que permanecer sin clausura alguna {ohne Abschluß} y desbordar {auslaufen} en todas las direcciones dentro de la enmarañada red {netzartige Verstrickung} de nuestro mundo de pensamientos. Y desde un lugar más espeso de ese tejido {dieses Geflechts} se eleva luego el deseo del sueno como el hongo de su micelio.”10
Como se desprende de lo anterior, lo que Freud ve al fondo de la garganta de Irma es un espectáculo horroroso, compuesto por unos cornetes, recubiertos por una membrana blancuzca, y en los que se muestran, en palabras de Lacan, “todas las significaciones de equivalencia, todas las condensaciones que ustedes puedan imaginar.”11 Es decir, todo se mezcla y se confunde en esa imagen, representante de «lo más profundo del misterio», y que por su mera imagen es capaz de provocar la más honda angustia.
La interpretación freudiana aquí desemboca en la manifestación súbita e impensada de una imagen terrorífica, angustiante, verdadera cabeza de Medusa, converge en la revelación perturbadora de algo, en estricto rigor, innombrable, insituable. Aquella mancha, resistente a su disolución mediante la interpretación ecuánime y ponderada, parece indicarle al sujeto “Eres esto, que es lo más lejano de ti, lo más informe”12, confrontándolo dura y repentinamente justamente con aquello que se mantiene alejado de la conciencia gracias a la oportuno labor de la represión – la imagen de la muerte. Se trata, pues, en esta imagen oscura e indescifrable, de la revelación precipitada e indeseada de aquello que el sujeto tiene de menos penetrable, de lo subjetivo sin ninguna mediación posible, de lo subjetivo último. Dice Freud que: “Si no estoy muy equivocado, por todos los caminos que hasta ahora emprendimos llegamos a la luz, al esclarecimiento {zur Aufklärung} y a la comprensión plena; a partir de este momento, en que pretendemos penetrar más a fondo en los procesos anímicos envueltos en los sueños, todas las señas desembocan en la oscuridad {ins Dunkel}.”13
En este punto, arcano y hermético, en el cual todas las rastros, todos los señalamientos desembocan en la más absoluta penumbra, abandonaremos, por el momento, nuestra lectura de Die Traumdeutung (1899 [1900]) para remitirnos, en cambio, a Das Unheimliche (1919) con el propósito de contrastar lo dicho hasta el momento con las consecuencias e incidencias de la respectiva definición de lo Ominoso que de esta lectura se desglose.
Como observación introductoria valga la advertencia que el incierto itinerario reflexivo emprendido por Freud en Lo Ominoso (1919), un recorrido que dibuja un camino del pensar accidentado y obstaculizado, que se despliega dificultosamente mediante múltiples bifurcaciones y ramificaciones, articuladas por los diversos ramilletes de significaciones y sinónimos, mediante el cual el texto circunscribe y contornea la acepción en cuestión, a pesar de la aparente organización y sistematicidad del texto, da cuenta de las dificultades a la hora de cercar el plexo de significaciones asociado a das Unheimliche. Dichas dificultades, que se traducen en el estilo reiterativo, un tanto tortuoso, que contrasta con la habitual fluidez y elegancia que suelen distinguir a la escritura freudiana, pueden ser ejemplificadas en la contrariedad o imposibilidad de traducir este vocablo, unheimlich, a otras lenguas, es decir, de transportarlo a otros idiomas14.
Ciertamente, la dificultad de traducción se deriva, al menos en parte, por un lado, en la negación, efecto del prefijo un– que precede el componente atávico del adjetivo en cuestión, y, por el otro, del hecho de que el elemento troncal sugiere la presencia de dos campos semánticos mutuamente excluyentes y que se desprenden, respectivamente, de la palabra heimlich como dos ámbitos opuestos y contrarios. En este sentido, heimelich o heimelig se suele emplear cotidianamente para designar algo perteneciente a la casa, que se vincula al hogar, a la morada, Heim, caso en el cual designa algo propio, no ajeno, fácilmente reconocible como familiar o doméstico. Alude al bienestar propio de una satisfacción sosegada, un contento sereno y templado, una calma, vivida como placentera, que se desprende de la protección y el amparo que asegura la casa, el hogar – naturalmente, un recinto privado y cerrado – donde se mora.
Un segundo grupo de significaciones, cohesionadas entre sí por una tendencia o dirección común, que aparentemente no guarda ninguna relación con la primera, se caracteriza por referirse a algo secreto, geheim, algo forzosamente mantenido como oculto. En ese sentido alude a algo clandestino, incógnito y escondido, algo, ya sea una persona, un objeto o una acción, que se oculta activa e intencionalmente para impedir que otros sepan de o acerca de ello. En general, esta segunda acepción apunta a algo que pertenece a la categoría de lo enigmático, lo furtivo y comúnmente ignorado, precisamente por su carácter recóndito y apartado, en ocasiones debido a su naturaleza ilegal o ilegítima. Se puede decir que el segundo significado de heimlich, vinculado al secreto y al misterio, designa algo más que lo meramente oculto, ya que hace alusión a lo ocultado, lo escondido e impenetrable. El sentido asociado a esta segunda acepción de heimlich, por lo tanto, se desplaza hacia su antónimo, hasta casi confundirse con él, de modo que “la palabrita heimlich, entre los múltiples matices de su significado, muestre también uno en que coincide con su opuesto, unheimlich”15. O, dicho en otras palabras, “heimlich es una palabra que ha desarrollado su significado siguiendo una ambivalencia hasta coincidir al fin con su opuesto, unheimlich. De algún modo, unheimlich es una variedad de heimlich.”16
Entonces, unheimlich también es lo espectral, temeroso y horroroso, lo fantasmal y sombrío, en cierto modo, lo opuesto – y, al mismo tiempo, estrechamente vinculado – a la primera extensión significante de heimlich. Lo Ominoso, un vocablo imbricado, poliestratificado en lo que a sus capas de significación se refiere, se presenta, pues, como lo familiar, lo íntimo y lo amable, transformado en sus respectivos contrarios, es decir, cuando lo secreto, oculto o escondido deja de ser tal. Siguiendo la conocida definición de Schelling17, de acuerdo a la cual “se llama unheimlich a todo lo que estando destinado a permanecer en el secreto, en lo oculto, [...] ha salido a la luz”18, en la manifestación de aquello que debería haber permanecido oculto, se muestra la otra cara de lo familiar, con lo cual las vivencias asociadas a ello se tornan sorpresivas, inquietantes y sobrecogedoras.
La habitual relación de exclusión entre lo familiar y lo extraño se ve complicada en el caso de das Unheimliche, dado que ambas facetas, tanto lo velado como lo descubierto, lo propio y lo ajeno, se concentran en un mismo objeto hasta el punto de confundirse, de borrarse sus respectivas fronteras y de desvanecerse las diferencias, es decir, comparten el mismo espacio de la representación. La fuente de pavor, asociada a lo Ominoso, y en ello reside el efecto paradójico, en este caso no consiste, al menos exclusivamente, en el carácter extraño, en su oposición diametral a lo familiar, sino en el hecho de que lo que antes solía ser lo más familiar, ahora, de pronto, como resultado de una sorprendente inversión, emerge bajo un aspecto amenazante, peligroso y extraño, y, simultáneamente, refiere algo conocido desde siempre, que, son embargo, durante mucho tiempo se ha mantenido oculto, a la sombra. Lo Ominoso, por lo tanto, aparece como una compleja figura del pensar, que anuda el adentro y el afuera al modo de una banda de Möbius en una torsión, un repliegue, un doblez, una figura topológica que implica una crítica radical a la interioridad en la medida en que, en tanto lugar éxtimo, constituye un punto de ajenidad irreductible para el sujeto, tal como consta en el episodio onírico narrado con anterioridad.
En consecuencia, anudando entre sí a los dos textos puestos en juego hasta el momento, el analysis, la déliasion o Auflösung se topa, en este no-lugar con algo que resiste de ser interpretado, una auténtica madeja de procesos primarios, lioso entrelazamiento de encadenamientos significantes, anudamiento, enlace o ligadura {Verknüpfung} imposible de disolver. Es en esta desgarradura del tejido del lenguaje, en las fronteras de lo decible, donde se produce el (des)encuentro con lo Unerkannte, lo no–(re)conocido e innombrable, en torno al cual se umbilican las cadenas significantes que, ocultándolo, lo protegen para mantenerlo en su estatuto de causa del discurso.
Justamente en este punto, imposible de (re)conocer, que remite a lo primordialmente reprimido {das Urverdrängte}, en el límite del lenguaje que designa su «línea de espuma» – y que, por ello mismo, empleando una expresión de Lacan, no cesa de no escribirse –, se sostiene el sujeto. De esta manera, en cada texto, por mucho que el intérprete se empeñe en tornar inteligibles hasta a sus elementos más nimios, más in–significantes, hay un topos inaccesible, que ya no, como en caso de la condensación, se presenta como una frontera provisoria, una limitación temporal y pasajera, sino que como «la noche más oscura», lo desconocido impenetrable, absoluto y primordial, un lugar imposible, en el cual se manifiesta una entidad positiva, que dista de ser el simple negativo de la conciencia, sino que sólo obtiene su consistencia sobre la base de un no–saber determinado. En otras palabras, la condición ontológica positiva del sujeto depende precisamente de que algo permanezca no–simbolizado, que algo se sustraiga a la capacidad sistematizadora del lenguaje19 y que, sin embargo, no es un más allá de, un jenseits, sino una mancha o un lugar vacío inherente al texto simbólico, que distorsiona y altera la percepción de la realidad. La experiencia de la transgresión de ese límite, que sugiere que “el afuera no es un límite petrificado, sino una materia cambiante animada de movimientos peristálticos, de pliegues y plegamientos que constituyen un adentro: no otra cosa que el afuera, sino exactamente el adentro del afuera”20, se devela como la experiencia donde el ser del sujeto alcanza su límite y donde este límite define precisamente a dicho ser.
Lejos de situarse en la más absoluta exterioridad del lenguaje, en un más allá transcendental, das Unheimliche le pertenece íntimamente a lo Simbólico y conforma su delimitación interna sin ser reducible únicamente a un núcleo no–simbolizable, que repentinamente aparece en medio del orden simbólico, en la sombra del «retorno» traumático y de las «respuestas» del neurótico – está contenido a la vez en el orden simbólico: el punto de anclaje del sujeto, resistente a toda enunciación, es generado inmediatamente por esta forma. El umbilicamiento de los significantes, su anudamiento bajo la figura del ombligo, al servir de pivote de lo Simbólico, asegura la existencia de la distinción entre lo interior y lo exterior, sostiene la frontera divisoria entre adentro y afuera, dando cuenta de la radical modificación del espacio de repartición en el cual los signos pueden ser signos, modificación que Foucault habría identificado en Freud, al igual que en Nietzsche y Marx. Con Freud, nos dice Foucault, los signos se habrían sobrepuesto “en un espacio mucho más diferenciado, según una dimensión que se podría llamar de profundidad, pero a condición de no entender por ella la interioridad sino, al contrario, la exterioridad.”21 Recorriendo a la metáfora nietzscheana del intérprete como «buen escudriñador de los bajos fondos» Foucault acota que la genuina interpretación no puede sino consistir en realizar un recorrido descendente, orientado por el propósito no de dar con la profundidad metafísica más profunda, sino de restituir la exterioridad centelleante, que previamente había sido recubierta y enterrada. Profundidad restituida como secreto absolutamente superficial, ademán y pliegue de la superficie
Por lo tanto, la lectura conjunta o contrastada de Freud y Foucault devela que la función de aquel residuo no–interpretable, situado en los mismos límites del lenguaje, consiste precisamente en impedir que el orden simbólico «retorne a sí mismo», es decir, que en el plano del lenguaje se produzca la identidad consigo mismo en el sentido de la anulación de la diferencia. Aquella discrepancia irreductible, ese resto imposible de decir, que, en el caso del sujeto, se traduce en un lugar de des-conocimiento {Verkennen} primordial, sería entonces lo que nos constituye como parlêtres y que, como consecuencia, nos permite y nos hace hablar – y trabajar y vivir. Retornando a un texto célebre, citado al inicio de este ensayo, “el hundimiento de la subjetividad filosófica, su dispersión, en el interior de un lenguaje que la desposee, pero que la multiplica en el espacio de su vacío”22, consecuencia del impacto por lo Ominoso, da cuenta del fin del sujeto como forma soberana y primera y obliga a repensar e éste justamente a partir de su fractura y desvanecimiento. Lo impensado e impensable, en consecuencia, en su espesor oscuro e impenetrable, se torna nada menos que la condición de lo subjetivo.
Articulando esta particularidad del campo simbólico, que nos es revelada a partir del análisis de das Unheimliche, a saber, el hecho de que éste en sí siempre ya está agujereado, coartado, lisiado, estructurado en torno a un núcleo éxtimo, una imposibilidad lógica, con la lógica constitutiva del sujeto a propósito de su inscripción en el lenguaje y su ulterior relación con éste, significa que “el alcance del sentido desborda infinitamente los signos manipulados por el individuo”23, confrontándolo, una y otra vez, con la existencia de un plus–de–sentido, un exceso simbólico, límite ultimativo del proceso psicoanalítico, frontera infranqueable. Constitución del sujeto y aparición de lo Ominoso, en la medida en que lo segundo deviene requisito y condición de que siquiera se pueda conocer o desear, no son dos momentos lógica o cronológicamente separables, sino que resultan ser dos lados, continuados entre sí mediante una extraña torsión, de un mismo movimiento. La pulsión, bajo cualquiera de sus formas, está inextricablemente arraigada en lo no-pensado, in–nombrado, que se presenta bajo la forma de una exterioridad o extranjería interior {inneres Ausland} irreducible. El sujeto, al verse confrontado con la experiencia de das Unheimliche, se (re)encuentra con algo extraño, foráneo, dentro de sí mismo, viéndose obligado a reconocer, al interior de su propia subjetividad, la existencia de un ámbito impropio, perteneciente a una otredad insubordinada e irreductible, impenetrable e ininteligible – el pensamiento no-fundado, la sombra de la racionalidad clásica, a partir de lo cual el sujeto se constituye y “vive su humanidad como un desagarro”24.
Es posible pensar, entonces, de la mano de Foucault, que con el encuentro freudiano con aquel punto decisivo, en el cual se produce la revelación repentina e inesperada de lo que el sujeto tiene de menos transparente, que escapa a toda mediación simbólica, ante lo cual las palabras se detienen y todas las categorías del lenguaje fracasan, en los mismos límites del psicoanálisis, se inicia el giro transgresivo y decisivo del psicoanálisis, que es, en cierto sentido, una inversión desde las ciencias naturales, su método, sus procedimientos, sus regulaciones y sus ideales, hacia aquel tipo de razonamiento más emparentado con la literatura, la poesía, la mitología y la filosofía. Sin la notable sensibilidad de Freud hacia las inflexiones del lenguaje, su interés por el estudio sistemático de sus vuelcos y sus torsiones, el psicoanálisis, tal como se presenta hoy en día, en tanto formación discursiva inquietante y subversiva, no habría llegado a conformarse. La obra freudiana, en tanto práctica escritural, y en este punto vuelve a coincidir con la producción textual de Foucault, por lo tanto, constituye el testimonio locuaz de su encuentro dislocador con lo innombrable, el intento trágico, de hablar de la experiencia perturbadora, situada en las mismas fronteras de lo decible, y que constituye, en suma, el gesto de la transgresión. Es, por lo mismo, un intento de antemano destinado al fracaso, pues supone hablar en el vacío mismo del desfallecimiento del lenguaje, ahí donde las palabras fallan, en el punto de ruptura donde el sujeto que habla viene a desvanecerse.