Observaciones Filosóficas - Recensión Libro de Adela Cortina: “Neuroética y neuropolítica; Sugerencias para la educación moral”, Tecnos, Madrid 2011
Reseña
de Adela Cortina, “Neuroética
y neuropolítica; Sugerencias para la educación moral”,
Tecnos, Madrid, 2011 (1ª ed. septiembre 2011, 2ª ed. diciembre
2011). 262 págs. ISBN: 978-84-309-5321-9.
Existe un tendencia reciente en el ámbito de la aplicación filosófica a hacerse cargo de aquellos problemas que disciplinas como la medicina, el derecho o la economía han tratado hasta hace muy pocos años al margen de cualquier tipo de cooperación que supusiera un declive de la predominancia de sus profesionales a la hora de dar solución a los mismos. La ética aplicada ha cobrado fuerza en los últimos años como disciplina filosófica que atiende problemas no filosóficos. Muchos han alzado la voz para pronunciarse en contra de esta nueva forma de hacer filosofía. Una cuestión metódica que se plantea a la aplicación de la ética es la de si ésta sigue haciendo uso de teorías y modelos nacidos a lo largo de su historia a problemas nuevos o si hay una exigencia de generar nuevas teorías para nuevos problemas.
El hecho de que no haya un consenso en torno a si la aplicación de la filosofía está fraguando un nuevo espacio de pensamiento o si lo que está haciendo es empobrecer el camino construido por los grandes intelectuales de esta disciplina, nos hace pensar sobre la propia situación de la filosofía en el contexto del actual desarrollo científico y tecnológico. Algunos han opinado que es hoy precisamente el momento en que la filosofía está cobrando la relevancia social de la que ha carecido en otros tiempos.
No hay que perder de vista que la demanda de asesores filosóficos por parte de entidades bancarias, empresas, hospitales u otro tipo de instituciones sigue un camino distinto –aunque no muy distanciado– de la aplicación de la ética según vamos a explorar aquí a propósito del libro de la profesora Cortina, Neuroética y neuropolítica. Sugerencias para la educación moral.
Si bien es cierto que, por ejemplo, en el campo de la bioética existe el tipo de profesionalización de la filosofía al que nos acabamos de referir, esta disciplina es una rama de la ética aplicada sobre todo porque en ella existe teorización y discusión filosófica. Las distintas vías en que hoy vemos que la ética se ha introducido en otros campos del saber como una disciplina que aporta un nivel reflexivo no dejan de converger en un rasgo común: se trata de pensar acerca de problemas de índole filosófica que son generados en materias no filosóficas. Quizá el ejemplo de la neuroética, por introducirnos ya en la temática que vamos a abordar, ilustre con mayor claridad este punto.
La neuroética nace oficialmente a principios de siglo (2002) en un Congreso celebrado en San Francisco (California). Allí tuvo lugar el encuentro de numerosos expertos procedentes de distintas ramas científicas. El carácter eminentemente interdisciplinar se dejaba ver ya desde el comienzo. Se planteó, del mismo modo que había sucedido años antes con la bioética y la –así denominada– genÉtica, que las nuevas tecnologías podían contribuir sobremanera a la comprensión de la actuación de los individuos ante dilemas morales. Éste es uno de los lugares comunes de biólogos, neurocientíficos y toda suerte de expertos que han tratado de buscar un fundamento moral a partir del análisis mediante imágenes de la actividad cerebral de los seres humanos durante el tiempo en que deben dar una respuesta concreta ante los dilemas morales hipotéticos que se les plantean. Cortina se refiere de modo general a este tipo de intentos con un lema sugerente, el cual reformula además la clásica falacia naturalista: “del «es» cerebral al «debe» moral”1. Se trata de la tradicional “promesa de una ética universal”2.
Uno de los importantes problemas que trata el libro es el papel que juegan las intuiciones y las emociones en la formulación de juicios morales. Frente a las doctrinas clásicas, algunos experimentos científicos pretenden demostrar que a la base de esos juicios no hay racionalidad, no hay un razonamiento previo que los sustente, sino que son causados directamente por emociones, que a su vez no son sino producto de uno de entre los múltiples rasgos que han ido constituyendo al homo sapiens sapiens.
Se trata de la cuestión –planteada en la primera parte del libro y respondida en la segunda– de la imposibilidad de justificar racionalmente los juicios morales, tanto en lo que concierne a la vida cotidiana como a la ética filosófica. Si es cierto que a la formulación de estos juicios no sigue una justificación racional –decimos, por ejemplo, que algo está mal pero no sabemos indicar por qué–, las teorías éticas que versan sobre la racionalidad de los juicios morales carecen entonces de legitimación. Tenemos intuiciones morales –se ha dicho desde el campo de la neurociencia–, y el razonamiento se efectúa sólo con posterioridad, motivado por una petición externa.
En la parte del libro dedicada de forma exclusiva a la neuroética, Cortina esboza los retos más relevantes que esta disciplina ha generado desde su enfoque meramente científico, a partir de los cuales se ofrece en el tercer capítulo un listado de conclusiones positivas y negativas desde el punto de vista ético. Se incide en una distinción crucial: tendríamos, por una parte, (a) el intento de fundamentar la moral en el cerebro, esto es, tratar de descubrir los “códigos éticos”3 inscritos en el cerebro a partir de los cuales se deduciría lo que es moralmente válido y aquello que debe legítimamente prescribirse. Hablaríamos aquí de la neuroética como ética fundamental y no como ética aplicada, a diferencia de lo que ocurre con disciplinas como la bioética o la ética empresarial. Por otra parte, estaría (b) la posibilidad de contar con las aportaciones que realizan los estudios científicos para descubrir las bases cerebrales en que se sustenta la conducta moral. Este último frente abierto es para Cortina el que puede llevar a una verdadera cooperación entre distintas disciplinas, el que más frutos puede dar a la hora de comprender el fenómeno moral.
En lo referente a la neuropolítica, Cortina trata problemas que no tienen que ver de forma exclusiva con lo que la neurociencia puede aportar al marketing o al oportunismo político. Se abordan cuestiones relacionadas con la convivencia política cordial. Algunos biólogos evolutivos contemporáneos como W. D. Hamilton o R. Dawkins han incidido en el carácter egoísta que llevamos impreso en nuestros genes; la cooperación mutua es el resultado del egoísmo, el cual sólo persigue la supervivencia individual.
Cortina plantea la paradoja del altruismo que acompaña a la teoría de la evolución de las especies, una paradoja que Hamilton ha tratado de solventar. Este biólogo ha formulado una Regla de Oro para llevar a cabo dicho propósito: “obra con los demás según la medida en que compartan tus genes”4. La reciprocidad que aquí se pone en juego es entendida sólo en un sentido débil, al que Cortina contrapone un sentido “fuerte”. La “reciprocidad fuerte” es definida como la “predisposición a cooperar con otros y castigar a quienes violan las normas de cooperación, con coste personal, aunque sea poco plausible esperar que dichos costes vayan a ser reembolsados por otros más adelante”5.
La autora señala en la segunda parte del libro una cuestión que concierne directamente a los gobiernos actuales vigentes mayoritariamente en América y Europa: la superioridad de la democracia frente a cualquier otra forma de gobernanza política. ¿Goza la democracia de una superioridad evolutiva frente a la teocracia o a los regímenes dictatoriales? Si la capacidad del ser humano para llevar a cabo “contratos sociales” tiene una base biológica evolutiva, donde la reciprocidad en sentido fuerte contribuye a que tales contratos estén regidos por los ideales de justicia e igualdad, entonces, la democracia, fundada en estas dos nociones, podría ser legitimada a partir del estudio de nuestra evolución como especie6.
El problema del determinismo neurocientífico es abordado en la tercera parte del libro. La responsabilidad moral ligada a la libertad de actuar no ha sido tomada suficientemente en cuenta por las investigaciones que pretenden describir la conducta en base a datos que refieren única y exclusivamente a cómo de hecho nos comportamos. Desde la neuroética se ha planteado que la comprensión de la libertad desde el método empírico imperante tiende a estrechar el cerco en torno a ella7. Cortina realiza una amplia crítica al célebre experimento de Benjamin Libet en el que se concluía que no existe la voluntad libre al modo en que se la ha formulado en teorías éticas como la kantiana. Se discute que experimentos como el de Libet hayan realmente demostrado que el cerebro deba de hacer algo de forma inconsciente “antes de que podamos ejecutar una decisión”8.
En la cuarta y última parte del libro se habla del “reto de la educación” y se plantea cómo el descubrimiento de las bases (no del fundamento) cerebrales de la conducta humana puede contribuir a la educación de la ciudadanía, una educación marcadamente moral y política, la educación propia de la ciudadanía del siglo XXI9. Esta educación se encamina al respeto de los derechos reconocidos en la Declaración Universal de los Derechos Humanos. Frente a quienes ven en la neuroética un camino adecuado para encontrar la vara con que medir (el código que llevamos inscrito, la “gramática moral universal”10) estos derechos, Cortina incide en que educar en estos derechos contando con la aportación de las neurociencias respecto a cómo se estructura nuestra comprensión de los mismos sería lo más adecuado si de reconocer la necesidad de la aplicación de tales derechos se trata.
La cita que a continuación reproducimos vendría a recoger en forma de síntesis la propuesta que recorre el libro, ligada a lo que Cortina ha desarrollado en obras como Ética de la razón cordial:
Cuando tratamos de determinar qué es lo justo, que es el núcleo de la ética política, de la moral de los ciudadanos, no podemos contentarnos en el siglo XXI con dar por bueno qué es lo que conviene al grupo, incluso si ese grupo ha tomado la forma de una comunidad política, de un Estado de Derecho. El mismo diálogo, a través del cual se va conformando el cerebro y desde el que es posible extraer todas sus potencialidades, reclama como valiosos por sí mismos a todos los afectados por el lenguaje de lo justo, a reconocerles en su innegociable dignidad. Las razones de la exigencia moral no apelan, pues, a la supervivencia del grupo, ni siquiera a la de la especie, sino al valor interno de los seres que no tienen precio sino dignidad11.
Uno de los propósitos cumplidos con esta obra ha sido el de tomar en cuenta la realidad social y el propio papel que la ética está cobrando en el mundo actual y tratar de mostrar lo mucho que tiene que decir ante los nuevos retos que se presentan con el gran desarrollo de las nuevas tecnologías, las cuales han hecho pensar que podrían jugar un papel sustitutivo de las teorías éticas.
Si el cerebro es el producto, como el resto de órganos que componen el cuerpo humano, de largos periodos de evolución biológica cuyo trayecto no está en modo alguno concluido, no existe entonces una moral universal ni una “moral en sí” que pueda fundamentarse en el cerebro. Las técnicas de neuroimagen pueden muy bien contribuir, como apunta Cortina, a la comprensión de nosotros mismos, a la comprensión de las condiciones biológicas, químicas, físicas,…que hacen posible el fenómeno moral, pero entre ello y el intento de reducir el espacio de lo moral al espacio cerrado en que consisten tales condiciones hay un abismo.
La obra de Cortina es sin duda una aportación inestimable al debate contemporáneo generado dentro de la neuroética y dentro de la propia ética como disciplina filosófica, por cuanto las consecuencias extraíbles del estudio de los problemas éticos que producen las neurociencias es también un modo de generar nuevos espacios de reflexión dentro de la filosofía. Es de esperar que la aportación de Cortina a ambos ámbitos intelectuales –la filosofía y la ciencia experimental– origine en estas dos caras de la misma moneda una orientación concreta: la de comprender en toda su riqueza el fenómeno moral, constitutivo de la vida humana.
Recibido: 2 de junio de 2012
Aceptado: 21 de julio de 2012