Observaciones Filosóficas - Objeto e imagen técnica en W. Benjamin; la alienación del objeto como ontología de la superficie
En el despliegue de la imagen técnica veía Benjamín una aproximación del objeto hacia las masas y de éstas hacia él. Intuía que “la extracción del objeto fuera de su cobertura”1 aurática hacía de éste una cercanía que permitía apropiarse del mismo en la exhibición. La fractura definitiva de la unicidad abría el “sentido para lo homogéneo en el mundo”2, sin embargo, el análisis no logra ver en dicha estrategia el afán de la modernidad por desembarazarse de ella misma; quiere ésta alcanzar con la imagen técnica el punto sin retorno, establecerse en la postmodernidad, en una estética de la superficie autosuficiente ontológicamente. En este sentido ha de verse la reflexión de Benjamin como la descripción del modo en que, al interior de la reproductibilidad técnica, el objeto es capturado, hecho cercanía, pero como parte de una estrategia que busca hacer de tal cercanía que la alienación del objeto en el exceso de representación. La cercanía del objeto hacia las masas se hace más exactamente en la saturación representacional de una superficie-imagen que se interpone, en cuanto saturación, a la distancia categorial de la subjetividad moderna. La representación de la experiencia del mundo hace en la imagen técnica una elaboración ontológica alienada del objeto moderno: “La especialización de las imágenes del mundo puede reconocerse, realizada, en el mundo de la imagen autónoma, en donde el mentiroso se engaña a sí mismo”3. La reproductibilidad técnica de la representación en, lo que podríamos denominar, la primera imagen técnica (fotografía-cine) ha sido acelerada en su producción, se ha hiper-reproducido en la tercera imagen técnica (dispositivo digital). En la segunda imagen técnica (video) se abre el paso para su circulación: su distribución electrónica. En dicha aceleración de la superficie-imagen en el soporte digital el objeto busca ser retraído sobre la superficie misma que lo constituye en cuanto representación; se busca instalar en el objeto hiper-representado la articulación de una autosuficiencia ontológica por medio de su actualización en tiempo real. La imagen hace un mundo autosuficiente ontológicamente en la superficie de su representación: “ “Acercarse a las cosas” es una demanda tan apasionada de las masas contemporáneas como la que está en su tendencia a ir por encima de la unicidad de cada suceso mediante la recepción de la reproducción del mismo”4. El objeto es inserto en su representación en cuanto objeto alienado ontológicamente respecto del objeto en la modernidad. Nada del objeto queda fuera de su representación técnica: hay en la acumulación de objetos representados una readecuación ontológica de la superficie como autonomía que “suspende” la distancia de lo representado.
La inserción del objeto en la representación técnica opera como “la necesidad de apoderarse del objeto en su más próxima cercanía, pero en imagen, y más aún en copia, en reproducción”5; necesidad que se establece en la lógica de hacer de la representación un mapa que sea el territorio. Superficie que establezca la cercanía por la enajenación de lo representado: “En adelante será el mapa el que preceda al territorio –PRECESIÓN DE LOS SIMULACROS- es el mapa el que engendra el territorio...”6. Lo próximo del objeto ha de darse en la alienación de su representación, en el exceso de superficies-imagen que haga del mundo un archivo que nada tenga que ver precisamente con ese mundo representado en la ontología de la modernidad.
Entender el desplazamiento de la imagen en su sobresaturación es entenderla en su exceso ecológico. No hay en ella residuos posible de mundo alguno porque ella se ofrece como una autosuficiencia que permite la praxis vital alienada en la actividad de usuario conectado nodalmente. No se trata de una manipulación de lo representado, sino de una disposición abierta por un dispositivo en el que el mundo, en cuanto distancia referencial, ya no es necesario para ser constituido. El dispositivo digital se trastoca en cuanto Red de conexiones en dispositivo-ciberespacio (d-c) articulado desde cada nodo; “un ordenador cuyo centro está en todas partes y la circunferencia en ninguna parte, un ordenador hipertextual, disperso, viviente, abundante, inacabado, virtual; un ordenador de Babel: el mismísimo ciberespacio.”7 La alienación de la superficie y el objeto, puesto en disposición de hiper-representación, no es otra cosa que la culminación efectiva de la estrategia por abandonar la distancia categorial moderna. “En el espectáculo, una parte del mundo se representa ante el mundo, apareciendo como algo superior al mundo”8, pero ese espectáculo pasivo vislumbrado por Debord necesita ser completado en la inmersión, culminado en el simulacro de la actividad interactiva sobre la superficie digital. La objetividad del objeto únicamente es posible de ser desplegada, en el artilugio postmoderno, como abandono de la distancia en el exceso representacional que es la única manera de arrancar al objeto de su cobertura, de enajenarlo de una vez por todas de la distante e incierta irregularidad del mundo pensado categorialmente por la modernidad.
El objeto arrancado de su cobertura es un objeto-representación que se actualiza cada vez que es requerido por lo que se hace un objeto que es en su representación: disposición ontológica autosuficiente de la superficie. El programa global del d-c hace de la representación la única posibilidad de navegar el mundo. Imaginar el mundo no es otra cosa que, al interior del d-c, constituirlo en la imagen actualizada que necesariamente oblitera el tiempo. Cuando la imagen del objeto del mundo está dispuesta en cualquier punto nodal de la Red, es posible alienar también la velocidad porque ya no se requiere el desplazamiento espacial para recuperar al objeto, nos basta con la experiencia de su representación ya no sólo hiper-reproducida sino que disponible en su actualidad. Si la representación del mundo, su exceso, hace de ésta un mundo autoreferente, lo ontológico se constituiría en la superficie misma, en su profundidad como distancia alienada. Cuando la hiper-reproducción alcanza la hiper-representación -“Al multiplicar sus reproducciones, pone, en lugar de su aparición única, su aparición masiva. Y al permitir que la reproducción se aproxime al receptor en su situación singular actualiza lo reproducido.”9- la alienación es completada: nada de lo representado, en cuanto distancia moderna, es posible de trascender a la superficie postmoderna.
Es solamente con la imagen en el dispositivo digital en donde aquella articula una superficie autónoma ontológicamente respecto del objeto en el exceso de su representación. La imagen digital olvida al referente para abrirse como manifestación (fenómeno) de su propio sustento (ser): el database. Un acceso que determina culturalmente el desplazamiento de lo estético: “En cuanto forma cultural, la base de datos hace del mundo una lista de ítemes que lo representa y se niega a ordenarla.”10 Lo representado es ubicuidad del usuario en una superficie inmersiva en la interacción por lo que el objeto representado termina por acercarse y constituirse ontológicamente en la posibilidad de actualizarse; esa cercanía elimina la velocidad y con ello el espacio. Lo representado en la superficie digital no es más que su misma autosuficiencia de ser recuperada cuando se quiera desde el data-base pensado algorítmicamente. El objeto ha sido arrancado de su cobertura; no es necesario en la representación digital sino como superficie autosuficiente. El mundo ya no es melancolía, está dispuesto en la base de datos y se recupera desde el simulacro de inmersión. La distancia se ha perdido en la corrección óptica sustentada informáticamente. Cuando todo es posible de ser digitalizado, nada queda en la lejanía sino que posible de ser alcanzado en cualquier nodo de la red en el d-c. La ubicuidad dada por la inmersión interactiva ha hecho de la Historia un recuento in-imaginable porque ha sido representado en la totalidad de lo archivado y con ello el fin de la Historia concuerda como un perpetuo presente que no deja de repetirse en la representación de sí mismo. Lo histórico en la modernidad únicamente era posible en su lejanía, en la distancia. La posmodernidad, artilugio de la subjetividad moderna, ha hecho del tiempo suspendido una superficie que se recupera una y otra vez como telón de fondo del capitalismo tardío.
En la fotografía -primera imagen técnica- el objeto aún es melancolía de su distancia, de lo indexado; es registro de esa lejanía que se acerca pero que no termina de extraer al objeto de su cobertura. La cuestión de la fotografía es que está sujeta a lo representado en su distancia, en su pensarse como apertura. La fotografía necesariamente indica el tiempo y el espacio de una lejanía perdida definitivamente, muerta. La cercanía de lo representado en la fotografía se aleja en la indagación de lo referido en ella; lo fotográfico siempre se despliega históricamente como pasado. La disposición estética de la fotografía es técnica también, pero imposible de ser pensada en coincidencia en el ser/aparecer porque en ella el tiempo fragmentado nunca se actualiza. El dispositivo fotográfico del ojo-mecánico da una reflexión que opera en el complejo óptico-químico que se interpone entre la distancia del sujeto moderno con el mundo, pero al interponerse no elimina la separación, más bien la hace poesía en la operación mecánica de indexar los objetos. La imagen de la fotografía, como cualquier imagen, siempre refiere a un mundo, no importa lo que éste sea. Ese mundo al que refiere nada tiene que ver con lo que entendemos como realidad. Es precisamente la manera que entendemos la realidad consecuencia del sentido abierto por nosotros y en el cual insertamos el mundo para ser leído. Cuando la fotografía desaparece como objeto es cuando empieza a ser imagen para alguien que es capaz de imaginarla, entonces ahí, precisamente, comienza a ser fotografía. De esta manera la fotografía no es lo que parece por el simple hecho de constituirse como objeto-fotografía, es necesario entenderla al interior del sentido que se le da en la cultura en la cual surge como tal. Es necesaria su desaparición, como cualquier imagen, para que podamos decir que la fotografía se constituye como tal frente a nosotros. Así la fotografía es una huella que “no puede ser, en el fondo, más que singular, tan singular como su referente mismo”11 y ésta es su disposición; la disposición abierta por el dispositivo fotográfico responde a un programa “fundamentalmente epistémico, una verdadera categoría de pensamiento”12 que establece una apertura de sentido por medio del cual se imagina el mundo; la imagen fotográfica aparece precisamente en cuanto tal por el programa que los constituye desde la disposición abierta desde el dispositivo como imagen de mundo: la imagen técnica fotográfica es el index de lo histórico, de una lejanía en la subjetividad moderna.
La cuestión de qué es aquello que se entiende como ontología de la imagen técnica, especialmente la generada por el d-c, ha de situarse en la relación que establece el objeto de representación y la superficie que lo representa. En la primera imagen técnica (la fotografía) aquello indicado por la superficie tenía una relación -su comprensión- residual con lo fotografiado. La reproductibilidad técnica de la imagen, sin seguimos a Benjamin, hace que “al multiplicar sus reproducciones” se reemplace su aparición única por “su aparición masiva” y que lo reproducido “se aproxime al receptor en su situación singular” para actualizar lo reproducido. Pero dicho modo de aparecer de la imagen técnica, en su primera etapa, aún adolece de recepción de lo representado en cuanto distancia excedida de lo fotográfico. La imagen en la superficie fotográfica no ha logrado hacer del objeto un objeto fuera de su cobertura. Para lograr una superficie autónoma efectiva además de eficaz, se necesita hacer de la pantalla una superficie que pueda enajenar definitivamente el objeto de la suspensión categorial de la subjetividad moderna. La cuestión ontológica de la subjetividad postmoderna se juega en la autonomía de la superficie por medio de su alienación. Pensar la alienación del objeto representado se hace al interior de una estrategia que busca abandonar el mundo económico por medio de su representación en cuanto consumo infinito: la superficie como espectáculo de un tiempo que busca ser articulado para dar continuidad trans-histórica al capitalismo tardío.
La ontología de la superficie postmoderna únicamente puede ser pensada en su materialidad debordiana: “El espectáculo no es un conjunto de imágenes sino una relación social entre las personas mediatizadas por las imágenes.”13 El objeto alienado en la superficie del artilugio postmoderno, estrategia anclada en el proyecto moderno de auto-suspensión categorial en el capitalismo tardío, no es otra cosa que la materialidad de la hiper-representación en la hiper-reproductibilidad técnica propia del d-c. La falsa experiencia del espectáculo, en cuanto “movimiento autónomo de lo no vivo”14, no es otra cosa que enfundar en la representación lo experimentado en la vida en tanto sentido abierto por la disposición ontológica del dispositivo desde el cual se opera. La alienación del objeto en la representación del artilugio postmoderno se ha de entender más como alienación del aparato categorial moderno que como la alienación en la superficie. Esto permite analizar la superficie postmoderna como una disposición que se pone en juego en la cuestión ontológica de lo representado. Además de la cuestión ontológica como una estetización de la superficie que permite comprender que la verdad y lo falso del mundo desde el aparato categorial moderno resulta inoperante en la superficie articulada por el d-c.
Intentar una analítica de la superficie en el aparato categorial postmoderno es imposible de hacer desde el distanciamiento categorial moderno porque la superficie alienada es una superficie de la cercanía hiper-reproducida. Como la postmodernidad busca alienar el aparato categorial moderno no puede sino hacerlo en una superficie que reclame para sí una autonomía ontológica. Por eso se hace necesaria una aproximación a la manera en que se construye la lectura en la superficie de la imagen técnica. En este sentido el aparato categorial ontológico de la filosofía moderna se hace insuficiente en cuanto disposición crítica. Es en ese aparato categorial en donde se construyó la estética moderna producto no de un descubrimiento sino como un instrumento de lectura sobre un objeto que se situaba en una autonomía operacional: la obra de arte. La ontología, entonces, ha de situarse como la disposición abierta por el dispositivo que la hace posible. Lo que es, en la medida que ésto responde a un proyecto, es una ontología política, una ontología que busca controlar el sentido que se abre en la pantalla categorial desde el cual una imagen se constituye como tal.
Pensar la ontología de la superficie hoy se hace en la necesidad de pensarla no tanto en lo que pueda ser sino como aquello que es por hacerse posible, en tanto que visualidad, de articularse en la superficie-imagen. Una ontología de la superficie en el artilugio de la posmodernidad requiere establecer los mecanismos del dispositivo que hacen posible entender el objeto de lo representación fuera de la cobertura en que los instaló la modernidad por medio de la distancia categorial. Una ontología política es una ontología de los procesos que se instalan para hacer de lo visual una relación entre las imágenes y lo que ella representan. Lo que en una imagen es sencillamente refiere a las operaciones abiertas por el dispositivo. El objeto alienado no es un objeto que se pierde en lo falso de la representación sino en el objeto alienado respecto del dispositivo categorial moderno, como ya se dijo. La estrategia de la posmodernidad en el capitalismo tardío quiere hacer del mundo no algo irreal sino que busca establecer su realidad abierta en el exceso representacional del d-c. La representación es el campo estratégico que siempre el poder busca controlar y para ello articula dispositivos categoriales que abran una disposición ontológica posible de ser imaginada en la superficie de la representación. La mercancía necesita hacer del parecer debordiano una fijación ontológica que se perciba como una superficie representacional que se constituya transparente en cuanto posibilidad de ser ocupada en su realidad.
Benjamin, al referirse a la recepción de la obra no constituida técnicamente, define el aura como “un entretejido muy especial de espacio y tiempo: aparecimiento único de una lejanía, por más cercana que pueda estar”15. Esta definición servirá para situar también la condición del sujeto moderno; cuestión que permite comprender el problema de la distancia como algo que instala categorialmente la modernidad y de lo cual busca constantemente desembarazarse. En dicha definición también lo importante es la distancia; el fenómeno como contenedor de una distancia imposible, pero necesaria para que lo entregado al sujeto se sostenga en un más allá hipotético y estructurador. La distancia que se establece filosóficamente a partir de Descartes es la distancia respecto de la posibilidad de pensar en un mundo que, sostenido independientemente de nuestro aparato categorial, pueda ser conocido, rodeado, aproximado por la única estrategia posible: el despliegue del cogito . La peculiaridad del sujeto moderno es la de suspender el juicio de verdad respecto de aquello que nos es dado por el aparecer fenoménico. Una suspensión que encuentra su sustento en la condición de cosa pensante que somos: algo que piensa, algo que media aquello que ha afectado nuestro armazón sensorial y termina por dar cuenta de ello, por darle forma. En otras palabras, únicamente al pensar lo que sentimos nos ubicamos auto-reflexivamente. Lo dado por los sentidos no es otra cosa que el mundo pensado por alguien (cogito) para constituirse en la autoconciencia. El ser se despliega para el sujeto moderno en el espectáculo fenoménico pensado en la distancia. Sin embargo, se piensa a este mundo en la distancia, en lo aurático que se nos presenta el mundo ontológicamente. Es el mundo como aparecimiento único de una lejanía. Pero el sujeto moderno sabe de su aislamiento; sitúa en la lejanía la posibilidad de un mundo-en-si . Lo sitúa trascendentalmente. La fractura del ser y el aparecer es una cuestión moderna: todo lo que aparece requiere ser de alguna forma aquello que representa, sin embargo es siempre en la distancia de dicha representación. Esta distancia, sin embargo, no es una cuestión espacial sino más bien ontológica. La ontología de ese Real lacaniano que siempre se nos escapa, que nunca lo alcanzamos en su distancia porque o nos pasamos o nos quedamos en el contenido de una definición que lo envuelva.
El ser dado al sujeto moderno es el que se constituye en su distancia aurática. Es un ser por cierto que se nos da en la única manera en que puede aparecer para el sujeto: como un ser que no puede desvincularse de su aparición pero que tampoco logra coincidir en ella. Pensar el mundo es articular un sentido que abra la trama significante en busca de ese Real inscrito en su imposibilidad de inscribirse. Lo Otro simbólico es siempre un sentido reconstituyéndose en torno a lo Real imposible. Todo sentido articulado para abrir lo (re)presentado es una dirección que busca siempre atravesar la separación que suponemos aleja de nosotros toda certeza de dar en el blanco del ser, más allá, en la lejanía aurática del ser. La representación que nos hacemos del mundo es su sentido abierto, una apertura aguda que busca penetrar nuestra condición de sujetos en la búsqueda de la autosuficiencia de lo Real; “Es precisamente en el cuerpo vicario de la “representación” que el significado y el sentido penetran la materialidad de lo contingente.”16 La representación que se hace el sujeto moderno es siempre una falla, un darse contra lo Real para siempre saber que no llegaremos a nada que no sea un sentido articulado destinado al error. El mundo representado contiene un vacío que es descubierto al final del sentido que dio cuerpo a la representación. El vacío al final del sentido no es otra cosa que la forma del sujeto que constantemente busca ser repletada con la carga simbólica vacía de lo Real, pero como una respuesta a ello. Lo importante aquí es que la distancia se establece como una cuestión a superar. El capitalismo tardío ha encontrado la fórmula: suspender la referencia externa de la representación en el exceso, “como una inmensa acumulación de espectáculos”17, y con ello la disposición categorial del sujeto. La idea no es suplantar una realidad por otra, sino alienar la representación por un desborde de realidad fijado en la imagen técnica dispuesta por el d-c. Establezcamos, primero que nada, la disposición abierta por el dispositivo-ciberespacio. La superficie digital, dada su estructura constitutiva, permite un control calculado sobre lo representado que abre a la imagen como una inmersión interactiva. La información se despliega algorítmicamente para dotar de coherencia ontológica autosuficiente a la representación. La distancia moderna se suspende: el objeto en sí moderno se disuelve por la cercanía. La superficie desplegada por el dispositivo-ciberespacio articula su autosuficiencia en este exceso de realidad que teje la trama ser(información)-aparecer(imagen digital). En otras palabras, la realidad abierta por el dispositivo es una realidad que en su exceso —la información es la imagen— autorreferencial se fija como un mundo sin fractura, sin la necesidad de un sujeto categorial que haga posible un cierto tipo de certeza al conservar críticamente la distancia respecto del mundo aparecido. La disposición en la que se encuentra el usuario al interior del dispositivo-ciberespacio hace que la superficie se haga líquida y aquel operé efectivamente en un mundo autosuficiente. Este operar en un (ciber)espacio coincidente antológicamente consigo mismo provoca la emergencia del desierto de lo real. La saturación lleva a la ubicuidad y con ello la velocidad desaparece; cuando el desplazamiento es imposible, el tiempo real se excede en su continua anulación estética. El movimiento se convierte en acceso; los nodos de la Red son muchos y se ubican sin distancia por lo que cualquier punto de ingreso es el sistema en su totalidad. Dicho operar del dispositivo-ciberespacio suspende la estética de la distancia pensada cartesianamente por lo que el cuerpo es reorientado también en una inactividad que sujeta al usuario en un plano alienado en donde sólo opera el desear. Sin embargo, dicho deseo se gatilla por el exceso, por lo tanto, en un continuo desechar, en una permanente inestabilidad. La superficie representacional del dispositivo se hace el territorio/mapa de una disposición que se proyecta sobre los residuos de la superficie moderna: esta alienación del deseo es la estrategia de la posmodernidad. Es una cuestión ideológica. Esto último en el sentido que el capitalismo tardío busca en la suspensión del sujeto categorial un control sobre el problema estético de la distancia. La representación postmoderna no hace otra cosa que detener la sospecha situada en la representación de la modernidad; esto último como estrategia para fijar un deseo que se multiplica en lo visual inmersivo del dispositivo que permite readecuar el espacio representacional al interior del cálculo y la repetición como desborde de lo real moderno. Sólo cuando la imagen técnica es llevada al cálculo (computador) autorreferencial es cuando lo simbólico puede ser llevado a una reiteración infinita para limitar significados (deseos) que siempre resultan imposibles para el sujeto moderno. En el dispositivo-ciberespacio lo simbólico se muestra como operación efectiva y eficaz. Lo simbólico en el dispositivo es precisado por la saturación y el desecho representacional en lo real se muestra como autosuficiencia que hace de la saturación una autonomía ontológica.
Guillermo Yáñez T.