Observaciones Filosóficas - Observaciones historiográficas sobre el diseño de una teoría general de la Tecnología: Aristóteles, Beckmann, Marx y Kuhn
El concepto contemporáneo de tecnología está hoy consensualmente cooptado por la definición extensiva, implícita o explícita, según la cual el término tecnología remite al campo compuesto por la serie: ciencia, técnica, instrumento, industria. Las discrepancias, al interior del consenso, son mínimas; se fundan, por ejemplo, en torno a la pertinencia del elemento “ciencia”; así, hace un poco más de dos décadas, Karl Mitcham1 afirmó que la tecnología es una modificación de la técnica, por vía de la ciencia y, además, ligada fundamentalmente a la industria. Quince años más tarde, Quintanilla2 sostenía la misma definición, no obstante esta definición había sido cuestionada, ya antes, al menos por Acevedo3 quien se pronunció determinando, por lo menos, un criterio que hace de la ciencia algo inconmensurable con la tecnología; este criterio de Acevedo enraíza, eso sí, el concepto de tecnología en la industria, y consiste en que mientras la ciencia refrenda sus resultados por vía del documento escrito (el artículo especializado), la tecnología lo hace por vía de las patentes; para Acevedo, la serie es, pues: instrumento, técnica, investigación industrial. Ha habido introducciones de otro tipo de elementos en la serie, por ejemplo, el componente sociológico de la organización4, en tanto la organización es afectada por el desarrollo instrumental, pero estos elementos nuevos no afectan substancialmente la definición dominante.
Por otro lado, la reflexión filosófica en torno a la tecnología presupone como punto de partida esta misma concepción de tecnología; Hronszky5 hizo una síntesis retrospectiva de la filosofía de la tecnología en Alemania, prácticamente, desde el siglo XIX, y en este recorrido, puede advertirse que el concepto de tecnología implícito en las preocupaciones filosóficas no es muy distinto de la serie enunciada más arriba: instrumento, técnica, industria, ciencia. Más recientemente, un estado de arte sobre “filosofía de la tecnología” de Vega6 trasluce, en la revisión bibliográfica que lleva a cabo, el consenso sobre que la tecnología es un ámbito ligado, esencialmente, a los artefactos, entendiendo por artefacto el objeto funcional, tangible, producto del artificio humano; es decir, el instrumento. El rótulo “filosofía de la tecnología” manifiesta una serie de cuestiones sobre el instrumento: su ontología; el conocimiento desarrollado en función de su creación; así como el análisis de enunciados normativos alrededor de su uso.
Podemos decir, pues, que la citada definición extensiva, referida al comienzo, expresa la concepción dominante hoy de lo que es tecnología. Esta definición tiene su correlato en los enunciados del habla ordinaria en los cuales la tecnología es, principalmente, un substantivo el cual remite a algo que se transfiere (la transferencia de tecnología), que tiene niveles (alta tecnología, o tecnología de punta), que se usa (el uso de tecnología), que se desarrolla (el desarrollo de la tecnología). Aquello substantivo de lo cual se pueden predicar la transferencia, el nivel, el uso o el desarrollo, es o bien el instrumento, o bien el saber que permite diseñar, construir y usar el instrumento. Ahora bien, el instrumento es, primordialmente, un cuerpo, una entidad física, con complejidad diversa, que ejecuta funciones en el desarrollo de determinados procesos. Esta entidad física es producto de la habilidad humana, de sus capacidades de diseño y construcción, es decir, el instrumento es un tipo de arte-facto y, por tanto, resultado de la técnica. Destrezas humanas y funciones instrumentales constituyen el vasto campo de la técnica, el instrumento es inversión de conocimiento técnico; el instrumento no es –como el cuerpo humano– un cuerpo diestro, es un cuerpo funcional yuxtapuesto al cuerpo humano; la yuxtaposición es tan constante y abrumadora que, por lo menos en la sociedad contemporánea, los individuos tienden a volverse, permanentemente, operadores de instrumentos, sobre todo de máquinas; lo cual parece haber dado origen a la urgencia de una “educación tecnológica” del individuo.
Dado lo anterior, este escrito pretende desarrollar el siguiente teorema: la concepción dominante de tecnología es una concepción meramente imaginaria, apegada fundamentalmente al cuerpo y, en particular, al cuerpo del instrumento. Esta concepción reposa en una identificación subrepticia entre tecnología y técnica, identificación en la cual la tecnología se concibe como una especie de técnica, esta equivalencia (tecnología = técnica) implica la forclusión de la idea real de tecnología (ligada al discurso) a favor del exacerbado desarrollo instrumental como pivote central del desarrollo social.
Para empezar, es justo recordar que el concepto de tecnología es de origen griego antiguo y que, en ese contexto histórico, sólo tangencialmente estaba ligado al instrumento. Nuestra concepción actual nos lleva a incurrir en anacronismos como el de referirnos a la tecnología griega antigua (por ejemplo, en los artículos de la edición de Oleson7), refiriéndonos a los instrumentos que se diseñaron y fabricaron en la Grecia antigua. Este anacronismo implica la inadvertencia de que para los griegos antiguos, el concepto que permitía pensar el diseño y fabricación de sus instrumentos no era tecnolojía, sino tejne. El vocablo tejne era traducido al latín por ars y, en castellano, se puede traducir por técnica; entonces, con el anacronismo queremos identificar la técnica griega (en tanto tenga que ver con instrumentos) con nuestra “tecnología”.
Nuestro concepto imaginario de tecnología, ligado al instrumento, brota en una coyuntura histórica más o menos ubicable, en la primera mitad del siglo XIX, en el apogeo de la llamada revolución industrial; mientras que el concepto griego antiguo se puede ubicar, aproximadamente, en el siglo V a C, en Atenas. Aunque se trata de dos coyunturas históricas distintas, llamaré real al concepto griego porque, a diferencia del contemporáneo, enuncia un principio o idea que, bajo diversas condiciones, retorna en las sociedades. Este principio consiste en que toda técnica se organiza como campo de procedimiento en función de unos principios no técnicos sino discursivos.
La Grecia antigua no hizo tecnología porque fabricara instrumentos (que por supuesto los fabricó), no; sino porque pensó la técnica. Pensar la técnica, tanto entonces como hoy, se puede de dos maneras: primera, haciendo que el poder ordenador del pensamiento permee el ámbito de los procedimientos para organizar un determinado campo técnico, esto es lo que los griegos denominaron como tejnología. Y segunda, objetivando el ejercicio mismo de la técnica en general, para obtener las notas fundamentales de su idea. Este segundo ejercicio, los griegos, lo circunscribieron a la filosofía.
Es un lugar común hoy, incluso en autores griegos como, por ejemplo, Solomonidou y Tassios8, hacer la descomposición etimológica del término “tecnología” en dos: tejne y logos; pero esta descomposición –a mi juicio– no es correcta: pues, si bien tejnología, en el griego antiguo, se refiere, en principio, a algo relacionado con tejnè (técnica), por su parte el sufijo logia, no se refiere a logos (discurso, tratado, lenguaje, pensamiento, palabra, etc.), no; logia es un término que hace referencia a colecta, recaudación. Pensar que el sufijo logia hace relación a alguna modalidad de logos –como, por ejemplo, en Herschbach9, en quien se apoyan Solomonidou y Tassios– se debe al hecho de que la tejnología se manifestó, en Gregia antigua, en la forma de un tratado (logos), una obra escrita. Pero, tejno-logia, significa, literalmente: una compilación, una recaudación de tejnai; de hecho, Aristóteles, en la Retórica10 emplea el verbo tejnologeoo, refiriéndose a la compilación y composición de tejnai logoon (técnicas del discurso). Sin embargo, también, el sufijo logia puede interpretarse como el plural de logios, que se refiere al saber erudito, a la elocuencia del que es capaz de disertar sobre un tema (y en este sentido aparece el verbo tejnologein en los discursos de Epicteto compilados por Arriano), esta interpretación no disiente mucho de la anterior, pues sólo quien hace la organización o compilación puede disertar doctamente.
Al menos para los siglos V a III a. c., circularon –según afirma Medrano11– muchos escritos sobre diversas tejnai: el ateniense letrado del siglo V disponía, entre otras, de las obras sobre urbanismo de Hipodamo, sobre música de Daumon y Glauco, sobre agricultura de Apolodoro de Lenmos, sobre medicina de Hipócrates, sobre dramaturgia de Sófocles, sobre escultura de Polícleto. No obstante, pese a esta lista que ofrece Medrano, la reseña que Cuomo12 hace de las fuentes accesibles para el estudio de la técnica en la antigüedad, en cuanto libros, las ubica más bien desde fechas posteriores al siglo IV y, preferentemente, en la época helenística y romana. Ahora bien, Cuomo en particular señala que muchos de los escritos técnicos son una mescolanza de diversas técnicas no todas relativas a lo mismo, como ocurre, por ejemplo, con el Corpus hippocraticum, donde los escritos médicos se yuxtaponen a los retóricos, amen de no haber sido escritos por el mismo autor. Este dato de Cuomo nos lleva a creer que el sufijo logia, en muchos casos, significa, literalmente, compilación, en el sentido de una colección variopinta de temas. Sin embargo, en relación con esto, podemos considerar esta afirmación de Aristóteles en la Política:
“[…] por otro lado, hay algunos escritos sobre éstas [las ocupaciones] como las de Jaretides de Paros y Apolodoro de Lemnos, acerca de agricultura, tierras explanadas y sembrado; igual de otros sobre otras cosas. Ciertamente, su contenido que lo contemple quien le interese.” (traducción mía)13.
Estas palabras de Aristóteles señalan que hubo tratados técnicos (tejno-logia) que, distinto al mencionado corpus hippocraticum, no necesariamente eran variopintos en su composición y tenían una intención divulgativa del campo técnico. Así, Aristóteles menciona dos escritos sobre agricultura, y alude a los de otras ocupaciones. Estas palabras prueban la difusión de los escritos en un determinado público, un público letrado, que se podía interesar en ellos. Esta posibilidad de interesarse en ellos implica que esos oficios ya no estaban ligados de por vida a un linaje, sino que, por medio de la escritura y la difusión concomitante, se verificaba una brecha entre linaje y ocupación. Sin embargo, cabe decir que –para el caso de la agricultura, al menos– esos interesados, debían ser ciertos aristócratas, para quienes, probablemente, escribe Aristóteles, y que, como señala Mosse14, tuvieron la agricultura como una ocupación noble. Es posible, por tanto, que el público lector de los tratados fuera reducido y la reproducción del documento mismo bastante trabajosa pues dependía de los copistas.
Ateniéndonos al testimonio de Aristóteles, las Noticias de Medrano y las indicaciones de Cuomo sobre las obras técnicas, podemos decir que todas esas obras eran escritos doctos sobre un tema técnico en particular, escritos en los cuales el autor recogía, en un corpus, las diversas prácticas de la tejne en cuestión. Sin embargo, si nos fiamos tanto de lo que afirma Aristóteles, en el ya mencionado pasaje de la Retórica, a cerca de las técnicas del discurso, como de la forma como emplea el término tejnologeoo, podemos decir que el autor de una tejno-logía, no se limitaba a la compilación, sino que ponía, de su parte, algo muy importante: el orden y la organización. En relación con esto último, es digna de mención cierta carta de Cicerón15 a su liberto Ático, en la que, en medio de la prosa latina, se atreve a insertar en griego, sin transliterarla, la palabra tejnología, y la emplea para mencionar el trabajo de organización de una República. Digamos, pues, que el substantivo tejno-logía surgió, en la Grecia antigua, para mentar una categoría de clasificación de cierto tipo de documento u obra escrita: aquél donde se compilan y organizan los elementos del campo de una tejne. Ahora bien, no sólo se trataba de un substantivo, tejnologia, sino también de un verbo, tejnologeoo, el cual remite a una actividad de compilar y organizar aquellos elementos, por tanto, lo que nombra el substantivo es el resultado de lo que nombra el verbo.
La idea griega de tecnología se compone, básicamente, de tres coordenadas: de un lado las prácticas y saberes (tejne) de una ocupación cualquiera (v.gr escultura, arquitectura, etc., pasando por el teatro y la composición de discursos, hasta la propia política.); de otro lado, el ejercicio docto intelectual que compila y organiza esas prácticas en un tratado consistente; y, finalmente, el documento escrito en el que el tratado se divulga a un público interesado. Entre estas tres coordenadas, la segunda funge como término medio entre las otras dos; este término común las vincula en una unidad por la cual un saber no ligado a la theoría sino a la poiesis o la praxis adquiere consistencia como campo técnico por vía del ejercicio del pensamiento, el cual determina y distribuye los principios que organizan los componentes del campo técnico.
La idea griega antigua de tecnología lejos de ser, hoy día, el vago recuerdo de un pasado, es, por el contrario, el lecho substantivo, aunque innominado, en el que se desarrolla la técnica contemporánea y, en realidad, toda técnica. Retomemos las coordenadas constitutivas de la idea griega de tecnología: tenemos las habilidades y saberes; el pensamiento que organiza esas prácticas como un campo consistente; y la escritura. De estos tres elementos, nos interesa, sobre todo, el segundo por ser el vínculo de los otros dos: tecnología como un ejercicio intelectual de organización de un campo técnico. ¿Qué puede significar, y sobre todo contemporáneamente, el ejercicio intelectual de organización de un campo técnico? Este principio continúa rigiendo aún hoy el desarrollo de la técnica pese a que ya no se lo mencione con su nombre original, tecnología. El nombre fue usurpado, literalmente por la intelectualidad dieciochesca y decimonónica germánica y francesa (entusiasmadas con el ascenso de la industria manufacturera y mecanizada) para mencionar con él un rubro técnico particular: el desarrollo instrumental. Pero el hecho de que el principio antiguo, innominado hoy, continúe vigente manifiesta su carácter real; y su continuación indica que toda técnica implica una tecnología, es decir, una trama discursiva que la organiza como campo de actividad.
Una técnica cualquiera es un procedimiento para controlar la realidad, pero el control de la substancia de la realidad, cualquiera que sea, siempre se inscribe en un propósito. O, de otra forma, sólo porque hay propósitos es que se desarrollan técnicas, es que hay necesidad de intervenir, controladamente, en la substancia de la realidad. Por tanto, toda técnica presupone un propósito más allá de ella misma. Una técnica sin propósito es sólo un gasto de energía idiota, idio-sin-crático; sin embargo, aún el ensimismamiento autista prueba que con él decaen las técnicas, pues el ensimismamiento implica no tener propósitos en el mundo. Un propósito cualquiera, que demande un ejercicio técnico de intervención en la substancia de la realidad, implica, además, un reconocimiento intersubjetivo que ha permitido tener esa noción de realidad; entonces, toda técnica supone una red de relaciones tanto con la substancia del mundo como con los otros sujetos; y esta red de relaciones es tan poderosa que suprimirla implica el desarrollo de una técnica de ensimismamiento, como la del yogui que intenta alcanzar la perfección en el nirvana, para eliminar todo vínculo con el mundo, llegando por vía técnica a lo que el autista llega por simple condición subjetiva.
Matar, por ejemplo, un animal, despellejarlo y cortar su carne son propósitos en el mundo, pero no son propósitos técnicos, técnicas son las maneras (estrategias, habilidades, e instrumentos) que los hombres desarrollan para realizar esos propósitos; igual puede ocurrir en las relaciones con la divinidad: el Levítico, por ejemplo, prescribe el animal que ha de ser sacrificado, las partes de su cuerpo que han de ser incineradas en el altar, cuyo olor agrada al dios. Esto último es el propósito, lo otro son las maneras de realizarlo. La tecnología, en tanto real, se inscribe no en la técnica sino en esa relación de los propósitos a-técnicos con la técnica, relación en la cual los primeros ponen las condiciones de posibilidad de la segunda, sus coordenadas de orden y organización. En la medida en que el propósito no es técnico, no es una manera de realizar algo, sino que es lo que ha de ser realizado; en esa medida, el propósito se vincula a las decisiones de los sujetos: el propósito, antes de ser realizado por una técnica, es objeto de decisión, y, como lo señala A. Badiou (2004) , en la medida en que esa decisión pone un punto de sutura y jalonamiento para unas maneras de realización, en esa medida el propósito tiene una naturaleza ética; la tecnología real, en tanto pensamiento que organiza el campo técnico, tiene una naturaleza que vincula la ética con la técnica: es el punto de sutura entre una decisión y los procedimientos que concurren a realizarla.
Contemporáneamente, los campos técnicos pueden agruparse en dos grandes categorías, a saber: de un lado, aquellas técnicas ligadas, directamente, al conocimiento de los fenómenos, a las cuales se les suele dar el nombre genérico de ciencia. Ordinariamente, solemos yuxtaponer ciencia y técnica; esta yuxtaposición, muy acreditada, es el remanente poderoso, influyente, del prejuicio clasista aristotélico (de la Ética Nicomáquea) de la distinción entre episteme y tejne, donde la primera es contemplativa (theorika), para los hombres libres, mientras que la segunda operativa (mejanica), para los esclavos. Mas, para comprender el estatuto real de la tecnología, es preciso reconocer que el trabajo científico es un trabajo que demanda destrezas e instrumental ligados a procedimientos, lo cual da a la ciencia un carácter eminentemente técnico. De otra parte, la segunda categoría de técnicas agrupa a aquellas técnicas ligadas a la creación y construcción de instrumentos y sistemas de instrumentos, las cuales solemos mentar con nombres diversos como ingenierías, arquitecturas, diseño, arte, administraciones, etc. Estos diversos campos técnicos (científicos, ingenieriles, etc.) contemporáneos, en tanto tales, involucran ese punto de sutura entre un propósito decidido y la técnica de su realización, punto al cual doy el nombre de tecnología real, y que consiste en un ejercicio intelectual de organización del campo técnico en función de unos principios amparados en el propósito decidido.
La tecnología real implica dos tipos de principios, a saber: unos que llamaré principios de la técnica y otros que llamaré principios técnicos, la relación entre estos dos tipos de principios la entiendo como una relación de determinación de los segundos por los primeros, relación que establece el pensamiento tecnológico, es decir, el ejercicio real de la tecnología. Ahora bien, ¿Cuál es la diferencia entre esos dos tipos de principios? Los primeros son máximas, los segundos son patrones de procedimiento que cobran existencia en función de aquéllas. Voy a explicitar esta diferencia tomando un ejemplo concreto: la descripción del surgimiento, a comienzos del siglo XX16, de una empresa del Estado colombiano (hoy desgraciadamente desaparecida), llamada Ferrocarriles Nacionales.
El grupo de ingenieros que organizó todo el campo técnico que implicaba la institución ferroviaria tuvo como premisas estas máximas:
[A] La institución ha de rendir un excelente servicio con base en una economía del gasto del dinero público.
Excelencia en el servicio y corrección en el gasto de dinero público son dos premisas de orden ético que, en principio, rigen para toda institución estatal; la naturaleza de este régimen no es ontológica, es deontológica; esto significa que su cumplimiento depende de la voluntad de los individuos. Entre el régimen general del Estado y una institución particular se articula un silogismo, donde la premisa mayor es la máxima general, la menor es esa institución en particular, la conclusión es que esta institución ha de cumplir ese régimen general. Pero ¿por qué el Estado tiene una institución tal? Es una decisión. No hay nada que ligue, necesariamente, la institución ferroviaria al Estado, nada que no sea la decisión política de un determinado gobierno por asumir, desde el Estado, la tutela del sistema ferroviario. Pero una vez tomada la decisión, la institución queda sometida al régimen del Estado. Ahora bien, la naturaleza de esa institución radica en el uso y administración de un tipo de máquina para prestar el servicio: el ferrocarril. De aquí se sigue la otra premisa:
[B] La máquina locomotora ha de ser manejada y administrada con eficacia y economía del gasto del dinero público.
Esta segunda premisa es la conclusión de la silogística mencionada atrás. La locomotora, máquina principal del sistema, queda subordinada al régimen. Pero volvemos a insistir: es un régimen deontológico, o sea, está articulado a la voluntad de ser cumplido. En tanto la máquina se vuelve importante para efectos de cumplir la máxima del régimen (excelencia y economización), por tanto, el cuidado de la máquina se vuelve un aspecto importante de su manejo y administración, pues es a través de ella que se presta el servicio. La locomotora es un cuerpo, y como tal, sufre desgaste y deterioro. Reparar el deterioro implica gasto del dinero, y salida del servicio, mientras la reparación. Por tanto:
[C] La locomotora, máquina nuclear del sistema, debe tener un deterioro mínimo posible.
Para cumplir esta premisa hay, al menos, dos posibilidades: una, comprar la máquina buscando en el catálogo ciertos parámetros de calidad. Dos, diseñarla.
La experiencia de los empresarios privados17 había dejado claro que el desgaste del equipo era oneroso debido a la topografía del terreno; para cumplir la determinación [C] la decisión consistió no en comprar locomotoras por catálogo, sino inscribir un diseño propio en el catálogo. Se procedió, pues, al diseño de las locomotoras; y, por supuesto, el ejercicio de este diseño estuvo encaminado al cumplimiento de las tres premisas anteriores. Para que el deterioro fuese mínimo, el equipo de Ingenieros acuñó una máxima de diseño:
[D] La locomotora ha de ser diseñada para la vía.
Para el grupo de ingenieros, la relación de la locomotora con la vía es la que determina el nivel de su deterioro, por tanto, la máquina ha de tener un diseño tal que le permita sortear las condiciones diversas involucradas en el trazado de las vías férreas: las curvas y pendientes, así como las condiciones del clima.
Este conjunto de 4 premisas son principios de la técnica, de esta técnica: la del diseño y los servicios ferroviarios en manos del Estado. Estos principios no son técnicos ellos mismos, pero son el conjunto de coordenadas orientadoras del ejercicio técnico como tal, o sea, del ejercicio de diseño de la máquina, éste se realiza mediante otros principios, principios técnicos, por ejemplo:
1. Eliminar de las ruedas motrices las pestañas que no contribuyeran a que la máquina se inscribiera con facilidad en las curvas.
2. Forzar la relación de adherencia (relación entre la capacidad de tracción y el peso de la máquina) a 375 libras por tonelada de peso total en máquinas de tanque.
3. Forzar la relación de adherencia a 450 por tonelada de peso de la sola locomotora en las máquinas de ténder.
4. La relación entre peso adherente y tracción ejercida será de 3,85 para máquinas de dos cilindros, y 3,40 para máquinas de tres cilindros.
5. El inyector debe ser capaz de mantener el nivel de agua en la caldera, mientras ésta suministra todo el vapor requerido para la máxima exigencia.
6. Etc.
Los principios técnicos están determinados a partir de los 4 principios de la técnica. La diferencia entre ambos tipos de principios puede abordarse, al menos, de dos maneras: primera: los principios técnicos buscan la realización de los principios de la técnica, por tanto éstos son el horizonte de aquéllos, son el marco de referencia en función del cual emergen los principios técnicos ligados directamente al objeto; en este caso, el objeto es la máquina en su diseño preciso. Segunda: en la acepción de Heller18, los principios técnicos son reglas, en tanto que los principios de la técnica son normas. La norma es un principio que se puede ejecutar de varias maneras, mientras la regla es un principio que sólo se ejecuta de una manera; en tanto no da alternativas, la regla se inscribe en una cadena unidireccional hacia el cumplimiento del objetivo. Por otra parte, la norma es la posibilidad de varias reglas, pues el principio de la técnica, determina unos elementos básicos y generales para que el sujeto construya con ellos los principios técnicos que realizan la prescripción tecnológica. Por eso, los principios de la técnica organizan el campo técnico, es decir, crean las coordenadas para la emergencia de los principios técnicos.
El principio normativo: “la locomotora ha de diseñarse para la vía”, determina la regla: “eliminar de algunas ruedas las pestañas”. Queda, entonces, la prescripción técnica de que una locomotora para las vías andinas colombianas, debe tener ciertas ruedas sin pestañas. Las reglas técnicas, para construir objetos (en este caso locomotoras de vapor para los andes colombianos), implican un diseño, un modelo de locomotora compuesto por determinados elementos; una forma. Así, la lógica del procedimiento de construcción es guiada por esa forma, todos los pasos se ordenan a su realización, porque todas las reglas la implican en el mismo sentido. La lógica se liga, pues, a la técnica, porque la técnica, al basarse en principios regulativos de sentido unívoco, implica una misma forma que, por decirlo así, jalona su sentido como un hilo conductor. En tanto las reglas se despliegan apuntando a realizar la forma, el proceso técnico sólo es la secuencia necesaria, en el orden necesario. Una vez establecida la forma, el ejecutor técnico de la secuencia no decide, sólo desarrolla la secuencia en su orden. El momento de la decisión está en el establecimiento de las premisas de la forma, no en la ejecución de la secuencia de reglas. Para el ejemplo en consideración, la organización de un sistema de ferrocarriles bajo la tutela del Estado fue una decisión: el concepto de Estado no implica el de ferrocarriles, ni viceversa; por tanto, la conjunción entre ambos depende de un acto decisorio; igualmente, ni asumir un diseño ya establecido ni realizar el propio se deducen, necesariamente, de la premisa de régimen de economía de gasto. Tomar uno de los dos caminos es, igualmente, una decisión.
El principio de la maximización del ahorro del dinero del Estado es una máxima que ordena y orienta los actos y, al mismo tiempo, abre un abanico de posibilidades acerca de cómo llevarla a cabo; en el caso del presente ejemplo, esa maximización del ahorro podría haberse pensado en términos de la compra misma, por catálogo, de las máquinas, buscando bajos precios, y racionalizando el gasto de mantenimiento. Incluso podrían haberse comprado máquinas de segunda mano (como ha ocurrido muchas veces, por ejemplo en equipo militar). Pero la decisión fue intervenir directamente en el diseño: diseñarlas de acuerdo con la vía y mandarlas a hacer a un licitante. Es preciso decir que ninguna de las dos opciones era necesaria, pero sí era necesario llevar a cabo alguna; las opciones son variables en relación con una constante: cualquiera de las dos que se llevara a cabo implicaba necesariamente la máxima, pero la máxima no necesariamente a ninguna de ellas, la máxima general lo que implica, necesariamente, es la obligación de tomar un curso posible, por tanto, las formas en que la máxima general se puede cumplir son exógenas a la máxima, emergen de otro lado: son aportadas por la voluntad del sujeto, es un asunto de decisión. La relación entre la máxima y sus formas de cumplimiento no es lógica sino ética, no hay una lógica, pero sí una ética, de la tecnología. Frente al precepto normativo “S debe hacer P”, no cabe la implicación, entonces S debe hacer q, puesto que q no es necesaria, sólo es una posibilidad. Frente a tal precepto normativo cabe la pregunta ¿cómo S puede hacer P? Esto implica que la respuesta a ese cómo no va implícita en el enunciado normativo, ha de ser aportada por el sujeto.
Los enunciados normativos y regulativos no se deducen necesariamente de enunciados descriptivos. De un enunciado del tipo es, sólo se deduce, directamente, otro del mismo tipo es. De un enunciado del tipo es, se deduce uno normativo (del tipo debe) a condición de que medie un enunciado desiderativo. P es q; y S desea r respecto de p, entonces S debe hacer n respecto de p. Así, tomando el ejemplo del ferrocarril, tenemos: La vía tiene exceso de curvas; y S desea diseñar la locomotora para la vía, entonces S debe… modificar las ruedas... o…diseñar un sistema de dirección… o etc. Puede ser cualquiera, no necesariamente éste o aquél, pero sí necesariamente uno de ellos. Por esto no hay lógica de la tecnología, porque no se puede construir el deber sin el concurso del deseo, o sea, de la intervención decisoria del sujeto, por tanto, la tecnología se inscribe, por principio, en la ética.
El anterior ejemplo, tomado de una fuente historiográfica de la técnica en Colombia, nos muestra al Estado territorial contemporáneo en su papel de tecnólogo, es decir, de inteligencia que organiza el campo de una técnica, por medio de la compilación de prácticas disponibles. Se trata de un Estado en particular en un momento de su historia, y no precisamente de un Estado poderoso (fue tal vez un momento glorioso de la tecnología en Colombia, país ¡Ay! tan pobre en momentos de ésos). Pero ¿esto mismo se puede mostrar en otros rubros técnicos? Seguramente, y no sólo en otros, sino en todos. Rápidamente, por mor de brevedad, esbozaré algunos argumentos muy generales para la ciencia y la industria.
He estado afirmando que la tecnología es un tipo de discurso, aquel que organiza un campo técnico; que esta organización ocurre por la elaboración de unos principios de la técnica, de los cuales emergen los principios técnicos; que aquéllos son máximas normativas y éstos reglas de procedimiento en relación con unos objetos. Ahora bien, la ciencia y la industria no son ajenas a estas condiciones. Comenzando con la ciencia, me remito al conocido concepto de revolución científica de T. Kunh19. Una revolución es un cambio radical en las maneras de hacer algo, en las maneras de vivir y de pensar. La ciencia es un hacer, se trata de una técnica de descripción y explicación detallada de un fenómeno o sector de fenómenos que se organiza en torno a un paradigma o matriz disciplinaria, esto –como es sabido– hace mención a un conjunto de principios teóricos y operativos que determinan la organización de la disciplina como un campo consistente; esta ciencia, desarrollada a partir del paradigma, la llama Kunh “Ciencia Normal”; pero, también se refiere Kunh a una ciencia no normal, es decir, una ciencia extraordinaria, la cual se da por fuera de las determinaciones paradigmáticas, es decir, se trata de una actividad que presupone la suspensión de la técnica, porque, por virtud de la anomalía, los principios técnicos de la misma se han vuelto inoperantes. Ese pensamiento extraordinario busca restablecer el orden del campo, busca, por tanto, determinar nuevamente los principios de la técnica. Ahora bien, el propio Kunh, en el postfacio de la segunda edición, afirmó que este modelo de comprender la historia de la ciencia había sido tomado de otras disciplinas, o sea que toda disciplina, todo campo técnico, tiene un pensamiento no técnico que determina sus principios, es decir, tiene su tecnología. Al ser un pensamiento que se ejerce para establecer los principios de la técnica, se trata de un pensamiento esencialmente creativo, ligado al invento de nuevas formas de comportamiento técnico. La teoría de Kunh muestra la historia de la ciencia como una serie de interrupciones del ejercicio técnico debido a las crisis del paradigma, siendo éste el fundamento de la operación técnica como tal, pero la constitución del paradigma como tal no es un asunto científico el mismo, es un asunto que escapa al ejercicio de una ciencia normal. La tecnología no es, pues, una disciplina, es sí un momento del pensamiento en una disciplina, el momento de la constitución de los principios de la técnica. La ciencia tiene, pues, su propia tecnología la cual no son sus instrumentos, no; esa tecnología es el discurso que organiza el campo técnico de una ciencia.
De otro lado, la industria es un campo técnico esencialmente distinto de la ciencia. Cierto es que a la ciencia, desde hace tiempo, se le ha pedido que se pliegue a los intereses de la industria, que contribuya a la producción de plusvalía, pero esto no cambia, para nada el hecho de que, intrínsecamente, su objetivo de orientación es otro: la contemplación, es decir, la theoría. El objetivo directo de la técnica en la industria no es, como en la ciencia, producir un conocimiento descriptivo de un universo de fenómenos, no; su propósito directo es producir objetos de consumo, siendo el conocimiento un residuo indirecto resultante de este objetivo directo. La llamada revolución industrial, ocurrida entre los siglos XVIII y XIX, fue, fundamentalmente, una revolución en el campo técnico que sostiene la producción de bienes de consumo. En tanto se trató de una revolución técnica, esto implica que hubo un cambio en el discurso orientador de la técnica, cambio que desarrolló, a su vez, los campos de la minería, la agricultura y la ingeniería20. El discurso de los principios de esa técnica, es decir, la tecnología de esos campos, se organizó en función de, al menos, cuatro objetivos: ahorrar materia prima, abaratar los costos, ahorrar trabajo, disciplinar al obrero, maximizar los beneficios21. En su análisis de la manufactura y el posterior sistema de maquinaria, Marx22 explicita más los principios que organizaron ese campo técnico: llevar a cabo una cantidad de trabajo en un tiempo dado, la reducción del tiempo de trabajo necesario para la producción de una mercancía; y, en general, la producción de plusvalía. Afirma Marx que esto no es un principio a posteriori, es decir, una ley involuntaria que arrastrara, ciegamente, la nueva formación social, no: era un principio conscientemente enarbolado, una decisión política. Remite Marx a la lectura de los ideólogos de la revolución industrial, por ejemplo W Petty, quien, efectivamente, en su “Verbum Sapienti”23 y en su “Another Essay On Political Aritmethic”24, ya daba recomendaciones acerca de la organización del trabajo para el ahorro del tiempo, en beneficio de las exportaciones del reino. De igual forma Bellers25, en su “Proposals for Raising a Collegde of Industry of All Useful Trades and Husbandry, With Profit for the Rich, a Plentiful Living for the Poor, and a Good Education for Youth”; así como Vanderlint en: “Money Answers All Things”26, recomiendan ese control sobre el tiempo y el trabajo. Por otra parte, los esfuerzos de organización del trabajo, por parte de Boulton Y Watt27 implican la conciencia de la necesidad de la organización del campo técnico de la industria bajo un principio orientador nuevo, que permita un ritmo controlado de organización y ahorro de tiempo.
La acumulación, la ganancia, orienta la ingeniería y la administración, o sea, tanto el diseño instrumental, como la planificación de la organización de los procesos de trabajo; es un principio a priori, consciente, que se sutura a la técnica misma, poniéndola sobre un lecho de desarrollo determinado; principios y discursos que no han dejado de tener vigencia en el capitalismo contemporáneo; que continúan modelando el diseño de sus máquinas y su planificación organizacional.
La tecnología no es una especie de técnica, no es expresión de la técnica; no es, tampoco, el instrumento, ni el saber que lo diseña construye y opera, no. La tecnología es un tipo de discurso. Un tipo, no un discurso en particular. Tecnológico es todo aquel discurso, de orden político, jurídico, pedagógico, científico, ingenieril, religioso, etc., que pretenda dar orientación y organización a un campo técnico determinado. Pero, ¿por qué se olvida esto, por qué la palabra tecnología se desliza hacia el saber sobre la instrumentación? Barruntemos una respuesta.
La idea pensada en Grecia antigua, pese a seguir rigiendo la técnica de las sociedades modernas industriales, no obstante quedó innominada, y su nombre, a partir del comienzo del siglo XIX, pasó, primero, a mentar las técnicas de manufactura; luego, en la segunda mitad del mismo siglo, ya señalaba el saber sobre el instrumento. Pero este giro semántico no vino de una determinación ciega, hubo, por supuesto, la complicidad intencional del hombre. El promotor inicial de este desliz semántico fue Johan Beckmann28, en un texto titulado “Anleitung zur Technologie”29; y posteriormente, en otro titulado “Entwurf der algemeinen Technologie”30. En el primer texto (Anleitung), Beckman define su concepto de tecnología:
“La historia de la técnica gusta de la narración minuciosa del invento, lo que significa el inicio y posterior destino de un arte o un oficio; pero mejor es la tecnología que claramente explica todo trabajar, su secuencia y completo orden de razones. Existen, al menos, estas viejas palabras: Tejnologia, tejnologeoo, tejno-logos; aunque, claramente, los griegos no pensaron sólo una manufactura (…)”31 (traducción mía)
Beckmann tiene en mente un distanciamiento de la historia de la técnica; distingue, por supuesto, entre técnica y tecnología, como lo harían los griegos. La técnica tiene una historia, pero también una tecnología; ésta ya no da cuenta del inicio y destino de un oficio, sino que explica la secuencia y el orden completo de las razones. Explicación, secuencia, orden, razones, la tecnología de Beckmann sigue, en esto, siendo griega. Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre la tecnología de Beckmann y la tecnología griega? ¿Dónde y cómo comienza la separación? La tecnología de Beckmann menta una conjunción que no era pensable para los griegos, la conjunción ciencia-técnica. Beckmann da una definición más detallada de su concepto de tecnología:
“La tecnología es la ciencia que enseña el procesamiento de lo natural o el conocimiento de la manufactura. En vez de que en los talleres se sigan las indicaciones, según los hábitos y reglamentos de los maestros, para la fabricación de las mercancías, la tecnología da, en orden sistemático, instrucciones minuciosas para, desde principios y experiencias confiables, encontrar los medios de este objetivo final, y sacar provecho del proceso y explicar los fenómenos concomitantes.”32 (traducción del autor)
Beckmann circunscribe el término a una disciplina académica, a una ciencia. Su objeto: el procesamiento de materia prima, la manufactura. He aquí ya el comienzo de la escisión, pues la tecnología griega no tenía un único objeto, la manufactura, sino que su objeto era variado, como el propio Beckmann lo reconoce en el primer párrafo citado. La tecnología de Beckmann pretende abarcar todo el campo de la manufactura, por la cual –dice– se procesa lo natural. Pero, hay algo más, esta ciencia brota de una pretensión totalizante, pues se trata de trascender los reglamentos técnicos de los maestros en los talleres, es decir, se trata de trascender la especificidad de cada técnica, cosa que no pretendieron los griegos. La tecnología de Beckman es una ciencia general sobre todo el campo de la técnica manufacturera, esto significa que Beckmann pretendía unificar todas las técnicas manufactureras en una mathesis universalis.
En el segundo texto (Entwurf) hace una descripción más detallada y nueva de su ciencia:
“La tecnología enseña tanto sobre la materia cruda como sobre la procesada, y todas las diferentes formas de uso a partir de las cuales los hombres hacen, desechan y preparan.”33 (traducción mía)
Unifica Beckmann todo el campo de la manufactura a partir de dos tipos de material, a saber: crudo y procesado. Además reduce los procedimientos a tres tipos: hacer, desechar y preparar. La tecnología es, en este caso, una técnica de técnicas; no es una especie de técnica, sino que es algo que rige, técnicamente, a las técnicas específicas, pues no se trata, como reza la explicación de la primera definición, de aprender cada técnica con un maestro respectivo, se trata de una disciplina general que permita abarcarlas todas desde principios confiables y experiencias seguras. En la medida en que la concepción de Beckmann se resume en una ciencia unificadora de los procedimientos de manufactura y la materia prima, se plantea el problema de cómo puede haber una técnica de técnicas manufactureras; como lo destaca Vérin34, el segundo libro, al que pertenece la segunda definición, implica un hilo conductor para lograr una ciencia semejante; se trata de un método comparativo para considerar el trabajo productivo desde la relación entre intenciones y operaciones. El modo de operar de esta ciencia, según el proyecto de Beckmann, consistía, básicamente, en que los sabios tecnólogos, una vez hechas las comparaciones y clasificaciones entre los oficios, procederían a trabajar con los artesanos para traspasar los medios y útiles de un oficio al otro, así –según Beckmann– se desarrollaría la fecundidad de la tecnología: por la transferencia de los métodos y medios de operar entre los oficios. Esto implica el supuesto de una comunidad de principios entre los diversos oficios, comunidad obtenida por el método de comparación y clasificación entre ellos.
Lo que Beckmann toma de los griegos es la intención sistematizadora del campo técnico en unos primeros principios, la trascendencia de los principios técnicos particulares en unos principios generales de la técnica. Pero hay una diferencia con los griegos: a Beckmann sólo le interesa la manufactura; quiere que las técnicas industriales se resuman y recojan en una sola, se fundan en una sola axiomática. Esta unidad implica, por supuesto, un control político administrativo de la técnica, el poder de un Estado; y esta unidad operativa, esta coordinación en una axiomática universal, sólo puede estar ligada a la necesidad de desarrollo económico en términos de alto nivel de producción. Hubo, al menos, un griego que llegó a pensar la política como una organización de las técnicas, Platón (Político), pero no por razones económicas, sino por razones éticas; a Platón lo movía su preocupación por lo justo, a estos hombres del naciente capitalismo los mueve la mejora de la producción. Ahora bien, Beckmann no está lejos de los teóricos ingleses que pretendían organizar el proceso de trabajo para disciplinar a los obreros; pero Beckmann –a diferencia de aquéllos– piensa que este disciplinamiento ha de llegar desde la ciencia, desde el saber total sobre la técnica, pensaba que la unidad en el control técnico habría de traer, por su propia dinámica, el control y coordinación que difícilmente lograba el disciplinamiento forzado de la fábrica.
Los políticos franceses, de la Francia de finales del siglo XVIII –cuenta Verín35–, también se preocuparon por introducir en su país esa ciencia de las artes que se enseñaba en la Alemania de Beckmann. Pero en esta transferencia, el concepto de Beckmann no pasó a Francia sin sufrir transformaciones; de hecho, señala Verín que el término fue entendido, al menos, de ocho maneras distintas, para finales del XVIII en Francia. Para Beckmann, la tecnología habría de ser una ciencia autónoma, con su propio objeto, ya descrito atrás, pero en Francia36 quedó constituida como una ciencia intermediaria entre la teoría y la práctica, más precisamente, entre las ciencias físicas y el ejercicio de las artes, como se muestra en el Reglement sur l’organisation generale de l’instrucción Publique”, de Condorcet (citado por Verin) Esto, más tarde, se hubo de conocer como aplicación de la ciencia. Ya Marx, en el Capital, se refirió al estado de esta aplicación tecnológica de la ciencia como uno de los factores de producción para determinar la media de tiempo de producción socialmente necesario.
El proyecto beckmanniano fracasó, entre otras cosas, también, porque, con el desarrollo de la mecanización, desapareció la manufactura. Pero, en realidad, sus presupuestos eran excesivamente problemáticos, pues requería encontrar puntos comunes en las diversas técnicas de manufacturas para lograr la unificación operativa. En su análisis de la manufactura, en el Capital (casi sesenta años después de la publicación de los dos textos de Beckmann referidos), Marx mostró la imposibilidad de semejante empresa por el hecho de que la gran especialización a la que conducía el sistema manufacturero hacía inasimilables entre sí, para reducirlos a los mismos principios operativos, los diversos oficios. Ahora bien, el propio Marx en el Capital, entendió el término tecnología en el sentido contemporáneo, es decir, como diseño y construcción de instrumentos. En una nota marginal del capítulo XIII del Capital, se lamentaba Marx37 de que aún no existiera una “historia crítica de la tecnología”, la cual, de existir, demostraría –según Marx– que “(…) ningún invento del siglo XVIII fue obra personal de un individuo (…)”; y añade: “ (…)Hasta hoy, esta historia no existe. Darwin ha orientado el interés hacia la historia de la tecnología natural, es decir, hacia la formación de los órganos vegetales y animales como instrumentos de producción para la vida de los animales y las plantas. ¿Es que la historia de la creación de los órganos productivos del hombre social, que son la base material de toda organización específica de la sociedad, no merece ningún interés? (…) La tecnología nos descubre la actitud del hombre ante la naturaleza, el proceso directo de producción de su vida y, por tanto, de las condiciones de su vida social y de las ideas y representaciones espirituales que de ellas se derivan.”
Para Marx, tecnología era el proceso de inventar instrumentos; lo tecnológico estaba, como hoy, en la instrumentación misma en tanto es algo que se desarrolla, se forma: en la naturaleza es un proceso orgánico, en la sociedad es resultado de una actitud del hombre ante la naturaleza. Lo tecnológico está en este proceso de formación o invención; y en tanto en el hombre es el resultado de una actitud, lo que está en juego es la inteligencia, el pensamiento implícito en el proceso, la racionalidad del instrumento. Para Marx, la tecnología era la razón en tanto se hace instrumento, redujo Marx la tecnología a la instrumentación, en la medida en que toda técnica que implique la transformación de la naturaleza, demanda el instrumento. Lo que hay implícito en esta concepción de Marx son dos cosas: Primera, que como otros Hegelianos considera la relación cuerpo-órgano como fundamento de la tecnología; y en efecto, en su análisis del sistema manufacturero consideró a éste como un gigantesco obrero, cuyos miembros eran los obreros particulares armados de sus herramientas especializadas; la manufactura mostró ser la base técnica de la industria mecanizada, cuando el cuerpo complejo del gran obrero manufacturero fue reemplazado por el sistema de maquinaria. Segunda, una sutil contradicción entre su concepción de la tecnología y sus propósitos políticos: Marx tenía claro que la máquina industrial iba en contra de los intereses del obrero; sin embargo, concebía la instrumentación como expresión orgánica del hombre (sus órganos productivos) y consideraba que la revolución tiene como meta fundamental la apropiación, por parte del proletariado, de los medios de producción; es decir, la revolución no alteraría la técnica (que va en contra de los intereses del proletariado) sino que pondría la técnica en… las manos del proletariado.
Así, pues, de los griegos antiguos a Marx, pasando por el hito de Beckmann, hay un giro ideológico. ¿Cómo fue el proceso de este giro ideológico de la idea de tecnología? En primer lugar, lo que Beckmann pretendía, una ciencia autónoma que organizara y unificara el campo de las artes industriales, implicaba, obviamente, la conjunción de dos conceptos disyuntos hasta el momento en la tradición occidental: ciencia y arte industrial. Esa disyunción –desde la Grecia antigua– no sólo fue teórica, fue práctica, y de clase; P Rossi (1966) nos cuenta que se prolongó hasta bien entrado 1700; pero es claro que esa disyunción inveterada comenzó a ceder ante el ascenso social de las artes industriales, en tanto mostraron su poder de contribuir a la riqueza de las naciones. Así, pues, el poder sistematizador de la ciencia y el poder productivo de la industria habrían de entrar en conjunción; no se trataba ya de rechazar al artesano como un miembro de una clase inferior, sino de controlarlo poniéndolo al servicio de la emergente producción industrial. En tanto Beckmann fue un político, un administrador preocupado por la marcha de los asuntos del Estado, pretendió unificar el campo productivo de la industria por medio de una ciencia (a la que llamó tecnología), con el fin de tornarlo un campo más prolífico. En realidad esa primera conciliación entre ciencia y arte industrial no fue posible, por dos razones, al menos: primera, la industria no es un campo técnico, es el punto de confluencia de diversas técnicas que tienen en común la producción de bienes para el consumo, en el mercado, y el aumento de plusvalía. Segundo, la técnica industrial basada en la manufactura desapareció por virtud de la mecanización. Sin embargo, fue el proyecto de Beckmann el que puso en marcha la aspiración de la sociedad burguesa industrial de juntar la ciencia con el arte, para que aquélla insufle en éste una racionalidad que lo hará más productivo. Este binomio ciencia-arte adquirió un decurso particular cuando, efectivamente, los logros técnicos de orden químico y mecánico influyeron en la producción; así, aunque no se sostuvo la mathesis universalis de Beckmann, no obstante, la palabra tecnología continuó mentando la unidad del binomio arte-ciencia teniendo ahora al instrumento maquinal como el punto donde encalla esa unidad, porque la máquina, producto de la inversión metódica del conocimiento, permite realizar la aspiración del incremento de la producción y los beneficios.
El concepto contemporáneo de tecnología, reducido a la técnica instrumental, involucra un entusiasmo por el instrumento en general y por la máquina en particular. Centrada toda la semántica del término en la técnica instrumental, se borra el hecho de que la técnica está sostenida, por un vínculo discursivo, a unos propósitos no técnicos sino éticos y políticos que organizan la técnica.
En la tecnología como una especie de técnica, una especie muy elevada, se sigue sosteniendo, de forma tácita, el principio clasista griego, que sobrevivió explícito hasta entrado el siglo XVII, de que las artes mecánicas son inferiores por sí mismas y son ejercidas por gentes viles; este principio adquiere, con el desarrollo de la industria mecanizada, una sutileza particular, pues por vía de la ciencia, la tecnología se transforma, en el capitalismo, en la desvalorización de las habilidades a favor de las funciones de la máquina, máximo logro de la conjunción de la ciencia con la técnica así depurada. Por esta vía, el artesano se vuelve un obrero sin especialidades directas que no sean las de operación y cuidado de la máquina. Despojar al obrero de su habilidad, se traduce, finalmente, en la tendencia a despojar en general a los individuos de su capacidad para ejecutar procesos, incluso procesos de cálculo y razonamiento, que no es otra cosa en lo que consiste aquello que se llama inteligencia artificial.
El discurso que constituye y legitima, en un marco ético político, el campo técnico, este discurso se silencia y oculta tras la cortina del saber que impulsa y produce el desarrollo instrumental. Al menos tres cosas resultan de esta tergiversación: en primer lugar, el olvido de que la tecnología es un tipo de pensamiento sobre la técnica, (pensamiento que sutura el propósito a la técnica) antes que un discurso técnico en sí mismo. Dado este olvido, el desarrollo de la técnica instrumental aparece imaginariamente como autónomo, como movido por unas leyes endógenas, tan poderoso que puede guiar a la sociedad entera, ir en la vanguardia de un progreso constante; esta elucubración es tan fuerte que dirige pensamientos importantes sobre la técnica, por ejemplo en un texto muy conocido, Habermas38 hace una crítica a la concepción de técnica de H Marcuse, concepción según la cual la técnica habrá de ser cualitativamente distinta, al cambiar las relaciones entre los hombres. Habermas responde a esto siguiendo las teorías antropológicas de A. Gehlen para quien el desarrollo instrumental obedece a una proyección de las funciones del organismo humano. En la forma en que Habermas resume a Gehlen, se advierte la clara la influencia en Gehlen de Ernst Kapp39, una influencia hegeliana; y al mismo tiempo es claro que esta posición de Habermas, vía Gehlen (vía, en últimas, Kapp) tiende a poner el desarrollo técnico instrumental en una ley inmanente así mismo, lo cual implica que las máquinas de la revolución industrial no obedecieron sino al propio desarrollo intrínseco de la técnica, sin referencia a un propósito político o económico, es decir, la producción de plusvalía sería inmanente a la técnica instrumental y, por tanto, el capitalismo industrial un efecto necesario de la técnica instrumental; por tanto, en tanto la técnica instrumental es proyección de las funciones humanas, el capitalismo es efecto de la naturaleza humana, es decir, Habermas da la razón enteramente al liberalismo clásico que ve en el capitalismo una condición natural del ser humano.
En tanto el desarrollo endógeno de la instrumentación expresa la naturaleza humana y la guía, las demás formaciones institucionales han de plegarse a él, es decir, modernizarse. Esta pureza imaginaria del desarrollo instrumental oculta las relaciones de poder y conflictos interhumanos que le son inherentes, adquiere una bondad intrínseca, en la cual se espera que el poder del instrumento solucione los males de la humanidad; y si el desarrollo instrumental no muestra su bondad intrínseca es porque la tozudez y maldad humanas estorban la marcha de sus leyes endógenas, por eso ha de educarse a las distintas generaciones en una convivencia moralmente correcta con el instrumento, es decir, se les ha de dar una “educación tecnológica.”
En realidad, la tecnología no es un discurso sino un tipo de discurso sobre la técnica. Es una categoría del discurso en la que se pueden clasificar todos aquellos discursos cuyo objeto es producir la organización de un campo técnico. De aquí se desprende que la tecnología no es una habilidad, no es tampoco un campo disciplinar en sí mismo, por tanto la tecnología no es algo enseñable y, entonces, no es susceptible de una pedagogía ni de una didáctica, pues no es un conocimiento que pudiera ser pedagógicamente administrado. La tecnología sólo es la forma general de un tipo de discurso, el discurso que organiza un campo técnico.
Recibido: 24 de marzo de 2012
Aceptado: 25 de julio de
2012