- La polémica que Jürgen Habermas y Peter Sloterdijk suscitaron en Alemania, en torno al humanismo como modelo de "civilización" del género humano, ha vuelto a poner de actualidad un tema crucial para la estancia del hombre en el mundo.
En el mismo sentido, el arte moderno lleva grabado su proyecto "antihumanista" como la leyenda principal de su emblema. La polémica del arte moderno, sin embargo, no se dirige contra el hombre sino que arremete contra su hechura ideológica. En palabras de Giorgio Agamben, "no es antihumana, sino antihumanista". Los intentos, además, de formular la cultura humanística en torno al eje escritura/lectura frente a un antihumanismo que se expresaría por lo audiovisual y lo tecnológico, han hecho levantarse voces que reclaman el papel de lo oral para un entendimiento primero del mundo. El hablante, el discurso, la lección, la asamblea, la retórica, lo performativo; modos de poner la ponencia oral, el acto hablado, el diálogo abierto, el debate vivido en el centro mismo del quehacer filosófico.
Desde el área de Ética y Política de UNIA arteypensamiento2, se puso en marcha una estancia continuada de reflexión en torno a estos asuntos, que llega ahora a su fin con la presencia de Peter Sloterdijk.
Tras cuatro ciclos de conferencias en los que han intervenido Víctor Gómez Pin, Fernando Savater, Javier Echevarría, Félix Duque, Ángel González García, Massimo Cacciari, Alberto Cordero, Gerhard Vollmer, Francisco J. Ayala, Manuel Barrios, Nicolás Sánchez Durá y Joan Pipó Comorera, el proyecto La deshumanización del mundo (incluido en las dos primeras ediciones de UNIA arteypensamiento) se clausuró el pasado viernes 9 de mayo con la presencia del filósofo alemán Peter Sloterdijk. Creador de una obra polémica y rebelde que ha quebrado las rígidas normas de la filosofía académica actual, Sloterdijk presentó en julio de 1999 un texto titulado Normas para el parque humano que generó (y sigue generando) un acalorado y controvertido debate público (sobre todo por la reacción de Jürgen Habermas y sus seguidores) en torno a la crisis del humanismo como modelo de civilización. Durante su intervención en el Aula del Rectorado de la sede La Cartuja (Sevilla) de la Universidad Internacional de Andalucía, el autor de Crítica de la razón cínica (el libro de filosofía en lengua alemana más vendido desde la II Guerra Mundial) exploró las fuentes teológicas y las mediaciones técnicas sobre las que se configura su polémico proyecto post-humanista.
Con más de 2.500 años de historia, gran parte de la filosofía occidental se ha desarrollado a partir de lo que Sloterdijk considera "una relación perversa entre la arquitectura y el lenguaje que ha empujado el pensamiento hasta el suelo impidiendo su libertad de movimiento". De este modo se han constituido una serie de fundamentalismos filosóficos ("cristianismo, marxismo, existencialismo..., meras variantes del humanismo") en los que la necesidad de mantener unas definiciones sólidas e incontrovertibles ha impedido que se dude de los conceptos que presuponen. Según Sloterdijk la metafísica ha seguido una estrategia igualmente perversa: generar la sensación de un vacío y al mismo tiempo imponer la necesidad de cubrirlo con la emergencia del sujeto.
Frente a esta tendencia al enclaustramiento sobre sí mismo que caracteriza el pensamiento filosófico occidental, Sloterdijk cree que hay que adoptar una nueva perspectiva analítica que incorpore la sabiduría de la vida cotidiana (donde los hombres deben enfrentarse continuamente a la indefinición y a la incertidumbre) para intentar comprender la complejidad y polivalencia del mundo. "No creo, señaló Peter Sloterdijk, en los fundamentos sólidos, porque los discursos flotan en el aire y es allí donde hay que salir a buscarlos". Desde este provocador y poético punto de partida, Sloterdijk insiste en la necesidad de luchar contra los esencialismos y de convocar los sentidos y sensaciones del espacio como experiencia primaria de la vida humana.
Para el autor de Esferas I, Burbujas es necesario revisar los planteamientos que la historia de la filosofía ha dado por supuestos, especialmente los aspectos más destematizados (es decir, aquellos de los que (ya) no se habla porque se consideran intocables o superados). En este sentido, Sloterdijk subrayó la paradoja de que en sus más de dos milenios de historia, la filosofía apenas haya tratado a fondo temas como la vida ("no hay más de 20 frases razonables dedicadas a ella", precisó) o la definición última del hombre. "Como el aire, el agua, respirar o la leche materna, explicó Sloterdijk, hemos concebido la vida como algo fijo y definido, como un crédito original que nos otorgaba Dios o la naturaleza para que nosotros nos limitásemos a no malgastarlo". Otro de esos créditos originales que sólo ha comenzado a repensarse en los tres últimos siglos es el "ser". Para Sloterdijk el filósofo se definiría como aquella persona que parte de un nivel cero de comprensión y prescinde de todos los créditos originales, de todas las ideas pre-establecidas. O como dice Paul Valéry en su introducción al Discurso del método de Descartes: para ser filósofo no hay que comprender. "Porque la filosofía, subrayó Peter Sloterdijk, es una inteligencia en el exilio cuyo punto de partida es no comprender y presuponer nada".
Peter Sloterdijk concibe que la misión de la filosofía es poner en marcha un ejercicio de destrivialización que convierta lo dado en repetido. Por la repetición, el conocer adelanta al ser, hasta el punto de que transformamos una fecha original (una improbabilidad) en un suceso histórico (un hecho). Lo dado, entonces, se convierte en lo hecho. O como dicen los pragmáticos estadounidenses, "lo encontrado se transforma en lo hecho". Desde esta perspectiva, el objetivo de la filosofía consiste en demostrar que todo lo encontrado (o dado), lo pre-establecido, lo que creemos que es natural y no fruto de una mediación, es ante todo una construcción que damos por válida porque se ha repetido como verdad. "Cuando Cristóbal Colón, ejemplificó Peter Sloterdijk, llegó a la isla de Guanahaní (actual Watling en las Bahamas) y vio a sus pobladores originales, dijo (y realmente creyó en lo que dijo) que se había encontrado con indios; pero en realidad había construido a esas personas como indios". Tampoco Heidegger en su celo por presentar ontológicamente puro el punto de partida del hombre como ser-ahí y ser-en-el-mundo, logra comprenderlo desde la conciencia de que es un producto, un efecto de programaciones y adiestramientos.
La experiencia humanista presupone la distinción entre el estado de la vigilia (verdadero y compartido por todos) y el estado del sueño (falso y privado). Pero en el mundo post-humano no está tan clara la frontera entre ambos estados y, por ejemplo, en el ciberespacio, la vigilia se puebla de androides ante los cuales ya no se puede saber a simple vista si son hombres verdaderos o replicantes (cuestionando la singularidad de lo humano). En este punto, Sloterdijk recordó la sugerente metáfora con la que Fitche (cuyo pensamiento conecta el idealismo con el existencialismo) define la vigilia: "una fuerza en la que se ha implantado un ojo". Por ello, si el siglo XX ha sido el siglo de la lengua en la filosofía, Sloterdijk espera que el XXI sea el de la vigilia y que la fenomenología del espíritu (que Hegel concibió como un proyecto de destrivialización del ser) se convierta en una historia de la atención. "Podría formarse así, dice Sloterdijk en Normas para el parque humano, una sociedad de los meditabundos (...), una sociedad de hombres que desplacen del centro al ser humano porque han sido capaces de comprender que ellos sólo existen como vecinos del ser, y no como empecinados dueños de la casa o como mandatarios principales del inmueble en virtud de un contrato irrevocable de alquiler".
¿Qué es lo que tiene de especial el post-humanismo? ¿Qué es lo que nos altera y nos provoca cuando hablamos de la posibilidad de una civilización post-humana? ¿Por qué se da por "hecho" que el pensamiento tiene que ser humanista? ¿En qué contexto histórico se estableció que hablar de lo humano suponía situar al hombre en el centro? ¿Qué había antes de esas improbabilidades fijadas como "hechos" que ha promovido el humanismo: por ejemplo, concebir al hombre como un animal racional, como "una animalitas aderezada de aditivos espirituales"? ¿Y qué puede haber después?
Peter Sloterdijk junto a Mar Villaespesa y Nicolás Sánchez DuráCon estas preguntas inició Peter Sloterdijk la segunda parte de su intervención en el ciclo de conferencias La deshumanización del mundo donde señaló que el humanismo (cuyo principal objetivo es la domesticación racional del sujeto-hombre y la expansión de su poder sobre todos los objetos) debe entenderse como un periodo del pensamiento occidental que se sitúa entre un pasado pre-humanista y un presente/fututo post-humanista. En este sentido, el autor de Crítica de la razón cínica enlaza la estructura pre-humanista del pensamiento teológico con el proyecto post-humanista ya que representan planteamientos discursivos que, a diferencia del humanismo, no parten de una rígida distinción entre sujetos y objetos ni definen exclusivamente la estancia del hombre en el mundo desde una perspectiva biológica y cultural.
Toda la metafísica clásica es teocéntrica (pone a Dios en el centro) y, por tanto, anti-humanista. Para el pensamiento teocéntrico, el hombre sólo es importante en tanto que recipiente de la perfección, del mismo modo que el sol necesita la luna para poder ejercer su reinado (metáfora muy utilizada durante la Edad Media). "A ningún teólogo clásico, precisó Peter Sloterdijk, se le hubiera ocurrido colocar al ser humano en el centro del mundo, porque para ellos ese espacio estaba atravesado por la obra de una inteligencia trashumana (dios o los dioses), externa, que lo veía y lo comprendía todo". El optimismo teocéntrico de la Edad Media se basaba en la certeza de que se podía hacer una extrapolación entre la inteligencia humana (capaz de manejar los asuntos de la tierra) y la divina (capaz de extenderse hacia el infinito y comprenderlo todo).
Sloterdijk recordó que otra de las fuentes del pensamiento post-humanista se encuentra en una interpretación afectiva del mundo que piensa que las grandes fuerzas (los dioses) se encarnan en otros seres de la naturaleza, incluso en los principales enemigos de la supervivencia de la especie. Frente al humanismo egocéntrico y racional que niega la existencia de un punto externo al hombre desde el que todo se comprende, esta interpretación del mundo es xenolátrica (adoración del otro, del extranjero) y parte de una fascinación hacia lo que nos rodea y de un despojamiento de cualquier singularidad subjetiva. En este sentido se explicaría la tesis antropológica de que el origen de muchas religiones derivaría de los rituales de culto a animales salvajes (símbolo de lo externo que amenaza a la vez que fascina) que practicaban ciertas comunidades primitivas. "Un culto, matizó Peter Sloterdijk, que también permitía el control y regulación de esos seres, incluso la conversión de algunos de ellos en animales domésticos puestos al servicio de los hombres".
En conexión con estas estructuras de pensamiento pre-humanistas, el post-humanismo se constituye como una respuesta filosófica a un mundo donde cada vez es más difícil distinguir entre lo natural y lo artificial (si acaso aún fuera necesario hacer dicha distinción) y en el que el eje escritura/lectura que articulaba la cultura humanista pierde protagonismo ante la emergencia de nuevos medios de expresión y comunicación. Frente al miedo a que las máquinas terminen sustituyendo a los humanos, el post-humanismo recupera la actitud xenolátrica y se plantea la necesidad de desarrollar un pensamiento ecológico (en su sentido más amplio) que tenga en cuenta no sólo el entorno natural sino también el tecnológico (e incorpore, entre otras cosas, los derechos cívicos de las máquinas).
En este sentido, Peter Sloterdijk advirtió que el término máquina es un concepto enfermo del vocabulario europeo, ya que se originó en un contexto ontológico "muy crudo y unilateral" que distinguía de forma categórica entre las entidades con almas (las personas) y las entidades sin almas (las cosas, entre las que se incluirían las máquinas). Con su necesidad de apoyarse en fundamentos sólidos e inamovibles, la historia de la filosofía occidental ha aceptado esta distinción sin cuestionarla y no se ha preocupado por reflexionar sobre las entidades sin alma. Pero es imposible comprender la complejidad y polivalencia de la experiencia contemporánea a partir de criterios dialécticos que enfrenten como elementos excluyentes al hombre con la máquina o a las almas con las cosas. El vertiginoso desarrollo tecnológico que se ha producido en el último siglo deja al humanismo sin respuestas adecuadas ante la aparición de máquinas (entidades sin almas) cada vez más poderosas y parecidas a los hombres (y no sólo por sus envolturas antropomórficas). "El corsario, ejemplificó Peter Sloterdijk, sabía donde acababa su cuerpo y empezaba el gancho; con las nuevas prótesis esa distinción se complica y con el desarrollo bio-tecnológico dejará de tener sentido".
Frente a la histeria anti-tecnológica que piensa que tenemos que desarrollarnos al margen de las máquinas, el autor de En el mismo barco, ensayo sobre hiperpolítica cree que es necesario relacionarse con ellas y asumir que es imposible vivir en un entorno construido y habitado sólo por humanos. A partir del ejemplo de Andy Warhol que, con una actitud pretendidamente burlona y provocadora, aseguró que había decidido mantener un idilio con su aparato de radio, Sloterdijk abogó en la conclusión de su conferencia por una especie de poligamia entre hombre y tecnología, afirmando que "tenemos que casarnos con las máquinas con las que compartimos nuestras vidas". El post-humanismo concibe al hombre (y no sólo al hombre contemporáneo) como un equipo técnico y y cree que las nuevas herramientas tecnológicas pueden promover un pensamiento en comunidad (no sólo humana). Según Peter Sloterdijk hay que prescindir de una interpretación (humanista) del mundo estructurada sobre la dicotomía sujeto-objeto, porque "los hombres necesitan relacionarse entre ellos pero también con las máquinas, los animales, las plantas..., y deben aprender a tener una relación polivalente con el entorno".