Observaciones Filosóficas - Sloterdijk y el modo de habitar el Palacio de Cristal por parte de "los derrotados de la Historia"
Si nos hiciéramos la misma pregunta con que Sloterdijk inicia su peregrinar reflexivo: ¿Dónde estamos?, tal vez el Palacio de Cristal sea la última de nuestras respuestas. Sloterdijk es enfático al señalar que el Palacio de Cristal alcanza su concretización en las sociedades que componen el primer mundo (Europa y Estados Unidos) y que precisamente se constituye con el objetivo de resguardarlas de amenazas provenientes del exterior. No obstante aquello, la transparencia del Palacio genera la ilusión en los habitantes de los márgenes de poder participar de su confort y seguridad. El palacio se hace desear, se propone como ideal de desarrollo para los "perdedores de la Historia" ocultando las fronteras que los dividen, invisibilizando sus rigurosas medidas de control.
Pero la distancia que media entre el Palacio de Cristal y las sociedades periféricas permite adoptar una perspectiva abierta, que en algunos puntos se asemeja a la exigida por Oswald Spengler para el estudio de las ciudades. Ubicarse fuera de los muros y meditar el fenómeno de las ciudades como si no participáramos de su poder cobijante y de su seducción. Experimentar una angustia espacial iniciática que permita testimoniar el éxtasis que produce la sensación de seguridad y cobijo. Pensar el Palacio de Cristal desde ese éxtasis libera la mirada, ofreciendo amplias posibilidades de análisis.
Ahora bien, problematizar el Palacio de Cristal desde una perspectiva latinoamericana no tiene por objeto actualizar una filosofía del resentimiento, ni constituirse en un alegato melodramático de la globalización, sino servir como estrategia de apropiación del pensamiento de Sloterdijk, en la medida que su filosofía emerge desde un espacio específico que no puede ser ignorado al momento de interpretarlo. Considerando que sus propuestas no se restringen a medios particulares, y que tienen alcances globales, se vuelve preciso, de todos modos, superar la ingenuidad de una lectura plana de sus textos.
El fracaso de las doctrinas totalitarias en Europa y América, sumado al nulo impacto producido por la cultura islámica en el campo ideológico occidental, determinaron, bajo la perspectiva de Francis Fukuyama, el establecimiento de la Democracia Liberal y la Economía de Mercado como únicas aspiraciones políticas y económicas coherentes capaces de constituirse en las bases de un Estado Homogéneo Universal. Una vez que la Historia Universal ha llegado a su Fin, la necesidad de construir una nueva esfera que sirva de cobijo para el plácido porvenir, se vuelve imperiosa. El capitalismo liberal buscando retirarse en un interior absoluto, confortable y decorado, excluye el mundo exterior. Ahora bien, en ese trabajo de exclusión, no solo queda afuera todo lo que la naturaleza tenga de ingobernable, sorpresiva y demoledora, sino también aquella enorme masa de individuos que tras el Fin de la Historia fueron declarados como perdedores para siempre. Porque no hay espacio para todos, sino tan sólo para aquellos que colaboraron activamente en el advenimiento de la libertad y la igualdad como soportes básicos de la humanidad. Y para Fukuyama, el Tercer Mundo parece adoptar en la mayoría de los casos, una actitud de simple pasividad, en la medida en que se le presenta como un hecho evidente en sí mismo que “las principales ideologías en torno a las cuales el mundo elabora sus opciones políticas parecen fluir primariamente desde el Primer al Tercer Mundo y no a la inversa”1
De este modo, enormes masas desespiritualizadas se encuentran a la intemperie “sin que jamás se les haya aclarado correctamente el sentido de su destierro. Decepcionadas, resfriadas y huérfanas se cobijan en sucedáneos de antiguas imágenes de mundo, mientras éstas parezcan conservar todavía un hálito de la calidez de las viejas ilusiones humanas de circundación”2. Las paradojas termopolíticas en las que se incurren durante la construcción del gran invernadero global, instauran un nuevo diseño cartográfico que ubica al Tercer Mundo muy lejos del Palacio de Cristal y de sus fabulosos parques posthistóricos3.
¿Qué hacer con ellos, entonces? ¿Qué papel les tocará ejercer durante los próximos años? Sloterdijk lo tiene muy claro:
"La periferia está allí simplemente para recordarnos que todo es muy seguro y que es necesario proteger la estructura a cualquier precio.
(…)
…para hacer turismo y practicar la caridad. Para darse buena conciencia"4
Ahora bien, resulta de suma importancia indagar en las motivaciones que llevaron a Sloterdijk a elegir al Palacio de Cristal como metáfora de las ambiciones últimas de la Modernidad. Porque cabe recordar que se trata de la estructura arquitectónica más imponente del Siglo XIX, que, por cierto, supera en representatividad a los Pasajes de Benjamín, pero que resulta algo forzoso, a primera vista, asociar con la realidad mundial a inicios del Siglo XXI. Y eso se debe a que responde a las concepciones básicas de una Modernidad pesada o sólida, “obsesionada por el gran tamaño, la modernidad de lo grande es mejor, o del tipo el tamaño es poder, el volumen es éxito”5. Inspirado en el tenaz orgullo victoriano, el Palacio se levantó para hacer gala del poderío inglés en el marco de las naciones europeas. Y sus gigantescas dimensiones, sumada a la rigidez de su estructura hacen muy difícil su incorporación exitosa en un mundo cada vez más complejo y acelerado, y, por lo tanto, “ambiguo, difuso o plástico”.6 ¿Por qué el Palacio de Cristal y no los centros comerciales, recintos feriales, estadios, espacios lúdicos cubiertos, estaciones orbitales y gated communities?
Sloterdijk acoge la metáfora del Palacio de Cristal acuñada por Dostoievsky más de cien años antes, en el momento en que terroristas islámicos atentan contra la seguridad del primer mundo. Y lo hace porque la metáfora le va a permitir, por un lado, explicar las causas de la tenaz paranoia que afecta a los habitantes del palacio, y, por otro, transmitir confianza, a partir de la enorme disparidad de fuerzas existente entre los dos bandos enfrentados.
El origen de la metáfora proviene de un crítico acérrimo de las pretensiones desmesuradas de la Modernidad, de un hombre proveniente de una Rusia periférica, que supo ver en la fatuidad de los habitantes del Palacio indicios de una profunda decadencia. Pero Sloterdijk concuerda sólo en parte, con las ideas de Dostoievsky, en la medida en que descree de su psicología del resentimiento. El desorden hedonista que gobierna al Palacio y su constitución hipercomunicativa permiten la rápida propagación de las noticias referidas al “terrorismo islámico”. Estos porfiados perdedores de la Historia ocupan, sin esfuerzo alguno, “el sistema nervioso de los moradores del palacio de cristal, porque éstos, condicionados por el tedio que reina en el palacio, aguardan noticias del exterior; los programas generados por la paranoia, faltos de trabajo, se afanan por cazar al vuelo cualquier indicio de la existencia de un enemigo”7. De este modo, Sloterdijk explica el éxito de los atentados terroristas a partir de un elemento esencial de la vida en el palacio: su densidad. La amenaza terrorista que se cierne sobre Occidente no es más una fantasmagoría creada por el tedio posthistórico. Paradojalmente, el placentero devenir del palacio, obliga a sus habitantes a imaginar verdaderos hitos históricos a partir de menudos accidentes domésticos.
Recurrir a esa enorme estructura arquitectónica, que se presentaba a los ojos de los asistentes de la 1° Exposición Universal de Londres de 1951 con la misma magnificencia con que las antiguas ciudades amuralladas se revelaban a pequeñas tribus nómadas, tiene como propósito dar cuenta del poderío occidental. Y asimismo, su transparencia le permite hacer gala de sus comodidades y lujos, de ofrecerse como inalcanzable oasis para los habitantes de la periferia, además de tener siempre bajo vigilancia a sus enemigos. Pero lo que no considera Sloterdijk, es que esa confianza que los habitantes del Palacio de Cristal deben tener no se deriva tan directamente como él postula, de la omnipotencia alcanzada en el plano de la ideas por parte de la democracia liberal, por la conformación de un universo mediático y por el desarrollo del capitalismo mundial, sino también, de las profundas connotaciones que el Palacio de Cristal conlleva por el simple de hecho de ser representante claro de una modernidad pesada. El extraordinario tamaño del edificio, su impresionante volumen se presentan como garantes de seguridad. Por ello, Sloterdijk, critica las medidas no liberales que han venido desplegándose en Europa y EE. UU. después del atentado del 11 de septiembre en Nueva York, en cuanto que minimizando la inmensa supremacía del atacado sobre el atacante
“magnifican el fantasma insustancial de Al Qaeda, ese conglomerado de odio, desempleo y citas del Corán, hasta convertirlo en un totalitarismo con rasgos propios, y algunos, incluso, creen ver en él un «fascismo islámico» que, no se sabe con qué medios imaginarios, amenaza a la totalidad del mundo libre”8
Pero si para Sloterdijk, estas políticas reaccionarias representan una declarada contradicción al ser consideradas en el marco del Palacio de Cristal, en la medida en que éste simboliza a un primer mundo globalizado, abierto, flexible, de fronteras líquidas, bajo una nueva mirada de la metáfora, el panorama se invierte. Porque las paradojas en las que cae Sloterdijk al momento de elegir al Palacio de Cristal como metáfora de las ambiciones últimas de la Modernidad, son las mismas que aquejan al desarrollo de la globalización actual. Su transparencia y su aparente flexibilidad, terminan por volverse una invitación eternamente postergada por la construcción de una nueva “cortina de hierro”9
Las promesas de la Modernidad en Latinoamérica consistían en una anhelada síntesis entre integración material e integración simbólica. Sin embargo, el desarrollo de la microelectrónica y la desregulación financiera a escala global que permitió la hipercirculación monetaria de manera instantánea y sin fronteras nacionales, junto a la difusión frenética de imágenes, acabó por constituir una de las paradojas más dolorosas de la globalización. Mientras el dinero circula concentrándose, las imágenes lo hacen diseminándose, “lo cual promueve expectativas de consumo y de uso cada vez más distantes de la disponibilidad real de ingresos de la gran masa de televidentes”10. La caricatura latinoamericana que se presenta es la de un hombre con las manos vacías y los ojos saturados de imágenes11.
¿Cómo protegerse de las arremetidas de aquellas masas desespiritualizadas que fueron desterradas del gran invernadero, sino a través de rigurosas medidas de control, de pesadas y duras puertas? El mundo posthistórico debe resguardarse de aquellos porfiados que se resisten a creer que la historia ha terminado, y las políticas antiliberales resultan coherentes con la estructura pesada del Palacio.
Pero los perdedores de la Historia no se resisten a permanecer estáticos, iniciando un tenaz asedio al Palacio de Cristal. Por los insterticios que la macroestrucutra deja entrever, hordas de inmigrantes ingresan al Palacio en busca de una anhelada tranquilidad. Se trata del arca más vulnerable y al mismo tiempo la más esperanzada12. Y de todas aquellas virtudes de las cuales se jactan los habitantes del Palacio, ellos buscan el plácido cobijo de la densidad y su carga inhibitoria. Maltrechos por el despliegue constante de praxis unilaterales desinhibidas y la vertiginosa mutación de escenarios, ven con muy buenos ojos la total cristalización de las condiciones de vida en el Palacio. La generalización normativa del tedio emerge como un escenario utópico tanto para los refugiados de las especulaciones financieras como para los habitantes de las miserables poblaciones urbanas de todo el continente. Se trata de un fenómeno similar al de los bárbaros que fueron permeabilizando las fronteras del Imperio Romano. Dispuestos siempre a empuñar las armas del Imperio, van a morir orgullosos con tal de acceder algún día a la "ciudadanía". Paradoja sólo comprensible si se considera la hiperbólica propaganda del Palacio y su "way of life".
Otro grupo, inmersos absolutamente en las intrincadas redes de la telecomunicación, apuestan por habitar vicariamente el Palacio. Sin la urgencia de emigrar y manejando con presteza las herramientas tecnológicas, los tripulantes del Arca virtual gozan a partir de lo que el Palacio les provee. Concientes de la enorme distancia que media entre ellos y sus ídolos, se resignan a admirarlos. No buscan tanto "ser" como ellos, sino más bien, "estar" el mayor tiempo posible con ellos, aunque sea virtualmente. Con sus rostros pegados al vidrio, los virtuales se muestran obedientes ante la vigilancia, argumentando que no tienen ninguna intención de entrar. Su itinerario consiste en transitar desde la virtualidad tecnológica a los no lugares, evitando todo aquello que pueda contaminar su autopercepción global.
La Academia, por su parte, navega tranquila en su arca anquilosada, movida por los desfallecientes alisios del latín. Convencida de que poco y nada la ata al prosaico mundo latinoamericano, la Academia se sueña eternamente en los amplios salones del palacio. Amparada en un Humanismo desfalleciente, levanta Acrópolis de cartón piedra y pierde todo protagonismo en las ágoras modernas, imposibilitada de competir con los chillones payasos del Mercado y la estruendosa prédica evangélica. En abierta tensión con el medio que la circunda, con las diversas arcas que cohabitan con ella, en la medida que en la Posmodernidad "sólo hay casas absolutas, cada una en su propia corriente"13, la Academia latinoamericana creyéndose en el centro, se pierde en las últimas fronteras de la marginalidad. Al igual que el Arca Virtual, no cruza nunca las puertas del Palacio, pero su canto engolado no hace más que empañar los vidrios, enturbiando el espectáculo.
Dentro del archipiélago latinoamericano destaca el Arca de los bastardos. Hijos no reconocidos de la corte palaciega, simulan desde sus yates pertenecer a la próspera nobleza. Confiados en su obvia pertenencia al Palacio, se atoran en las puertas enarbolando sus pasaportes de segunda mano. Al igual que la Academia, observan con desprecio el suelo bajo sus zapatos, rememorando pasados ficticios. La filantropía virtual, aquella que se expresa a través de invisibles cifras emanadas de tarjetas de crédito, los aleja del antiguo paternalismo, en la medida que el capitalismo sinceró sus espectáculos caritativos. Arca barroca, sobrecargada de cachivaches tecnológicos, levanta gruesas murallas, simulando el Palacio, ansiosos de retorno.
Conforman el conjunto más temido por los guardias del palacio. Amparados en el descuido y la ingenuidad de los plácidos habitantes del primer mundo, aguzan su sentido de supervivencia y arrasan con lo que la cotidianeidad les ofrece. El Arca de los Lanzas Globalizados mira el Palacio con desprecio y lo frecuenta nada más que para buscar un trabajo fácil. Invierten carnavalescamente el orden jerárquico, usurpando, cual multinacional, la codiciada materia prima palaciega: su seguridad.
Pensar el Palacio de Cristal desde Latinoamérica significa añadir a esa gran metáfora todos los Palacios Imaginarios que genera en su periferia. Por cuanto su magnificencia no tiene otro propósito que buscar su rápida difusión en el resto de los pueblos, cual ciudad amurallada de altísimas torres. El Palacio una vez que se propone la tarea de recrear el mundo, liberándolo de molestos desperdicios no hace sino encumbrarse como mejor mundo posible, convirtiéndose en el objeto de deseo para muchos.
El palacio de Cristal sólo será comprendido cabalmente cuando se incorpore las numerosas replicas que su fundación provocó en el resto del mundo, el eco de la fabricación de sus murallas, de la estruendosa voz de sus pregoneros. La mirada extasiada del latinoamericano puede revelar aquello que los europeos ya han absorbido en su inconciente, renovando el capital inquieto de los imaginarios.
Lic. Pedro Maino Swinburn
Licenciado en Lengua y Literatura Hispánica y Profesor de Castellano, Doctorando en Literatura Pontificia Universidad Católica de Valparaíso.