Observaciones Filosóficas - Transformaciones lingüísticas como transformaciones ontológicas o El camino secreto de las palabras
Tocar en un punto el lenguaje, “instrumento” en sentido metafórico tan sensible, hace que acontezcan transformaciones en el ser ahí y que se muestre una específica forma de estar en el mundo. Si existe tal cercanía entre estado de abierto y habla, los vaivenes en el lenguaje, dan lugar a vaivenes ontológicos y, más aún, a verdaderas conversiones ontológicas. Por esa razón, no existe ni mística ni sabiduría sin una determinada accesis lingüística; porque pareciera que el primer paso de ambas es alejarnos de las habladurías en el sentido heideggeriano, es decir, en cuanto que “difusión y repetición de lo dicho” “o de lo leído”, sin ubicarse en una originaria comprensión de aquello sobre lo cual recae el discurso y el discurso mismo.2 Recordemos el Tao te king “las muchas palabras pronto se agotan, más vale guardar el centro”3, o los Sermones medios de Buddha “de la recta palabra surge la recta conducta”.4 Ya en el contexto del budismo zen, desde la práctica del silencio y de la concentración, se accede a la palabra creadora, esto es, un modo de ser de la palabra que ha derrumbado el modo de ser de las habladurías y puede sólo por esa vía abrir nuevas formulaciones de lenguaje.5 Las transformaciones ontológicas y, aun las conversiones, pasan pues por el abandono de las habladurías y salida del estado de la caída, a esto podría llamarse vaciamiento o movimiento kenótico del Dasein6. Por lo cual, mientras que para Heidegger las habladurías, junto con las ambigüedades y las curiosidades, pertenecen al modo de ser impropio del ser ahí, que, como señala el filósofo no tienen nada que ver con un estado negativo, sino con el modo de ser del Dasein en la vida cotidiana, para las prácticas de las sabidurías taoísta y budista el abandono de las ambigüedades y de las habladurías ha de ser una práctica cotidiana y constante.
La vida secreta de las palabras, película de Isabel Coixet, muestra la interpenetración entre ser y lenguaje y las transformaciones a las que da lugar en el ser ahí desde el abandono de las habladurías. Muestra el itinerario que va del silencio a la escucha, de la escucha a la conversación y de la conversación a la conversión. En La vida secreta de las palabras, Hanna, personaje principal, evitaba la posibilidad del diálogo, evitaba abrir lugar a las habladurías y a las ambigüedades. Desde un estado de extremo sufrimiento y de angustia extrema la posibilidad que se le abre es vaciarse, esto es, perder sus relaciones con el mundo a partir de su voluntad, deseos, anhelos; perder las palabras, hasta transformarse en una obrera de tiempo completo practicante del olvido de sí. Su urgencia es circunscribir la vida en una actividad monótona, trabajando en una fábrica donde su oficio consistía en meter rollos de bolsas de polietileno al interior de otra bolsa de polietileno, absolutamente concentrada, sumida en el silencio, sin distracciones, sin curiosidades. Para eso, no necesitaba hablar con sus compañeros, ni los miraba. Hanna, tenía un proyecto mínimo de vida: un mínimo de alimento (manzanas, arroz, pollo y agua), un mínimo de relaciones y de palabras. Y, sin embargo, desde una perspectiva heideggeriana, es el silencio, el enmudecimiento, la manifestación de la angustia, del estado de abierto más eminente, que lanza al modo de ser más propio, y que impide un modo cadente de comprensión, que nos arrebata de la familiaridad de la existencia intramundana. Dice Heidegger de la angustia: “Uno de los lugares esenciales de la ausencia del lenguaje es la angustia.”9 Desde el no estar en casa, desde la falta de familiaridad de la angustia, y el silencio, se nos muestra la propiedad y la impropiedad como parte de nuestro ser, pero también la nada. La angustia es reveladora. Y porque la “la angustia nos deja sin palabra”10 constituye “el espacio apenas hollado del ser”11. Para Heidegger, el pensador y el poeta hablan desde “la ausencia del lenguaje largamente guardada”.12 Poesía y pensamiento emergen desde la angustia, el encuentro con la nada y el enmudecimiento. Pero, ¿no es así para cualquier ser humano, que después del dolor extremo, se sumerge en el silencio, la desnudez, en la disciplina de vaciarse de palabras dolorosas oídas, del dolor visto, del dolor tocado, tal y como aconteció con Hanna? La vida secreta de las palabras nos enseña que sólo desde el silencio se puede volver a escuchar algo y decir algo. Silencio para volver a hablar. El silencio no es callar, como sentenció Heidegger; sino, un modo de estar en el cual se han abandonado las habladurías hasta que las palabras puedan volver a arraigar. Pues una cosa es el habla incesante, sin pausas y sin silencio, desde la cual se desgastan las palabras y otra es la palabra que emergida del silencio recobra su poder diciente, asunto del cual habló Gadamer en Arte y verdad de la palabra.13
Dentro de ese proyecto mínimo de vida el jefe le plantea a Hanna que tome un mes de vacaciones. Sin embargo, ya en el mar, no tolera esa laxitud de vida ni tan siquiera un día. Es liberada de sus vacaciones gracias a que escuchó hablar por un celular al funcionario de una compañía petrolera “-¿Dónde encuentro una enfermera que lo cuide durante quince días de hoy a mañana?” Ella se acerca y simplemente le dice: “Yo soy enfermera”. La escucha en un sentido fundamental es estar arrojados a la oralidad originaria, esto es, una manera de estar totalmente desprevenida, a expensas de palabras proferidas por otro, a su voz. En un elevador, en un restaurante, sin resistencia, acontece que sin protección, sin barreras, sin distancias, la oralidad nos traspasa, como un relámpago, el cuerpo. Esto significa que estas formas improvisas y desprevenidas de estar a expensas a la oralidad son un desmentido de la afirmación kantiana que reza “las cosas han de guiarse por nuestros conceptos”. Es este arrojamiento en la oralidad lo que a Hanna, personaje de La vida secreta de las palabras, la llevó a romper el encierro en sí misma; la llevó desde la angustia, el aislamiento y el silencio a la aperturidad radical. Dice Heidegger de la cura o la preocupación por y ocuparse de: “La condición existencial de la posibilidad de las “preocupaciones de la vida” y de la “dedicación [a algo]” debe concebirse como cuidado en un sentido originario, es decir, ontológico.16 Por lo cual, si tan originaria es la entrega y el cuidado de la vida, todo lo cual Heidegger llama cuidado (Sorge), ¿no forma parte del cuidado la escucha de la voz del otro? Me parece que la cura, asunto tan fundamental en Ser y Tiempo, es aquello desde lo cual es posible un decir más originario. Desde la cura es posible para Hanna el paso del silencio a la voz y de ahí a la apertura radical.
Hanna de trabajar concentradamente en la fábrica de bolsas de polietileno sin necesidad de interrogar ni de ser interrogada, pasa a hacerse cargo de Josep, ingeniero que intentando salvar un compañero sufrió quemaduras en todo el cuerpo debido al incendio en el cuarto de máquinas. En la plataforma petrolera, contra el proyecto mínimo de vida de Hanna, la situación de estar arrojado a la voz y a las palabras de los otros y a cargo de otros acontece a cada instante. Hanna en su condición de enfermera tenía que sostener diálogos con Simón, quien hacía de comer a todos los empleados, con Dimitri el responsable de la plataforma, con Charles el científico que medía las mareas y estudiaba la reproducción de las ostras, tenía que estar en contacto telefónico con el médico que desde tierra dirigía los cuidados de Josep. Tan importante es el habla en esas condiciones de sobrevivencia y de aislamiento que todos a pesar de trabajar en un plataforma petrolera en medio del océano con el deseo de que los dejen en paz –como expreso de manera calmada y serena Dimitri el director- no pueden dejar de buscar decir algo, aunque sea algo. Y por lo mismo, en la plataforma petrolera ejerciendo el oficio de vivir y sobrevivir, atentos al cielo, a las modificaciones climáticas, al movimiento de las olas, en medio del cuidado de la vida, en medio de esas condiciones cambiantes, el estado de la palabra se encuentra en un estado de constante transformación. Y es inútil empeñarse en contestar con monosílabos como en un interrogatorio o, con frases perfectamente formadas y claras, que no dicen ni más ni menos información de la necesaria como Hanna estaba acostumbrada. Ahí en la plataforma petrolera se está en el mundo no ante el mundo, ejerciendo el cuidado de la vida. Y los personajes, como las palabras, gracias a ese contexto posibilitado por el cuidado o el ocuparse o preocuparse de (o Sorge) en sentido heideggeriano se transforman. Aquí las palabras no son un público estado de interpretado, caduco, viejo y rancio, sino que emergen; aquí, a las palabras les brotan palabras, como dice Heidegger. Por lo tanto, fuera del cierre que implica la caída, la película de Coixet nos muestra que la palabra emerge del contexto de la cura, de la preocupación por estar y sobrevivir en el mundo con y por otros y dialogando con otros, ahí, en ese contexto, “el lenguaje [es] apertura ilimitada a una formación continua”. 17 Sólo en el riesgo continuo de tener que vivir, se ejerce el hablándose-escuchándose: la mostración en pleno del estado de abierto del Dasein. Fernando Bárcena en El delirio de las palabras dice: “…es delirante el paso […] de la nada a un alguien”18. Sólo ahí, piensa, aparece la palabra delirada esto es “la palabra capaz de decir lo que creyó inefable”. 19
Pero, ¿cómo aconteció la humana inquietud? Escuchar la voz de los otros, meterse en el mar de las palabras de otros, es absolutamente desbordante, delirante. Un día Hanna escuchó en el celular de Josep, el enfermo, un mensaje de voz absolutamente amoroso, lo escuchó y repitió con su voz infinidad de veces. Escuchar ese mensaje de voz volvió ilusorio cualquier proyecto mínimo de vida de Hanna, porque estar a expensas a la palabra y a la voz de los otros vuelve la cercanía inevitable. Por lo mismo, a su vez, alguien como Joseph, que además de sufrir infinidad de quemaduras graves estaba temporalmente ciego, le surgen toda clase de preguntas por la identidad de su cuidadora: “¿Estás casada?” “¿Tienes novio o novia?” “¿Prefieres el día o la noche?”. Preguntas todas que no reciben respuesta, Hanna se limitaba a curar las heridas, a darle un trato absolutamente procedimental, sin ofrecer información alguna durante días sobre sí misma, ni siquiera su nombre. Por lo cual, Joseph decide ponerle un nombre: Cora. Nombre, le cuenta, de una joven monja personaje de una novela que llora por la muerte de un niño al que cuidaba, diciéndole: “¡no me abandones! ¡No me abandones!”. Al escuchar esta historia Hanna con los ojos anegados de lágrimas simplemente contesta: “Si quiere puede llamarme Cora”. A pesar de las negativas de Hanna, la situación de estar arrojado a la voz de otro nunca decrece, porque Josep tampoco ceja en su empeño de intentar saber quién es el otro, primero por el camino de la broma. En ese esfuerzo por sostener el juego de la palabra se funda la posibilidad de alcanzar el verdadero nombre y la verdadera historia del otro. La primera pregunta que contesta Hanna es qué le gustaba comer. Ella contesta: pollo, arroz y manzana. Entonces él se alegra por la respuesta, pero continúa: “Y ¿no le gusta el helado Häagen Daaz? ¿El pescado con salsa de ciruela? ¿La lasagna de espinacas? ¿El chocolate? etc., ¿Dónde ha estado escondida?” Tenemos pues a ese estado de la palabra en continua transmutación y a Hanna también en continua transmutación, Josep no se cansa de dar palabras, palabras deseantes que a su vez despiertan el deseo y, mientras Hanna lleva la bandeja de regreso a la cocina, devora hasta el hartazgo lo que había quedado en la bandeja, todo por una pregunta. Es a través de un camino hermenéutico, es decir, abierto por palabras deseantes y donantes, como se va despertando el deseo por la existencia, por el mundo, por las preguntas, por las palabras.
Lo que mueve a los personajes en La vida secreta de las palabras es el esfuerzo de saber el misterio del otro, el deseo de la palabra, el acceso a lo no dicho. Por esta razón, Bárcenas propone en lugar de una hermenéutica, una erótica, un acercamiento a la palabra auroral, a la palabra que nos convierte, nos permite la renovación y el nacimiento, una hermenéutica que acceda al “momento del puro comienzo donde podemos inventar de nuevo una lengua que nombra el acontecimiento”21. Podemos decir el acercamiento a La vida secreta de las palabras nos muestra la insuficiencia de una hermenéutica filosófica que, aunque convencida del momento fundacional de la conversación, se obnubile por el decir del poeta como aquel que mienta formas eminentes del lenguaje, cuando como veremos, el momento creador y verdaderamente diciente está ya en la conversación misma y es ese momento creador lo que conduce a la conversión. La hermenéutica erótica puede pensarse como aclaración de todas las formas creadoras y salvadoras del lenguaje. Pasar de lo dicho a lo no dicho como realización de la apertura como tal mueve a Josep, al director, al cocinero, y Hanna está movida por un intento contrario, por el silencio, por la necesidad de ocultar y, finalmente, también de olvidar. Hanna estaba movida por el deseo de olvidar los horrores vividos en el cuerpo de otros y en su propia carne ante sus propios ojos y sin posibilidad de distanciarse o poner una barrera durante la Guerra de los Balcanes en la ex-Yugoslavia. ¿Cómo pueden transformarse finalmente estos dos esfuerzos y encontrarse en un instante y transformar gracias a esos chispazos de conversación el curso vital? Esto nos conducirá al poder transformador del lenguaje.
La transformación del encapsulamiento en apertura dentro de una conversación creadora se llama confesión. Al decir Joseph, “Dígame algo sobre usted”, Hanna contesta -“Estoy sorda no escucho casi nada y cuando no quiero oír desconecto el aparato”. Otro día le dice Joseph: “Hoy no la voy a molestar” y, ella contesta: “Qué pena apenas que me divertía…” Podemos decir, pedir al otro que cuente algo de sí, es pedir ser conducidos a la verdad. Por lo cual, finalmente, acontece la ruptura del encapsulamiento, en virtud del don concedido por el enfermo a Hanna: contarle a ella su propia historia. Dice Bárcenas: “Afrontamos lo que nos pasa y tratamos de resolver nuestros problemas casi como si fueran géneros literarios”.22 El enfermo narra que una noche su padre a sabiendas del horror que le causaba el mar, lo tomó y lo echo al agua, cuenta que nunca sintió tanto miedo, porque… dice: “él no sabía nadar, ni yo tampoco”. Quien cuenta –dice Giorgio Agamben- es conducido hasta las lágrimas hasta la apertura de su da, o de su ahí. Por eso podemos entender que para Sloterdijk la confesión sea el drama lógico de la intimidad: “quien dice la verdad entra <<en la verdad>>”, a su ahí, produciéndose, entonces el espíritu de la cercanía o de resonancia fundamental, que dará lugar a “la ulterior reapertura reconciliadora de un acceso perdido de la otra parte”23. Efectivamente, el acceso a la verdad estaba, hasta antes de la confesión del enfermo, perdido para Hanna. Pero vivir con otros es estar a expensas de sus inquietudes, deseos y esperanzas, todos habitan en la palabra y, la palabra ilimitada, propia del estado de desocultamiento, nos penetra muy a nuestro pesar, sin defensa. Hanna descubrió en la plataforma su estado de abierto, el estado de la verdad, que siempre abre y descubre, que es esencialmente verdadero y que conduce a su ser más propio. Estado de abierto es también arriesgarse a estar sin defensas, donde la palabra está en creación, donde el sonido de la palabra resuena siempre existencialmente y no informativamente, o contextualmente sino atravesando como un rayo nuestra existencia, alcanzando un modo del lenguaje en que se está siempre abierto y, en cierto modo, nuevo y renacido. Dice Dimitri, después de narrarle a Hanna cómo había sucedido el accidente: “en cierto modo todo es un accidente”. En la conversación se accede a un modo de ser del lenguaje que no es denotativo ni informativo, sino pleno de emociones, tonos, significados, el cual contrasta con el lenguaje descriptivo, que se caracteriza por realizar a cada instante la división sujeto/objeto, aislándonos a nosotros mismo del resto de las cosas y de los otros. Al contrario, en este modo de ser de lenguaje que nos transforma y nos vuelve otros, se es sujeto y objeto, como lo muestra la afirmación de Dimitri: “en cierto modo todo es un accidente”. A estas alturas, Hanna había alcanzado su existencia interrogante, abierta a la palabra por venir, a la intimidad, porque había alcanzado un modo de ser del lenguaje en el cual quienes dialogan se encuentran en el absoluto estado de abierto, tal es el estado de la verdad y también de recomienzo, se está entonces abierto a lo porvenir, al modo de ser no fijado de las palabras, que es finalmente la dicha de la conversación.
El lenguaje verdadero, la conversión a la que conduce la conversación, consiste en conducirnos a esa zona común entre nosotros porque cada uno ya es el dolor del otro. Gadamer tiene razón cuando afirma que conversar es ponerse en camino a lo común. La caída verdaderamente estrepitosa, no son las habladurías ni el público estado de interpretado sino vivir en una herida salada y avinagrada todo el tiempo como si fuera únicamente propia, la cual no se comprende. Cuando Dimitri le dice a Hanna: “en el fondo todo es un accidente”, Hanna sale a mirar el abismo de mar en la noche, se convierte a él, lo comprende. Amador Vega nos dice: “Toda conversación se dirige a la facultad de comprender el absoluto desorden al que está sometida la representación ordenada del mundo”.24 Pero comprender la finitud común, nuestro ser en la nada, nuestra nada en el ser, la vida en la muerte, la muerte en la vida, como un fatum, como lo expresó Dimitri, “en el fondo todo es un accidente”, significa conducir a una formulación lingüística inobjetable desde cualquier punto de vista; porque enuncia la mismidad esencial que no puede ser desconocida por nadie, mismidad esencial que nos precede desde nuestro verdadero fondo y es ése nuestro verdadero fondo sin fondo al cual no se le puede voltear la cara y al cual uno se convierte, uno se convierte a una verdad. Una vez visto ese fondo, ya no podemos decir, “por qué no antes”, “por qué no después”. El sabio expresa en formulas lo que sabe y lo hace por medio de un enunciado que nos análoga, al cual nada le es oculto, que acota aquello que es visible y reconocido por todos y por eso, sólo por eso, hace saltar nuestros propios puntos de vista y nuestra historia personal, propicia nuestra conversión y nos hace salir verdaderamente de nuestro yo encerrado en gustos y disgustos y puntos de vista personales. Transformaciones ontológicas producen transformaciones lingüísticas. Abondono de sí mismo como encierro en los propios puntos de vista. La conversación siempre será filosofía en estado embrionario. La sabiduría de la palabra nos hace despertar súbitamente a algo que está tan cerca y es tan evidente pero que cercados por lo personal no podíamos ver. Es en este sentido que en la conversación acontece en primer lugar la conversión, la aparición de una verdad que nos convierte porque esa verdad es el espacio para una vida nueva, dice Sloterdijk: “la verdad tiene que conformar el en, en el que todo discurso y vida quieren estar sumergidos.”25 Pero en segundo lugar, el sentido de una conversación es transitar de lo dicho a lo efectivamente no dicho, hasta lo entonces impronunciable. La conversación como alétheia es un acontecimiento de la palabra porque mienta la esencia no dicha del ser.26 Después de la plática con Dimitri, Hanna conversa de nuevo con Joseph le dice que ella era de Yugoslavia, y que es increíble que uno en la vida cotidiana se preocupe por tonterías, cuando “en cualquier momento todo está a punto de suceder”. Ella fue torturada y violada junto con otras mujeres, presenció maldades que rompen para siempre la interioridad y la integridad de cualquier persona, como la muerte de su mejor amiga en esas condiciones de vejación y tortura, llegó a desear su muerte sólo por no verla sufrir más. A cada grito, navajazos por todo el cuerpo, Hanna entonces descubre su torso y hace tocar a Joseph cada una de sus cicatrices, limarlas. Lo no dicho a alguien, lo impronunciable, era fuente de dolor que ahoga. “La piedra de toque de que un confesante se <<abre verazmente>> es el propio dolor de la confesión, que le conmueve, refrenda, purifica y aparta de su pasado”.27 La única tarea de la palabra es liberar y liberarnos de la cosificación en el pasado y ser escuchados en la más absoluta apertura existencial; desde el continuo advenir y devenir que somos, son ésas conversaciones en que acontece la liberación. En un intercambio de palabras posterior, Hanna le dice a Joseph: “tengo miedo de que me abandones, porque tengo miedo de llorar y llorar tanto hasta que nos ahoguemos los dos”. A lo cual Joseph contesta: “Hanna aprenderé a nadar. Te lo prometo”. Este intercambio mutuo de signos gracias a la metáfora permite la conversión (metánoia). Se trata de la palabra, que según Gadamer, permanece como mensaje de salvación. Tránsito por la metáfora que, más allá del ente que acosa y ahoga, recuerda que el lenguaje es la única posibilidad de existencia para cualquier ser humano: que nos enseña a nadar, a aprender a ser finitos, aprender a vivir y a morir, tomando el riesgo de ser golpeados por el silencio, ir al encuentro de la nada, de la herida, atravesarla como condición indispensable para acceder a lo no dicho, comunicar lo incomunicable, hacer ver lo inobjetable y producirse el acontecimiento de la palabra, en y desde el instante de la existencia.