En la obra de Foucault no sorprende hallar un interés “histórico”, así como una fascinación “romántica”, por las zonas marginales de la sociedad. En efecto, su mirada, tras haberse detenido en la locura, y después en la cárcel, la criminalidad y la delincuencia, se vuelve hacia la sexualidad. “Foucault había instalado su observatorio en las zonas del ser viviente donde las distinciones tradicionales del cuerpo y del espíritu, del instinto y de la idea, parecen absurdas: la locura, la sexualidad, el crimen. Desde allí su mirada giraba como el haz de luz de un faro y se posaba sobre la historia y sobre el presente, dispuesta para los descubrimientos menos tranquilizadores”2.
El tranquilo sueño de la razón no dejará de generar monstruos. Monstruos que son consecuencia de la domesticación, del conformismo y de la seguridad garantizada por el ejercicio del poder. Foucault dará una doble función a este ejercicio: En primer lugar, una anátomo-política del cuerpo humano que obedece a la mecánica de las disciplinas. El principal objetivo de ellas es la comprensión del cuerpo como máquina. Estos procedimientos intentan conseguir docilidad política y utilidad económica de los individuos. En segundo lugar, destaca una biopolítica de la población. En este caso se considera al cuerpo individual en tanto forma parte de la especie. Esta operación queda a cargo de una serie de intervenciones y controles reguladores del individuo en tanto partícipe de los avatares propios de la especie humana: nacimiento, muerte, migración, reproducción, etc. Por lo tanto, el cuerpo es considerado como soporte de los procesos biológicos. Los mecanismos de poder ya no tienen allí por objeto la muerte, sino actúan como administradores de la vida. Las disciplinas del cuerpo y las regulaciones de la población constituyen los dos polos alrededor de los cuales se desarrolló la organización del poder sobre la vida.
La microfísica del poder, como la genealogía de lo monstruoso requieren ser complementadas por la exposición que Foucault hace de la historia de la locura en la época clásica, y en particular, por el desarrollo de la psiquiatría como disciplina normativa e inquisidora.
La psiquiatría, tal como se constituyó entre fines del siglo XVIII y principios del XIX, sobre todo, no se caracterizó como una especie de rama de la medicina general. La psiquiatría funciona -a principios del siglo XIX y ya avanzado éste, quizás hasta alrededor de 1850- no como una especialización del saber o la teoría médica, sino mucho más como una rama especializada de la higiene pública. Antes de ser una especialidad de la medicina, la psiquiatría se institucionalizó como dominio particular de la protección social, contra todos los peligros que pueden venir de la sociedad debido a la enfermedad o a todo lo que se puede asimilar directa o indirectamente a ésta. La psiquiatría se institucionalizó como precaución social, como higiene del cuerpo social en su totalidad nunca hay que olvidar que la primera revista en cierto modo especializada de la psiquiatría en Francia fue los Annales d'hygiène publique. Es una rama de la higiene pública y, por consiguiente, habrán de darse cuenta de que la psiquiatría, para poder existir como instrumento del saber, es decir, como saber médico fundado y justificable, tuvo que efectuar dos codificaciones simultáneas. En efecto, por una parte debió codificar la locura como enfermedad; tuvo que patologizar los desórdenes, los errores, las ilusiones de la locura; fue preciso llevar a cabo análisis (sintomatología, nosografía, pronósticos, observaciones, historiales clínicos, etcétera) que aproximaran lo más posible esa higiene pública, e incluso la precaución que estaba encargada de asegurar, al saber médico y, en consecuencia, permitieran el funcionamiento de ese sistema de protección en nombre de este saber. Pero, por otra parte, podrán advertir que fue necesaria una segunda codificación, simultánea de la primera. Al mismo tiempo hubo que codificar la locura como peligro, como esencialmente portadora de riesgos y, por ello, la psiquiatría, en la medida en que era el saber de la enfermedad mental podía funcionar efectivamente como la higiene pública. En términos generales, la psiquiatría, por un lado, hizo funcionar toda una parte de la higiene pública como medicina y, por el otro, hizo funcionar el saber, la prevención y la curación eventual de la enfermedad mental como precaución social, absolutamente necesaria si se querían evitar cierta cantidad de peligros fundamentales y ligados a la existencia misma de la locura3.
Esa doble codificación va a tener una muy prolongada historia a lo largo del siglo XIX. Puede decirse que los tiempos fuertes de la historia de la psiquiatría en ese siglo, pero también en el siglo XX, se producirán justamente cuando las dos codificaciones estén efectivamente ajustadas, o bien cuando haya un único tipo de discurso, un único tipo de análisis, un único cuerpo de conceptos, que permitan constituir la locura como enefermedad y percibirla como peligro. Así, al comienzo del siglo XIX, la noción de monomanía va a permitir clasificar dentro de una gran nosografía de tipo perfectamente médico (en todo caso, completamente isomorfo a todas las otras nosografías médicas) y, por lo tanto, codificar dentro de un discurso morfológicamente médico toda una serie de peligros. De tal modo, encontraremos la descripción clínica de algo que será la monomanía homicida o la monomanía suicida. De igual manera, dentro de la psiquiatría, el peligro social se codificará como enfermedad. A causa de ello, la psiquiatría podrá funcionar efectivamente como ciencia médica encargada de la higiene pública. Asimismo, en la segunda mitad del siglo XIX, encontraremos una noción tan masiva como la monomanía, que en cierto sentido desempeña el mismo papel con un contenido muy diferente: la de degeneración4. Con ella tenemos una manera determinada de aislar, recorrer y recortar una zona de peligro social y darle, al mismo tiempo, un status de enfermedad, un status patológico. También podemos preguntarnos si la noción de esquizofrenia no cumple el mismo papel en el siglo XX5. En la medida en que algunos la entienden como enfermedad que se cofunde con toda nuestra sociedad, este discurso sobre la esquizofrenia es claramente una manera de codificar un peligro social como enfermedad. Lo que reencontramos, así, a lo largo de esos tiempos fuertes o, si lo prefieren, de esos conceptos débiles de la psiquiatría, es siempre la función de higiene pública, cumplida por ella6.
Al margen de estas codificaciones generales, es necesario puntualizar que la psiquiatría necesitó y no dejó de mostrar el carácter –específicamente– peligroso del loco en cuanto tal, esto es, que desde el momento mismo en que empezó a funcionar como saber y poder dentro del dominio general de la higiene pública, de la protección del cuerpo social, la psiquiatría siempre procuró reencontrar el secreto de los crímenes que amenazan habitar cualquier locura, el núcleo de la locura que, sin duda anida en todos los individuos que pueden llegar a ser peligrosos para la sociedad. Fue, pues preciso que la psiquiatría, para funcionar como disciplina reguladora de la 'normalidad', a partir de la cual se organiza el poder sobre la vida, estableciera la pertenencia esencial y fundamental de la locura al crimen y del crimen a la locura. Esta pertenencia es absolutamente necesaria y una de las condiciones de constitución de la psiquiatría como rama de la higiene pública. De modo tal que la psiquiatría procedió efectivamente a realizar dos grandes operaciones. Una, dentro del hospicio, la operación que consiste en erigir un análisis de la locura que se desplaza con respecto al análisis tradicional y en el cual ya no surge que aquélla tiene por núcleo esencial el delirio sino la irreductibilidad, la resistencia, la desobediencia, la insurrección, literalmente, el abuso de poder como forma nuclear. Puede notarse que para la psiquiatría del siglo XIX, el loco siempre es alguien que se cree rey, es decir, que exalta su poder contra y por encima de cualquier poder establecido, ya sea el de la institución o el de la verdad. Por lo tanto, en el interior mismo del hospicio, la psiquiatría funciona claramente como la detección o, mejor, la operación por medio de la cual se une a todo diagnóstico de locura la percepción de un `peligro posible. Pero, inclusive al margen del hospicio, me parece que tenemos un proceso más o menos del mismo tipo, es decir que en su exterior la psiquiatría siempre procuró -en todo caso, en el siglo XIX, de una manera particularmente intensa y crispada, porque de lo que se trataba, en el fondo, era de su constitución misma- detectar el peligro que acarrea consigo la locura, aun cuando sea una locura moderada, inofensiva o apenas perceptible. Para justificarse como poder y ciencia de la higiene pública y de la protección social, la medicina mental debe mostrar que es capaz de advertir, aun donde nadie más puede verlo todavía, cierto peligro; y tiene que mostrar que, que si puede hacerlo, es en la medida en que es un conocimiento médico.
La psiquiatría se dió a si misma esta especie de prueba e reconocimiento de su realeza, prueba de reconocimiento de su soberanía, su poder y su saber: yo soy capaz de identificar como enfermedad, de encontrar signos en aquello que, sin embargo, nunca se señala.
Por un lado el poder penal, no va a dejar de decir al saber médico: mira, estoy frente a un acto sin razón. Entonces, te lo ruego: o bien me presentas razones para ese acto, y con ello podrá ejercese mi poder de castigo, o bien, si no las encuentras, es porque se trata de un acto loco. Dame una demostración de demencia y no aplicaré mi poder punitivo.
La irrupción de un objeto o, mejor, de todo un ámbito de nuevos objetos, toda una serie de elementos que, además van a ser nombrados, descriptos, analizados y, poco a poco, integrados o, más bien, desarrollados dentro del discurso psiquiátrico del siglo XIX. Se trata de los impulsos, las pulsiones, las tendencias, las inclinaciones, los automatismos; en suma, todas las nociones, todos lo elementos que, a diferencia de las pasiones de la edad clásica, no se ordena según una representación primera sino que, al contrario, lo hacen según una dinámica específica, con respecto a la cual las representaciones, las pasiones, los afectos, ocuparán una posición secundaria, derivada o subordinada. En el caso de Henriette Cornier vemos el mecanismo por el cual se opera la invención de un acto, cuyo escándalo jurídico, médico y moral obedecía a que no tenía razón y planteaba a la medicina y al derecho cuestiones específicas, en la medida en que era presuntamente de la incumbencia de una dinámica del instinto. Del acto sin razón se pasa al acto instintivo.
Ahora bien, esto sucede en la época en que Geoffroy Saint-Hilaire mostraba que las formas mosntruosas de ciertos individuos no eran nunca otra cosa que un juego perturbado de las leyes naturales7. En esa misma época, la psiquiatría legal, en referencia a cierta cantidad de casos -entre los cuales el de Henriette Cornier era con seguridad el más puro e interesante-, estaba descubriendo que los actos mosntruosos, es decir, sin razón, de algunos criminales en realidad se producían no simplemente a partir de la laguna que señala la ausencia de razón, sino por cierta dinámica mórbida de los instintos. Cuando digo "descubrimiento", sé que no es la palabra adecuada, pero no me intereso en él sino en las condiciones de la posibilidad de la aparición, la construcción, el uso reglado de un concepto dentro de una formación discursiva. Importancia de ese engranaje a partir del cual la noción de instinto va a poder aparecer y formarse; pues el instinto será, desde luego, el gran vector del problema de la anomalía, e incluso el operador por medio del cual la mosntruosidad criminal y la simple locura patológica van a encontrar su principio de coordinación. A partir del instinto, toda la psiquiatría del siglo XIX va a poder devolver a los ámbitos de la enfermedad y la medicina mental todos los trastornos, todas las irregularidades, todos los grandes trastornos y las pequeñas irregularidades de la conducta que no competen a la locura propiamente dicha8..
Toda la inscripción de la psiquiatría en la patología evolucionista, toda la inyección de la ideología evolucionista en la psiquiatría ya no podrán hacerse en absoluto a partir de la vieja noción de delirio, sino de esta noción de instinto. Todo esto será posible desde el momento en que el instinto pase a ser el gran problema de la psiquiatría. Y finalmente, en los últimos años del siglo XIX, la psiquiatría va a quedar enmarcada por dos grandes tecnologías, como bien lo saben que, por un lado la bloquearán y, por el otro, la reactivarán. Por una parte, la tecnología eugénica, con el problema de la herencia, la purificación de la raza y la corrección del sistema instintivo de los hombres mediante una depuración racial. Tecnología del instinto: esto fue el eugenismo desde sus fundadores hasta Hitler9. Por otra parte, frente a la eugénica tenemos la otra gran tecnología de los instintos, el otro gran medio que se propuso simultáneamente, en una sincronía que es muy notable, la otra gran tecnología de corrección y normalización de la economía de los instintos, que es el psicoanálisis10.
En Los Anormales curso dictado en el Collège de France entre enero y marzo de 1975, Michel Foucault prolonga los análisis en torno a las relaciones entre el saber y el poder – tal como aparecerá en sus investigaciones sobre el origen y la naturaleza de la Institución psiquiatríca: poder disciplinario, poder de normalización, bio-poder. A partir de múltiples fuentes teológicas, jurídicas y médicas, Foucault enfoca el problema de esos individuos 'peligrosos' a quienes, en el siglo XIX, se denomina 'anormales'. Define sus tres figuras principales: los monstruos, que hacen referencia a las leyes de la naturaleza y las normas de la sociedad, los incorregibles, de quienes se encargan los nuevos dispositivos de domesticación del cuerpo, y los onanistas, que dan pábulo, desde el siglo XVIII, a una campaña orientada al disciplinamiento de la familia moderna. Los análisis de Foucault toman como punto de partida las pericias médico legales que aún se practicaban en la década de 1950. Esboza a continuación una arqueología del instinto y el deseo, a partir de las técnicas de la revelación en la confesión y la dirección de conciencia. Plantea de ese modo las premisas históricas y teóricas de trabajos que retomará, modificará y reelaborará en su enseñanza en el Collège de France y en las obras ulteriores. Este curso representa, por lo tanto, un elemento esencial para seguir las investigaciones de Foucault en su formación, sus prolongaciones y sus desarrollos11. Trátese de la locura, la clínica o el encierro, todo ello participa de una ecología epocal que posee su lengua propia. La constitución de un campo histórico-político se enfrenta al estilo de la trascendencia. Y ya que esta trascendencia plantea la elaboración sistemática de una teorética específica, la anormalidad no es tanto la medida de un movimiento institucional (médico o jurídico) cuanto un signo indiscutible de su desborde.
La primera de las figuras de lo que Foucault llama el monstruo humano es el que trasgrede la ley. El monstruo humano, vieja noción cuyo marco de referencia es la ley; pero en sentido amplio, porque no sólo se trata de las leyes jurídicas, sino también de las leyes de la naturaleza; el campo de aparición del monstruo es así un dominio jurídico biológico.12 Un juego y un deslinde nunca controlado ni demarcado del todo, entre la excepción de naturaleza y la infracción al derecho. Éstas dejan de superponerse sin dejar de actuar una con respecto a la otra. La distancia natural con respecto a la naturaleza modifica los efectos jurídicos de la transgresión y, sin embargo, no los borra por completo; no remite lisa y llanamente a la ley, pero tampoco la suspende; la entrampa y suscita efectos, desencadena mecanismos, exige instituciones parajudiciales y marginalmente médicas. Pudo estudiarse en ese sentido la evolución de la pericia médica legal en materia penal, desde el acto monstruoso problematizado a comienzos del siglo XIX (con los casos Cornier, Léger y Papavoine) hasta la aparición de la noción de individuo peligroso a la que es imposible atribuir un sentido médico o un status jurídico, no obstante lo cual es la noción fundamental de las pericias contemporáneas13.
La noción de monstruo es así –en principio– esencialmente una noción jurídica; jurídica en el sentido amplio del término, claro está, porque lo que define al monstruo es el hecho de que, en su existencia y su forma, no sólo viola el pacto cívico, sino también de las leyes de la naturaleza-. Es, en un doble registro, infracción a las leyes en su misma existencia. El campo de aparición del monstruo, por lo tanto, es un dominio al que puede calificarse de jurídico, biológico y plástico. Por otra parte, el monstruo aparece en este espacio como un fenómeno extremo, límite, el punto de derrumbe de la ley y, al mismo tiempo, de la salud y lo natural. El monstruo es así excepcional, precisamente por su rareza, por su carácter de curiosidad de feria; lo que hace que un ser humano sea un monstruo no es sólo la excepción que representan en relación a la forma de la especie, sino el problema que plantea a las regularidades jurídicas (se trate de las leyes del matrimonio, de los cánones de bautismo o de las reglas de la sucesión). El monstruo humano combina lo imposible y lo prohibido .
Así en esta genealogía de lo anormal va a hacer su aparición la figura del individuo "peligroso" –al cual es imposible darle un sentido médico o un estatuto jurídico- y que no obstante es la noción fundamental de los peritajes contemporáneos. Al plantear hoy a la medicina la pregunta en sí misma insensata: ¿es peligroso este individuo? (pregunta que contradice un derecho penal fundado en la sola condena de los actos y postula una relación de implicación mutua y de naturaleza entre enfermedad e infracción), los tribunales están prolongando –a través de transformaciones que se trata de analizar- los equívocos de los viejos monstruos seculares.
Cada una a su turno, las figuras del ser a medias hombre y a medias bestia (valoradas sobre todo en la Edad Media), de las individualidades dobles (valoradas sobre todo en el Renacimiento) y de los hermafroditas (que plantearon tantos problemas en los siglos XVII y XVIII) representaron esa doble infracción; lo que hace que un monstruo humano sea monstruo no es únicamente la excepción con respecto a la forma de la especie, es el trastorno que acarrea a las regularidades jurídicas (ya se trate de las leyes del matrimonio, los cánones del bautismo o las reglas de la sucesión). El monstruo humano combina lo imposible y lo prohibido. Hay que estudiar en esta perspectiva los grandes procesos de hermafroditas en que se enfrentaron juristas y médicos, desde el caso de Rouen (principios del siglo XVII) hasta el proceso de Anne Grandjean (a mediados del siglo siguiente), y también obras como la Embryologie sacré14 de Cangiamila, publicada y traducida en el siglo XVIII.
A partir de allí se puede comprender una serie de equívocos que seguirán frecuentando el análisis y el status del hombre anormal, aun cuando éste haya rebajado y confiscado los rasgos del monstruo. En la primera fila de esos equívoco, un juego nunca controlado del todo, entre la excepción de naturaleza y la infracción al derecho. Éstas dejan de superponerse sin dejar de actuar una con respecto a la otra. La distancia natural con respecto a la naturaleza modifica los efectos jurídicos de la transgresión y, sin embargo, no los borra por completo; no remite lisa y llanamente a la ley, pero tampoco la suspende; la entrampa y suscita efectos, desencadena mecanismos, exige instituciones parajudiciales y marginalmente médicas. Pudo estudiarse en ese sentido la evolución de la pericia médica legal en materia penal, desde el acto monstruoso problematizado a comienzos del siglo XIX (con los casos Cornier, Léger y Papavoine) hasta la aparición de la noción de individuo peligroso a la que es imposible atribuir un sentido médico o un status jurídico, no obstante lo cual es la noción fundamental de las pericias contemporáneas. Al hacer hoy al médico la pregunta verdaderamente insensata: ¿este individuo es peligroso? (pregunta que contradice un derecho penal fundado en la exclusiva condena de los actos y postula una pertenencia de naturaleza entre enfermedad e infracción), los tribunales prolongan, a través de las transformaciones que se trata de analizar, los equívocos de los viejos monstruos seculares.
El monstruo es la excepción por definición; el individuo a corregir es un fenómeno corriente. Tan corriente que presenta -y ésa es su primera paradoja- la característica de ser, en cierto modo, regular en su irregularidad. Por consiguiente, a partir de ahí también van a desplegarse toda una serie de equívocos. En primer lugar, esto: en la medida en que el individuo a corregir es muy frecuente, en la medida en que está inmediatamente próximo a la regla, siempre va a ser muy difícil determinarlo. Está tan exactamente en el límite de la indecidibilidad que difícilmente se podrá demostrar efectivamente que el individuo es incorregible. Primer equívoco.
Otro equívoco es que, en el fondo, la persona que hay que corregir se presenta en ese carácter en la medida en que fracasaron todas las técnicas, todos los procedimientos, todas las inversiones conocidas y familiares de domesticación mediante los cuales se pudo intentar corregirla. Lo que define al individuo a corregir, por lo tanto, es que es incorregible. Y sin embargo, paradójicamente, el incorregible, en la medida misma en que lo es, exige en torno de sí cierta cantidad de intervenciones específicas, de sobreintervenciones con respecto a las técnicas conocidas y familiares de domesticación y corrección, es decir, una nueva tecnología de recuperación, de sobrecorrección. De manera que alrededor de este individuo a corregir, vemos dibujarse una especie de juego entre la incorregibilidad y la corregibilidad. Se esboza un eje de la corregible incorregibilidad, donde más adelante, en el siglo XIX, vamos a encontrar precisamente al individuo anormal. Ese eje va a servir de soporte a todas las instituciones específicas para anormales, que se desarrollarán en el siglo XIX. Monstruo empalidecido y trivializado, el anormal de ese siglo es igualmente un incorregible, un incorregible a quien se va a poner en medio de un aparato de corrección. Ése es el segundo antepasado del anormal del siglo XIX .
El monstruo es, en el fondo, la casuística necesaria que el desorden de la naturaleza exige en el derecho.
Así se dirá que el monstruo el ser en quien leemos la mezcla de dos reinos, porque, por una parte, cuando podemos leer, en un único y mismo individuo, la presencia del animal y la de la especie humana, y buscamos la causa, ¿a qué se nos remite? A una infracción del derecho humano y el derecho divino, es decir, a la fornicación, en los progenitores, entre un individuo de la especie humana y un animal
El individuo a corregir. Es un personaje más reciente que el monstruo. Es menos correlativo a los imperativos de la ley y de las formas canónicas de la naturaleza que a las técnicas de encauzamiento con sus exigencias propias. La aparición del 'incorregible' es contemporánea a la puesta en práctica de las técnicas de disciplina a la que se asiste durante los siglos XVII y XVIII en el ejército, las escuelas, los talleres, e incluso, un poco más tarde, en las familias mismas. Los nuevos procedimientos de encauzamiento (dressage) del cuerpo, del comportamiento, de las aptitudes, abren el problema de aquellos que escapan a esta normatividad que ya no es la soberanía de la ley.
La 'interdicción' constituía la medida judicial por la cual un individuo era, al menos parcialmente, descalificado como sujeto de derechos . Este marco jurídico y negativo será en parte colmado, en parte reemplazado, por un conjunto de técnicas y de procedimientos con los cuales se intentará encauzar (dresser) a aquellos que se resisten al encauzamiento y corregir a los incorregibles. El "encierro", aplicado a gran escala a partir del siglo XVII, puede aparecer como una especie de fórmula intermedia entre el procedimiento negativo de la interdicción judicial y los procedimientos positivos de encauzamiento (redressement). El encierro excluye de hecho y funciona fuera de la ley, pero se da como justificación la necesidad de corregir, de mejorar, de conducir al arrepentimiento, de producir el retorno de los 'buenos sentimientos'. A partir de esta forma confusa, pero históricamente decisiva, es preciso estudiar la aparición con fechas históricas precisas de las diferentes instituciones de encauzamiento y de las categorías de individuos a las cuales están dirigidas. Nacimientos técnico-institucionales de la ceguera, de los sordomudos, de los imbéciles, de los retardados, los nerviosos, los desequilibrados.
Monstruo banalizado y pálido, el anormal del siglo XIX es también un descendiente de esos incorregibles que han aparecido en los márgenes de las técnicas modernas de 'encauzamiento'.
El individuo a corregir es un personaje más reciente que el monstruo. Así, según Foucault, el incorregible surge luego del monstruo, tras la introducción de técnicas disciplinarias como las del ejército, las escuelas y lugares de trabajo, así como los procesos de domesticación del cuerpo y del comportamiento. Entra el asunto de la prohibición, como método de descalificación del individuo, para luego desatarse sin medida en la práctica del encierro. Es por esta razón que no queda claro en qué momento la locura y los problemas judiciales del comportamiento forman un solo sistema a corregir. En Historia de la locura en la época clásica se trata el tema de la locura aparte del de la incorrección, pero en este caso la aparición en la escena del loco (en el sentido moderno) se da cuando los antiguos males (como la lepra) tienden a desaparecer a medida que se desarrollan formas médicas y sanitarias que tienden a mejorar el ambiente de vida en la Europa del s. XVI, reforzándose esta imagen de la locura como enfermedad mental y biológica en situaciones como la del psiquiatra Pinel, quien libera a los asilados del auspicio de parís, con el fin de hacer la vida de los locos un poco más útil para los demás. (Poniéndolos a trabajar, además le servía para estudiar sus grados de locura como cita Foucault sobre Pinel) En esta ocasión el punto de ruptura lo constituye la famosa 'liberación' del doctor Pinel a mediados del s. XVIII, pero por supuesto sobre la fastuosa escena del gran encierro de los locos en el s. XVII.
Desde el inicio de la psiquiatría clínica en la época de Pinel, se han desarrollado intentos empíricos para definir la psicosis y su correlato esencial, el delirio15. El estudio sistemático del delirio se inicia, en nuestra cultura, en 1800, con Pinel y Esquirol16.
En los primeros decenios del siglo XX se va a producir un aumento considerable del interés por muy diversas formas artísticas (el arte de los niños, el arte psicótico, el arte de los pueblos primitivos)entendidas como marginales; esta preocupación por conocer aspectos hasta entonces casi desdeñados se debe enmarcar en la evolución global de la sociedad europea: pensemos en elementos como los graves acontecimientos políticos, el desarrollo de las ciencias o los avances de la antropología y la psiquiatría17. Estas circunstancias van a encontrar un punto de inflexión muy importante en el estallido, en 1914 , de la Primera Guerra Mundial. El shock provocado por este drama colectivo y la angustia que desencadena transforman, bruscamente, la sensibilidad europea; la locura deviene total y universal . Es en este contexto donde el doctor Walter Mongenthaler expresó la idea según la cual la enfermedad mental (en la medida que destruye ciertas estructuras inhibidoras de la personalidad) puede favorecer la eclosión de fuerzas expresivas habitualmente rechazadas. Paralelamente, y maravillado por la obra de un enfermo psicótico llamado Adolf Wölfli decide consagrarle una monografía que se publica en 192218. Ese mismo año Hans Prinzhorn19 escribió Expresiones de la locura20, libro que tendría una gran repercusión entre los surrealistas y dadaístas, y que se sustenta en el estudio de más de cinco mil obras artísticas recogidas en diferentes manicomios de Alemania y Suiza.
Adolfo Vásquez Rocca PhD.
Doctor en Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Postgrado Universidad Complutense de Madrid, Departamento de Filosofía IV, mención Filosofía Contemporánea y Estética. Profesor de Postgrado del Instituto de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso; Profesor de Antropología y Estética en el Departamento de Artes y Humanidades de la Universidad Andrés Bello UNAB. Profesor de la Escuela de Periodismo, Profesor Adjunto Escuela de Psicología y de la Facultad de Arquitectura UNAB Santiago. – Miembro del Consejo Editorial Internacional de la 'Fundación Ética Mundial' de México. Director del Consejo Consultivo Internacional de 'Konvergencias', Revista de Filosofía y Culturas en Diálogo, Argentina. Miembro del Consejo Editorial Internacional de Revista Praxis – Facultad de Filosofía y Letras, Universidad Nacional UNA, Costa Rica. Miembro del Conselho Editorial da Humanidades em Revista, Universidade Regional do Noroeste do Estado do Rio Grande do Sul, Brasil y del Cuerpo Editorial de Sophia –Revista de Filosofía de la Pontificia Universidad Católica del Ecuador–. –Secretario Ejecutivo de Revista Philosophica PUCV. –Asesor Consultivo de Enfocarte –Revista de Arte y Literatura– Cataluña / Gijón, Asturias, España. –Miembro del Consejo Editorial Internacional de 'Reflexiones Marginales' –Revista de la Facultad de Filosofía y Letras UNAM. –Miembro de la Federación Internacional de Archivos Fílmicos (FIAF) con sede en Bruselas, Bélgica. Director de Revista Observaciones Filosóficas. Profesor visitante en la Maestría en Filosofía de la Benemérita Universidad Autónoma de Puebla. – Profesor visitante Florida Christian University USA y Profesor Asociado al Grupo Theoria –Proyecto europeo de Investigaciones de Postgrado– UCM. Académico Investigador de la Vicerrectoría de Investigación y Postgrado, Universidad Andrés Bello. Artista conceptual. Ha publicado el Libro: Peter Sloterdijk; Esferas, helada cósmica y políticas de climatización, Colección Novatores, Nº 28, Editorial de la Institución Alfons el Magnànim (IAM), Valencia, España, 2008. Invitado especial a la International Conference de la Trienal de Arquitectura de Lisboa | Lisbon Architecture Triennale2011
Fecha de recepción: mayo de 2011
Fecha de aceptación junio de 2011